MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 11    No. 145 OCTUBRE DEL AÑO 2010    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes

“¿En qué momento dejamos que los economistas interpreten este mundo, que ellos impongan las reglas del juego mundial y que el Derecho se tenga que adaptar a la economía?”.
Arturo García Santillán (Méjico, 1961). Investigador, Maestro en Administración y Finanzas, asesor financiero y docente de la Universidad Autónoma, Universidad Panamericana, Universidad del Valle de México, ITESM, Universidad Politécnica y Universidad Cristóbal Colón, en Méjico.
 
Mortalidad materna
y las Metas del Milenio
“La mortalidad materna ha sido una tragedia descuidada, y se ha descuidado porque las que sufren son personas ignoradas, con menos fuerza e influencia sobre cómo se emplean los recursos nacionales, son pobres, y por encima de todo, MUJERES”. Dr. Halfdam Mahler. Conferencia sobre Maternidad sin Riesgo, Nairobi, 1987.

Esta frase pronunciada hace ya 23 años en la conferencia sobre población de Nairobi, resume en buena medida la situación de la salud materna en los países del tercer mundo. Para esa época, las Naciones Unidas manifestaban su profunda preocupación porque las políticas de salud de las naciones pobres no consideraban la salud de las madres como una prioridad, a pesar de que el impacto social de la mortalidad materna se constituía en una gran barrera para alcanzar el desarrollo. Propusieron entonces crear la “Iniciativa por una maternidad segura”, como estrategia que garantizara poner la salud materna en la agenda pública de estos países y convertirla en una prioridad en los programas de salud.
La razón fundamental de esta estrategia radicó en que la muerte materna es un problema de salud pública, de derechos humanos y una de las expresiones más injustas de inequidad contra las mujeres. A fines de la década de los 80's, cada año morían en el mundo aproximadamente 600.000 madres en el proceso de dar vida, 99% de ellas ocurrían y siguen ocurriendo en países en desarrollo y más del 90% eran consideradas evitables. Cada minuto una madre moría en el mundo, y en ese minuto, 100 tenían complicaciones relacionadas con el parto y 300 adquirían una infección de transmisión sexual.
El riesgo de que una madre muera en África es de 1 en 13, en América Latina 1 en 70 y en Europa 1 en 3.400, cifras que hablan por sí solas de la grave situación de inequidad en el mundo. La muerte materna es además un problema de derechos humanos, porque “toda mujer tiene derecho fundamental a un embarazo y parto seguros y a una maternidad saludable”. El derecho a la vida y la salud son derechos humanos fundamentales. Los derechos sexuales son derechos humanos básicos que deben ser reconocidos, promovidos, respetados y defendidos por todas las sociedades con todos los medios.
A la Conferencia de Nairobi siguieron la Cumbre del Cairo y la XXVI Conferencia Sanitaria Panamericana; en ellas los países se comprometieron a considerar la salud de las mujeres de manera integral y no sólo a tenerlas en cuenta para campañas masivas de control natal como ocurría en esa época y como lamentablemente sigue ocurriendo en muchos lugares.
En septiembre de 2000, las Naciones Unidas se comprometieron con los Objetivos y las Metas de Desarrollo del Milenio, que incluyeron disminuir la pobreza, mejorar la salud infantil, reducir las infecciones de transmisión sexual y el sida, lograr la equidad de género, la autonomía de la mujer, auspiciar asociaciones estratégicas para fomentar el desarrollo y la sostenibilidad del medio ambiente. Y como objetivo número 5, mejorar la salud materna, y como meta reducir la razón de mortalidad materna en tres cuartas partes con base en la de 1990, lo que implica lograr para Colombia una razón de mortalidad materna de 32,6 por 100.000 nacidos vivos para el año 2015.
El periódico El Tiempo en su edición del 3 de septiembre del presente año, informó que la Procuraduría General de la Nación en su estudio sobre la efectividad de los derechos de las mujeres, considera que Colombia no cumplirá las Metas del Milenio, al menos en lo referente a salud materna, y concluye que “la meta se cumplirá 5 años más tarde, cuando se pase de una razón de 75 muertes por 100.000 nacidos vivos (NV) (dato calculado para 2006), a 45 en 2015”.
El Ministerio de la Protección Social, “basado en datos de Dane”, asegura que el país redujo la tasa a 59 por 100.000 nacidos vivos en 2008. Es necesario hacer claridad sobre estos datos, porque la línea de base para calcular las Metas del Milenio para Colombia era la razón (no la tasa como aparece en El Tiempo) calculada para 1990, que era 104,6 muertes por 100.000 NV y no la calculada para 2008.
Las cifras reales de mortalidad materna en Colombia no se conocen por el significativo sub-registro en indicadores vitales que caracteriza a la salud pública colombiana, porque simplemente no es una prioridad o por inconveniencia política.
