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Hernando
Guzmán Paniagua Periodista - elpulso@elhospital.org.co
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Es tan antiguo el terror como el hombre, tan añejos
los relatos sobrenaturales como la misma escritura. Pese al
veto de muchos intelectuales, y pese al miedo atávico
al miedo en la mayoría de los mortales, la literatura
fantástica y de terror son unas de las más ricas
vetas literarias. H.P. Lovecraft, sumo pontífice de lo
sobrenatural y gran experto en el tema, comienza su libro El
horror en la literatura diciendo que el miedo es la emoción
más antigua y más intensa del hombre, y el miedo
más arraigado es el miedo a lo desconocido. En su dimensión
profunda y noble, el relato espectral es expresión del
lado oscuro del hombre, de su inconsciente, es poesía
que se desliza en las tinieblas.
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Valorar el terror como acto literario,
es desmontar la falsa disyuntiva entre realidad y fantasía,
herencia racionalista. Cortázar dijo: lo real
es lo fantástico, es tan real el sueño
como lo soñado, tan cierta la realidad visible como
la invisible. Wilde dirá: Creo en todas las cosas,
siempre y cuando sean increíbles. Realidad y
fantasía no son polos opuestos sino dos aspectos de
la experiencia humana. Los orígenes del terror en la
literatura están en el folklore más antiguo
de todas las razas, en textos sagrados arcaicos; en la magia
ceremonial de Egipto y las naciones semíticas, con
testimonios como El Libro de Enoch y La clavícula de
Salomón. Siguen en el Medioevo europeo con tradiciones
orientales de brujas, vampiros, hombres-lobos y otros monstruos,
con la herencia teutónico-nórdica, los cultos
nocturnos de unos legendarios chaparros mongoles que se cree
fueron enterrados en las naciones célticas (Escocia,
Irlanda, Gales, Cornualles y Bretaña), los aquelarres
en las noches de Walpurgis y de Todos los Santos. De ahí
la rica mitología de estos pueblos.
Todas estas expresiones generan en muchos países de
Europa obras importantes del género fantástico
y de terror, pero sólo en Inglaterra y Estados Unidos
surge una verdadera corriente literaria de este tipo. ¿Por
qué? Foucault lo atribuye al espíritu melancólico
inglés derivado del frío, la humedad y la inestabilidad
del tiempo. En verdad, es la sumatoria de factores: una dinámica
cultural y política de varias centurias que cuaja entre
los siglos 17 y 18, la herencia mágico-religiosa de
los celtas, las contraculturas opuestas al racionalismo y
al conservadurismo dominantes, y la crisis de desempleo, pobreza
y descomposición social. Lovecraft anota que para participar
del horror hay que transgredir las normas de la realidad cotidiana,
trascender el mundo de la apariencia, y ve la literatura espectral
como rama estrecha aunque importante de la expresión
humana que atraerá, principalmente, a un número
reducido de lectores dotados de una sensibilidad especial.
Las clases superiores pierden la fe en lo sobrenatural en
los siglos 17 y 18, viene una etapa de racionalismo clásico,
luego en la época de la reina Ana se traducen relatos
orientales y a mediados del siglo 18 despierta un espíritu
romántico que añora el goce de la naturaleza,
el esplendor del pasado, los sucesos extraños y los
actos valerosos. Así surge una escuela narrativa de
gran huella: la novela gótica, que combina lo heroico
y caballeresco, y los ímpetus románticos, en
escenarios tenebrosos, húmedos, neblinosos y poblados
de fantasmas, como castillos y monasterios.
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La era victoriana (1840-1890),
período clave para la incubación de la literatura
fantástica y de terror, ve florecer un fenómeno
literario singular: los cuentos de hadas, seres sobrenaturales
de los países célticos. Evans-Wentz considera
las hadas parte del espíritu animista universal, habitantes
de un mundo invisible, y al Rey Arturo, primer héroe
de Gales, reencarnación de una divinidad solar. El origen
de las hadas, dice Wentz, empezó cuando el Ángel
rebelde sublevó a los ángeles para fundar su propio
imperio, muchos se le unieron y el cielo se estaba quedando
vacío.
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Alarmado,
Dios ordenó cerrar las puertas del Cielo y también
las del Infierno, unos ángeles quedaron dentro de esos
reinos, pero otros no alcanzaron a entrar a ninguno, entonces
volaron a la tierra y se alojaron en sus cavidades: así
se formó la estirpe de las hadas; el País de las
Hadas, agrega, existe como estado sobrenatural de la conciencia.
