|
|
|
Reflexión del mes
|
 |
Fuego y hielo
(fragmento).
El mundo acabará, dicen, presa
del fuego;
otros afirman que vencerá el hielo.
Por lo que yo sé acerca del deseo,
doy la razón a los que hablan de fuego.
Más si el mundo tuviera que sucumbir dos veces,
pienso que sé bastante sobre el odio
para afirmar que la ruina sería
quizás tan grande,
y bastaría.

|
|
(Versión de
Agustí Bartra)
Robert Frost (San Francisco 1874 - Boston 1963). Poeta
norteamericano. En 1912, buscando mejor futuro, viajó
a Inglaterra donde publicó su primera colección
de poemas La voluntad de un muchacho (1913). De regreso,
apoyado por amigos como Ezra Pound, adquirió
gran fama, con trabajos como Intervalos en la montaña
(1916), New Hampshire (1923), El arroyo que fluye al
oeste (1928), Una cordillera de más allá
(1936), Máscara de la razón (1945) y En
el calvero (1962). Recibió el premio Pulitzer
en cuatro ocasiones.
|
|
|
|
|
|
|
¿Y quién le pone el cascabel al gato...?
Hablar del espinoso tema de la pertinencia médica
es meterse en camisa de 11 varas... porque tiene una relación
directa con un tema tabú: el criterio médico.
Los médicos somos celosos de cualquier opinión
que se relacione con nuestras decisiones y procederes, pero
lo somos en extremo cuando se trata de cualquier intento de
replantear o cuestionar nuestro criterio técnico. Allí
el asunto toma ribetes de volverse personal, pues parece ponerse
en juego nuestra autoestima profesional, uno de nuestros más
preciados tesoros.
Pero, ¿qué hacemos cuando ante la urgente necesidad
de racionalizar el gasto en recursos de la salud, salta a
la vista la evidencia de que el rubro que puede estar generando
gran parte de las glosas tiene relación directa con
la pertinencia médica? Sí, talvez no todos saben
o comprenden que el monto de los recursos invertidos en la
atención de los pacientes está siendo diezmado
sin compasión por la tijera de la auditoría
externa, que sin miramientos ni contemplaciones decide de
un plumazo sobre la pertinencia de los exámenes, los
medicamentos, la duración de la estancia y hasta de
la justificación de recibir y atender en nuestro servicio
a los pacientes por ellos asegurados.
Entonces, y antes de meternos en discusiones bizantinas sobre
si eso es justo o no, debemos poner remedio a esta hemorragia
de recursos que tarde o temprano nos obligará a replantear
este modelo y que desde ya amenaza nuestra sostenibilidad.
La pertinencia médica es un asunto delicado, pero que
resulta responsable de gran parte de las glosas que se realizan
a la facturación en el Servicio de Urgencias. Por este
motivo valdría la pena considerar algunos elementos:
Otra vez los paradigmas
Algo que parece fuera de cualquier discusión
es la justificación de realizar exámenes para-clínicos
a los pacientes del Servicio de Urgencias... Pero resulta
por lo menos curioso que aunque en ocasiones los pacientes
egresen sin diagnóstico presuntivo y otras tantas sin
diagnóstico definitivo, lo que siempre suelen tener
a cuestas es toda una batería de exámenes...
Parecería que los para-clínicos son requisito
indispensable para la valoración de los pacientes.
Sin entrar a discutir esto siquiera, podría uno legítimamente
preguntarse entonces por qué muchas veces tales exámenes
solicitados no parecen tener relación directa con el
cuadro clínico del paciente...
Los exámenes de rutina no existen en los
servicios de urgencias. Por más que uno quiera justificarse
a veces en los argumentos de la medicina a la defensiva, a
veces no alcanza para garantizar que nos paguen por el recurso
ya invertido. Ahora, hay que entender que la discusión
parte de ese punto: lo que nos pagan. De nada sirve que cada
quien intente justificar -con argumentos más o menos
válidos- su propio proceder en el manejo del paciente.
Se trata es de ponernos de acuerdo en el uso racional, riguroso
y austero de los escasos recursos de la salud.
Otro punto importante: si se piden los para-clínicos,
¿por qué no se interpretan? ¿Acaso exceso
de carga laboral? Talvez, pero esto mejoraría con la
optimización del filtro. Más aún: ¿será
que los estudiantes (con enfoque casi exclusivamente académico)
tienen verdadera noción del concepto de costo/beneficio?
