MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 9    No. 106 JULIO DEL AÑO 2007    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Hernando Guzmán Paniagua Periodista - elpulso@elhospital.org.co
Es tan antiguo el terror como el hombre, tan añejos los relatos sobrenaturales como la misma escritura. Pese al veto de muchos intelectuales, y pese al miedo atávico al miedo en la mayoría de los mortales, la literatura fantástica y de terror son unas de las más ricas vetas literarias. H.P. Lovecraft, sumo pontífice de lo sobrenatural y gran experto en el tema, comienza su libro El horror en la literatura diciendo que el miedo es la emoción más antigua y más intensa del hombre, y el miedo más arraigado es el miedo a lo desconocido. En su dimensión profunda y noble, el relato espectral es expresión del lado oscuro del hombre, de su inconsciente, es poesía que se desliza en las tinieblas.
Valorar el terror como acto literario, es desmontar la falsa disyuntiva entre realidad y fantasía, herencia racionalista. Cortázar dijo: “lo real es lo fantástico”, es tan real el sueño como lo soñado, tan cierta la realidad visible como la invisible. Wilde dirá: “Creo en todas las cosas, siempre y cuando sean increíbles”. Realidad y fantasía no son polos opuestos sino dos aspectos de la experiencia humana. Los orígenes del terror en la literatura están en el folklore más antiguo de todas las razas, en textos sagrados arcaicos; en la magia ceremonial de Egipto y las naciones semíticas, con testimonios como El Libro de Enoch y La clavícula de Salomón. Siguen en el Medioevo europeo con tradiciones orientales de brujas, vampiros, hombres-lobos y otros monstruos, con la herencia teutónico-nórdica, los cultos nocturnos de unos legendarios chaparros mongoles que se cree fueron enterrados en las naciones célticas (Escocia, Irlanda, Gales, Cornualles y Bretaña), los aquelarres en las noches de Walpurgis y de Todos los Santos. De ahí la rica mitología de estos pueblos.
Todas estas expresiones generan en muchos países de Europa obras importantes del género fantástico y de terror, pero sólo en Inglaterra y Estados Unidos surge una verdadera corriente literaria de este tipo. ¿Por qué? Foucault lo atribuye al espíritu melancólico inglés derivado del frío, la humedad y la inestabilidad del tiempo. En verdad, es la sumatoria de factores: una dinámica cultural y política de varias centurias que cuaja entre los siglos 17 y 18, la herencia mágico-religiosa de los celtas, las contraculturas opuestas al racionalismo y al conservadurismo dominantes, y la crisis de desempleo, pobreza y descomposición social. Lovecraft anota que para participar del horror hay que transgredir las normas de la realidad cotidiana, trascender el mundo de la apariencia, y ve la literatura espectral como “rama estrecha aunque importante de la expresión humana que atraerá, principalmente, a un número reducido de lectores dotados de una sensibilidad especial”. Las clases superiores pierden la fe en lo sobrenatural en los siglos 17 y 18, viene una etapa de racionalismo clásico, luego en la época de la reina Ana se traducen relatos orientales y a mediados del siglo 18 despierta un espíritu romántico que añora el goce de la naturaleza, el esplendor del pasado, los sucesos extraños y los actos valerosos. Así surge una escuela narrativa de gran huella: la novela gótica, que combina lo heroico y caballeresco, y los ímpetus románticos, en escenarios tenebrosos, húmedos, neblinosos y poblados de fantasmas, como castillos y monasterios.
La era victoriana (1840-1890), período clave para la incubación de la literatura fantástica y de terror, ve florecer un fenómeno literario singular: los cuentos de hadas, seres sobrenaturales de los países célticos. Evans-Wentz considera las hadas parte del espíritu animista universal, habitantes de un mundo invisible, y al Rey Arturo, primer héroe de Gales, reencarnación de una divinidad solar. El origen de las hadas, dice Wentz, empezó cuando el Ángel rebelde sublevó a los ángeles para fundar su propio imperio, muchos se le unieron y el cielo se estaba quedando vacío.
