DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 11    No. 145 OCTUBRE DEL AÑO 2010    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

“Historias de
Cien Ciudades”:

la vuelta a
Colombia en
campero
Hernando Guzmán Paniagua Periodista - elpulso@elhospital.org.co
Sólo a un atleta consumado como el neurocirujano bogotano Diego Roselli, que ha corrido y terminado 8 maratones, incluso en Europa y Estados Unidos, se le ocurre escribir las “Historias de Cien Ciudades - Crónicas de un viaje fascinante por Colombia”, testimonio de un investigador del alma nacional, trotamundos, y “engomado” con la literatura clásica y la ópera.
El ex decano de Medicina de la Universidad Militar Nueva Granada, dijo a EL PULSO: “La idea del libro surgió en enero de 2004: cuando era profesor invitado en una universidad de Nariño, me sorprendió una historia de Pasto en 7 tomos, más de lo que podía leer, y en esa noche de desvelo pensé que alguien me hiciera un resumen breve. Me llamó la atención que el héroe local de Pasto es Agustín Agualongo, que en la historia tradicional de Colombia es del bando de los “malos”, como el cura Pedro Corella, de la iglesia de San José de Cúcuta, que nunca aceptó irse al bando de los revolucionarios y le costó la vida, no como tantos tránsfugas del liberalismo, que pasaron por Cambio Radical y el Partido de la U y están otra vez de godos. A la semana siguiente viajé a Santa Marta y se me ocurrió hacer 'Cien Ciudades'. La parte más aventurosa del libro inició en enero de 2005 cuando un viejo Land Rover, herencia de mi padre, arrancó de Bogotá a Chiquinquirá, a San Gil, Bucaramanga, en un periplo que me llevaría al país entero; el carro aún no ha vuelto a Bogotá, después de recorrer la costa pacífica y los llanos orientales, está guardado en un garaje de Santander, donde se acabó el presupuesto”.
“La secuencia de las crónicas -explicó- es caprichosa, es el orden de publicación en el periódico Portafolio, el título es en parte burla de la famosa “Historia de Dos Ciudades” de Charles Dickens; busqué en Internet el censo de 1993, ordené las ciudades de mayor a menor, junté áreas metropolitanas y me dediqué a recorrerlas y a escribir.
Mi criterio central es que la historia de Colombia se ha escrito desde Bogotá, muy centralista, me reuní en cada sitio con la intelectualidad, con profesores de bachillerato, incluso con profesionales de la medicina que han recopilado la historia de su pueblo. Destaco en cada una de las cien crónicas lo que un visitante culto debe saber, en qué momento de la historia de Colombia cada pueblo fue importante”.
De Colón a Santos
Roselli dice: “Mi plan fue cubrir toda la historia de Colombia, desde los indígenas prehispánicos que habitaron nuestras tierras, pasando por la conquista, hasta historias recientes de narcos y de guerrilla, Álvaro Uribe es mencionado en varias crónicas e incluso Juan Manuel Santos y sus relaciones con el Presidente Chávez -increíblemente proféticas-. Están Sonsón y los colonos antioqueños, las luchas de liberales y conservadores en los años 20's y 30's, la masacre de las bananeras (1928), momento estelar de Ciénaga (Magdalena). De Medellín relievo el momento del oidor Juan Antonio Mon y Velarde, cuando pasó de ser la provincia más atrasada del virreinato a convertirse en el área pujante industrial; Mon y Velarde trazó caminos, fijó reglamentos de minería, trajo el anís a Antioquia (debería haber una cosecha especial del Aguardiente Antioqueño llamada Mon y Velarde)”.
“Hay una gesta borrada de la historia: la Batalla de Píenta. El 4 de agosto de 1819, cuando iba un gran refuerzo español para las tropas de Barreiro que librarían la Batalla de Boyacá, el pueblo de Charalá se une con piedras y armas rústicas; en masacre salvaje, acabaron con los charaleños, que perdieron la batalla, pero frenaron las tropas que se unirían a Barreiro y Bolívar ganó en Boyacá”.
