Medicina y espiritualidad
Vivir con alas: vivir alegre
Pero esta emoción, entendida a profundidad, puede convertirse en el bálsamo que suaviza la dureza y aridez que a veces acompaña el camino de la cotidianidad. La alegría, vuelve al alma ligera en medio del esfuerzo, nos vuelve fuertes para resistir los pesados fardos.
Julián H. Ramírez Urrea MD internista, Hospital Universitario San Vicente Fundación. Docente, Universidad de Antioquia. - elpulso@sanvicentefundacion.com
Buscar el origen de las palabras siempre es un ejercicio interesante. A menudo, se contemplan cuestiones que a simple vista no son tan notorias. Y con la “alegría”, no hay excepción. Viene del latín “alacer”, que es un término similar al utilizado para hablar de un “ser alado” o “con alas”. Una primera idea entonces, podría ser que la alegría nos da alas para ir más allá de la inmediatez. Pero dicho de otra forma (y es una curiosa coincidencia), cuando estamos alegres, nos sentimos “volando”; y cuando estamos en una actividad que nos causa placer, decimos que “el tiempo se fue volando” (ello es una muestra inequívoca de un tiempo vivido en alegría).
La alegría es una emoción básica en el género humano, constante a través de las distintas civilizaciones y culturas. Su relación con la espiritualidad es inseparable: por una parte, porque es una cualidad que ayuda a definir a las personas como seres espirituales (es difícil concebir a alguien como un ser espiritual, si su actitud constante es la tristeza). Por otra parte, la alegría es una consecuencia del encuentro cotidiano con el sentido y el propósito. Como decía Bergson, el filósofo: “la alegría anuncia siempre que la vida ha logrado su propósito, ha ganado terreno, ha alcanzado una victoria. Toda alegría tiene un acento triunfal”.
De la frase de Bergson, podemos extraer algunas conclusiones: en primer lugar, que ser fieles a nuestro propósito y sentido de vida, tendrá como consecuencia vivir con gozo y con la satisfacción de sentirse parte de la solución y el alivio del dolor de otros seres humanos. Y segundo: que la celebración de los éxitos grandes o pequeños de nuestra vida cotidiana, puede alimentar la alegría.
Pareciera que la raza humana cada vez fuera menos proclive a sentirla. A veces, se confunde con la burla y el ridículo. Pero esta emoción, entendida a profundidad, puede convertirse en el bálsamo que suaviza la dureza y aridez que a veces acompaña el camino de la cotidianidad. La alegría, vuelve al alma ligera en medio del esfuerzo, nos vuelve fuertes para resistir los pesados fardos que llevamos a veces (con o sin necesidad de llevarlos, ese es otro asunto). Incapaces de renunciar a ciertas cargas, pareciera que la única decisión posible para tener fuerzas suficientes en el viaje de la vida, es mantener el alma alegre.
Es importante, volvernos celosos guardianes de nuestra alegría: no dejárnosla robar es una forma de mantenernos sanos; alejarnos de todo aquello que la amenace e incluso, evitar a los saboteadores del júbilo. Habrá, quienes no celebran ni los grandes ni los pequeños éxitos de sí mismos, ni de los demás. Pero también hemos de alimentar la alegría, tomando un sabio consejo popular que siempre estará vigente: “no te tomes demasiado en serio a ti mismo”: tener un sano humor acerca de nosotros mismos, siendo capaces de reírnos con amabilidad de nuestras actuaciones e incluso de nuestros errores, podría ser otra bella forma de evitar la culpa que está permanentemente agazapada, buscando como devorarnos y herir de muerte a la alegría.
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