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Los ensayos clínicos propuestos por
la Industria Farmacéutica son necesarios
para la comercialización de
medicamentos, de tal modo que se garantice
máxima eficacia y mínimo riesgo.
Hasta hoy no se ha ingeniado otra forma
diferente para reconocer las bondades y
peligros potenciales de un nuevo medicamento.
De allí que los comités de ética de la
investigación tengan por función fundamental
revisar y vigilar que en tales ensayos
existan más beneficios que riesgos,
una selección justa de los participantes,
una autónoma decisión informada de
participación, compromiso con la protección
que se brinda a los participantes a
través de seguimientos clínicos, atención
y mitigación de eventos adversos, y pólizas
que amparen potenciales daños.
Son responsabilidades esenciales de
los comités: proteger el bienestar, seguridad,
dignidad y calidad de vida de los
participantes con fundamento en los
derechos humanos y garantizar la veracidad
e integridad de las investigaciones y
las publicaciones en pro del conocimiento
científico y el bienestar de la sociedad.
Para cumplir estas funciones es menester
que los comités gocen de idoneidad,
talante moral, real empoderamiento, independencia
y libertad de conflictos de
interés.
Hacer operativas tales responsabilidades
ha tenido múltiples interpretaciones,
algunas veces influenciadas por intereses
políticos y económicos. Así por ejemplo,
la Declaración de Helsinki ya no resulta
tan confiable y consistente como lo
era antes del año 2000. Las Declaraciones
CIOMS (Consejo de Organizaciones
Internacionales de las Ciencias Médicas)
son incompletas y ambiguas y van a la
zaga de Helsinki, y la Conferencia de Armonización
de 1996 que ha fomentado
las llamadas Buenas Prácticas Clínicas,
incurre en conflictos de interés que en
la práctica generan sesgos en el análisis
ético de los ensayos clínicos y reducen
el análisis bioético a simples listas de
chequeo. También el principialismo originado
en el Informe Belmont resulta insuficiente
y reduccionista.
Por ello el único referente ético válido disponible
y aceptable universalmente es la Declaración de Bioética y Derechos
Humanos proferida por la UNESCO en
2005, documento que aporta fundamentos
sólidos para una evaluación
ética integral y objetiva de los ensayos
clínicos. Y para garantizar la integridad
y el control al fraude, se recomienda tener
en cuenta también la Declaración
de Singapur del 2010.
Para evaluar el beneficio real a los participantes
debe tenerse en cuenta si
los objetivos de la investigación responden
a las necesidades prioritarias del
país anfitrión y si existe definición del
nivel justo de beneficios durante y después
de la participación en el ensayo
clínico, ponderar la equidad en cuanto
a riesgos y beneficios, y la equidad en
el reconocimiento a compensaciones y
viáticos cuando sean necesarios. Además,
deben los comités verificar el alcance
y cobertura de las pólizas y de
los compromisos para atender eventos
adversos de los participantes, sin que
la accesibilidad a medicamentos, exámenes,
consultas y demás, requeridos
por el proyecto, se conviertan en un señuelo
coactivo para ganar la voluntad
incondicional de los participantes.
Por otra parte, tal como lo afirman Ugalde
y Homedes, la importancia de valorar
el beneficio real debe preocupar a
los comités para: “cribar estudios que
estén dirigidos a producir medicamentos
me-too, medicamentos llamados de
estilo de vida, dopping y similares para
enfermedades creadas por la industria
farmacéutica, al igual que aquellos que
no contribuyen a mejorar la salud de
las poblaciones locales o que sean sumamente
costosos”.
Las responsabilidades de los comités
de ética ante los ensayos clínicos no
pueden reducirse a simples avales notariales
o al cumplimiento de la Declaración
de Helsinki tan cuestionada. No
es ético exponer a los sujetos a altos
riesgos para la salud, particularmente
en América Latina donde la mayoría de
los sujetos son vulnerables, cuando los
beneficios potenciales para ellos o para
su país son limitados, y donde incluso
los países corren el riesgo de sentirse
así presionados para adquirir productos
muy caros, poniendo en peligro el
presupuesto de los ministerios de salud
sin lograr una mejoría real en la salud
de los pacientes.
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