MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 11    No. 145  OCTUBRE DEL AÑO 2010    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Hoy en día solemos vernos sujetos a la falta de criterios clínicos para prescribir medicaciones a nuestros pacientes. Esto se debe en parte a la presión por prescribir que se observa frecuentemente en nuestra profesión médica. El origen de esta situación es multifactorial, pero se relaciona directamente a las limitaciones de tiempo en la consulta. Gracias al sistema corporativo industrial desarrollado por ejecutivos de escritorio, se determinó que productividad es sinónimo de calidad. Este argumento no es válido cuando estamos evaluando la salud de un ser humano.
Es un hecho que la brevedad de las consultas médicas sumada a las múltiples restricciones por parte de los seguros de salud, limitan la posibilidad de evaluar y determinar el plan de tratamiento más apropiado para nuestros pacientes. La rapidez que se nos impone termina afectando uno de los momentos más importantes con el paciente, en donde el diálogo para entender y estructurar los pasos terapéuticos en beneficio de la persona, es esencial. Así, la oportunidad de discutir en detalle los pros y los contras del tratamiento con el paciente, se ve interrumpida por lo que nos va marcando el reloj.
Manejo del “paciente ilustrado”
En este siglo XXI, la tecnología determina tratamientos, pues el médico está sujeto a lo que podríamos denominar el manejo del “paciente ilustrado” o aquel que pretende serlo. No hace falta el paciente que llegue al consultorio con información médica poco confiable. El médico debe saber abordar esta situación, pues en ocasiones este factor se puede convertir en presión y motivo de discordias que afectan el criterio clínico.
Sabemos que la curiosidad del ser humano es innata y debe haber siempre un deseo por entender y saber. Pero al tratar de encontrar respuestas que deberían ser discutidas con su médico, el paciente explora esas mismas en un mundo cibernauta, por una o muchas noches dependiendo de su condición. Al navegar por Internet, el paciente entabla un diálogo consigo mismo, auto-diagnosticándose y determinando el mejor tratamiento, sin comunicarse con su doctor de cabecera. Como resultado, muchas veces un paciente exige un determinado tratamiento en la primera cita, sin saber los riesgos, beneficios, consecuencias y efectos secundarios de los mismos.
Medicamentos sin rigurosa evaluación
A esta problemática se suma lo que yo consideraría de mayor riesgo para el paciente y el médico: la aprobación de productos farmacéuticos sin una rigurosa evaluación por parte de las entidades que deben regir los controles de calidad de la industria farmacéutica. Detrás de este proceso problemático, se encuentran factores de interés económico y corporativo íntimamente ligados a la investigación farmacológica. Estudios financiados por estas empresas proponen resultados positivos que generan nuevas esperanzas, pero con el error de no informar o de ocultar al mundo científico y público en general los aspectos negativos, efectos secundarios o poco promisorios del medicamento. Esto pone en riesgo a toda población que vea en un producto dado, una posibilidad de tratamiento.
Abuso y negocio con los anti-psicóticos
De aquí en adelante, me referiré específicamente a los anti-psicóticos, clase de medicamentos que son utilizados hoy en la población infantil con problemas de comportamiento. No quisiera dejar al lector solo en esta disyuntiva farmacológica, sin antes mencionar que otros medicamentos en otras áreas de la salud han sido cuestionados para su uso (Ej.: Avandia-Rosiglitazona) y/o retirados del mercado, porque sus riesgos exceden sus beneficios (Ej.: Vioxx). Ambos incrementan el riesgo de muerte por razones cardiovasculares.
Esta situación nos debe llevar a
todoslos que tenemos la facultad de prescribir,
a cuestionarnos las posibilidades de cada tratamiento,
a entender a nuestros pacientes y a saber escuchar,
antes de levantar la pluma para escribir
una orden médica.
De acuerdo con reportes del FDA (Food and Drug Administration) en el año 2009, más de 500.000 niños y adolescentes en los Estados Unidos estaban tomando medicamentos que pertenecían al grupo de los anti-psicóticos. Un estudio realizado por la Universidad de Columbia en Nueva York encontró recientemente que se duplicó el uso de este grupo de medicaciones en pacientes entre los 2 y 5 años, que están cubiertos con seguros de salud privados. Sólo el 40% de los niños que recibieron este tipo de tratamiento, tuvieron una evaluación psiquiátrica apropiada. Con tan solo este limitante, se están violando los estándares demarcados por la Academia Americana de Psiquiatría Infantil y Adolescente (AACAP- American academy of Child and Adolescent Psychiatry) para la utilización de estos medicamentos.
En otro estudio realizado por la Universidad de Rutgers y Columbia, se encontró que niños de bajos recursos cuyas familias son elegibles para Medicaid (seguro de salud del gobierno que ayuda a muchas personas de bajos ingresos en los Estados Unidos a pagar sus gastos médicos), que podrían beneficiarse de terapia familiar, recibían en vez de terapia 4 veces más medicinas de la familia de anti-psicóticos, que los niños con seguro privado.
El tratamiento farmacológico es una herramienta fundamental, pero éste debe hacerse con criterio clínico, de una manera apropiada y cuidadosa, como cualquier tipo de decisión clínica. Una medicación como Risperdal (risperidona), fue aprobada recientemente para tratar autismo con comportamientos agresivos, fluctuaciones del estado de ánimo, tendencias de auto-mutilación o berrinches en niños de 5 años. Para la enfermedad bipolar en niños de 10 o más años, el Seroquel (quetiapina) y Abilify (aripripazole), fueron aprobados recientemente.
En ocasiones, estas medicaciones son prescritas a niños de nivel preescolar, sin tener estudios confiables de la efectividad y seguridad en esta población. Debe tenerse en cuenta que los anti-psicóticos pueden tener severos efectos secundarios, tales como aumento de peso y cambios metabólicos, entre otros, que pueden resultar en problemas médicos a largo plazo. Por eso, cada vez que se haga uso de este tipo de medicamentos, la decisión debe ser determinada por el especialista. Y en estos casos, por el psiquiatra infantil y el equipo profesional a su cuidado.
El Dr. Ben Vitello, quien se desempeña como jefe de investigación preventiva y tratamiento para niños y adolescentes del NIMH (National Institute of Mental Health), expresó al New York Times en agosto pasado, que las condiciones en esta población son difíciles de diagnosticar apropiadamente, debido a la variabilidad emocional. “Éste es un fenómeno reciente, en parte guiado por la mala percepción de que estas medicaciones son seguras y bien toleradas”.
La venta de anti-psicóticos en los Estados Unidos superó los US$14.6 millones de dólares en 2009. Esto es un negocio redondo para los ejecutivos, en quienes la voluntad de comercializar sus productos llegó a los extremos de estampar los logos de sus compañías en juegos o figuras infantiles, a los cuales los niños tendrían acceso durante sesiones terapéuticas.
Debe quedar claro que la psicoterapia es la esencia de cualquier tipo de tratamiento con niños preescolares con desórdenes mentales severos, y que los anti-psicóticos sólo deben ser parte de la terapia adjunta, si están clínicamente indicados.
Esta situación nos debe llevar a todos los que tenemos la facultad de prescribir, a cuestionarnos las posibilidades de cada tratamiento, a entender a nuestros pacientes y a saber escuchar, antes de levantar la pluma para escribir una orden médica. No hablemos más del “cliente”, no hablemos más de “proveedores”. Esta historia sólo merece que volvamos a descubrir nuestro mejor aliado: la comunicación entre nosotros y el paciente.
 
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