MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 5    NO 51    DICIEMBRE DEL AÑO 2002    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

En esta edición...
Vivir para contarla
de García Márquez

una manera de dilucidar nuestra
identidad histórica y cultural
Augusto Escobar Mesa Profesor Universidad de Antioquia Doctor en Letras Universidad de Bordeaux III (Francia) Profesor Maestría en Literatura Universidad de Antioquia, Medellín aescobar@catios.udea.edu.co
El año 2000 fue el momento de los balances de un siglo y de un milenio. La que salió mejor librada vista desde fuera y desde dentro fue la literatura. La literatura y la cultura colombiana tuvieron honrosos reconocimientos con dos grandes representantes: García Márquez en la literatura y Fernando Botero en las artes plásticas.Pero nadie en la historia cultural de América Latina alcanzó tanto reconocimiento como García Márquez.

En varios de los balances hechos fuera del país y en medios culturales reconocidos y distintos, Cien años de soledad fue reconocida como la obra más valiosa de la literatura española en el siglo XX. Aún más, ha sido la que más ediciones y reediciones ha tenido. En 1997, cuando cumplió treinta años de haberse dado a conocer al público en Buenos Aires y agotado numerosas ediciones en los primeros meses, se contaban más de treinta millones de ejemplares vendidos, sin contar las centenas de miles de ejemplares piratas. Pero lo que más sorprende de la presencia de García Márquez en la historia de la literatura española y universal es que esos mismos balances, hechos con la participación y el voto de lectores y críticos, consideran a García Márquez como el escritor de lengua española más importante del siglo XX y uno de los más grandes de toda la literatura universal en el mismo siglo. Pero lo más interesante es haber sido considerada su obra como la más significativa después de El Quijote de Cervantes en toda la historia de la lengua española, sabiendo que hay registradas centenares de miles, por no decir millones de obras después de la aparición de El cantar del Mío Cid en 1140, considerada la obra fundacional de la lengua castellana, y cuando han pasado escritores de talla universal como Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, García Lorca, Neruda, Alejo Carpentier, Octavio Paz o Borges, entre otros.
Cabe preguntarse: ¿en qué radica tal reconocimiento y alta valoración mundial? ¿por qué obras de un mismo autor como Cien años de soledad, El otoño del patriarca, El amor en los tiempos del cólera y ahora Vivir para contarla, han tenido tirajes de más de un millón de ejemplares en su primera salida cuando respondiendo a los detractores que reducen la obra de García Márquez a puro marketing y aparataje publicitario, escritores igualmente reconocidos y publicitados en América y el mundo no han logrado tales cifras -Paz, Vargas Llosa, Fuentes, Eco, Kundera-? ¿Por qué Cien años de soledad ha sido traducida a más de veinte lenguas, entre ellas, las más habladas del planeta? ¿Qué tiene esa novela que ha logrado franquear todas las fronteras y ser leída y gustada por personas de los más diversos orígenes étnicos, religiosos, ideológicos, económicos y culturales, y sigue divirtiendo, fascinando, haciendo descubrir un universo cultural, el nuestro, a los lectores? Responder a estos interrogantes y muchos otros con una cierta claridad, implicaría tanto espacio como las decenas de miles de páginas escritas que se han necesitado hasta el momento para explicarla y valorar la obra garciamarquiana sin que, paradójicamente como ocurre con las grandes obras, no se haya dicho todavía la última palabra. Decenas de tesis se han escrito y se siguen escribiendo en muchas universidades del mundo; libros enteros dedicados exclusivamente a la bibliografía sobre su obra se han publicado y siguen suscitando nuevas preguntas, nuevas motivaciones, nuevos encantos. Estudiosos de la literatura como de la política, pasando por antropólogos, sociólogos, psicólogos, filósofos, historiadores de las mentalidades, expertos dedicados a la religión, a la economía, a la ética, a la estética, a la ecología y a tantas otras disciplinas, se han interesado por la obra del creador de Macondo para mostrar cómo en ella se construye un universo entero que no sólo nos revela a los colombianos y latinoamericanos, sino que expone a cubierta, y al derecho y al revés la condición humana.

