MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 12    No. 154  JULIO DEL AÑO 2011    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Hechos de los últimos años confirman la capacidad de la naturaleza de transformar todo entorno y recuerdan que la humanidad no tiene el control que asumía como suyo. Fuimos testigos de inundaciones en Colombia en el último año, el tsunami en el sureste asiático en 2004, el huracán Katrina en Estados Unidos en 2005, el terremoto en India y Pakistán en 2005, y sucesivamente el de Perú en 2007, los de Haití, China, Chile y Turquía en 2010 y la reciente catástrofe de Japón en marzo de 2011 con 23.500 personas muertas.
Los patrones meteorológicos se alteraron y asimismo cambió la sociedad. Somos más urbanos. Terremotos, inundaciones, incendios forestales y huracanes son más letales que nunca.
Es como si la naturaleza pidiera a gritos un alto en el camino y ser protegida.
Recién fuimos testigos de una de las peores crisis nucleares de los últimos tiempos, tras el devastador terremoto de magnitud 9.0 y subsecuente tsunami que sacudió al Japón en marzo de este año, causando severos daños a la central nuclear Fukushima Daiichi. Este desastre hizo recordar Chernobil en Ucrania (1986) y Three Mile Island en Estados Unidos (1979), ambos causados por errores humanos. Pero no siempre las catástrofes son por descuidos. El horror de Hiroshima y Nagasaki se revive constantemente después de un evento nuclear como el del pasado marzo, cuando aquella vez se recurrió al poder atómico para terminar la guerra y se aplicó el principio de que “el fin justifica los medios”.
Prevención y reducción de desastres
Algunos datos llevan a pensar que si no actuamos, seremos testigos de más pérdidas humanas: 1.000 millones de personas en Asia viven a menos de 100 kilómetros del mar, y las dos terceras partes de la población de América Latina y el Caribe a menos de 200 kilómetros. Gran número de personas vive en llanuras inundables o sobre fallas sísmicas, poblaciones enteras se asientan en zonas desprotegidas por deforestación de las tierras con riesgo de deslizamientos y/o sequías. El riesgo de desastre crece. Si bien los peligros naturales amenazan a todos, poblaciones de bajos recursos son las más vulnerables.
La reducción de riesgos de desastre nos incumbe a todos y por eso la Estrategia Internacional de Naciones Unidas para la Reducción de Desastres debe ser una fuente de inspiración a nivel individual y colectivo. En ella se recomienda que los gobiernos asignen presupuesto para atender todas las poblaciones y que inviertan en evaluación del riesgo, capacitación para reducir desastres, protección del ecosistema y alertas tempranas. La sociedad y profesionales capacitados en construir y respetar, debemos entender y actuar para modificar las principales causas de riesgo en las zonas urbanas, tales como la falta de gobernabilidad, planificación y cumplimiento de la protección del ecosistema.
La toma de decisiones debe ser un proceso democrático y los principios de la urbanización sostenible deben recogerse y aplicarse, especialmente para atender a las poblaciones que viven en tugurios y asentamientos informales.
Respuesta de la medicina a los desastres
La medicina de desastre no está concebida para esperar que ocurran sucesos: está orientada a la preparación y promoción de medidas preventivas con una respuesta inmediata para cualquier tipo de tragedia. Por ello, la American Medical Association (AMA) creó el Centro de Respuesta a Desastres y Plan de Preparación en Salud Pública (Center for Public Health Preparedness and Disaster Response -CPHPDR-), con el objetivo de que el personal médico mejore su conocimiento y respuesta en este tipo de situaciones.
Los componentes básicos de una respuesta médica en estas circunstancias incluyen: activación, implementación, mitigación y recuperación. Esto enmarca la provisión inmediata de cuidados médicos posterior al desastre, que comienzan en el sitio del desastre y continúan en el servicio de urgencias donde comienza el manejo definitivo. El papel del médico de urgencias en la preparación hospitalaria y comunitaria es fundamental, pero es esencial tener un plan de colaboración en donde los jefes de Departamentos o Servicios motiven y promuevan la participación de su personal en simulacros de desastres de cualquier tipo. El plan debe estar basado en las estructuras hospitalarias existentes, y debe ser simple y comprensible.
Un ejemplo es la colaboración de diferentes disciplinas médicas en la respuesta inmediata, prevención y rehabilitación de problemas secundarios al desastre durante el terremoto en Japón, donde la agrietada planta nuclear de Fukushima liberó material radioactivo. En este proceso interdisciplinario, el Organismo Internacional de Energía Atómica continúa haciendo seguimiento al objetivo parcialmente conseguido de detener la filtración del material radioactivo, pero la mayor preocupación para las poblaciones de los alrededores y otras regiones es el nivel de contaminación detectado en el agua y el aire.
En grandes desastres, la mayor demanda de atención se presenta en las primeras 24-48 horas. Las fases de la respuesta médica consisten en tener un plan operacional acorde al tiempo de inicio del evento y localización del área afectada. La fase de entrenamiento incluye triaje y manejo de pacientes críticos: la meta es la estabilización de las víctimas en el campo y facilitar su traslado a los hospitales que quedaron intactos o a centros de evacuación pre-designados. Entre la hora cero a la hora 1 se debe actuar en las áreas de estabilización; luego entre la hora 1 a la 12 están activados los centros de asistencia médica de desastres; y para la hora 12 a la 72 están los centros de atención de heridos.
La responsabilidad médica va más allá de las primeras horas después de la tragedia. Como personal médico y de salud pública tenemos una responsabilidad con nuestros pacientes, pero un compromiso mayor con nuestra sociedad y el manejo que le damos al medio ambiente. En una democracia la opinión cuenta y el poder de convocatoria de nuestra profesión debe ser encauzado para prevenir que lo inconcebible suceda.
 
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