En el prólogo de Cuentos de hadas victorianos, Jonathan
Cott concluye: La causa real de la magnitud de la literatura
infantil en la era victoriana es que, por vez primera, hombres
y mujeres pudieron explorar su sensibilidad infantil sin necesidad
de disculpar sus deseos y sin tener que recurrir a coartadas.
Y añade que los cuentos de hadas recuperan la sabiduría
telúrica y animista que la tendencia dominante de la
cultura victoriana se empeñaba en reprimir, así
como para Steven Marcus la pornografía victoriana es
espejo de su canon imperante de decencia. Bachelard
alude al Zodíaco de la memoria, que nos retrotrae
a las fuentes del ensueño, una especie de nostalgia de
la nostalgia en la que nuestro ser anterior se ve a sí
mismo redivivo. Y Novalis dice: Dentro de nosotros,
o en ninguna parte, está la eternidad con todos sus mundos,
los pasados y los futuros.. Rafael Llopis, experto en
literatura sobrenatural, dice por ejemplo del genio de Providence:
Leer a Lovecraft no es una evasión: es una invasión.
Para sus detractores, la literatura de terror es basura, y esta
actitud proviene del desprestigio de lo terrorífico,
secuela de las malas obras del género, de la porno-violencia
y del porno-terror posmodernos, de la ignorancia de las dimensiones
de esta literatura y de las posturas dogmáticas y reduccionistas
frente al hecho literario. Sabios y cultores del género
fantástico como Borges, Cortázar e Ítalo
Calvino, postulan que cualquier clase de literatura posee obras
de distintos grados de calidad. En un Manifiesto en defensa
de la literatura de terror (marzo, 2000), Rubén Ruiz
expresó: El género de terror puede ser muy
comercial o puede no serlo. Stephen King es el escritor mejor
pagado de la historia y Lovecraft murió sin haber publicado
un solo libro. El mismo Lovecraft consideraba el éxito
comercial como algo impropio de un caballero. |
| El
terror: ingrediente de la vida |
El género
fantástico y el terror en especial, se reconocen por
la atmósfera. Lovecraft distingue el auténtico
miedo, que es sobrenatural, temor a lo ignoto e inexplicable,
del simple miedo físico y de lo materialmente espantoso:
asesinatos secretos, huesos ensangrentados, etc. Entonces, al
margen de esa atmósfera, hay ingredientes del horror
en obras de cualquier género no-terrorífico. No
hay escrito, por piadoso, serio o realista que sea, que no contenga
algún motivo de estremecimiento.
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La Sagrada
Biblia trae ejemplos innumerables: los ángeles paralizaban
temporalmente a quienes los veían y realizaban prodigios
tan aterradores como enceguecer a los habitantes de Sodoma.
Apoteosis del miedo son la destrucción de Sodoma y Gomorra,
el diluvio universal, las visiones del profeta Ezequiel, repetidas
y aumentadas en el Apocalipsis, donde la Bestia de 7 cabezas,
el dragón infernal y los Cuatro Jinetes, no son imágenes
propiamente amables. Qué tal esto:
se sintió
un gran terremoto, y el sol se puso negro como un saco de silicio
(Apoc. 6:12). O bien:
se vio caer en el mar como
un grande monte todo de fuego, y la tercera parte del mar se
convirtió en sangre (Apoc. 8:8). No en vano la
palabra apocalíptico es sinónimo de catastrófico
y terrorífico. La crucifixión de Jesús
es un relato morbosamente horrorizante y terribles la teofanía
del Sinaí y las matanzas en los reinos de Israel y Judá.
En la novela romántica sí que hay episodios o
personajes terroríficos; al cabo, corrientes afines.
En novelas como Los Miserables de Víctor Hugo, la persecución
de Jean Valjean tiene varios clímax de terror puro. Las
descripciones y el propio Cuasimodo le dan caracteres góticos
a Nuestra Señora de París. Pasajes de Madame Bovary
de Flaubert son elocuentes: La idea de que acababa de
escapar a la muerte, casi la hizo desmayarse de terror:
Es episodio paralelo con el vértigo de El demonio de
la perversidad de Poe. Al relatar en crescendo el momento en
que Carlos Bovary comprueba la infidelidad de Emma, Flaubert
recurre al terror psicológico, propio de grandes autores
de miedo, y el sueño de Carlos abrazando a una Emma que
se convierte en podredumbre, nada tiene que envidiar a El extraño
caso del Señor Valdemar de Poe, o a aquella masa informe,
semilíquida y con ojos fulgurantes en la mitad, en que
se convirtió un personaje de Arthur Machen (Los 3 impostores),
luego de beber el Vinum Sabatti, licor de los aquelarres.
