MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 6    NO 72    SEPTIEMBRE DEL AÑO 2004    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Con la crisis hospitalaria actual
se cerró el nefasto ciclo
¡Se desplomó
la salud pública en Colombia!

Omaira Arbeláez Echeverri -
Periodista elpulso@elhospital.org.co
La crisis hospitalaria actual le acabó de escribir el epitafio a la Ley 100 de 1993. Este agosto dejó 17 flores marchitas en su tumba y un camino al TLC para que haga su propio "agosto" con el sector, si los colombianos no defienden a tiempo su valioso recurso humano, su ciencia, recursos e infraestructura.
Tenemos uno de los mejores recursos médicos del mundo y ellos no tienen dónde, con qué ni con quien trabajar en el sector público, precisamente el mismo que los formó e invirtió en sus famosas universidades públicas tradicionalmente reconocidas por sus trabajos científicos, académicos, humanistas e investigativos, que le han dado sitiales de honor en la medicina mundial en materia de trasplantes, novedosas técnico-quirúrgicas, investigación en vacunas, medicina tropical y genética.
El cierre de los hospitales más importantes del país los dejó sin trabajo y sin de qué vivir a ellos y a sus compañeros de labores -porque les adeudan salarios y ya nadie les fía-, y en medio de su tragedia quedan en el camino 17 pacientes que fallecen mensualmente en el viaje del "carrusel de la muerte" en la Costa Atlántica mientras buscan dónde, quién y en qué ciudad los atiendan, porque los hospitales se han cerrado, liquidado o "reestructurado" o no tienen recursos para una sutura y mucho menos para mantener vigente una Unidad de Cuidados Intensivos, o su personal sólo está en urgencias y el resto en cese de actividades porque no les cancelan hace meses o años salarios ni prestaciones sociales o para colmo mayor, padecen de todos los anteriores males. Con razón decía Hermann Hesse en El lobo estepario: "¿Dónde vive en esta ciudad, dónde vive en este mundo la persona cuya muerte me representará a mí una pérdida? ¿Y dónde la persona a la cual mi muerte pudiera significar algo?".
Más este fenómeno no se está presentando sólo en Cartagena, Santa Marta o Montería sino también en Cúcuta, Popayán, Manizales, Buenaventura, Bucaramanga y Pereira. Es una crisis que hizo su "agosto" en este 2004 de costa a costa y de extremo a extremo del país, en las ciudades grandes y pequeñas, causando serios estragos en la calidad de vida de todos los colombianos, para quienes no sólo se requirió la "cobertura universal" que nunca se cumplió porque el régimen contributivo sólo cobijó al 30% de la población y porque la atención de "vinculados" o "afiliados" -con o sin carnet del Sisbén- demandó de los hospitales una cantidad de servicios que finalmente ya no tenían cómo ofrecer, porque sus acreedores no les pagaron a tiempo o no les van a pagar los $2.5 billones que a corte de diciembre de 2003 les adeudan; o en caso tal de prestarles el servicio éstas atenciones salvarían vidas, pero quebrarían la institución porque agudizarían déficits que firmarían su defunción. Y el fenómeno se presenta aunque a la salud se destine en Colombia el 10% del PIB y en el andamiaje del sistema se muevan $15 billones de pesos, que sin duda se deben vigilar y controlar, como bien lo afirmaba el senador Eduardo Benítez a este medio cuando analizaba el trasegar de una década del país bajo la sombra de la Ley 100.
Quiebras y reestructuras
La reestructuración de los hospitales la calculó el extinto ministro Juan Luis Londoño en US$600 millones en el 2002, más para el período 2004-2007 se asignaron sólo US$90 millones, y para este año 2004, el gobierno dice contar con $100.000 millones. Sin embargo, tiene planeado reestructurar 80 hospitales de segundo y tercer nivel y asegura el Ministerio de la Protección Social que ya reestructuró 100 de los 1.430 hospitales públicos del país, que le implicaron inversión de $286.160 millones entre 1999 y 2003.
"¿Dónde vive en esta ciudad, dónde vive en este mundo la persona cuya muerte me representará a mí una pérdida? ¿Y dónde la persona a la cual mi muerte pudiera significar algo?”
