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Camille
Claudel o las formas del deseo  |
Adolfo
Ramírez Corona - Filósofo, escritor e investigador
mexicano |
Es ya de noche. Es el
año de 1876. El Deseo, creador de todas las cosas,
invade lentamente la habitación de una niña
dormida, de catorce años apenas, llamada Camille Claudel.
Penetra intempestivamente entre sus cobijas y recorre centímetro
a centímetro la piel de su cuerpo. Explora cada uno
de sus planos, ángulos y profundidades. Rastrea con
su tacto cada uno de sus pliegues. Descubre volúmenes
incipientes y curvas que apenas se forman. La invade toda.
Camille despierta y siente el Deseo. Se mira a sí misma
mujer y no niña. No entiende aún de qué
esta hecha la materia informe que la ha asaltado durante la
noche. La intuye solamente. No sabe si escapar de ella o dejarse
alcanzar. Sabe, si acaso, que tendrá que buscar darle
forma en algún otro pedazo de arcilla o mármol.
Sospecha, también, que el Deseo es una experiencia
que no se olvida. Un extraño que a veces nos persigue
y otras le perseguimos.
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El Deseo ha encontrado
a Camille Claudel. Camille Claudel le ha dado forma al deseo.
Es tarde: el Deseo no dejará de perseguirle y ella
no dejará de darle forma.
Para 1888 su Deseo adquiere síntomas de obsesión
con un proyecto escultórico que perseguirá a
Camille a lo largo de varios años de su existencia:
Sakountala. Si, la Sakountala del drama hindú escrito
por Kalidasa. La bella y pura mujer a la que el rey Dusyanta
le pide perdón de rodillas por no haber cumplido su
promesa ni haberla reconocido a ella y a su hijo. La escultura
de Camille trata de reflejar el encuentro final de este drama
amoroso. Sakountala es ejemplo de castidad y fidelidad conyugal
llevada a la máxima abnegación. Es obvio que
la relación de Camille con Rodin ha traído cambios
en lo sentimental y lo artístico. Camille cree fervientemente
en la posibilidad de consumar el Deseo. Esta enamorada.
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El Deseo toma forma en Camille. Camille
toma forma en Sakountala. En gran formato, los cuerpos de
la pareja están a una escala ligeramente mayor a la
real. Los músculos pronunciados un poco más
de lo normal, pero conservando de manera estricta las proporciones
de la figura humana. La pieza forma una unidad sólida
y firme, de gran cohesión y sencillez plástica.
Así como Sakountala se funde casi con Dusyanta en la
escultura, la técnica y el estilo de Camille se contagia
del de su maestro y amante Auguste Rodin, aunque ya distinguimos
elementos propios y constantes de Camille y su Deseo: la cabeza
femenina inclinada en relación al cuerpo, la promesa
en barro de detalles finos y texturas sensuales, y, lo más
importante, una preeminencia de lo expresivo sobre el instantáneo.
En Rodin, es prioritario capturar el "instante decisivo"
(valga la expresión fotográfica) y plasmarlo
en lo geométrico.
En Camille ese instante está dado en la expresividad
y las emociones de los personajes que su arte crea y recrea.
La imagen del joven rey hindú que aparece hincado pidiendo
perdón frente a la madre de su hijo, no constituye
un momento o instante esencial en el drama de Kalidasa.
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Sakountala
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The Implorer - 1900 |
Es la escena culminante
de un drama lleno de pasión y dolor. Camille Claudel
lo entiende, y a su vez lo escenifica en la imagen tridimensional.
El discípulo se aleja del maestro.
En 1895, Camille Claudel termina El Vals. Una escultura en
bronce de la que logra arrancar un dinamismo sorprendente.
La pareja de bailarines que la constituyen apenas se sostienen.
Casi salen del espacio virtual de la escultura rompiendo sus
ataduras con la roca para alejarse a danzar libremente por
el salón imaginario. La tensión aumenta por
el modo en que en un juego de ilusión perfecto los
rostros de ambos amantes se entre tocan.
Esto gracias al movimiento y la velocidad de una fuerza centrífuga
y centrípeta invisible que nace de su mismísimo
centro de gravedad. Idéntica fuerza que permite a los
amantes mantenerse estrechamente unidos a pesar de acariciarse
sólo suave y delicadamente por el talle y por la mano.
El Vals de Camille no captura el movimiento. Lo ejecuta. Lo
hace emerger y le da libertades. Lo dota de espacios. 
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Le abre dimensiones. Lo
mantiene perpetuo. El Deseo gira vertiginoso en las manos de
Camille para darse significado en el lenguaje de las formas.
Pero el Deseo no conoce de lenguajes. Es Camille la que logra
dar con ellos. Por momentos cree que controla ese Deseo que
ocupa su cuerpo y es la causa de sus desvelos. Pulsión
exigente en el pecho que busca hacerle el amor a sus imágenes.
Poco antes de hacer manifiesto el hecho de ser perseguida y
de que los doctores la internaran en un "hospital para
enfermos mentales", Sakountala reaparece, pero esta vez
sin ese nombre. Muchas cosas han cambiado. Ha roto con Rodin
en lo sentimental, artístico y académico. Su Sakountala
también ha roto con la creencia en la fidelidad conyugal
y la abnegación. Ahora recibe otro nombre: El Abandono.
La nueva pieza respeta a la primera en lo superficial. Salvo
porque esta segunda está hecha en mediano formato, parecen
a simple vista, copia la una de la otra. Pero no es así.
El Abandono se aleja de Sakountala en su solidez y cohesión.
Esta vez, algunas partes parecen no respetar las proporciones
geométricas y el espacio virtual de la escultura. Mucho
menos la proporción de la figura humana. A Camille ya
no le interesa respetar a su maestro, ya no cree en su amante,
se siente perseguida, finalmente, por su Deseo.
Las pantorrillas del hombre que aparece hincado (ya no podemos
decir que sea el rey Dusyanta) son más largas de lo normal
y carecen de los músculos subrayados. Son delgadas y
separadas. Los pies salen de la base. La escultora nos deja
ver aquello que antes únicamente se podía tocar.
El cuerpo de la mujer también ha perdido peso. Se ha
estilizado. Ya no carga con la fuerza de la abnegación:
padece la soledad y la pérdida. Es la abandonada.
Aunque el amante regrese y le pida perdón nada podrá
liberarla de la certeza inexorable de saber que el Deseo nunca
se acaba de consumar, que nos alejamos de nuestro primer encuentro
con él sólo para que nos persiga una y otra vez.
Sakountala, virgen y mártir, no lo sabía. El Abandono
de Camille sí lo sabe: estamos ante una de sus piezas
más significativas y simbólicas. La prueba irrefutable
de que la escultura de Claudel nos revela la fragilidad de la
vida humana. Fragilidad plasmada en roca sólida, en bronce
inquebrantable. Deseo y fragilidad que ni el mismo Rodin pudo
plasmar en su obra.
Auguste Rodin dijo de ella: "Yo le mostré donde
encontrar oro, pero el oro que ella encuentre le pertenece".
Y Camille Claudel lo encontró... al lado del Deseo.
Tomado de http://adolforamirez.com/archivo/camille_claudelID0058.html |
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