No podemos olvidar que -aunque parezca injusto y hasta canalla-
los hospitales universitarios de muchas partes del país
han ido marchitándose ante la desidia de quienes deberían
velar por su permanencia... Es más: ¿Será
que todos estamos en condiciones de interpretar los resultados?
Talvez esta pregunta hiera susceptibilidades, pero cuando
uno piensa por ejemplo en las solicitudes de electrolitos,
se pregunta si de verdad estamos dando uso pertinente a los
recursos.
En otro sentido, no se trata de que el auditor trate de justificar
en la conciliación lo que el mismo médico asistencial
ni siquiera justifica en su acto médico... o que no
podría justificar. Se trata de que todos -¡todos!-
nos pongamos de acuerdo sobre cuáles son los para-clínicos
aceptables frente a las patologías más frecuentes
del servicio. Sí, esto parece enrevesado, pero es válido.
Y es necesario. Y legítimo. Si todos tenemos interés
en el paciente y en administrar de la mejor manera los escasos
recursos disponibles, deberíamos estar de acuerdo en
cosas tan básicas pero tan importantes como ésta.
Puede que para algunos parezca inaceptable, pero esto no es
un pulso de sapiencia académica: se trata de un negocio
que antes que todo debe garantizar su sostenibilidad. Esto
nunca debería malinterpretarse: sólo debería
aceptarse y proceder a manejarse de manera que de veras permita
ofrecer salud a los usuarios y hacer viables las instituciones.
Un elemento adicional sobre para-clínicos: talvez el
mejor indicador de su pertinencia es el hallazgo de resultados
anormales, acordes con procesos patológicos diagnosticados,
y confirmados y mensurados con los para-clínicos. Los
resultados normales ponen en duda muchas veces la pertinencia
de su solicitud. ¿Cuántos de los paraclínicos
que realizamos a diario en nuestra institución son
interpretados como normales? ¡Averígüelo
Vargas!
Podríamos entonces decir que los exámenes para-clínicos
sólo deberían solicitarse para confirmar diagnósticos,
y una vez cumplido el requisito de justificar en la historia
clínica su indicación y pertinencia para el
caso particular, debe registrarse su interpretación
y directa correlación con el caso del paciente. Lo
demás es seguir exponiéndonos a glosas. Algo
similar podría plantearse sobre las imágenes
diagnósticas.
Un remedio radical sería la posibilidad de asignar
responsabilidad económica a quienes solicitan para-clínicos
que no pasan el filtro de la pertinencia (del auditor externo)
y que representan pérdidas a la institución.
Alguien diría que así nadie querría pedir
exámenes... y de eso se trata: de que sólo se
solicite lo estrictamente necesario, lo mínimo posible.
Sobre la prescripción de medicamentos pesa una carga
similar: en ocasiones surgen glosas relacionadas con la pertinencia
de la administración de líquidos intra-venosos
-LIV- (en pacientes hidratados, con signos vitales estables
y que toleran la vía oral), el uso de medicamentos
fuera del POS (especialmente antibióticos), y otras
inquietudes más sutiles aún. La revisión
de estas conductas no sólo es conveniente: es obligatoria.
No se trata de agacharnos ante la tijera de los aseguradores,
sino ponernos de acuerdo para hacer lo que hay que hacer,
de la mejor manera y al menor costo posible para todos.
La pertinencia de la estancia hospitalaria es un asunto que
también debe entrar a considerarse, especialmente en
aquellos casos en que es evidente que la permanencia dilatada
del paciente en el servicio obedece más a razones administrativas
que a la indicación clínica de su permanencia
en observación (ejemplo: en pacientes que aguardan
la ronda del especialista o el resultado de un para-clínico,
o que llegan en altas horas de la noche y se espera hasta
la mañana para que se les valore).
Talvez una manera menos dolorosa y más efectiva de
unificar los criterios y disminuir los inconvenientes asociados
al tema de pertinencia esté en la adaptación
y adopción de los protocolos de atención (ahora
denominados vías clínicas), y su posterior incorporación
al cuerpo de los contratos entre los aseguradores y el hospital.