Pero así como implicaría demasiado espacio para dar cuenta mínimamente de una sola de sus obras Cien años de soledad o de la perla más fina, densa y preciada como es El coronel no tiene quien le escriba, igualmente podríamos decir que una sola palabra bastaría para definirlas: arte. Ambas son obras de arte cuyo logro estético es ya incuestionable. Ninguna otra novela en el idioma español y muy pocas a nivel de la literatura mundial, han podido mantenerse en el sitial de honor como Cien años de soledad en sus ya treinta y cinco años de vida entre los lectores. Ni siquiera obras de la dimensión universal como Ulises de James Joyce, o En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, o Madame Bovary de Gustave Flaubert, o Los miserables de Víctor Hugo, o Hamlet de Shakespeare ,o La divina comedia de Dante, para sólo citar algunos de los grandes clásicos literarios, han tenido tanta recepción por parte de los lectores más diversos y de todas partes como la novela del gestor de los Buendía. Aún más, ningún autor, hecho u obra en Colombia, en los cinco siglos de existencia conquistada y aún hoy más colonizada, había incidido tanto en la cultura universal. Desde siempre hemos sido receptores de los logros y, sobre todo, de los desechos de los países llamados del primer mundo, pero con García Márquez, por primera vez, se reinvierte mínimamente la pirámide de las influencias.

“Imaginación y Realidad en Cien Años de Soledad.”, Dibujo de Fantasmas hechos por Gabriel García Márquez para un artículo de ultratumba publicado en “Crónica”, en 1950”

Hoy no son pocos los escritores y pensadores de todos los continentes que imitan, citan y hacen reflexión crítica a partir de la obra del insigne hombre de Aracataca. Ésto nos hace hoy más que nunca, como diría el mexicano Alfonso Reyes, herederos de la cultura universal y partícipes de igual a igual, parodiando a Octavio Paz, del festín de la historia.
Vivir para contarla, cómo síntesis perfecta, es la mejor novela de una vida y una obra. Quien no haya leído ninguna obra de García Márquez y lea su biografía antes de emprender la lectura de sus libros encontrará, sin lugar a dudas, las claves de la vasta y maravillosa realidad que cuenta, por eso es mejor dejarse seducir por su universo de ficción y luego empalagarse de nuevo de esas historias contadas a la manera de los viejos cuenteros. Para quienes hayan leído previamente sus cuentos, relatos, novelas y ensayos, nada mejor que este apoteósico fin de una vida desfogada a contar que la autobiografía de García Márquez.

Las memorias o autobiografías es un subgénero que atrapa, entretiene y brinda conocimiento; carece del artificio de la retórica especializada y de la elucubración metafísica, porque es la puesta en desnudo de la condición humana cuando grandes y pequeños hombres se enfrentan al irremediable espejo de la verdad ante una vida vivida de manera irremediable. Muchas memorias he leído, pero Vivir para contarla no tiene precedentes en la lengua española: primero, por lo que cuenta, que García Márquez lo hace hasta con los más aparentes y nimios detalles de la vida cotidiana de seres reales e imaginarios, casi todos al garete por falta de oportunidades y, segundo, y sobre todo por eso, por la manera de contar, que lo distingue hoy en el concierto de los escritores universales. Ese estilo, esa distintiva, fresca y desabrochada manera de contar, tempranamente lo fue consagrando con su primer cuento, "La tercera resignación", publicado en El Espectador el 13 de septiembre de 1947; su primera novela, La hojarasca, aparecida en 1955, y su primer artículo periodístico, "Los habitantes de la ciudad…", publicado en el periódico El
“Imaginación y Realidad en Cien Años de Soledad”, libro de Augusto Escobar “El Espectador” del 13 de septiembre de 1947 con el cuento “La Tercera Resignación” de Gabriel García Márquez”
Universal de Cartagena el 21 de mayo de 1948, un mes después de haber vivido y padecido, en palabras del poeta Luis Vidales, la "peor orgía de sangre" de la historia colombiana como fue el 9 de abril de 1948. Fecha en la que el joven García Márquez perdió varios de sus manuscritos en uno de los muchos incendios que hubo ese fatídico día que dejó un lastre irremediable en nuestra historia del cual no ha podido deshacerse.
Vivir para contarla es un festín de palabras de una vida: la de García Márquez, y primordialmente de muchas otras vidas: la de sus familiares, amigos, conocidos, personajes y hechos históricos. Vivir la vida para contarla es lo que ha hecho García Márquez en sus ya setenta y cinco años. Raros escritores han vivido su vida y la de los demás de manera tan visceral, tan intensa, tan esperpéntica y tan asida a la realidad y despegada de ella como el señor de Macondo. Estas jubilosas Memorias que apenas se inician con los treinta primeros años de su vida (1927-1957) y el primer volumen Vivir para contarla, se caracterizan por algo singular y único, y ya por eso vale la pena su lectura: mostrarnos y pocos lo han hecho cómo el más insignificante de los seres y el más supuesto banal hecho cotidiano se vuelve hiperbólico, maravilloso y profundamente acendrado a la realidad, en la imaginación y la pluma genial de García Márquez
Ocioso lector
Sírvame un trago que me muero
Ana C. Ochoa, Periodista, Medellín elpulso@elhospital.org.co

