 |
|
|
 |
Espectadores ante
la muerte
|
 |
Olga
Lucia Muñoz López. Periodista, Medellín
En 1993, el fotógrafo sudafricano
Kevin Carter viajó con su amigo Joao Silva al llamado
"Triángulo de la Hambruna", en Sudán,
donde el gobierno islámico estaba en guerra con las
tribus Nuer y Dinka. Llegaron en un avión de Naciones
Unidas cargado de comida. "Los pobladores hambrientos
rodearon el avión, salvo aquellos demasiado débiles
para caminar, que esperaban sentados alrededor de un improvisado
comedor", dijo Carter, y ambos fotógrafos se separaron
para tomar fotos por el campamento. Momentos después
le dijo a su amigo: "Le estaba sacando fotos a una nena
arrodillada, que apoyaba la cabeza contra el suelo, y de repente
un buitre gigante se posó detrás de ella.

|
Seguí disparando,
y recién después espanté al buitre".
Cuando trató de mostrarle el lugar a su amigo, no
estaba el buitre pero la pequeña seguía ahí,
vencida por el hambre, y ninguno de los dos la ayudó
a llegar al comedor, que estaba apenas a cien metros.
Carter vendió la foto al New York Times, ésta
se convirtió en un símbolo de la hambruna,
usada en infinidad de posters y campañas, y cuando
al diario neoyorquino llegaron miles de cartas preguntando
qué había sucedido con la niña, qué
había hecho el fotógrafo, Carter tuvo que
confesar que no había hecho nada, que suponía
que la niña se había levantado para llegar
al comedor. El 12 de abril de 1994, la foto ganó
el Premio Pulitzer y cuando llamaron a Carter para anunciarle
del premio, el fotógrafo no quiso atender a la prensa
extranjera, al parecer porque los cuestionamientos lo estaban
enloqueciendo. Decía Carter: "Es la foto más
importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella.
No quiero ni verla. La odio. Cuando Joao y yo estuvimos
en Somalia en 1992, en medio de la hambruna, ninguno de
los dos recogió a un solo chico enfermo o agonizante,
aunque vimos cientos. Los mirábamos morir y sacábamos
fotos. Yo me sentí impotente cuando fotografié
a un hombre cuyo último hijo se le estaba muriendo
en sus brazos. Eran buenas fotos; la tragedia y la violencia
son imágenes poderosas; por eso las pagan así.
Algo de la emoción, de la empatía y la vulnerabilidad
que nos hacen humanos se pierde cada vez que apretamos el
obturador de la cámara".
Meses después de obtener el premio, a la edad de
33 años, Kevin Carter se suicidó conectando
una manguera al tubo de escape y aspirando los gases tóxicos.
Al parecer, no pudo resistir ser testigo impávido
de una imagen maldita que reflejaba la muerte del hombre,
de todos los hombres, talvez el reto más difícil
al enfrentarse con momentos dolorosos del acontecer humano.
Un desgarramiento parecido vivimos los colombianos cuando
observamos un video que denunciaba el abandono a las puertas
de un hospital de una indigente de 35 años en Cartagena,
que cuestionó a los colombianos en general y a todas
las instancias del sector en particular, sobre el papel
activo y no pasivo que debemos cumplir todos en el sistema
de salud colombiano, según lo estipula la misma Ley
100, la Constitución y las más elementales
normas de la ética, si queremos que en verdad se
otorgue el derecho a la vida y el acceso a los servicios
de salud a toda la población, sin discriminación
ni excusa alguna.
El limbo en el cual permanece la población vinculada
ante el sistema, luego del fracaso en el cumplimiento de
las metas planteadas en la Ley 100, que estipulaban que
el año anterior ya debería estar incluida
dentro de uno de los regímenes, hacen que el caso
de Cartagena no sea el único presentado en el país,
que pone en riesgo de muerte y a veces lleva hasta la muerte
misma, a quienes no tienen definida su situación
de afiliación.
