MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 11    No. 143  AGOSTO DEL AÑO 2010    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

El pasado 20 de julio se celebró el Bicentenario de Independencia. Como un momento importante no puede limitarse a sus actos simbólicos, se precisa una reflexión profunda sobre su significado.
Una independencia difícil de comprender
Recuerdo a mis maestras de la escuela, la manera, la devoción que nos inculcaban. El patriotismo, la bandera, la imagen mítica de Bolívar y los próceres de la independencia, seres legendarios casi inhumanos y perfectos. Luego repasábamos la imagen triunfante que se ofrecía de nuestros países, muy dudosa por cierto, cuando se trata de encontrar una autonomía que no tenemos.
Con los años el concepto de independencia ya no es el mismo. Se ha dado un giro en el sentido que nos cuesta ver hasta dónde ser independiente significa algo posible. La globalización, el internet las redes del conocimiento y las profesiones, los mercados, etc., nos obligan a revisarlo, y a considerar que la independencia como concepto total equivaldría a un aislamiento indeseable. Actualmente las fronteras de los países son porosas e imagino, que en muchos años, llegaremos a celebrar mucho más un día de Integración Hispanoamericana, que el de la Independencia, y ojalá ese día no esté lejano.
La independencia y la persistencia del Estado pre-moderno
Para explicar lo que me evoca el Bicentenario, siento la necesidad de compartir algunas razones que me llevaron a estudiar Política. En un momento supe que me encantaba la historia, y no obstante, eludía la historia colombiana. Era muy dolorosa para mí: conocerla y reconocerla me atormentaba. Sin embargo, algo cambió esa negación. En los 90's, en las marchas campesinas, me correspondió un proceso de intervención por el gobierno, en una zona de colonización de frontera interna, en el Putumayo. Allí conocí niños de 12 años que nunca habían visto nada más que una mata de coca, una pobreza muy grande y un odio furioso por lo que Bogotá y las élites de las grandes ciudades representan. Luego aprendí que estas historias inverosímiles estaban perfectamente descritas.
Es el relato de las poblaciones que de antaño roturan las selvas y que con su esfuerzo las introducen en la frontera agrícola y ganadera. Ellos son financiados por usureros, bajo formas de créditos agobiantes y señoriales, con intereses impagables a niveles absurdos; y tras de ellos vienen jueces e instituciones ineficientes, la falta de titulación de tierras, personas corruptas, y los grupos al margen de la ley.
Es la acometida de quienes en el pasado se llamaban los “pájaros”, recientemente paramilitares y hoy las “Bacrim” ó bandas criminales. Su nombre se parece al de un antibiótico, pero no es nada distinto a unas bandas que repiten el papel de acosar y expulsar los colonos de frontera de sus tierras, recién ganadas de la selva, una vez que no pueden pagar ó demostrar títulos. Así los empujan a las ciudades o más adentro en la selva: esos son los desplazados; detrás vienen otros comprando barato o simplemente aprovechando el desorden. Todo esto con un sistema de titulación de tierras inexistente o muy pobre. Por allá no se puede ir, es muy peligroso, a la policía también le daba miedo ir y vimos con horror un gobierno hace 10 años, que se fue retirando, una a una, de muchas poblaciones: las tasas de mortalidad por homicidio se elevaron hacer 10 años en estos lugares hasta 800 por 100.000 habitante/año.
¿Y quiénes son los colonos? Ellos han sido expulsados varias veces de sus tierras. Primero en los 40's y 50's durante la Violencia, con V mayúscula. La guerra de partidos, fratricida, terrible, la época de las historias escalofriantes, el “corte de franela” y tantos ultrajes que no tienen el objeto de matar el cuerpo sino el espíritu y el liderazgo. Fue entonces que muchos fueron expulsados por “los pájaros”, para ir al borde de las selvas y las zonas de colonización de frontera interna. ¿Y quién mas vive en las zonas de frontera, sin Dios ni ley? Homicidas, delincuentes perseguidos con cuentas pendientes de la justicia, que como escape se van a estas periferias. Luego el narcotráfico.
Al pie de las selvas, con este sustrato de des-institucionalización, donde nada más es productivo, entra esta cultura tan terrible. Llegan centenares de desempleados, sin familia, a engrosar los ejércitos del caos, los “raspachines” y toda la pléyade de informales en busca de trabajo. ¿Se imaginan lo que piensan estos renegados, ubicados en zonas de colonización de los jueces y las leyes, de la policía y del establecimiento, luego que fueron expulsados sucesivamente de sus tierras y ahora enfrentan las violencias del narcotráfico y el orden público? Todo lo que huele a institucionalidad y a propuestas de la ciudad es como decir mentiras, ó revivir esas historias de ultrajes continuos. Luego, cuando íbamos al Putumayo desde Bogotá a pedir la erradicación manual de cultivos ilícitos y a mirar temas de salud ó carreteras, a buscar una salida al desarrollo, estas familias con niños de 12 años, que nunca habían visto más que una mata de coca, nos miraban aterrados: me imagino lo que pensaban de nosotros. Era para ellos como si llegaran los ejércitos, las bombas y el glifosato a empujarlos más al fondo de la selva. No nos querían mucho por allá. Pero acá en Bogotá muy pocos conocen estas historias ó entienden de lo que se trata. Colombia son muchos países juntos. En Bogotá ó Medellín hay partes en donde uno se siente como en Suiza, pero 30 cuadras más allá es como una favela. Por eso muchos no salen de los sectores más dilectos, casi que dirían de los colonos de frontera como se imaginaba María Antonieta de los pobres: si no tienen panes en sus mesas, pues que coman pasteles...
