 |
|
|
 |
Salud,
Cultura y Sociedad
|
|
La
enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía
más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía,
la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y
aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano
cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos
por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar. Susan
Sontag (La enfermedad y sus metáforas. El sida
y sus metáforas).
Si, así es. En cualquier momento podemos adquirir una
enfermedad de determinada causa, intensidad y duración.
Y entonces tendremos que identificarnos con ese pasaporte que
nadie quiere usar. Y asistir a consultas, practicarse exámenes,
recibir tratamientos y, si el caso lo amerita, estar incapacitados
por algún tiempo. Y también algún día,
tendremos que morir. |
Y es el médico el menos inclinado a identificarse
como ciudadano de aquel otro lugar. Por vocación
tomamos nuestra propia decisión de ayudar al que sufre,
al que padece, al enfermo. Ese es el rol que desempeñamos,
así como aquel desempeña el suyo. Y no queremos
cambiar de rol: convertirnos en el que sufre, el que necesita
ayuda. Preferimos continuar asistiendo a trabajar a pesar
de estar con gripa o tener un dolor lumbar. Y examinamos los
pacientes y luego escribimos su historia, les solicitamos
exámenes y les recomendamos un tratamiento, aunque
tengamos tendinitis de la mano derecha, y estemos usando una
muñequera.
|
 |
Siguiendo
a Sontag, parece que hubiéramos dividido el mundo entre
ellos y nosotros. Ellos, los que sufren,
los que padecen; nosotros, los que atendemos, aliviamos, intentamos
curar. Es paradójico ver a un médico enfermo tratando
de aliviar a aquel que también padece, como él.
Pero parece que preferimos esto a usar el otro pasaporte. No
queremos pasar al lado de ellos, preferimos quedarnos
en el de nosotros. Debiéramos aceptar que
estamos enfermos y que necesitamos ayuda, como cualquiera de
ellos. Muy posiblemente nuestro ancestro judeo-cristiano,
que nos habla del amor al prójimo, nos impide ver que
en ese momento el prójimo somos nosotros mismos. Y no
se trata de abandonar nuestros principios ni faltar a nuestras
promesas: es que ahora los que estamos enfermos somos nosotros,
los que necesitamos ayuda somos nosotros. Y seguramente será
un colega, un compañero, el que se encargue de cuidarnos,
y de cuidar a los demás por nosotros. Es decir, se mantiene
el concepto de amor al prójimo.
No se trata simplemente de egoísmo: ¡primero yo!
No, se trata de lo que se denomina amor propio: ese respeto,
ese cariño, esa consideración que nos debemos
tener a nosotros mismos, que no es más que el reflejo
de lo que sentimos por los demás, por el prójimo.
O como lo define Fernando Savater (En: Ética como amor
propio):
Si no me amo a mí mismo, no sabré
amar a nadie ni a nada, puesto que todo lo que amo lo amo por
su relación conmigo, como ampliación y consecuencia
del amor que me tengo
. Y más adelante el
mismo Savater sostiene que
el amor propio no es
el amor a nuestras propiedades, sino el amor a lo que nos es
propio
.
Como no queremos usar ese otro pasaporte, posiblemente demoremos
la ida a consultar nuestras molestias con el colega; en ocasiones
no nos hacemos los exámenes que nos solicitan o los hacemos
en otra fecha; podemos incluso aplazar el comienzo de un tratamiento
o interrumpirlo. Si esto lo supieran ellos, dirían
claro, es que son personas, como nosotros.
Porque en varias ocasiones nos ha molestado que un paciente
se comporte de esta manera: viene a consulta cuando la enfermedad
está avanzada, o no se realiza las pruebas solicitadas
o interrumpe un tratamiento. Entonces nosotros también
deberíamos concluir: ellos son personas, como nosotros.
Y esta coincidencia de actitudes y conductas nos hace recordar
los versos de Serrat (En: Te guste o no, 1994):
Puede que a ti te guste o puede que no,
pero el caso es que tenemos mucho en común.
Bajo un mismo cielo, más o menos azul,
compartimos el aire
y adoramos al sol.
Los dos tenemos el mismo miedo a morir,
idéntica fragilidad,
un corazón,
dos ojos, un sexo similar
y los mismos deseos de amar
y de que alguien nos ame a su vez.
Puede que a ti te guste o puede que no,
pero por suerte somos distintos también.
Es decir, unos y otros, tanto ellos como nosotros
somos personas, con todas sus virtudes y con todos sus defectos.
Y por eso a veces usamos un pasaporte y a veces tenemos que
usar el otro 6
Nota:
Esta columna es un aporte del Grupo Nacer, Salud Sexual y Reproductiva.
Línea de investigación Salud, Cultura y Sociedad.
Facultad de Medicina - Universidad de Antioquia. |
 |
|

|
|
|
|
|