Aunque la Supersalud abrió investigación administrativa
contra la ESE Hospital Local de Cartagena de Indias -Cap-
de Pasacaballos, donde fue atendida inicialmente la paciente
Carmen Elena Atehortúa Zúñiga, la ESE
Hospital San Pablo de Cartagena a donde fue remitida, el
Departamento Administrativo Distrital de Salud de Cartagena
-DADIS- y la Secretaría Seccional de Salud de Bolívar,
por la forma como se atendió a esta paciente abandonada
por una ambulancia en la entrada de urgencias del hospital
San Pablo, sanciones aisladas no pueden ser la única
respuesta a un problema que acaba o deteriora muchas vidas,
que tiene en jaque a la mayor parte de los hospitales del
país por la contradicción en las normas y
que desvirtúa al sistema mismo.
En primera instancia, no se guardó confidencialidad
respecto de la presunta enfermedad de la paciente, lo que
provocó rechazo de la comunidad; hubo irregularidades
en el diligenciamiento de la historia clínica, en
el traslado en ambulancia y en la prestación del
servicio de urgencias; se le negó el acceso a una
atención integral para confirmar o descartar el VIH;
y la historia clínica demuestra que no recibió
asistencia médica acorde con su condición
humana, que recibió trato inhumano y discriminado,
que no se le suministraron medicamentos ni el tratamiento
ordenado por el médico tratante, y que en estas condiciones
permaneció durante 14 días hasta el momento
de su muerte el pasado 25 de octubre.
Llama la atención que este caso solamente saliera
a la luz pública en las primeras semanas de enero,
gracias a que la señora Mery Cabarcas prestara al
canal 8 de la Costa el testimonio de dos minutos que grabó
en video, en el cual demostraba cómo la paciente
había sido abandonada a las puertas del Hospital
San Pablo, ya cansada del "paseo de la muerte"
a que había sido sometida después de 8 horas
de suplicar ser recibida en algún centro asistencial
y de que en todos ellos al parecer la rechazaran.
Quizás de no haberse conocido el video, el caso se
habría sumado a los al parecer miles de casos similares
que permanecen en el anonimato porque los perjudicados no
se atreven a denunciar por miedo o por desconocimiento del
derecho a hacerlo y a reclamar sus derechos al acceso al
servicio de salud.
El limbo de los vinculados
No se sabe cuántos son, no se sabe donde están
y mucho menos, de que se enferman y finalmente mueren; al
parecer, apenas se configuran en los registros como habitantes
de una nebulosa instalada en todos los rincones del país,
y aunque existen unas normas mínimas para garantizarles
el derecho a la vida y a la asistencia médica, siguen
a la deriva, como una población de la que casi nadie
quiere hacerse responsable.
Según el artículo 157 de la Ley 100, existen
dos tipos de afiliados al sistema: los del régimen
contributivo y los del subsidiado, en tanto que los vinculados
aparecen como "participantes temporales", que
deberán recibir atención de salud en instituciones
públicas y privadas que tengan contrato con el Estado.
La Ley indicaba además, que a partir del año
2000, todo colombiano ya debería estar afiliado a
uno de los regímenes con derecho a recibir un plan
unificado de salud para ambos modelos.
A la fecha, ni todos los colombianos están afiliados
a uno de los dos regimenes, ni se ha unificado el plan de
salud, y ni siquiera se sabe a ciencia cierta quiénes
y cuántos son los vinculados.
Según el Director de la División Financiera
de la Supersalud, Buenaventura Ordui, la falta de un sistema
de información único nacional no permite establecer
cuántos vinculados existen, y no se puede a sumar
y restar olímpicamente, afirmando que de una población
a diciembre 31 de 2001 de casi 43 millones de colombianos,
se descuentan 14.3 millones de personas (33.4%) afiliadas
al régimen contributivo, 11.1 millones (25.8%) más
afiliadas al subsidiado, y 1.6 millones (3.7%) de afiliados
a regímenes especiales, lo que nos daría aproximadamente
15.9 millones (37.2%) de no afiliados que podrían
catalogarse como vinculados (Cifras de Minsalud).
¿Por qué no? Porque de esa cifra debería
descontarse a los beneficiarios de los afiliados a cualquiera
de los dos regímenes, los que evaden o eluden sus
pagos al sistema a pesar de tener capacidad de pago, los
trabajadores independientes que se han quedado sin empleo
transitoriamente, los que tienen medicina prepagada pero
no están afiliados al contributivo, los indigentes,
los desplazados, los que aparecen afiliados varias veces
o multiafiliados, y los que salieron de un régimen
para otro. Como se ve, se trata de una población
en su mayoría flotante, que según la ley tiene
derecho a la atención en salud, pero que en la práctica
generalmente padecen la apatía y el abandono a su
suerte, como en el caso de Cartagena.