Esa sola suma: $100.000 millones, equivalen hoy a la misma cantidad que requiere un sólo departamento en Colombia, el Valle, para subsanar su déficit actual en la red hospitalaria local, y si miramos años atrás encontramos que desde 1999 a un sólo Hospital, el Universitario del Valle, el Estado le debe desde entonces $33.000 millones, según declaró el propio director de la entidad, Jorge Iván Ospina, al diario El País.
Con reestructuraciones o sin ellas, los hospitales públicos están abocados a las crisis financieras y a los cierres como si fuera una maldición -como ocurrió con el Hospital Universitario de Caldas que se reestructuró cuatro veces antes de morir-, porque al fin ellos prestan un servicio social profesional para hacer cumplir un derecho ciudadano fundamental y necesariamente ejercer este mandato constitucional no significa ganancias, a no ser de carácter social. Más si antes de la Ley 100 estaban mal los hospitales públicos, con la Ley se pusieron peor y nunca en la historia de este país se había visto una crisis de tal magnitud y simultaneidad como la presentada en agosto de 2004, y si a esto le sumamos el impacto en la salud pública el panorama es mucho más sombrío, porque según los expertos el país retrocedió entre dos y tres décadas. "Volvimos a los años 70´s y 80´s", de acuerdo con los salubristas.
Ahora se les paga a los hospitales por los servicios prestados y muchos han llegado a tener excedentes de facturación que les permitirían total solvencia para su ejercicio profesional, hecho que de orientarse en la ruta correcta de la salud pública del país implicaría que hoy se estarían preocupando más por competir entre sí, mejorar los indicadores de morbi-mortalidad, promoción y prevención en salud de la población, y no en ver cuántas salas tienen que cerrar o cuántos trabajadores despedir. Más como el Estado, sus entidades territoriales, el Fosyga, las EPS y ARS no les pagan o no lo hacen a tiempo, acumulan unos déficit que arrastran con ellos, sus usuarios, proveedores y trabajadores a la quiebra, como bien se ha analizado en El Pulso en estos años y como bien lo pueden ampliar los interesados consultando en los periódicos de marzo y agosto de 2004 ("Reestructuración hospitalaria: ¿Falacias montadas sobre falacias?" Y "La salud pública colombiana... ¿seguirá siendo la Cenicienta del sistema?" http://www.periodicoelpul so.com/html/mar04/debate/de bate-01.htm)
Lo cierto es que Colombia ya ha visto cerrar el Hospital Lorencita Villegas de Santos, el San Juan de Dios de Bogotá, el Neurológico, el Universitario de Cartagena, la Clínica Club de Leones, el Universitario de Caldas, y está padeciendo la agonía de hospitales como el Central de Santa Marta (único de tercer nivel en el Magdalena), el Erasmo Meoz de Cúcuta, el Departamental de Buenaventura, los hospitales universitarios: "Ramón González Valencia" de Bucaramanga, “San Jorge” de Pereira, “Evaristo García” de Cali, y eso sin contar todos aquellos de primer, segundo y tercer nivel que por su accionar regional y local viven en el anonimato sus crisis y muertes.
Cada uno con su dolor
Para los usuarios se acabaron los servicios del Hospital Universitario de Caldas con la ayuda de EPS y ARS que nunca pagaron los $9.000 millones que le debían; en Risaralda gremios y comunidades adelantan un movimiento para que no cierren el Hospital Universitario San Jorge que tiene un déficit de $36.000 millones y es la única entidad de tercer nivel en el departamento; en Antioquia el déficit se calcula en $50.000 millones y la crisis la sufren especialmente sectores rurales atendidos por hospitales regionales de segundo nivel; en Santander los estudiantes de medicina de la Universidad Industrial de Santander (UIS) lideraron un movimiento que sacudió a las regiones y hasta el propio gobernador, Hugo Aguilar Naranjo, se tuvo que plantar ante el gobierno nacional diciendo que cerraba las vías de su departamento al país si liquidaban el Hospital Universitario "Ramón González Valencia", y eso que Bucaramanga es considerada modelo de cobertura en salud en el país (97%).
