MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 12    No. 147  DICIEMBRE DEL AÑO 2010    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Con el transcurrir de los años me he dado cuenta de que como médicos, también nos exponemos a situaciones, costumbres y vivencias que pueden ir en detrimento de nuestra salud. Muchas de estas situaciones están íntimamente ligadas a la personalidad del médico, quien cree saberlo todo y al final de cuentas le es difícil reconocer sus limitaciones cuando se trata de su propia salud.
Desde los años 1970 soy fumador pasivo, ya que formo parte de una familia de médicos donde en cada reunión el humo hizo (y al parecer seguirá haciendo), parte de mi cotidianidad. El ser testigo en las últimas décadas de las consecuencias de la nicotina en mi familia, tiene relación muy cercana con el entorno profesional donde hoy me desenvuelvo cotidianamente: he visto infartos, crisis hipertensivas, cáncer, comas y muertes dentro de mi profesión.
Pero cuando vivo este tipo de realidad dentro de mi familia, esta experiencia me lleva a re-descubrir el significado de la vulnerabilidad, el dolor y la impotencia a la que se ven enfrentados mis pacientes.
Como médicos nos propusimos asegurar la salud de otros. La salud del paciente viene primero y cualquier preocupación generada, es porque estamos interesados en el bienestar de la persona. El buscar respuestas y soluciones para otro ser humano es sagrado y es el resultado directo de esa motivación esencial que nos llevó a escoger nuestra profesión.
Y la salud del médico, ¿qué?
¿Pero qué hay de nosotros? ¿Estamos al tanto y al cuidado de nuestra salud? Cuando hablo de salud me refiero a ese término global donde mente y cuerpo son unidad. He sido testigo de cómo en nuestra profesión la tendencia es abandonar otras pasiones y/o actividades que llevan a un bienestar. ¿Por qué? ¿Es la salud de otros más importante que la nuestra? Es la profesión misma la que nos hace felices, pero la llegada a otro espacio o momento donde la bata blanca se queda en el armario, nos hace poner en duda lo que queremos y no podemos ser. ¿Por qué somos capaces de criticar y hacer juicios de otros sin ni siquiera entendernos a nosotros mismos? Estas son preguntas que tratamos de elucidar toda la vida, sin la ayuda de otros.
El reconocer nuestros propios sentimientos es una labor difícil, especialmente en una profesión donde nos enseñaron a enfocarnos a resolver un problema. Muchas veces observamos colegas que actúan bajo la convicción de tener una inteligencia superior ligada a la capacidad de pensar racionalmente, haciendo de sus vidas casi un papel actoral; fuera de su relativo éxito profesional, su vida personal es un caos. La rabia es característica general de estos individuos que ven en su familia el espacio ideal para desahogarse y en el lugar de trabajo no dan cabida al más mínimo error humano, venga de otros o de ellos mismos; estos individuos son intolerantes y fuera del lugar de trabajo no tienen mucho de qué hablar; y a su alrededor muchos los observan con temor, pues irradian frialdad. Esta actitud muchas veces se origina en un diálogo interior ligado al concepto de que “si trabajo duro seré amado”. El trabajo es una satisfacción pero no debe ser un todo. Familia, amigos y otras actividades harán de nosotros seres más humanos y nos permitirán ser flexibles con nosotros mismos y entender mejor a nuestros pacientes.
Este cuestionamiento es una motivación más para no rendirnos en esa búsqueda continua de respuestas acertadas a nuestras preguntas. Y aquí al escribir estas líneas, soy el primero que desea mantener la capacidad de observación y encontrar ese equilibrio entre lo que practico y lo que predico. Es más fácil reflexionar acerca de la salud de otros, que sobre la de uno mismo. Pero al hacerlo, podremos quizás encontrar en otros esa voz neutral pero certera, que nos ayuda a lograr cambios positivos en nuestras vidas.
¿Estamos listos para permitirnos caminar todas las mañanas, tener una dieta saludable acorde con nuestro esfuerzo, y meditar sobre quiénes somos y cómo queremos llegar al año nuevo de 2011? ¿Somos capaces de soltar el teclado de nuestro computador, dejar a un lado el correo electrónico, no chequear si la página Web tiene la información que deseamos y apagar el celular por unas horas al día para estar más cerca de los nuestros?
Intentemos esta semana desconectarnos de la red e intuir si podemos volver a mirar, observar y sentir lo que todo esto significa, sin tecnología alguna. Quizás al principio sea un poco difícil, pero después lograremos saber si somos capaces de vivir con nuestra individualidad y descubrir a través de la “saludable soledad”, esos estados que nos llevan a una vida mejor.
No hay duda que la salud debe primar sobre la enfermedad y que la prevención debe sobrepasar el tratamiento. Esta creencia debe ser la piedra angular para que la vida personal de los médicos refleje un mejor presente en nosotros mismos y en nuestros pacientes.
 
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