MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 10    No. 116  MAYO DEL AÑO 2008    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 


La apurada salida del Superintendente de Salud, José Renán Trujillo, entre acusaciones por supuestos casos de corrupción y amenazas de muerte, deja un pésimo sabor y gran preocupación. No es una situación puntual.
La salida de sucesivos superintendentes, por motivos que van desde acusaciones por corrupción hasta presiones de sectores empresariales inconformes con sus decisiones, se volvió un problema recurrente. Hechos como estos evidencian la orfandad de quienes ocupan esos cargos para defender el interés público contra intereses poderosos y ambiciosos, y su vulnerabilidad cuando aparecen apetitos acomodados propiamente en el cargo, para tomar como botín las funciones de vigilancia, control y autorización de amplios sectores de la economía.
La lista de desautorizaciones y salidas destempladas de los superintendentes, cuando no acceden a pretensiones de ciertos bloques de empresarios o inversionistas también es larga. Basta recordar la renuncia del ex superintendente Emilio José Archila, por oponerse a la fusión de Avianca y Aces, ó la muy reciente salida del Superintendente de Industria y Comercio, Jairo Rubio Escobar, por el enfrentamiento con los bancos por las tasas de interés que éstos cobran por el uso de tarjetas de crédito y débito. Otro hecho que seguro traerá gran cantidad de recriminaciones, es la decisión de hace pocas semanas del Consejo de Estado, ratificando la condena a la Nación por $226.000 millones, originada en la nacionalización apresurada de Granahorrar, dejando en tela de juicio la gestión de la Superintendencia Bancaria de entonces, hoy fusionada a la Superintendencia Financiera; es decir, de nuevo se revisa el polémico papel de esta superintendencia, la misma que antes fue cuestionada por actuar tardíamente ante la quiebra de los bancos Andino y del Pacífico, dejando “en la calle” a miles de ahorradores. Y a la lista ofensas contra la majestad del cargo que representa ser Superintendente, deben sumarse los casos denunciados de corrupción del ex superintendente de Notariado y Registro, Manuel Guillermo Cuello, y del ex superintendente de Subsidio Familiar, Amaury García.
Papel relevante de las Súper ante la privatización
La gravedad de estos hechos es mayor cuando se observa el papel protagónico que deberían tener las superintendencias en un país como el nuestro, donde se desarrolla un modelo económico fundamentado en la iniciativa privada y la reducción del Estado. Desde hace varias décadas se cree que el sector privado es más eficiente y menos corrupto que el sector público, y por ello se avanza en privatización de servicios públicos y delegación de funciones públicas a diversos tipos de inversionistas. Amplios sectores de la economía, como el de salud, que en otros países se recomienda mantener bajo orientación pública, en nuestro país se llevaron al mercado, para este emprendimiento también se hacen sucesivas concesiones en materia laboral, tarifaria y de impuestos. Se crearon por ejemplo, comisiones de regulación, donde los inversionistas tienen mayor posibilidad de afectar decisiones tan importantes como tarifas, con mínima ó ninguna participación de la población. En juntas directivas del sector público, como las de Invima y el Consejo de Seguridad Social en Salud, por ejemplo, participan representantes de organizaciones empresariales, las mismas que deben ser controladas ó reguladas por estas entidades.
Hace años, sin mucha reflexión, se supone que es mejor tener empresas privadas que públicas. Se prefiere, por ejemplo, recibir el pago del 35% de utilidades por impuesto a la renta de organizaciones particulares modernas y productivas, que refinanciar empresas públicas quebradas y cooptadas por sindicatos y clientelismos. También hemos supuesto que las empresas hacen su aporte a la sociedad cuando pagan impuestos y generan puestos de trabajo, y que de esa manera cumplen con su naturaleza de ánimo declarado de lucro ó de principios altruistas fundacionales. Pero como de eso tan bueno no dan tanto, el Estado debe asegurarse que las diferentes organizaciones sí cumplen con sus finalidades, y para ello son indispensables, entre otras cosas, las superintendencias.
Se impone la necesidad de tener
superintendencias más fuertes y
sin ataduras, para defender
el interés público.
Las superintendencias deben verificar que las empresas lo son, que están dedicadas a agregar valor y no a extraer rentas, que sus estados financieros y ejecutorias son como se dice y la ley permite; también debe autorizar su funcionamiento bajo las actividades y normas correspondientes. Pero ahora oímos que en la Supersalud pasaban cosas, que estaban demoradas las autorizaciones para unas EPS por causas que no se saben bien y que algo pasaba con los chanceros; después de esto, todos los colombianos queremos salir de cualquier duda, de manera contundente. Luego, pensando de manera general, se impone la necesidad de tener superintendencias más fuertes y sin ataduras, para defender el interés público. La sola idea de que haya habido censura al superintendente de salud por meter las narices en temas de beneficio de ciertos grupos y empresarios de juegos de suerte y azar, es algo que deja un enorme disgusto.
Cuando se mira por ejemplo lo ocurrido en fondos de pensiones privados, donde hubo pérdidas sucesivas y los riesgos van contra los ahorradores, y las garantías y ganancias galopantes son para los bancos, es imposible no preguntarse, ¿qué anda mal en este modelo económico, aparentemente tan bueno? Estos fondos tal como van, no parecen hechos para la gente sino a la medida de los bancos. ¿Cómo haremos para que los contrapesos y controles que deben funcionar en este esquema económico sean efectivos, porque en temas como los de superintendencias ya se juntan demasiados fracasos?
Reivindicar el poder de las Súper
No cabe duda que el modelo económico libre y más abierto de las últimas décadas ha sido exitoso, en la medida que reactivó el crecimiento, saneó la economía y modernizó amplios sectores productivos. Incluso diría que la iniciativa privada es el motor de la economía, y por ello debe defenderse como un derecho; pero este concepto requiere depuraciones, contrapesos y controles. En ello las superintendencias tienen un papel fundamental, que asegura el logro de los fines públicos y protege la población de posibles abusos. Las superintendencias también deben velar por un esquema de verdadera competencia, sin prácticas desleales o prohibidas, de unas empresas frente a otras.
¿Qué pasa cuando las superintendencias no cumplen cabalmente las funciones que la Constitución y el pueblo les encomiendan, sea por amenazas de corrupción, censura ó amenazas cuando se contraviene algún interés particular? El gobierno tiene la obligación de llegar al fondo de esta cuestión y aclararle al país que es lo que estaba pasando en salud. Preocupa ver que los cargos de Superintendente se volvieron un “quemadero”, donde la cuerda se rompe por su punto más débil, que es el superintendente.
Finalmente, queda claro que el control social debe fortalecerse. Muchas veces se ha despreciado el control de las personas, las juntas de usuarios y de mecanismos como el Defensor del Usuario, establecido en la Ley 1122. De modo similar, hace muchos años que se viene desprestigiando el recurso de tutela: ¿Qué sería de tantas personas sin este recurso? Porque tal como son las cosas, el control le toca hacerlo a la gente. Bien dice el adagio popular que la mirada del dueño engorda al ganado ó que “el que tiene tienda que la atienda”. Los colombianos no le podemos dejar nuestros negocios a las superintendencias así no más; nosotros mismos tenemos que encargarnos de vigilar la salud. También es preciso que apoyemos las instituciones cuando enfrentan intereses poderosos ó que las denunciemos cuando se desvían de su misión.
 
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