Alarmado, Dios ordenó cerrar las puertas del Cielo y también las del Infierno, unos ángeles quedaron dentro de esos reinos, pero otros no alcanzaron a entrar a ninguno, entonces volaron a la tierra y se alojaron en sus cavidades: así se formó la estirpe de las hadas; el País de las Hadas, agrega, “existe como estado sobrenatural de la conciencia”. En el prólogo de Cuentos de hadas victorianos, Jonathan Cott concluye: “La causa real de la magnitud de la literatura infantil en la era victoriana es que, por vez primera, hombres y mujeres pudieron explorar su sensibilidad infantil sin necesidad de disculpar sus deseos y sin tener que recurrir a coartadas”. Y añade que los cuentos de hadas recuperan la sabiduría telúrica y animista que la tendencia dominante de la cultura victoriana se empeñaba en reprimir, así como para Steven Marcus la pornografía victoriana es “espejo de su canon imperante de decencia”. Bachelard alude al Zodíaco de la memoria, “que nos retrotrae a las fuentes del ensueño, una especie de nostalgia de la nostalgia en la que nuestro ser anterior se ve a sí mismo redivivo”. Y Novalis dice: “Dentro de nosotros, o en ninguna parte, está la eternidad con todos sus mundos, los pasados y los futuros.”. Rafael Llopis, experto en literatura sobrenatural, dice por ejemplo del genio de Providence: “Leer a Lovecraft no es una evasión: es una invasión”.
Para sus detractores, la literatura de terror es basura, y esta actitud proviene del desprestigio de lo terrorífico, secuela de las malas obras del género, de la porno-violencia y del porno-terror posmodernos, de la ignorancia de las dimensiones de esta literatura y de las posturas dogmáticas y reduccionistas frente al hecho literario. Sabios y cultores del género fantástico como Borges, Cortázar e Ítalo Calvino, postulan que cualquier clase de literatura posee obras de distintos grados de calidad. En un Manifiesto en defensa de la literatura de terror (marzo, 2000), Rubén Ruiz expresó: “El género de terror puede ser muy comercial o puede no serlo. Stephen King es el escritor mejor pagado de la historia y Lovecraft murió sin haber publicado un solo libro”. El mismo Lovecraft consideraba el éxito comercial como algo “impropio de un caballero”.
El terror: ingrediente de la vida
El género fantástico y el terror en especial, se reconocen por la atmósfera. Lovecraft distingue el auténtico miedo, que es sobrenatural, temor a lo ignoto e inexplicable, del simple miedo físico y de “lo materialmente espantoso”: asesinatos secretos, huesos ensangrentados, etc. Entonces, al margen de esa atmósfera, hay ingredientes del horror en obras de cualquier género no-terrorífico. No hay escrito, por piadoso, serio o realista que sea, que no contenga algún motivo de estremecimiento.
La Sagrada Biblia trae ejemplos innumerables: los ángeles paralizaban temporalmente a quienes los veían y realizaban prodigios tan aterradores como enceguecer a los habitantes de Sodoma. Apoteosis del miedo son la destrucción de Sodoma y Gomorra, el diluvio universal, las visiones del profeta Ezequiel, repetidas y aumentadas en el Apocalipsis, donde la Bestia de 7 cabezas, el dragón infernal y los Cuatro Jinetes, no son imágenes propiamente amables. Qué tal esto: “…se sintió un gran terremoto, y el sol se puso negro como un saco de silicio” (Apoc. 6:12). O bien: “…se vio caer en el mar como un grande monte todo de fuego, y la tercera parte del mar se convirtió en sangre” (Apoc. 8:8). No en vano la palabra apocalíptico es sinónimo de catastrófico y terrorífico. La crucifixión de Jesús es un relato morbosamente horrorizante y terribles la teofanía del Sinaí y las matanzas en los reinos de Israel y Judá.
En la novela romántica sí que hay episodios o personajes terroríficos; al cabo, corrientes afines. En novelas como Los Miserables de Víctor Hugo, la persecución de Jean Valjean tiene varios clímax de terror puro. Las descripciones y el propio Cuasimodo le dan caracteres góticos a Nuestra Señora de París. Pasajes de Madame Bovary de Flaubert son elocuentes: “La idea de que acababa de escapar a la muerte, casi la hizo desmayarse de terror”: Es episodio paralelo con el vértigo de El demonio de la perversidad de Poe. Al relatar en crescendo el momento en que Carlos Bovary comprueba la infidelidad de Emma, Flaubert recurre al terror psicológico, propio de grandes autores de miedo, y el sueño de Carlos abrazando a una Emma que se convierte en podredumbre, nada tiene que envidiar a El extraño caso del Señor Valdemar de Poe, o a aquella masa informe, semilíquida y con ojos fulgurantes en la mitad, en que se convirtió un personaje de Arthur Machen (Los 3 impostores), luego de beber el Vinum Sabatti, licor de los aquelarres.