La Vorágine de Jorge Eustasio Rivera no se queda atrás;
el grito de ¡Estamos perdidos! que el autor
compara con el ¡Sálvese quien pueda!,
es un clímax de terror, y el hermoso monólogo
que empieza: ¡Ah, selva, esposa del silencio, madre
de la soledad y la neblina, ¿qué hado maligno
me dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones
de tus ramajes, como inmensa bóveda, están siempre
sobre mi cabeza..., contiene elementos típicos
del relato gótico. En la novela histórica quizás
un buen ejemplo es Walter Scott, quien fuera de las obras propiamente
de horror, tiene otras aderezadas con sus ingredientes: Ivanhoe,
Rob Roy, El pirata, El monasterio, El talismán, entre
otras.
Don Quijote, sin atmósfera de terror, intercala elementos
como los carros de las cortes de la muerte, los galeotes o la
Santa Hermandad que rememora la fatídica Inquisición
Española y pasajes de la más pura fantasía
como La cueva de Montesinos. ¿No es aterrador el pasaje
de la masacre de las bananeras en Cien años de soledad?
¿Tragedias griegas como Electra o Edipo Rey no muestran
la peor violencia intrafamiliar? Y en Julio Verne, ¿no
es horror el Capitán Hatteras, atrapado por los hielos,
Héctor Servadac lanzado por un cataclismo a un viaje
por el sistema solar, o El castillo de los Cárpatos en
la fantasmal Transilvania? |
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| Monstruos y compañía |
El universo del terror literario es
una gema de mil visos, un caleidoscopio que a cada instante
nos da nuevos motivos de asombro. Tantos modos y estilos, borran
todo esquematismo; muchos exponentes son inclasificables, empezando
por el Gran Maestre de la orden, Poe, que ante todo es uno de
los grandes genios de la narrativa moderna.
Edgar Allan Poe, iniciador del relato policíaco, gran
periodista, rey de lo macabro, poeta neo-romántico, compendia
en sí mismo la multiformidad del terror literario. |
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Cortázar clasifica así sus cuentos:
De terror: El pozo y el péndulo (la tortura
sicológica y la muerte cercana a manos de la Inquisición),
El tonel de amontillado, La máscara de la muerte roja;
metafísicos como Revelación mesmérica;
analíticos: la trilogía policíaca
de Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie
Roget y La carta robada, que inspiraron a Conan Doyle su Sherlock
Holmes y al francés Gaston Leroux El misterio del cuarto
amarillo y El perfume de la dama de noche; sobrenaturales:
Eleonora, Berenice, Morella, Ligeia y La caída de la
Casa Usher. Cuentos como Silencio, y Ligeia, rescatan la dimensión
poética. En Metzergenstein explora la metempsicosis (reencarnación);
en Hop Frog un enano bufón quema vivos a todos los miembros
de una corte, El corazón delator es el sadismo criminal;
El entierro prematuro es la angustia inefable del enterrado
vivo y de su propios ataques de catalepsia; El demonio de la
perversidad, relato psicológico y moral.
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Howard Phillips Lovecraft, el otro gran
genio, pilotea con Poe la nave fantasma.Lovecraft, poeta
de los universos paralelos como lo llama Jacques Bergier
en El retorno de los brujos, sin la versatilidad intelectual
de Poe, es el artista centrado en el horror. En él
lo sobrenatural alcanza los contornos más claros. Siempre
se reclamó discípulo de Poe y de Lord Dunsany,
un inglés inclasificable, de quien aprendió
el amor a los mundos extraños. Su reino no es de este
mundo. De ahí sus monstruos gelatinosos, sus seres
informes y abominables, sus ritos exóticos y sus códices
extraños como el Necronomicón. Célebres
son obras suyas como Los Mitos de Cthulu (inspirado en La
casa en el confín de la tierra del inglés William
Hope Hodgson), Viajes de ultratumba, En las montañas
de la locura, entre otros textos sobrenaturales y de otros
poético-alegóricos como Umbrales.