Luego había que estudiar la política. La tesis versó sobre el conflicto colombiano como expresión postrera del sistema señorial español. Allí pude pensar en la Independencia, porque muy claramente no se trataba de una emancipación o una revolución como en Francia, sino de una separación, un desprendimiento de dos élites: las criollas de las españolas. El mismo Bolívar y muchos próceres eran de familias ricas, educadas en Europa. ¿Hasta qué punto comprendían nuestros Padres de la Patria, del siglo XVIII, sobre la Revolución Francesa y lo que significaba la libertad? ¿Hasta qué punto ellos comprendían el camino que nos esperaba? Es algo que merece gran debate. La libertad a los negros, por ejemplo, tardó 50 años más que la independencia, así como sólo estuvo disponible hasta hace poco el sufragio universal para todos y no solo para los hombres blancos, letrados y con propiedades. Después de la independencia, el régimen de impuestos continuó siendo el mismo por 40 años más, sobre exacciones al aguardiente y el tabaco. Hoy también, entre otras, la salud se financia del licor y el tabaco. ¿Entonces, la independencia de la que hablamos, qué quiere decir en términos de transformación social e institucional? ¿Hasta qué punto rechazar y separarse de España era un hecho transformador? En muchos sentidos somos inseparables de España y viceversa, de la misma manera que la historia de España ha llegado a ser tan trágica como la nuestra.
No es cierto que a América se hubieran mandado los reos y las prostitutas, dando origen a países fallidos. Incluso, durante algún tiempo solo se permitió el ingreso de castellanos y también hubo cierta migración por razones religiosas ó búsqueda de fortuna para hijos educados, que no eran primogénitos. Es además muy dudosa la tesis de Douglas North, que encuentra en la religión católica y en nuestra hispanidad la causa de nuestro atraso: existen países católicos muy ricos ó de habla inglesa ó francesa muy pobres. Tenemos que revisar lo que pasó, porque el Bicentenario es para reflexionar en lo que somos y atisbar dónde debemos ir: unas veces como indígenas, otras como negros, otros como hispanos y otras como nosotros.
El modelo eurocéntrico de modernidad
Hoy nos debatimos ante un modelo de modernidad artificial, eurocéntrico, promovido por escuelas neoclásicas de economía política, funcionales al modelo económico global. Porque es ajeno a nuestras raíces, no parece algo muy apropiado para cerrar la discusión de nuestro presente y futuro. No se puede pensar que el fin de la historia sea el éxtasis que proporciona el consumo de bienes y el libre intercambio como insinúa Fukuyama, un intercambio que deroga toda la espiritualidad y el sentido de trascendencia, de auto-realización y satisfacción de la existencia humana. Seguimos buscando la independencia.
Sobre la salud hay que decir mucho en este contexto. Nuestros hospitales e instituciones de salud, los de la hispanidad y los de la Corona portuguesa vienen del Sacro Patronato Regio, mientras que las anglosajonas vienen de la necesidad de instituciones de salud para la guerra colonial. Dos cosas muy distintas en sus orígenes, fines y consecuencias. Así como nuestras ciudades están llenas de urbanizaciones que constituyen evocaciones medievales muy vívidas por sus cercas como muros, garitas como torres, vigilantes en las puertas y poblaciones aterradas en su interior por la delincuencia, asimismo nuestra institucionalidad de salud tiene un terrible olor señorial. Huele a dádivas, a favores, a regalos, a asistencia pública, a focalización y a subsidios para los pobres. No es éste el derecho del ciudadano al trabajo formal, a un seguro, al servicio del Estado que se merece por ser ciudadano, sino un favor, así como los favores que los señores debían a sus siervos. Por eso el derecho a la salud es un reconocimiento esencial para constituir Estados modernos y autónomos: este derecho trata de un servicio integral e íntegro, equitativo y efectivo.
Por todo esto, finalmente, cada vez me alegro más cuando veo nuestro sistema de salud y lo que nos dio la Constitución de 1991. Hoy tenemos una cobertura casi universal, las personas tienen derecho contribuyan o no a un plan de beneficios. Tienen su identificación y la aseguradora tiene que atenderlos. Es un sistema con muchos problemas, pero que supera el concepto de asistencia pública previo, de caridad, que imponía un trato servil.
 
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