La Vorágine de Jorge Eustasio Rivera no se queda atrás; el grito de “¡Estamos perdidos!” que el autor compara con el “¡Sálvese quien pueda!”, es un clímax de terror, y el hermoso monólogo que empieza: “¡Ah, selva, esposa del silencio, madre de la soledad y la neblina, ¿qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones de tus ramajes, como inmensa bóveda, están siempre sobre mi cabeza...”, contiene elementos típicos del relato gótico. En la novela histórica quizás un buen ejemplo es Walter Scott, quien fuera de las obras propiamente de horror, tiene otras aderezadas con sus ingredientes: Ivanhoe, Rob Roy, El pirata, El monasterio, El talismán, entre otras.
Don Quijote, sin atmósfera de terror, intercala elementos como los carros de las cortes de la muerte, los galeotes o la Santa Hermandad que rememora la fatídica Inquisición Española y pasajes de la más pura fantasía como La cueva de Montesinos. ¿No es aterrador el pasaje de la masacre de las bananeras en Cien años de soledad? ¿Tragedias griegas como Electra o Edipo Rey no muestran la peor violencia intrafamiliar? Y en Julio Verne, ¿no es horror el Capitán Hatteras, atrapado por los hielos, Héctor Servadac lanzado por un cataclismo a un viaje por el sistema solar, o El castillo de los Cárpatos en la fantasmal Transilvania?
 
Monstruos y compañía
El universo del terror literario es una gema de mil visos, un caleidoscopio que a cada instante nos da nuevos motivos de asombro. Tantos modos y estilos, borran todo esquematismo; muchos exponentes son inclasificables, empezando por el Gran Maestre de la orden, Poe, que ante todo es uno de los grandes genios de la narrativa moderna.
Edgar Allan Poe, iniciador del relato policíaco, gran periodista, rey de lo macabro, poeta neo-romántico, compendia en sí mismo la multiformidad del terror literario.
Cortázar clasifica así sus cuentos: De “terror”: El pozo y el péndulo (la tortura sicológica y la muerte cercana a manos de la Inquisición), El tonel de amontillado, La máscara de la muerte roja; “metafísicos” como Revelación mesmérica; “analíticos”: la trilogía policíaca de Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Roget y La carta robada, que inspiraron a Conan Doyle su Sherlock Holmes y al francés Gaston Leroux El misterio del cuarto amarillo y El perfume de la dama de noche; “sobrenaturales”: Eleonora, Berenice, Morella, Ligeia y La caída de la Casa Usher. Cuentos como Silencio, y Ligeia, rescatan la dimensión poética. En Metzergenstein explora la metempsicosis (reencarnación); en Hop Frog un enano bufón quema vivos a todos los miembros de una corte, El corazón delator es el sadismo criminal; El entierro prematuro es la angustia inefable del enterrado vivo y de su propios ataques de catalepsia; El demonio de la perversidad, relato psicológico y moral.
Howard Phillips Lovecraft, el otro gran genio, pilotea con Poe la nave fantasma.Lovecraft, “poeta de los universos paralelos” como lo llama Jacques Bergier en El retorno de los brujos, sin la versatilidad intelectual de Poe, es el artista centrado en el horror. En él lo sobrenatural alcanza los contornos más claros. Siempre se reclamó discípulo de Poe y de Lord Dunsany, un inglés inclasificable, de quien aprendió el amor a los mundos extraños. Su reino no es de este mundo. De ahí sus monstruos gelatinosos, sus seres informes y abominables, sus ritos exóticos y sus códices extraños como el Necronomicón. Célebres son obras suyas como Los Mitos de Cthulu (inspirado en La casa en el confín de la tierra del inglés William Hope Hodgson), Viajes de ultratumba, En las montañas de la locura, entre otros textos sobrenaturales y de otros poético-alegóricos como Umbrales.