El presidente Uribe afirma que no quiere cerrar hospitales, pero demanda reestructuración, recorte en gastos de administración y en convenciones de los trabajadores, reforma en el régimen subsidiado, obligatoriedad de contratar con la red pública hospitalaria (50%) y agilizar el recaudo de regalías por los juegos de suerte y azar, mientras Planeación Nacional afirma que distribuirá el 40% de los recursos del Sistema General de Participaciones. Para el primer mandatario es claro que: "Con la convención vigente en la red pública hospitalaria, no hay dinero que alcance. Si los hospitales no desmontan esa carga prestacional tan alta, no podrán seguir funcionando y eso sería muy grave para el pueblo colombiano" (La República, julio 5 de 2004)
El Ministerio de la Protección Social afirma que las loterías deben $52.000 millones y las licoreras $12 millones, hay evasiones por un billón y para completar el Conpes sólo entregará participaciones en salud equivalentes al 60% de las distribuidas en el 2003.
Desde la perspectiva de los trabajadores la situación también es crítica: Asmedas reporta 3.000 funcionarios despedidos en la última década; Anthoc 12.000 trabajadores entre 2000-2002 y preocupación continúa por "el documento Conpes para el sector hospitalario que determinó recorte de 25.000 cargos, que se suma a otros 40.000 cargos provisionales en la mira de supresión", es decir, más de 65.000 empleos perdidos (http://www.asmedas. org.co/coyuntura.htm#Hospita les). Y entre los despedidos las quejas abundan porque no han llegado liquidaciones e indemnizaciones, mientras otros esperan salarios y prestaciones que no reciben desde hace 6 meses o hasta tres años atrás. La propuesta de las cooperativas no los convence porque pierden entre 50% y 70% de sus ingresos reales y en el ámbito de la seguridad personal el problema es aún mayor: los líderes gremiales y sindicales son objeto de amenazas y a la fecha se reportan 92 dirigentes de Anthoc asesinados, 550 desplazados y amenazados, y 12 desaparecidos" (http://colom bia.indymedia.org/features/sa lud/index.php)
En estos momentos a sólo 103 hospitales, el Estado y sus entes territoriales les adeudan $1 billón 112.000 millones (a diciembre de 2003). Estas acreencias señalan al Estado como el responsable del 60% al 70% de la crisis actual de la salud y el Ministerio enfrenta las críticas asegurando que tiene para girar $402.000 millones por el servicio prestado a los vinculados (El Tiempo, julio 29 de 2004). La Asociación Colombiana de Hospitales y Clínicas (ACHC) afirma que la deuda con toda la red hospitalaria del país suma $2.5 billones, de los cuales $1.3 billones son cartera vencida con más de 90 días y un 45% de todos esos deudores son entidades del Estado.
La Contraloría General de la República en su último informe sobre el "Programa por el Buen Uso de los Recursos Públicos", con cifras, cuadros comparativos y nombres propios, dejó en evidencia que en el Ministerio de la Protección Social se presentan el 80% de todas las faltas que se pueden cometer en una entidad pública, ubicándose así en un nefasto primer lugar.
Los hospitales atienden a la población vinculada que no tiene con qué pagar y cuya magnitud va en creciente junto al fenómeno del desempleo y los informales que alcanza el 49.9%; la pobreza que embarga al 64.3% de la población (datos de la Contraloría General de la República, porque en el Dane figuran 63%), es decir, 28 millones de personas (aunque Planeación dice que hay 23 millones los pobres y la Cepal en el 2002 indicaba 34 millones por debajo de índices de pobreza). De todas formas, los pobres o "vinculados" son cada vez más y no tienen cómo pagar por los servicios de salud en ningún hospital.
Para cualquier investigador encontrar estadísticas actualizadas y confiables de Colombia desde el año 2000 en adelante es toda una proeza: pareciese que nadie quisiera dar datos precisos y confiables, como si tapando cifras se encubriese la realidad de una creciente y alarmante pobreza y de una disparada concentración de la riqueza que reconocen desde lejos el Banco Mundial y muy cerca el Nóbel de Economía, Joseph Stiglitz, cuando sin titubeos dijo en marzo de 2003 y en nuestra propia tierra, que Colombia era el segundo país más inequitativo de América Latina, después de Brasil. Y eso que el Nóbel no nos recordó que estamos entre los 10 primeros más inequitativos a nivel mundial, con un coeficiente de Gini de 57,6, que implica en cristiano que el 20% de los pobladores más ricos de nuestro país se queda con el 61,8% de los ingresos que la Nación genera, y a ello hay que anotar que sólo el 10% más rico de la población está en real capacidad de financiar la atención hospitalaria.