De la mano de Roselli, redescubrimos las huellas musicales de “La piragua”, “El cantor de Fonseca”, “Compae Chipuco”, “Carmen de Bolívar” y la “Guabina chiquinquireña”, a El Espinal como la verdadera ciudad musical de Colombia, a Cartago y sus “Cuatro preguntas”, a la Plaza Colombia de Uribia, donde convergen ocho avenidas como en la glorieta de L'Etoile de París, los cantos fúnebres de los negros cimarrones de San Basilio de Palenque, grabados sólo en un sello francés, la primera insurrección de esclavos del Nuevo Reino de Granada comandada por Benkos Biohó, a Pereira con sus tranvías y la segunda planta telefónica automática en Suramérica, y el por qué de la desnudez de Bolívar. Por el libro pasan los cadáveres ilustres del Cementerio Central de Bogotá y otras necrópolis como el Cementerio Libre de Circasia (Quindío); el polvillo de oro de la basura de Segovia (Antioquia), único pueblo donde se barre para adentro; los milagros cotidianos de Villanueva y su festival “Cuna de Acordeones” y las huellas de la Batalla de Palonegro en Bucaramanga, donde además Bolívar decidió ser dictador. “Es claro que no hay que dejar que Uribe vaya mucho a Bucaramanga”, anota el escritor.
De héroes y batallas
Cuando volaba a Segovia en un avioncito de ADA, Roselli pensaba: “¿Qué le podrá enseñar Segovia a Colombia, donde la historia está en el Pantano de Vargas, en las murallas de Cartagena y en las iglesias de Popayán? Supe que María Cano, en los años 20's, prendió el fuego del sindicalismo colombiano que luego se prostituiría; que Segovia y la Frontino Gold Mines hace cien años tuvieron que ver con el primer borrador del actual Código Sustantivo del Trabajo. Como supe que el general Rafael Uribe Uribe y sus ejércitos liberales tomaron el puerto de Magangué y a muchos prisioneros conservadores, y que buscando en vano un acuerdo de paz en un barco con el comandante de las tropas, conservadoras... una tregua... sus compañeros le insisten en que degûelle a los presos.
Y Uribe, en un acto de humanidad que deberían ver los guerrilleros de hoy, los deja libres. Somos muy selectivos con las batallas que recordamos: en Charalá (Santander) me enteré de una gesta completamente borrada de los libros de historia de Colombia: la Batalla de Píenta; el 4 de agosto de 1819, cuando iba un gran refuerzo español para las tropas de Barreiro que iban a librar la Batalla de Boyacá, el pueblo de Charalá se une con piedras, agua caliente y armas rústicas; en una masacre salvaje acabaron con los charaleños, que perdieron la batalla, pero gracias a eso, se frenó al coronel González, que no pudo unirse a las tropas de Barreiro y Bolívar ganó la batalla de Boyacá”.
Este ciudadano del mundo, con distinciones nacionales y extranjeras, también lo es, con orgullo, de Colombia: “En la costa me sentí costeño, en Huila opita... Los pueblos que más me sorprendieron eran de los que menos esperaba; uno sabe la tremenda historia de Santa Fe de Antioquia y otros; de muchos otros uno no espera nada, como Planeta Rica, pero si uno se queda, ve historias interesantes, como que allá no se despierta con el canto de los gallos como en cualquier otro pueblo, sino con el trotecito de los caballos que distribuyen el agua, pues la fundaron al lado del manantial El Pital donde brota todavía agua fresca y deliciosa, y quien la toma se queda a vivir en el pueblo (yo llevé mi botellita de Agua Cristal, por si acaso...); el maestro Alejo Durán, primer rey vallenato, tomó agua del Pital y pasó allí el resto de su vida.
En Santander de Quilichao, combinación muy interesante de indígena, negro y blanco, y de gran riqueza cultural cimarrona, el papá de Tomás Cipriano de Mosquera, hasta ese día realista, hizo una gran donación de esclavos y cabalgaduras a Bolívar y le presentó a su hijo jovencito llamado también Tomás Cipriano, quien fue su edecán, o sea, nada de meritocracia. Se llamó Quilichao hasta que en 1827 ó 28, el pueblo pidió autorización al Vicepresidente Santander para cambiar el nombre indio por 'Santander'. ¡Qué tal el lambetazo! Así, quedó Santander de Quilichao.
Y a Carmen de Bolívar le pusieron ese apellido como 'lambetazo' para mejorar el presupuesto. Ya se les hizo tarde, pero así habrían podido hacer un Itaguí de Pacho Santos”', anota el autor, y agrega que el centralismo nos hizo olvidar los pueblos de frontera, como Arauca fundada por venezolanos, Leticia (nombre de la mujer de un cauchero de Iquitos) por peruanos y Mitú por brasileños.
