La preocupación
de las organizaciones de salud por el tema de las infecciones
intra-hospitalarias es cada vez mayor, motivado en primer lugar
por la morbilidad, la mortalidad, y los costos que ello representa,
y en segundo lugar porque cada vez estamos tratando pacientes
más conscientes y más competentes, que exigen,
lo que Hipócrates pedía hace muchos miles de años:
Ante todo no hacer daño (Primum non
nocere). Si bien es cierto que no todas las infecciones
intra-hospitalarias son evitables, también es cierto
que una proporción de ellas sí lo son.
Como si fuera poco, las infecciones intra-hospitalarias, cada
vez con más frecuencia, son producidas por microorganismos
multi-resistentes a los anti-microbianos, generando una relación
que contribuye no sólo a perpetuar el problema sino a
agravarlo, haciendo aún más difícil su
control. A todo esto contribuye el uso inadecuado de antibióticos,
como otro problema más a controlar y a combatir.
Para nadie es un secreto que el control de las infecciones intra-hospitalarias
es el principal indicador de calidad de la atención en
las instituciones de salud, y en esta época en la que
los organismos internacionales impulsan la iniciativa de trabajar
en pro de la seguridad del paciente, este es uno de los temas
que aparece priorizado, invocando la estrategia más económica
y costo-efectiva para prevenirlas: el lavado de manos.
Desde los orígenes de las medidas de higiene de las manos
para controlar las infecciones, con Ignaz Semmelweis como uno
de los pioneros -quien antes de la Teoría de los
gérmenes recomendó el lavado de las manos
con jabón y un desinfectante para prevenir la fiebre
puerperal-, hasta nuestros días, mucho se ha escrito
acerca de las medidas para el control de las infecciones intra-hospitalarias;
y la responsabilidad de ponerlas en práctica, recae sobre
las personas: los administradores, el personal asistencial,
el personal de apoyo, y el paciente y su familia. Se pudiera
en este momento afirmar, sin temor a exagerar, que respecto
de dichas medidas de control, todo está escrito.
Lo que no está escrito es cómo lograr que las
personas las pongan en práctica.
Parece poco creíble que si el trabajador de la salud
fue formado precisamente para cuidar la salud de las personas,
él esté contribuyendo, así sea de una manera
aparentemente inconsciente a deteriorarla, al llevar un microorganismo
de un paciente infectado a otro que no lo está, simplemente
porque no se ha realizado una adecuada higiene de manos, porque
ha violado una norma de aislamiento, o ha contribuido a agravar
el problema porque ha utilizado mal un antibiótico.
Cada vez que en los diferentes foros internacionales, nacionales
o locales, se analiza el tema de la poca adherencia de los trabajadores
de la salud a las medidas de control de infección, se
concluye que lo existente es un problema de actitud; pero más
allá de esto, ¿no será que se está
incurriendo en un problema ético? ¿No será
que si conociendo la norma y disponiendo de los recursos para
cumplirla, no se hace, lo que se trata es de un asunto de negligencia
y mala práctica?
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