El subgénero de misterio se confunde a veces con lo policíaco y la moderna novela negra. Lo espectral da forma a una larga y rica tradición de fantasmas: Walter Scott los recrea en La dama del lago y La novia de Lammermoor, y otras obras; M.R. James es sinigual en este campo, con sus catedrales, como de Gaston Leroux el clásico Fantasma de la ópera, El sillón embrujado, y otras obras de misterio. Lo fantasmal es a su vez ingrediente del relato gótico: La neblina no falta en los castillos, conventos y mansiones hórridas; el vampiro hematófago se transforma en niebla. El inglés Blackwood es experto relator de cuentos de casas abandonadas, abundantes en Londres, donde noche a noche los fantasmas reconstruyen los crímenes cometidos allí (La casa vacía). La brujería es tema recurrente: Cartas de demonología y brujería de Walter Scott; cuentos del estadounidense Hawthorne, descendiente de un ministro que quemó muchas brujas en Salem; Último Acto: Octubre de Tigrina, cuenta una terrible venganza; y el galés Arthur Machen, medievalista especializado en ocultismo, brujería, cristianismo y rituales célticos (Los 3 Impostores, El gran dios Pan, La colina de los sueños, La pirámide de fuego), con Blackwood, perteneció a la Orden Hermética del Alba Dorada.
El vampirismo es uno de los temas más recurrentes del terror y una de las alegorías de la inmortalidad, Transilvania es su Meca y Gran Bretaña el crisol; su primer gran artífice Bram Stocker, con el superclásico Drácula, e integrante de la gran trilogía irlandesa del horror con Joseph Sheridan Le Fanu y Charles Robert Maturin. Escribió también La dama del sudario. Otras buenas piezas: Carmilla de Sheridan Le Fanu, primera novela moderna de vampiros; El vampiro de John Polidori; Cenizas con cenizas, Muerte con muerte de Sathanas Rehan y John Edwards; La muñeca sangrienta de Leroux, etc. Otro inglés muy versátil es Walter De La Mare (Memorias de una enana), descendiente de protestantes franceses como Maturin y Le Fanu. La otra cara de la inmortalidad la encarnan Frankestein o El moderno Prometeo de Mary Shelley y la obra paralela El golem de Meyrink, novela maestra del género, sobre la creación de un hombre-robot de barro, animado mediante una fórmula cabalística.
El hombre-lobo se pasea asesante por toda la historia del terror, desde Petronio y Plinio Apuleyo hasta Negra aventura de Robert Madle.
El subgénero gótico arranca en firme con El castillo de Otranto del inglés Horace Walpole, primera gran novela (1764) y tiene su canto de cisne con Melmoth el errabundo del Reverendo Maturin (1820), obra maestra del pacto diabólico, muy recurrente (El diablo de la botella de Stevenson, El doctor Fausto de Goethe, Alimento para demonios de Everett Evans); sobresalen también Mathew Gregory Lewis con El monje, Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe, etc. Otros temas socorridos son la novia muerta (Flegón inspira a Goethe La novia de Corinto, El estudiante alemán de Irving, La Venus de Ille de Merimée), y el barco fantasma (El holandés errante), antigua leyenda de nave guiada por demonios o no-muertos y del capitán condenado a errar por los mares hasta que una mujer lo ame de verdad. Otros cultores de lo espectral y macabro son Ambrose Bierce y su cáustico humor negro, Robert Block (Psicosis), Sewell Peasle Wright (Los muertos andan con suavidad, terrible cuento de necromancia), La escudilla de cobre de George Fielding Eliot (tortura con ratas), Ente de blasfemia de Laurajean Ermayne (un hombre metido en un cuerpo de mujer) y Walt Liebsche: La mañana en que los pájaros se olvidaron de cantar.
La vertiente de ciencia-ficción, no siempre terrorífica, pero siempre misteriosa y satírica, tiene artistas connotados como H.G. Wells (La guerra de los mundos), Rad Bradbury (Crónicas marcianas, Decorado en la noche), Isaac Asimov, entre los menos macabros; y relatos espeluznantes como El habitante de las profundidades de Marte de Clark Ashton Smith, Theodore Sturgeon (El monumento atómico con Alden Lorraine), y Samuel Rusell (Un mundo maldito); de este cuento cito como reflexión final la frase de unos extraterrestres al descubrir la tierra: “Los Nolari hemos descubierto un mundo que llega al extremo de la perversidad y el horror, un mundo que se burla de las más sagradas leyes de la naturaleza y de la vida”
 



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