¿Qué hacen las personas antes de morir? Algunos han hecho de todo, hasta beberse un trago y empezar un poco ebrios el tremendo viaje hacia la eternidad. Parece que Chejov se despachó una buena copa de champaña antes de la partida y Proust solicitó que le trajeran una cerveza, bien helada, de su bar favorito, el del Hotel Ritz en París. Los bebedores del Ritz han sido famosos. Scott Fitzgerald le descubrió el bar del Hotel a Hemingway. Este aseguraba: "Cuando sueño con el más allá, con el paraíso ¡siempre me encuentro trasplantado al Ritz, en París! Me tomo uno o dos Martinis en el bar, del lado de la calle Cambon. Después, una maravillosa cena, bajo el ramaje de un castaño en "Le petit jardin", al frente del grill. Tras unas cuantas copas de aguardiente, subo sin prisas a mi habitación y me deslizo en una de las grandes camas de cuatro almohadones cuadrados llenos de auténticas plumas de oca, dos para mí y dos para mi compañera, deliciosa..." Hasta aquel bar, siguiendo a su obsesión, Hemingway, también llegaría el misterioso escritor J.D Salinger y años después otros bebedores de Martinis: Truman Capote o Humprey Bogart que, a propósito, hizo muy populares escenas con Ingrid Bergman en el bar Rick's de Casablanca.
En Colombia Carrasquilla no cambiaba el aguardientico de mi Dios, como él lo llamaba, acompañado de empanadas con pique. Jaime Sanín Echeverry le preguntó en alguna ocasión a León de Greiff: "Maestro, a usted le conviene el alcohol para escribir sus versos?” Respuesta: "No soy tan pendejo de perderme unos tragos escribiendo versos. Los tragos son para gozarlos. Para conversarlos. Para disfrutar con los amigos, con las amigas...al aguardiente le debo cosas mucho mejores que mis versos". Escritores como él hicieron famosos sus bares y cafés predilectos, entre ellos en Bogotá el "Riviere" vecino del periódico El Tiempo, "El Atomático" y el "Café Windsor" -al que llegaban trasnochadores periodistas como Alberto Lleras, luego de entregar sus páginas- y "La Gran Vía", un almacén de rancho y café donde se suicidó el genial caricaturista Rendón. El Chantecler, al lado de la Botica Junín en Medellín, también hizo época, como La Bastilla y El Jordán, con sus baños públicos y sus ocho pistas de baile. "Piscolabis", cafés, ron solo, o con Cocacola como le gustaba a Manuel Mejía... Don Ramón Vinyes, el escritor catalán que tanto admiraba García Márquez en sus épocas de Barranquilla, sólo bebía Coca-Cola. Alvaro Cepeda sí confesaba su sueño de mandar al diablo su vida de ejecutivo con Julio Mario Santodomingo y encerrarse a escribir "Cipotes novelas y beber ron".
En París Voltaire era el símbolo del Procope -una leyenda estridente dice que se tomaba hasta 40 tazas de café, como Balzac-; los surrealistas eran los personajes de Sélect, el Cyrano y La Coupole; en Madrid, España, el escritor Gómez de la Serna era el hombre del café Pombo; y muy cerca de allí, cada tarde, el neurólogo y premio Nóbel Santiago Ramón y Cajal entraba al Café del Prado. Así lo recuerda el cineasta español Luis Buñuel, muy amigo de García Márquez y autor de "El Perro Andaluz", con Salvador Dalí. Al sabio Ramón y Cajal se le veía sentado siempre al fondo, en la intimidad penumbrosa de la última mesa. "El bar, a diferencia del café, es un ejercicio de soledad", afirmaba Buñuel. "Tiene que ser tranquilo, más bien oscuro y muy cómodo. Una docena de mesas, a lo sumo, de ser posible con clientes habituales y poco comunicativos...".
Mi receta
Como es costumbre, en esta sección de "Ocioso lector" reproducimos lecturas diversas. En esta ocasión citamos del genial cienasta Luis Buñuel, parte de su autobiografía. Escribió mucho de los bares, la ginebra y otros "placeres de aquí abajo", como él los llamó. ¿Y cómo era el asunto? "Desde luego nunca bebo vino en el bar. El vino es un placer puramente físico que no excita en modo alguno la imaginación. En un bar, para inducir y mantener el ensueño hay que tomar ginebra inglesa. Mi bebida preferida es el Dry Martini. Básicamente se compone de ginebra y de unas gotas de Vermut, preferentemente Noilly-Prat. Los buenos catadores que toman el Dry muy seco, incluso han llegado a decir que basta con dejar que un rayo de sol pase a través de una botella de Noilly-Prat antes de dar en la copa de ginebra. Hubo una época en la que en Norteamérica se decía que un buen Dry Martini debe parecerse a la concepción de la Virgen. Efectivamente ya se sabe que, según Santo Tomás de Aquino, el poder generador del espíritu Santo pasó a través de la Virgen "como un rayo de sol que atraviesa un cristal, sin romperlo".
Una recomendación: el hielo debe ser muy duro, para que no suelte agua. Permítaseme dar mi fórmula personal. La víspera pongo en la nevera copas, ginebra y coctelera. Al día siguiente sobre el hielo bien duro echo unas gotas de Noilly-Prat y media cucharadita de café de angostura. Lo agito bien y tiro el líquido, conservando sólo el hielo que ha quedado levemente perfumado por los ingredientes. Sobre ese hielo vierto la ginebra pura, agito y sirvo. Lo tomo preferentemente antes de sentarme a cenar. Añadiré que el alcohol y el tabaco acompañan muy gratamente al acto del amor. Por regla general, el alcohol viene antes, y el tabaco, después. No esperen de mí extraordinarias confidencias eróticas. Los hombres de mi generación, españoles por añadidura, padecíamos una timidez ancestral con las mujeres y un deseo que tal vez fuera el más fuerte del mundo.
Para terminar estas consideraciones sobre el alcohol y el tabaco, padres de firmes amistades y de fecundos ensueños, me permitiré darles un doble consejo: no beban ni fumen. Es malo para la salud." .

