El personaje del
año en Medellín es, sin duda alguna, el Hospital
Universitario San Vicente de Paúl. Se deben destacar
tres aspectos: el humano, el científico y el tecnológico.
Admirable la visión de don Alejandro Echavarría
que emprendió la construcción de un hospital
que, para una ciudad de 200.000 habitantes en 1913, resultaba
monumental; a su muerte le dejó herencia como a un
hijo. Encargó los planos a Augusto Gavet, director
General de la Construcción Hospitalaria en Francia;
el resultado fue un Hospital de hermosas construcciones, amplitud
en las calles, alcobas frescas, iluminadas, amplias, mirando
sobre zonas verdes. Más parece un jardín botánico
que un centro hospitalario. No hago la lista de árboles
porque es interminable, bien podados y cicatrizados los cortes.
Todo acogedor, pacífico; debajo de una palma se lee
en un cartel "No parquee aquí porque pueden caer
hojas de palma": ni cortaron la palma ni prohibieron
parquear. La comida caliente, no hay vidrios rotos, todas
las ventanas abren y cierran; canecas de basura por doquier;
jamás un mal olor.
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Falta lo más
impactante: los pacientes que disfrutan de ese lugar son,
evidentemente, de estrato 1, 2 y 3; pasean por las calles
en bata verde, con su sonda en la mano y la botella colgando,
toman el sol o se sientan en bancas a la sombra; pueden recibir
a sus parientes visitantes en una terraza que parece corredor
de finca.
Los empleados ocupados, sin correr, contestan con amabilidad
y eficiencia; los médicos son sencillos en su trato.
Sin la menor duda, para los enfermos de estratos ínfimos
-muchos de los cuales padecen enfermedades terminales- los
días que pasan en el Hospital equivalen a la estadía
en un resort de cinco estrellas. Martín Alonso Gaviria,
quién recibió un trasplante de laringe dice
-El Colombiano 14 noviembre- que el equipo de profesionales
"son lomás bonito del mundo (....) en especial
el doctor Tintinago, quien es como un papá para mí,
la fonoaudióloga Clara Casas (....) es como mi mamá";
otro paciente que padecía una enfermedad hacía
más de un año fue atendido por los doctores
Carlos Morales -cirujano- y Omar Vesga -infectólogo-
y en ocho días estaba sano, de regreso a su casa.
Sin embargo, el aspecto humano no es sino el pico de un iceberg:
la verdadera gran fortaleza del Hospital es su capacidad científica,
la categoría de punta de su instalación tecnológica;
eso explica que alguno de los grupos de médicos investigadores
de la Universidad de Antioquia que trabajan en el San Vicente
gane, un año sí y otro también, premios
de ciencias de la Fundación Alejandro Ángel
Escobar. No sobra dar algunas cifras: en el Hospital se han
realizado 2.554 trasplantes de riñón -205 en
el 2002-; de hígado 60, de páncreas 16, de corazón
3; de médula más de 100.
Detrás de estos logros hay factores definitivos. Uno
es la vinculación de la importante compañía
alemana "Fresenios Medical Care", que al constatar
la seriedad de los trabajos que allí se realizaban,
se ha vinculado cada día más con la creación
y mantenimiento de un pabellón con equipos de diálisis
de la más alta categoría internacional. Otro
factor de éxito es el matrimonio -difícil de
mantener pero indisoluble y favorable a ambas partes- entre
el Hospital, privado, con la Universidad de Antioquia, pública.
La Universidad de Antioquia que por los años 50 estaba
a la cabeza en la América Latina, gracias al comunismo
durante los 70 y los 80, se vino abajo: perdió el nivel
académico y con ello la posibilidad de prestar el mejor
servicio posible a los pacientes en su mayoría desprotegidos.
A finales del siglo se inició su recuperación,
que con la rectoría del doctor Jaime Restrepo Cuartas
se disparó hasta volverla a colocar en un puesto de
avanzada. La Universidad, entre un gran número de aspirantes
a medicina, hace una selección por inteligencia, capacidad
y formación: a medicina entra lo mejor de lo mejor
y de ellos los mejores pasan al Hospital. En otras palabras,
la Universidad de Antioquia es la fábrica de cerebros
del Hospital San Vicente.
Es hora de que la industria, los dirigentes, los gobernantes,
la ciudadanía toda, comprenda que no se trata de una
obra de caridad enternecedora, sino de una entidad de la mayor
trascendencia a nivel de ciencia, investigación, trabajo
en equipo, motivo de orgullo para la ciudad, que merece un
apoyo entusiasta y sostenido. Hay que entender que el respaldo
no consiste solamente en ayuda económica -que seguramente
es bienvenida- sino en oportunidades de intercambios, becas,
facilitación de oportunidades, conexiones en el exterior,
etc. Aplauso y admiración para el Hospital de San Vcente.
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