MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 11    No. 138  MARZO DEL AÑO 2010    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Salud, Cultura y Sociedad
“La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”. Susan Sontag (“La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas).
Si, así es. En cualquier momento podemos adquirir una enfermedad de determinada causa, intensidad y duración. Y entonces tendremos que identificarnos con ese pasaporte que nadie quiere usar. Y asistir a consultas, practicarse exámenes, recibir tratamientos y, si el caso lo amerita, estar incapacitados por algún tiempo. Y también algún día, tendremos que morir.

Y es el médico el menos inclinado a identificarse como “ciudadano de aquel otro lugar”. Por vocación tomamos nuestra propia decisión de ayudar al que sufre, al que padece, al enfermo. Ese es el rol que desempeñamos, así como aquel desempeña el suyo. Y no queremos cambiar de rol: convertirnos en el que sufre, el que necesita ayuda. Preferimos continuar asistiendo a trabajar a pesar de estar con gripa o tener un dolor lumbar. Y examinamos los pacientes y luego escribimos su historia, les solicitamos exámenes y les recomendamos un tratamiento, aunque tengamos tendinitis de la mano derecha, y estemos usando una muñequera.

Siguiendo a Sontag, parece que hubiéramos dividido el mundo entre “ellos” y “nosotros”. Ellos, los que sufren, los que padecen; nosotros, los que atendemos, aliviamos, intentamos curar. Es paradójico ver a un médico enfermo tratando de aliviar a aquel que también padece, como él. Pero parece que preferimos esto a usar el otro pasaporte. No queremos pasar al lado de “ellos”, preferimos quedarnos en el de “nosotros”. Debiéramos aceptar que estamos enfermos y que necesitamos ayuda, como cualquiera de “ellos”. Muy posiblemente nuestro ancestro judeo-cristiano, que nos habla del amor al prójimo, nos impide ver que en ese momento el prójimo somos nosotros mismos. Y no se trata de abandonar nuestros principios ni faltar a nuestras promesas: es que ahora los que estamos enfermos somos nosotros, los que necesitamos ayuda somos nosotros. Y seguramente será un colega, un compañero, el que se encargue de cuidarnos, y de cuidar a los demás por nosotros. Es decir, se mantiene el concepto de amor al prójimo.
No se trata simplemente de egoísmo: ¡primero yo! No, se trata de lo que se denomina amor propio: ese respeto, ese cariño, esa consideración que nos debemos tener a nosotros mismos, que no es más que el reflejo de lo que sentimos por los demás, por el prójimo. O como lo define Fernando Savater (En: Ética como amor propio): “…Si no me amo a mí mismo, no sabré amar a nadie ni a nada, puesto que todo lo que amo lo amo por su relación conmigo, como ampliación y consecuencia del amor que me tengo…”. Y más adelante el mismo Savater sostiene que “…el amor propio no es el amor a nuestras propiedades, sino el amor a lo que nos es propio…”.
Como no queremos usar ese otro pasaporte, posiblemente demoremos la ida a consultar nuestras molestias con el colega; en ocasiones no nos hacemos los exámenes que nos solicitan o los hacemos en otra fecha; podemos incluso aplazar el comienzo de un tratamiento o interrumpirlo. Si esto lo supieran “ellos”, dirían “claro, es que son personas, como nosotros”.
Porque en varias ocasiones nos ha molestado que un paciente se comporte de esta manera: viene a consulta cuando la enfermedad está avanzada, o no se realiza las pruebas solicitadas o interrumpe un tratamiento. Entonces nosotros también deberíamos concluir: ellos son personas, como nosotros.
Y esta coincidencia de actitudes y conductas nos hace recordar los versos de Serrat (En: “Te guste o no”, 1994):
Puede que a ti te guste o puede que no,
pero el caso es que tenemos mucho en común.
Bajo un mismo cielo, más o menos azul,
compartimos el aire
y adoramos al sol.
Los dos tenemos el mismo miedo a morir,
idéntica fragilidad,
un corazón,
dos ojos, un sexo similar
y los mismos deseos de amar
y de que alguien nos ame a su vez.
Puede que a ti te guste o puede que no,
pero por suerte somos distintos también.
Es decir, unos y otros, tanto “ellos” como “nosotros” somos personas, con todas sus virtudes y con todos sus defectos. Y por eso a veces usamos un pasaporte y a veces tenemos que usar el otro 6
Nota:
Esta columna es un aporte del Grupo Nacer, Salud Sexual y Reproductiva. Línea de investigación Salud, Cultura y Sociedad. Facultad de Medicina - Universidad de Antioquia.
 
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