Salud: en picada total
Con la venia de la Ley 100, los hospitales trabajan para atender a los más necesitados bajo el supuesto aval de un gobierno que les paga por atenderlos a tarifas poco rentables. Pero el Estado no sólo no cancela a tiempo sus deudas sino que entrega el dinero a otros para que paguen (EPS-ARS), y estos a su vez se toman su tiempo y hasta sus años para revisar con lupa las facturas y buscar glosas que demoren, traben o definitivamente impidan el saldar las deudas. Mientras tanto, el dinero que reciben del Estado y de los aportes de solidaridad de trabajadores y empleadores, les otorga excelentes rendimientos en el sistema financiero. Algunas de ellas están hoy en el podio de las 100 empresas más rentables del país (Salud Total, Saludcoop, Coomeva, Susalud) como lo señala la Revista Semana (edición No. 1.147) y periódico El Pulso (junio 2004). Así ellas crecen y hasta construyen clínicas propias, y los hospitales aunque trabajen día y noche y facturen y facturen se quiebran, en gran parte porque EPS y ARS no les pagan a tiempo por su labor.
Auditores de la Contraloría General de la República afirmaron en una entrevista con el diario El Tiempo (abril 17 de 2004): "Hay muchos intereses de por medio y, como en un juego de ajedrez, el sector privado mueve sus fichas para beneficiarse con decisiones del gobierno". Sus apreciaciones se dieron tras encontrar EPS que recortaban en medicamentos, exámenes y cirugías, mientras en las ARS se desviaban fondos y se presentaban afiliaciones dobles. Por su parte, la Supersalud también le acercó la lupa a las EPS y encontró casos que ameritaban especial investigación, por ejemplo Saludcoop EPS, a la cual la Superintendencia hoy le exige, entre otras cosas, que le devuelva al sistema de salud $195.000 millones y que desmonte inversiones que realizó por $79.000 millones (http://www.periodicoelpulso.com/html/jun04/general/general-05.htm); y ni qué decir de ARS cuyos problemas administrativos, desvío de fondos y desaparición de los mismos tienen alarmado al propio Ministerio con la corrupción que se devela está imperando en el sector salud, situación que llevó al propio presidente de la República a considerar su cierre definitivo. Lo grave es que la alternativa de entregar la responsabilidad a las 26 cajas de compensación familiar no le sonó a Fedecajas, cuyo director Danilo Vega (Portafolio, agosto 8 de 2004), consideró entre otras razones que el proyecto que modifica el régimen subsidiado, no especifica los requisitos técnicos de las ARS y deben licitar cada 3 años, sin tener claro el futuro de las no elegidas.
Pero si el Fosyga, los entes territoriales, la politiquería local y algunas ARS y EPS están funcionando mal, y sus omisiones y letargos han ayudando a quebrar a hospitales y a bajar los indicadores de la salud pública en Colombia, desde la disminución en las coberturas de vacunación, los incrementos en morbi-mortalidad, la aparición de enfermedades abolidas y la disminución en el número de camas por habitante, el propio Ministerio de la Protección Social tampoco se queda atrás con su granito de arena en todo este proceso que colapsó la aplicación de la Ley 100 en Colombia en algo más de una década de ejecución, como todo pareció evidenciarlo este mes de agosto con la crisis hospitalaria. Si Nicolás Maquiavelo estuviese presente se podría aseverar que aquel párrafo magistral de su obra en El Príncipe, se inspiró en nuestro país: "Los daños deben hacerse todos de una vez, porque cuanto menos se repitan, menos hieren; y los beneficios conviene ejecutarlos poco a poco, para que se saboreen mejor".