Suicidio y prostitución
El doctor Roselli, con más de 30 ponencias científicas en 15 países, destaca también en sus crónicas a Casanare, territorio que más capitales ha tenido; a Mitú, capital étnica de Colombia; a Guainía, con la mitad de las lenguas que se hablan en el país, las pugnas locales en la fundación de Armenia, y de aquel sustancioso consomé de presas humanas que consumieron Robledo, sus hombres y el cronista Pedro Cieza de León en Roldanillo.
De la mano de Roselli, redescubrimos las huellas
musicales de “La piragua”, “El cantor de Fonseca”,
“Compae Chipuco”, “Carmen de Bolívar” y la
“Guabina chiquinquireña”, y a El Espinal como la
verdadera ciudad musical de Colombia.
Igual impresión le dejaron conquistadoras como Francisca Baptista de Bohórquez, pionera de la colonización del valle del Sinú; la terrible venganza de La Gaitana en el Huila, tras el no menos horrible asesinato de su hijo a manos de Pedro de Añasco, y su posterior suicidio en el estrecho del Magdalena, así como la tradición suicida indígena: los Aburraes ahorcados con sus mantas que halló Robledo en este valle, los indios de Boyacá que se arrojaban de una alta peña al río Nevado, como el cacique Guanentá en las peñas del Chicamocha. “Los agataes y los cocomés de la provincia de Vélez se suicidaron todos de un día para otro” -cuenta el autor-, tradición que pervive con los wayúus que se tiran al tren del Cerrejón; encima: Candelario Obesso, José Asunción Silva, María Mercedes Carranza, y los clientes del viaducto de Pereira, bautizado 'César Gaviria'. “Así, ¿quién no salta?”, dice Roselli.
Tan interesante esto, señala el escritor, como el papel de la prostitución en Colombia: la salsa entró a Cali por los burdeles, cuando construían el ferrocarril; el acordeón, por los burdeles de Riohacha, y antes de detenerse el tren en la estación de Barrancabermeja, rodeada de cafetines, los obreros saltaban por las ventanas para conseguir las mejores muchachas. En un burdel de Barranca, el Grill Hawai, se compuso e interpretó por primera vez La Pollera Colorá: “Los historiadores me llevaron allá y yo dije: ¿Cómo no hay una placa?”. Le encantan las historias de canibalismo, como las del cacique Nutibara, que engordaba a los prisioneros, mientras las indias alistaban las ollas para la “bandeja paisa”; y las de conquistadores caníbales como Ambrosio Alfinger.
“Historias de Cien Ciudades” culmina con “El incendio del templo en Sogamoso”, tributo de Diego Roselli a la tierra de su ancestro paterno. De allá es el magistrado Alfonso Patiño Roselli, quien en homenaje que le rindieron poco tiempo antes de morir en el Palacio de Justicia, “dijo que los honores y las dignidades las dan los hombres, pero ser sogamoseño es un privilegio que sólo Dios puede conceder”.
 
¿Kómo ce dise?
¿Presidente o presidenta?
La Gramática Castellana nos resuelve muchos problemas, entre ellos el de los mandatarios, políticos y conferenciantes, a la hora del saludo a los personajes invitados (que muchas veces es más largo que el discurso). Entonces, en vez de decir “Señor Presidente de Estados Unidos, Barak Obama; señora Presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, etc., etc.”, mejor sería decir: “Señores presidentes fulano, sutana, mengano y perenceja…”, metiendo ahí hombres, mujeres y todo lo que caiga. ¿Por qué? Porque en Castellano existen los llamados participios activos como derivados verbales: el participio activo del verbo atacar es atacante, el de sufrir es sufriente, el de pensar es pensante, el de cantar es cantante, y así sucesivamente. Repito: género es distinto de sexo. Si no me creen, entonces hay que cambiar el título de un famoso cuento, que en adelante quedará “La Bella Durmienta”. El participio activo del verbo ser es “ente”. Se dice capilla ardiente, no “ardienta”; estudiante, no “estudianta”; adolescente, no “adolescenta”; escribiente, no “escribienta”; paciente, no “pacienta”. Si un hombre está callado, está silente. Si lo está una mujer, lo mismo, no “silenta”. Si me entendieron, se ve que son inteligentes. ¿O las damas quieren que les diga “inteligentas”?
 



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