Sólo así podríamos asegurar un lenguaje
común, garantizar el respeto a nuestra propia manera
de hacer las cosas en cuanto a la prestación de los
servicios, y obligar el pago de todas las actividades que
se realicen -con el ya evidente y garantizado criterio de
racionalidad académica-científica, rigor técnico
y austeridad-. Ah, y con el gane-gane garantizado... El que
pida más, que le piquen caña 6
|
| |
|
Bioética
|
El
caso del obstetra solitario
Carlos
A. Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co |
|
La tasa de mortalidad materna es uno de los más sensibles
indicadores de las condiciones de salud de un determinado
país. En los países desarrollados (el primer
mundo), aquella suele ser muy baja desde hace muchas
décadas. Se trata del resultado obvio de la disponibilidad
racional de recursos, de excelentes niveles de educación
y políticas de atención prenatal, de organizados
y eficientes niveles de comunicaciones y pronta referencia
de pacientes a unidades hospitalarias de mayor complejidad
cuando así se requiere. Estas constantes se han observado
desde los inicios del siglo XX, cuando se organizaron los
primeros programas de atención materna e infantil.
El Japón vive una paradoja en este sentido. Siendo
un país de altísimo nivel de desarrollo, tiene
las tasas de mortalidad neonatal y perinatal más bajas
del mundo; es lo que corresponde a unos buenos niveles de
atención inmediata para el recién nacido. Pero,
al mismo tiempo, son altas sus cifras de mortalidad materna,
especialmente por lo relacionado con hemorragia obstétrica.
Sus tasas son comparativamente altas para los datos que se
encuentran aceptables en otros países desarrollados.
Un serio estudio (JAMA 2000;283:2661-2667) describe los resultados
del cuidadoso análisis multidisciplinario de 230 casos
de muerte materna en dos años consecutivos en el Japón.
Mediante estrictos criterios se evaluó la causa de
las defunciones: revisiones de historias clínicas,
análisis de registros e informes de necropsias; la
hemorragia obstétrica aparece como un hallazgo frecuente.
Además, se encuentra la relación entre los casos
de mortalidad clasificados como prevenibles y
la situación del obstetra solitario y relativamente
aislado, cuya práctica ocurre en sitios periféricos
de bajo nivel de complejidad. Es frecuente allí la
atención obstétrica por un solo especialista,
sin el apoyo de anestesiólogo, y con poca oportunidad
de compartir el manejo rápido de las situaciones y
casos complejos con otros especialistas.
Se conoce el valor de la prevención mediante la mejora
en las condiciones de la práctica clínico-quirúrgica
de la obstetricia. Se sabe que debe mejorar la infraestructura
hospitalaria y la mayor disponibilidad de especialistas en
sistemas de cubrimiento total de los servicios de urgencias,
con trabajo presencial en equipos bien estructurados: anestesia
obstétrica, laboratorio clínico y banco de sangre,
apoyo de capacidad hospitalaria y de otras especialidades
para los casos de mayor complejidad.
Para el Japón es imperativo aún el mejoramiento
global de condiciones de atención sanitaria en el tema
de la maternidad. Debe mejorar en remisión, en comunicación,
en soporte tecnológico multidisciplinario. Esto ocurre
en un entorno que ya tiene grandes avances en aspectos educativos
y sociales.
Notablemente, en el artículo de JAMA no existe referencia
al activismo abortista de la ideología de género
que pretende ahora -sobre todo en el tercer mundo- hacer creer
a la gente que el aborto (la política que trata de
imponer el Ministerio de la Protección Social
en Colombia) sea determinante para disminuir la mortalidad
materna y lograr la cuestionable safe motherhood,
convertida, como sucede tan frecuentemente con los problemas
sanitarios, en bandera de activistas políticos presuntamente
comprometidos con causas sociales.
En cambio, sí ocurre entre nosotros otra circunstancia:
sí tenemos obstetras solitarios, obligados a complejos
procesos de decisión-acción, agobiados por largas
jornadas de trabajo en las cuales las posibilidades de oportunidad
en discusión y apoyo sobre casos complejos son limitadas
y escasas.
En este tema hay una gran responsabilidad en quienes diseñan
e imponen las políticas de atención sanitaria.
Es al obstetra a quien corresponde el enfrentamiento dramático
de estas situaciones. No están, a ésas horas
y en ésas circunstancias, presentes y al tanto de lo
que ocurre, los distantes diseñadores y administradores
de las políticas. Obedece al imperativo ético
de la justicia que se debe a las madres, la generación
de condiciones dignas y técnicamente correctas para
el ejercicio de esta especialidad.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -Cecolbe-.
|
|
 |
|
|
|
|
|
|