¡Ya quisiéramos los colombianos tener razones de mortalidad materna de 59, como lo informó el Ministerio de Protección Social! Habría menos desigualdad, violencia y orfandad, menor mortalidad infantil, menos deserción escolar y hogares destruidos, y lógicamente menos pobreza y más seguridad.
Es necesario aclarar que las razones globales de mortalidad materna no reflejan la profunda situación de inequidad de las regiones. Mientras Bogotá y Medellín tienen hoy razones de 37 y Antioquia de 45, muy cercanas a las metas debido a algún grado de compromiso político y trabajo serio, por otro lado Vaupés, Guainía, Chocó y algunos municipios del norte de Antioquia exhiben razones comparables o que inclusive sobrepasan a las de Haití, el país más pobre de América, líder en inequidad y mortalidad materna en la región de las Américas.
Reducir la mortalidad materna requiere compromiso político de largo aliento y eso es precisamente lo que en Colombia ha faltado. Basta con mirar el mísero balance del ente legislador y la calamitosa situación de salud del país, para entender por qué no cumpliremos las Metas del Milenio en cuanto a salud sexual y reproductiva se refiere y probablemente también en los demás Objetivos.
En Colombia hay condiciones sociales e individuales críticas para la salud materna, que hacen muy difícil que el país cumpla las Metas del Milenio, como son la baja regulación de la fecundidad; las dificultades en el acceso al control prenatal -CPN- y la mala calidad del mismo; la falta de impacto en la intervención de los riesgos detectados en el CPN; las remisiones tardías a niveles de mayor complejidad, situación que se ha convertido en una verdadera tragedia para pacientes y trabajadores de la salud, aún en las grandes ciudades; la fragmentación de los servicios por niveles de atención; el pobre desarrollo tecnológico de los niveles 1 y 2; la infraestructura e insumos inadecuados e insuficientes para la atención de complicaciones maternas; y la cobertura y cualificación insuficiente del recurso humano.
Hay que precisar que el aseguramiento en salud no es igual a acceso al sistema de atención, y a su vez acceso no implica calidad, como han pretendido hacernos creer los ministros de turno. En Antioquia por ejemplo, la mala calidad de la atención acompaña el 78% de las muertes maternas; y la evitabilidad de éstas, es del 80% según investigación realizada por el Centro Nacer de la Universidad de Antioquia.
Una investigación publicada en la revista The Lancet en abril 12 de 2010 (www.thelancet.com), financiada por la Fundación Bill y Melinda Gates y realizada por investigadores de las Universidades de New York y Australia, muestra cómo efectivamente se redujo la muerte materna en el mundo en el período comprendido de 1980 a 2008, en que se pasó de una razón de 422 a 251 por 100.000 NV, como consecuencia de una reducción global de la razón de mortalidad a una velocidad de 1,3% anual entre 1990 y 2008. Entre las razones aducidas por los investigadores para este descenso, están la reducción global de la tasa de fecundidad de 3,7 en 1980 a 2,56 en 2008, al incremento global del ingreso per cápita que llevó en este período a un mayor acceso a servicios de salud, mejor nutrición, mayor nivel educativo y mayor calificación del talento humano en salud. En esta investigación se estableció la velocidad de reducción de la razón de mortalidad en los países estudiados: llama la atención que Ecuador y Bolivia aventajan de manera significativa a Colombia y se considera que estos países alcanzarán las Metas del Milenio, más no nuestro país.
La respuesta al porqué no logrará Colombia saldar una deuda centenaria con la equidad de género y específicamente con la salud de las madres, posiblemente esté en la frase de Kofi Annan, ex secretario General de las Naciones Unidas: “No se pueden alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, particularmente la erradicación de la pobreza extrema y el hambre, a menos que se aborden decididamente las cuestiones de población y salud reproductiva; y para esto es preciso intensificar los esfuerzos por promover los derechos de la mujer y aumentar las inversiones en educación y salud, inclusive salud reproductiva y planificación de la familia”.
Lamentablemente en Colombia este llamado no parece tener acogida: al contrario, un organismo tan importante como la Procuraduría General de la Nación vetó la cátedra sobre Derechos Sexuales y Reproductivos en los colegios, y el derecho a la terminación segura del embarazo en las circunstancias que permite la ley en la futura Clínica de la Mujer en Medellín, aduciendo razones que se contraponen a los derechos colectivos.

 
  Bioética
El aborto. Reflexiones antropológicas
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Hay temas que hacen relación a nuestra propia existencia y despiertan tan profundos sentimientos que pocas veces se analizan con la suficiente serenidad y objetividad y se termina aduciendo primordialmente las creencias personales, la opinión propia, el “a mí me parece”, sin escuchar otros argumentos, Entre estos temas son de común ocurrencia el aborto, la eutanasia, la “ideología de género”, “la salud sexual y reproductiva”, etc.

