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Hechos
de los últimos años confirman la capacidad de
la naturaleza de transformar todo entorno y recuerdan que la
humanidad no tiene el control que asumía como suyo. Fuimos
testigos de inundaciones en Colombia en el último año,
el tsunami en el sureste asiático en 2004, el huracán
Katrina en Estados Unidos en 2005, el terremoto en India y Pakistán
en 2005, y sucesivamente el de Perú en 2007, los de Haití,
China, Chile y Turquía en 2010 y la reciente catástrofe
de Japón en marzo de 2011 con 23.500 personas muertas.
Los patrones meteorológicos se alteraron y asimismo cambió
la sociedad. Somos más urbanos. Terremotos, inundaciones,
incendios forestales y huracanes son más letales que
nunca. |
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Es como si la naturaleza
pidiera a gritos un alto en el camino y ser protegida.
Recién fuimos testigos de una de las peores crisis nucleares
de los últimos tiempos, tras el devastador terremoto
de magnitud 9.0 y subsecuente tsunami que sacudió al
Japón en marzo de este año, causando severos daños
a la central nuclear Fukushima Daiichi. Este desastre hizo recordar
Chernobil en Ucrania (1986) y Three Mile Island en Estados Unidos
(1979), ambos causados por errores humanos. Pero no siempre
las catástrofes son por descuidos. El horror de Hiroshima
y Nagasaki se revive constantemente después de un evento
nuclear como el del pasado marzo, cuando aquella vez se recurrió
al poder atómico para terminar la guerra y se aplicó
el principio de que el fin justifica los medios.
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Prevención
y reducción de desastres
Algunos datos llevan a pensar que si no actuamos, seremos
testigos de más pérdidas humanas: 1.000 millones
de personas en Asia viven a menos de 100 kilómetros del
mar, y las dos terceras partes de la población de América
Latina y el Caribe a menos de 200 kilómetros. Gran número
de personas vive en llanuras inundables o sobre fallas sísmicas,
poblaciones enteras se asientan en zonas desprotegidas por deforestación
de las tierras con riesgo de deslizamientos y/o sequías.
El riesgo de desastre crece. Si bien los peligros naturales
amenazan a todos, poblaciones de bajos recursos son las más
vulnerables.
La reducción de riesgos de desastre nos incumbe a todos
y por eso la Estrategia Internacional de Naciones Unidas para
la Reducción de Desastres debe ser una fuente de inspiración
a nivel individual y colectivo. En ella se recomienda que los
gobiernos asignen presupuesto para atender todas las poblaciones
y que inviertan en evaluación del riesgo, capacitación
para reducir desastres, protección del ecosistema y alertas
tempranas. La sociedad y profesionales capacitados en construir
y respetar, debemos entender y actuar para modificar las principales
causas de riesgo en las zonas urbanas, tales como la falta de
gobernabilidad, planificación y cumplimiento de la protección
del ecosistema.
La toma de decisiones debe ser un proceso democrático
y los principios de la urbanización sostenible deben
recogerse y aplicarse, especialmente para atender a las poblaciones
que viven en tugurios y asentamientos informales.
Respuesta de la medicina a los desastres
La medicina de desastre no está concebida para
esperar que ocurran sucesos: está orientada a la preparación
y promoción de medidas preventivas con una respuesta
inmediata para cualquier tipo de tragedia. Por ello, la American
Medical Association (AMA) creó el Centro de Respuesta
a Desastres y Plan de Preparación en Salud Pública
(Center for Public Health Preparedness and Disaster Response
-CPHPDR-), con el objetivo de que el personal médico
mejore su conocimiento y respuesta en este tipo de situaciones.
Los componentes básicos de una respuesta médica
en estas circunstancias incluyen: activación, implementación,
mitigación y recuperación. Esto enmarca la provisión
inmediata de cuidados médicos posterior al desastre,
que comienzan en el sitio del desastre y continúan en
el servicio de urgencias donde comienza el manejo definitivo.
El papel del médico de urgencias en la preparación
hospitalaria y comunitaria es fundamental, pero es esencial
tener un plan de colaboración en donde los jefes de Departamentos
o Servicios motiven y promuevan la participación de su
personal en simulacros de desastres de cualquier tipo. El plan
debe estar basado en las estructuras hospitalarias existentes,
y debe ser simple y comprensible.
Un ejemplo es la colaboración de diferentes disciplinas
médicas en la respuesta inmediata, prevención
y rehabilitación de problemas secundarios al desastre
durante el terremoto en Japón, donde la agrietada planta
nuclear de Fukushima liberó material radioactivo. En
este proceso interdisciplinario, el Organismo Internacional
de Energía Atómica continúa haciendo seguimiento
al objetivo parcialmente conseguido de detener la filtración
del material radioactivo, pero la mayor preocupación
para las poblaciones de los alrededores y otras regiones es
el nivel de contaminación detectado en el agua y el aire.
En grandes desastres, la mayor demanda de atención se
presenta en las primeras 24-48 horas. Las fases de la respuesta
médica consisten en tener un plan operacional acorde
al tiempo de inicio del evento y localización del área
afectada. La fase de entrenamiento incluye triaje y manejo de
pacientes críticos: la meta es la estabilización
de las víctimas en el campo y facilitar su traslado a
los hospitales que quedaron intactos o a centros de evacuación
pre-designados. Entre la hora cero a la hora 1 se debe actuar
en las áreas de estabilización; luego entre la
hora 1 a la 12 están activados los centros de asistencia
médica de desastres; y para la hora 12 a la 72 están
los centros de atención de heridos.
La responsabilidad médica va más allá de
las primeras horas después de la tragedia. Como personal
médico y de salud pública tenemos una responsabilidad
con nuestros pacientes, pero un compromiso mayor con nuestra
sociedad y el manejo que le damos al medio ambiente. En una
democracia la opinión cuenta y el poder de convocatoria
de nuestra profesión debe ser encauzado para prevenir
que lo inconcebible suceda. |
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