Casos sancionados
De 42 sanciones de la Supersalud por mala calidad en la
prestación del servicio de salud, que generaron multas
a IPS como clínicas, hospitales, clínicas
del ISS además de entes territoriales y EPS, se destacan
casos como la muerte de 14 personas por una epidemia de
dengue hemorrágico en Quindío entre 1997 y
1998, por falta de acciones de promoción y prevención,
de campañas y de fumigación; la muerte de
un anciano y un niño en Cereté, Córdoba,
por la mordedura de un perro con rabia en 1998, por descuido
de la Secretaría Departamental de Salud; el hallazgo
denunciado por un medio de información, de 27 neonatos
en una fosa común en Barranquilla, con placentas
y miembros amputados, por causa de que el Hospital General
de la ciudad no tenía Comités de Obligatorio
Cumplimiento, faltaba mantenimiento hospitalario y se diligenciaban
mal las historias clínicas; y las quejas de los indígenas
emberá katios en Tierraalta, Córdoba, que
denunciaron la falta de programas de prevención y
promoción, lo que provocó enfermedades en
esa comunidad.
Estos casos reportados serían apenas puntas del iceberg
de casos que en realidad existe debajo del miedo a denunciar
o de la falta de conocimiento y de asesores para hacerlo.
IPS tienen que atender pero no
tienen a quién cobrar
Esta es la otra cara del problema. La Ley es absolutamente
clara en establecer que todos los colombianos tenemos derecho
irrenunciable a la atención en caso de urgencias
en cualquier entidad de salud del país, y que la
entidad responsable de la afiliación, deberá
cancelar los pagos respectivos por ese concepto.
Para el caso de los vinculados, se establece que su atención
será garantizada por instituciones públicas
o privadas que tengan contrato con el Estado, y que a la
hora de pagar por estos servicios, las Direcciones Seccionales
de Salud pagarán los servicios de atención
inicial de urgencias de segundo y tercer nivel y las Direcciones
Locales de Salud, la atención del primer nivel cuando
se haya prestado en instituciones privadas con las cuales
no tiene contrato o cuando la dirección habitual
de la persona atendida no coincida con la jurisdicción
de la dirección de salud donde se localiza la IPS
pública o privada que haya prestado la atención.
Las tarifas y el trámite de pago se regirán
por los respectivos contratos y en su defecto, por lo previsto
en el SOAT.
Ante la negativa de las Direcciones Departamentales o Locales
a cancelar estos pagos, son los hospitales las entidades
que están soportando la carga más pesada,
ya que están obligados a prestar la atención
pero al no recibir el pago correspondiente por la misma,
ven crecer día con día una cartera de casi
imposible recaudo que castiga los balances y estados financieros
del hospital mismo, y a muchos los ha llevado al borde mismo
del cierre o a su liquidación definitiva.
Tira y afloje en Antioquia
Para este departamento la situación tiene otro elemento
adicional: la Circular 00116 del 31 de mayo de 2001, establece
que desde el 1º de junio pasado, sólo se reconocerá
el pago de las actividades, procedimientos e intervenciones
de nivel II y III Nivel de atención que se brinde
a la población vinculada que se encuentre identificada
por el Sisben en los niveles de pobreza II y III al momento
de recibir la atención.
El Ministerio de Salud consideró de vital importancia
la medida para evitar la corrupción, desviación
de recursos del régimen subsidiado y la entrega del
Sisben a personas no pobres que le robaban de esta manera
el derecho a población verdaderamente necesitada
del subsidio a la salud. Sin embargo, paralelamente, señala
que al no existir norma alguna que determine o limite el
acceso a los servicios de salud a aquella población
igualmente pobre y tratados como vinculados, que no están
clasificados dentro del Sisben, es muy preocupante que en
algún momento se vulnere el derecho a la salud, porque
la encuesta no se puede utilizar como barrera al acceso
a la prestación del servicio.