Los interrogantes que plantea el aborto, antes que jurídicos o religiosos, son antropológicos. La pregunta fundamental es: ¿qué se elimina cuando llevamos a cabo voluntariamente un aborto? ¿Qué es, ontológicamente, lo que se elimina o suprime? La biología y la antropología filosófica permiten afirmar que lo que se elimina es una realidad humana, una persona humana en acto que expresa su existencia en cada momento según su circunstancia. El nuevo ser, el zigoto, resultado de la singamia de gametos humanos es siempre un ser humano y no uno de otra especie; igual sucede con los embriones de todas las especies: siempre pertenecen a la de sus progenitores.
Los partidarios del aborto dicen en tono de desprecio y de justificación que ese nuevo ser es un “montón de células”, un “puñado de células”, pero olvidan o pretenden olvidar, que ellos y todo ser humano es siempre un “montón de células”, un “puñado de células”, pero células que esencialmente constituyen el cuerpo de un ser personal, trascendente; ser intrínsecamente digno, libre, que exige veneración, respeto sumo, que «le compete un valor absoluto... una dignidad absoluta», que es “fin en sí mismo”, unidad indestructible de un espíritu encarnado o de un cuerpo espiritualmente animado, y que expresa su existencia, como lo afirmamos antes, en cada momento y según su circunstancia.
Que es una realidad humana, una persona humana en acto, es imposible negarlo si aceptamos, como tenemos que hacerlo, que inicia por su propio impulso vital -«autonomía teleológica» o «autonomía intrínseca»- la multiplicación de células y posteriormente la formación coordinada de los diferentes órganos, funciones esenciales para las cuales la madre sólo proporciona el ambiente propicio que permite el desarrollo de esta nueva vida. La división celular como manifestación de vida se realiza también, si el ambiente es propicio, fuera del organismo materno en los embriones obtenidos por fecundación in vitro. El necesitar de un ambiente propicio no mengua la dignidad humana, pues es obvio que todo ser vivo lo necesita para poder sobrevivir.
La vida orgánica es una continua sucesión de fenómenos fisiológicos, metabólicos, sin soluciones de continuidad o rupturas. En esta continua sucesión de fenómenos vitales pueden demostrarse cambios de composición de substancias corporales, de porcentaje de las mismas, etc., pero nunca se cambiará naturalmente la vida concreta de esta realidad a ser realidad de otra especie: es una imposibilidad ontogénica. Algunos de los defensores del aborto aceptan que el zigoto o embrión, resultado de la unión de células germinales humanas, es un ser vivo, pero dudan si verdaderamente es vida humana.
Ana McLaren considera que sólo es humana cuando aparece la línea primitiva del sistema nervioso, aproximadamente entre los 12 a 14 días de la fecundación, cuando se cumple el proceso de anidación y crea el término “pre-embrión”, sobre el cual personalidades como Jerôme Lejeune afirma: «…No necesitábamos ninguna subclase a la que llamar 'pre-embrión', porque no hay nada antes del embrión. Sólo el espermatozoide y el óvulo, eso es todo». Es obvio que el embrión no se hace humano porque aparezca la línea primitiva específica de su sistema nervioso, sino que ésta aparece porque es humano.
Xavier Zubiri enseña al respecto: «…El oligofrénico es persona; el concebido, antes de nacer es persona. Son tan personas como cualquiera de nosotros. En este sentido, la palabra 'persona' no significa personalidad. Significa un carácter de sus estructuras, y como tal, un punto de partida. Porque sería imposible que tuviera personalidad quien no fuera ya estructuralmente persona». «…A este carácter estructural de la persona lo denomino personeidad, a diferencia de la personalidad». «…No hay sino un ser humano que 'va siendo' en una progresiva apertura desde el plasma germinal a lo ab-soluto (sic) del Yo. La aperturalidad es el primer momento estructural de la unidad de mi ser sustantivo». «…Sería imposible que tuviera personalidad quien no fuera ya estructuralmente persona. Y, sin embargo, no se deja de ser persona porque ésta hubiera dejado de tener tales o cuales vicisitudes y haya tenido otras distintas». Es decir, esencialmente y por naturaleza somos personas desde la fecundación, porque estructuralmente poseemos personeidad desde ese instante.
Y sobre el comienzo de la vida humana nos dice Juan-Ramón Lacadena Calero: “… Ningún científico dudaría en responder que en el momento de la fecundación, es decir, cuando de dos realidades distintas -el óvulo y el espermatozoide- surge un tertium, una realidad nueva y distinta -el cigoto- con una potencialidad propia y una autonomía genética… Puesto que ese programa genético es específicamente humano y no de otra especie, la nueva vida surgida es, evidentemente humana».
Ya a finales del siglo V a.C. el llamado Juramento Hipocrático -Hórkos- proclama: «No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. Igualmente tampoco proporcionaré a mujer alguna un pesario abortivo. En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte» -IV voto-.
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

 

 
 











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