La Contraloría General de la República en su último informe del "Programa por el Buen Uso de los Recursos Públicos", con cifras, cuadros comparativos y nombres propios, dejó en evidencia que en el Ministerio de la Protección Social se presentan el 80% de todas las faltas que se pueden cometer en una entidad pública (ver también Portafolio, agosto 12 de 2004), ubicándose así en un nefasto primer lugar. Al leer el documento firmado por el propio Contralor, Antonio Hernández Gamarra, uno se queda más perplejo: "Ministerio de la Pro-tección Social: Por la responsabilidad directa de las entidades de este sector en el bienestar de los colombianos, es muy grave que algunas de sus entidades, especialmente de carácter estratégico como el ISS y el propio Ministerio de Protección Social, hayan tenido una baja calificación por su gestión en el año 2003. En general, es un sector que requiere máxima atención por el alto porcentaje de entidades no fenecidas (80.00%). Los datos muestran la baja calidad de la gestión administrativa de los hospitales públicos (ESE), lo cual explica, en parte, la precaria situación que están atravesando". Y agrega: "Lamentablemente este es uno de los sectores de más baja calificación dentro del conjunto del Estado, como se aprecia en la proporción de las entidades fenecidas respecto del promedio nacional. Muestra poca vocación de cambio y mejora de la gestión" (http://www. contraloria gen.gov.co:8081/internet/cartele ra/Archivos/432/Evaluacion GestionPublica.pdf)
Epitafio
La crisis hospitalaria actual ha puesto el epitafio definitivo sobre el desplome de la Ley 100 de 1993, con toda la tragedia social que avizoraban los expertos desde el inicio de la caída sucesiva de los indicadores de la salud pública, el no alcance de la meta de la cobertura universal y el aumento continuo del índice de pobreza de la población (64.3%). Lo más grave es que esta catástrofe se presenta en un momento histórico en que la polvareda deja un caos social y económico nacional que se convierte en el marco perfecto para los ojos avizores de los negociantes del sector privado y de las multinacionales de la salud que siempre ven "donde hay crisis, una oportunidad". Esto resultaría innegablemente más fastuoso en caso de aprobarse el TLC, pues crearían su propio paraíso económico apareciendo inicialmente como redentores: comprando hospitales en quiebra; contratando personal médico general, especializado y paramédico desempleado y acosado por las deudas; recibiendo todos los usuarios que el gobierno ordene y el mercado ofrezca; y organizando todos los contratos con la habilidad que los caracteriza ya en América Latina, con todas las garantías de pago y manejo de recursos, hasta que sean ellos quienes controlen "el mercado", impongan las políticas y hasta las leyes. Si los colombianos los dejan, llegaran primero como el ave fénix y luego podrán perpetuarse como pájaros de mal agüero, con las reglas del juego siempre a su favor.
Los investigadores económicos Iriart y Waitzkin en un artículo publicado por la Revista Escenario, titulado "El camino a la privatización del sistema de salud", explican que con un gasto en salud estimado en US$120.000 millones de dólares en América Latina (US$412 per cápita anual), llegaron a la región empresas estadounidenses Aetna, Cigna, American International Group (AIG), International Medical Group (IMG), Prudential, International Managed Care Advisors (IMCA), y Blue Cross & Blue Shield, buscando posicionarse en el mercado de la salud, instalándose primero en el sector privado para luego ingresar en el sector estatal y paraestatal. Así lo hicieron con éxito en el mercado estadounidense, donde lograron presionar políticas a su favor, y luego ingresaron en Chile y Argentina, efectuando una integración vertical al estilo de las MCOs de Estados Unidos. En Suramérica, dicen los investigadores, su acceso fue facilitado por las "reformas a la salud" instauradas en todos los países por las imposiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), por el alto PIB invertido en el sector de la seguridad social, la concentración de la riqueza, el deterioro general del sector estatal y de la seguridad social, provocado por las políticas de restricción de gastos públicos, de disminución de cargas sociales para el sector empresarial, la desregulación y la corrupción, que favoreció que un amplio sector de la población buscara cobertura de seguros en el sector privado. Iriart y Waitzkin aseguran que el proceso de desregulación "ha conducido a que se admita legalmente la posibilidad de que la seguridad social brinde un piso mínimo de servicios con los aportes y contribuciones establecidos por ley, y que los afiliados paguen de su bolsillo por coberturas más amplias o por acceder a hospitales y clínicas más caros". Analizando el presente y avizorando el futuro… ¿Algún parecido con nuestra realidad?.
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