En comunicación del Ministerio a la Seccional de
Salud de Antioquia del 11 de julio de 2001, el despacho
ministerial solicita claridad respecto de esta circular,
porque si el personal de los hospitales públicos
no puede negar un servicio de salud con el pretexto de que
el vinculado no está clasificado en el Sisben, se
crea un dilema para las Empresas Sociales del Estado frente
a la Dirección seccional porque ésta no paga
las cuentas de cobro por el servicio prestado, y los hospitales
privados también padecen los efectos de esta circular.
En el caso del Hospital General de Medellín, la cartera
por atención a particulares dentro de los cuales
la mayoría son vinculados, ya asciende a unos $2.000
millones, y están obligados a continuar prestando
el servicio, en un círculo vicioso que los condena
a seguir aumentando esa cartera de casi imposible recuperación.
Y lo más grave es que esta situación se repite
en casi todas las instituciones públicas y privadas
del departamento, agravando su situación financiera
en el futuro próximo y poniendo en duda su viabilidad
financiera a largo plazo.
Todos somos pecadores en este país
insolidario
Carlos Mario Ramírez, director de Aseguramiento del
Ministerio de Salud, afirma que a todos los colombianos
nos cabe responsabilidad en la problemática de los
vinculados, porque la existencia de vinculados no depende
únicamente de la situación macroeconómica
del país sino también de la conciencia de
todos los habitantes, porque cuando se trata de subsidios
todos queremos recibir, pero nunca deseamos generar un aporte
solidario al sistema.
No se puede esconder la realidad de que la prestación
del servicio de salud sigue en crisis, por la evasión,
la elusión, la desviación de recursos, pero
tampoco se puede aceptar la crítica de que antes
de la Ley 100 todo era mejor por enemigos del sistema que
sólo pretenden que se realicen cambios para mejorar
sus condiciones particulares; para la muestra, véase
el caso de denuncias permanentes a empresas de licores y
loterías, aquí no hay un solo pecador, mejor
dicho, ninguno de los actores del sistema está libre
de pecado contra el flujo y la utilización de los
recursos.
Afortunadamente hay más conciencia de denuncia
y entidades que están dispuestas a fomentar esas
denuncias para exigir el respeto a los derechos humanos
en general y a los derechos a la salud en particular. Cada
actor del sistema cree que todos los demás son pecadores
menos él mismo, cuando debería asumirlos de
manera responsable. Somos campeones en doble moral y sin
querer demeritar el caso de Cartagena, vemos la poca conmoción
que causa el ataque a una misión médica por
ejemplo, donde son asesinados el conductor, el camillero,
el paciente y hasta el médico, quedándose
apenas como un caso de la sección judicial. Eso también
es atropello a los derechos a la salud, y no puede seguir
inadvertido.
Además, agrega Carlos Mario Ramírez, no se
puede perder el norte, porque aunque la razón de
ser hoy día no es el paciente ni el usuario sino
que todo se mide y evalúa con el signo pesos, no
podemos seguir contaminándonos de ese economicismo
perjudicial en donde la primera pelea es por el dinero,
sin reflexionar que lo primero es y debe seguir siendo la
defensa de la vida y de la calidad de la atención
en salud. Se necesita dinero para incluir más personas
pobres y vulnerables o sin capacidad de pago entre los afiliados
al sistema, pero también se necesitan programas y
políticas consistentes de salud hacia el próximo
período presidencial. De ahí la urgencia de
elegir con tino a quién regirá los destinos
no sólo del país sino de la esperanza de vida
y de la calidad de vida de los colombianos en los próximos
años, concluye Carlos Mario Ramírez.
De no asumir posiciones críticas y de responsabilidad
dentro del sistema, poco o nada nos diferenciaremos del
fotógrafo Kevin Carter, quién al presenciar
la tragedia de la muerte inminente pasó casi de largo,
y después pagó con su vida el remordimiento
por su falta de resolución frente al hecho inhumano.
Después de conocer un caso como el de Cartagena y
de saber que nuestros hospitales registran casos similares
día tras día, vivencias tan o más crueles
y dolorosas, cada actor del sistema debería preguntarse:
¿Cuál es mi responsabilidad en esto y que
puedo hacer para remediarlo? Y, ¿con apoyo de quién
en verdad?, para no quedarnos en ese papel casi morboso
de simples "espectadores ante la muerte".
|
|
 |
|