El subgénero de misterio se confunde a veces con lo
policíaco y la moderna novela negra. Lo espectral da
forma a una larga y rica tradición de fantasmas: Walter
Scott los recrea en La dama del lago y La novia de Lammermoor,
y otras obras; M.R. James es sinigual en este campo, con sus
catedrales, como de Gaston Leroux el clásico Fantasma
de la ópera, El sillón embrujado, y otras obras
de misterio. Lo fantasmal es a su vez ingrediente del relato
gótico: La neblina no falta en los castillos, conventos
y mansiones hórridas; el vampiro hematófago
se transforma en niebla. El inglés Blackwood es experto
relator de cuentos de casas abandonadas, abundantes en Londres,
donde noche a noche los fantasmas reconstruyen los crímenes
cometidos allí (La casa vacía). La brujería
es tema recurrente: Cartas de demonología y brujería
de Walter Scott; cuentos del estadounidense Hawthorne, descendiente
de un ministro que quemó muchas brujas en Salem; Último
Acto: Octubre de Tigrina, cuenta una terrible venganza; y
el galés Arthur Machen, medievalista especializado
en ocultismo, brujería, cristianismo y rituales célticos
(Los 3 Impostores, El gran dios Pan, La colina de los sueños,
La pirámide de fuego), con Blackwood, perteneció
a la Orden Hermética del Alba Dorada.
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El vampirismo es uno de los temas
más recurrentes del terror y una de las alegorías
de la inmortalidad, Transilvania es su Meca y Gran Bretaña
el crisol; su primer gran artífice Bram Stocker, con
el superclásico Drácula, e integrante de la gran
trilogía irlandesa del horror con Joseph Sheridan Le
Fanu y Charles Robert Maturin. Escribió también
La dama del sudario. Otras buenas piezas: Carmilla de Sheridan
Le Fanu, primera novela moderna de vampiros; El vampiro de John
Polidori; Cenizas con cenizas, Muerte con muerte de Sathanas
Rehan y John Edwards; La muñeca sangrienta de Leroux,
etc. Otro inglés muy versátil es Walter De La
Mare (Memorias de una enana), descendiente de protestantes franceses
como Maturin y Le Fanu. La otra cara de la inmortalidad la encarnan
Frankestein o El moderno Prometeo de Mary Shelley y la obra
paralela El golem de Meyrink, novela maestra del género,
sobre la creación de un hombre-robot de barro, animado
mediante una fórmula cabalística. |
El hombre-lobo se pasea asesante por toda la
historia del terror, desde Petronio y Plinio Apuleyo hasta Negra
aventura de Robert Madle.
El subgénero gótico arranca en firme con El castillo
de Otranto del inglés Horace Walpole, primera gran novela
(1764) y tiene su canto de cisne con Melmoth el errabundo del
Reverendo Maturin (1820), obra maestra del pacto diabólico,
muy recurrente (El diablo de la botella de Stevenson, El doctor
Fausto de Goethe, Alimento para demonios de Everett Evans);
sobresalen también Mathew Gregory Lewis con El monje,
Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe, etc. Otros temas socorridos
son la novia muerta (Flegón inspira a Goethe La novia
de Corinto, El estudiante alemán de Irving, La Venus
de Ille de Merimée), y el barco fantasma (El holandés
errante), antigua leyenda de nave guiada por demonios o no-muertos
y del capitán condenado a errar por los mares hasta que
una mujer lo ame de verdad. Otros cultores de lo espectral y
macabro son Ambrose Bierce y su cáustico humor negro,
Robert Block (Psicosis), Sewell Peasle Wright (Los muertos andan
con suavidad, terrible cuento de necromancia), La escudilla
de cobre de George Fielding Eliot (tortura con ratas), Ente
de blasfemia de Laurajean Ermayne (un hombre metido en un cuerpo
de mujer) y Walt Liebsche: La mañana en que los pájaros
se olvidaron de cantar.
La vertiente de ciencia-ficción, no siempre terrorífica,
pero siempre misteriosa y satírica, tiene artistas connotados
como H.G. Wells (La guerra de los mundos), Rad Bradbury (Crónicas
marcianas, Decorado en la noche), Isaac Asimov, entre los menos
macabros; y relatos espeluznantes como El habitante de las profundidades
de Marte de Clark Ashton Smith, Theodore Sturgeon (El monumento
atómico con Alden Lorraine), y Samuel Rusell (Un mundo
maldito); de este cuento cito como reflexión final la
frase de unos extraterrestres al descubrir la tierra: Los
Nolari hemos descubierto un mundo que llega al extremo de la
perversidad y el horror, un mundo que se burla de las más
sagradas leyes de la naturaleza y de la vida |
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