 

 


Grandes escritores han sido médicos: Joyce, Isherwood y Bretón hicieron estudios, aunque inconclusos, a diferencia de Chejov, Céline, Somerset Maugham, Rabelais, William Carlos Williams, Conan Doyle, Bulgakov, Aragon, Burroughs, Duhamel... Hijos de médicos fueron Flaubert, Dostoyevsky, Proust, Oscar Wilde, Nerval, Hemingway, Verlaine... Hoy un siquiatra cubano llamado José Carlos Somoza (La Habana 1959) es uno de los escritores más premiados. Acaba de recibir en Reino Unido, el premio de novela negra The Macallan Gold Dagger for Fiction, de The Crime Writers Association, por su novela "La caverna de la ideas", una historia de intriga en la Grecia clásica. También ha ganado los premios "Miguel de Cervantes" de Teatro y "La sonrisa vertical", entre otros.
Mario Vargas Llosa escribió su última novela, próxima a publicarse, sobre dos personajes fascinantes: Paul Gauguin y su abuela, la feminista Flora Tristán, una idealista que luchó por los derechos de la mujer en el siglo XIX, en medio de la impopularidad de aquella temida batalla. Vuelve en su obra el tema de la política pero, también, el de la pintura, una pasión que escritor ha ratificado en varias de sus creaciones como "El elogio de la madrastra". El autor de "La ciudad y los perros" y "Pantaleón y las visitadoras" agita nuevamente el mundo editorial con esta nueva obra titulada "El paraíso en la otra esquina".

El escritor bumangués Carlos Calle Archila ganó el premio Colombofrancés al patrimonio cultural-categoría innovación con el cuento "La cinta naranja". Temas y personajes de la tradición oral de las zonas campesinas del eje cafetero colombiano se funden con historias actuales, tal como ocurre con la obra de Gabriel Ortíz Célis, de San Vicente del Caguán, quien recibió mención de honor por el cuento "La madremonte que yo conocí". Curiosamente, ambas obras fueron enviadas por sus autores desde Manizales, ciudad de gran fuerza artística en la actualidad.
La arquitectura de hospitales antiguos ha sido muy apetecida por los artistas, especialmente para crear en sus holgados espacios novedosos museos. El último caso es el del nuevo Museo Arqueológico de Alicante, España, 9.000 metros de extensión que hacían parte del Hospital Provincial y que en esta nueva etapa albergarán importantes fondos arqueológicos. m
Una importante colección de arte latinoamericano ha conformado la Fundación Cisneros, perteneciente al grupo económico más poderoso de Venezuela. Esta organización filantrópica cuenta hasta ahora con 1500 obras de artistas representativos de la región, cuyas creaciones pueden conocerse también a través de Internet en la página www.coleccioncisneros.org, disponible en español, inglés y portugués.
Se celebran 100 años del nacimiento del más cotizado de los pintores cubanos: Wifredo Lam (1902-1982). La Bienal de La Habana, que lleva su nombre, así como el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, han efectuado programas de divulgación, subastas y exposiciones que, no obstante, dejan un sabor amargo pues se teme que al exhibir las obras, éstas sean reclamadas por sus antiguos dueños, la mayoría emigrantes que años atrás se vieron obligados a dejar sus bienes en manos del gobierno cubano.



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