La accesibilidad al desarrollo y
a los sistemas de salud como condición para el bienestar
social, fue el lema que fundamentó el II Congreso
Internacional de Salud Pública realizado el pasado
mes de Noviembre en la ciudad de Medellín. No es
fruto del azar que los conceptos de desarrollo, sistemas
de salud y bienestar social se encuentren bajo un mismo
techo en medio de interesantes debates políticos
y académicos de dimensión internacional, en
un momento histórico en el cual se ponen en duda
la validez de los mode los imperantes.
El debate logró poner sobre la mesa un asunto fundamental:
¿Mantiene validez el sistema de seguridad social
definido para el país por medio de la Ley 100 de
1993? Más que respuestas, flota en el ambiente una
sensación de incertidumbre, a la vez que se escuchan
voces que reclaman la derogatoria de tal sistema.
Por su parte, es evidente la ausencia de un liderazgo político,
el cual se espera que emane del Ministerio de Salud como
cabeza visible de un complejo sistema. Desde sus voceros
solo llegan mensajes cargados de quejas y escepticismo.
Parece que el discurso de la autoridad se confunde con el
de los opositores, y los posible caminos de solución
suenan a lejanas voces con poca capacidad política
de influir en las decisiones fundamentales.
En el Congreso que organizó la Facultad Nacional
de Salud Pública de la Universidad de Antioquia,
se evidenció la moda de criticar el Sistema General
de Seguridad Social de Colombia, que de verdad es una tarea
fácil, pues son evidentes las pruebas del agotamiento
de una propuesta política que tiene acorralada la
red de servicios de salud del país. El análisis
de los logros de la primera década de vigencia de
un proceso de reformas, que se inició por fuera del
sector salud con la oleada de leyes y decretos orientados
a la descentralización política, fiscal y
administrativa de 1987 y que alcanzó su clímax
con la expedición de la Ley 100 de 1993, deja mucho
que desear. Una relectura de la exposición de motivos
en la discusión de dicha Ley ante el Congreso de
la República, muestra que según la visión
de los dirigentes de entonces, estábamos ante el
añorado arranque de un crecimiento económico
tantas veces esquivo en nuestra historia nacional. Los tres
puntales que sustentaban económicamente la reforma
no pasaron de ser ingenuas expectativas, plenas de sueños
y buenas intenciones, pero que fracasaron: El crecimiento
sostenido de la economía, y por carambola, la reactivación
del sector laboral y una jugosa fuente de recursos en los
promisorios yacimientos petroleros de Cusiana y Cupiagua.
Nada de eso llegó, pero el gasto por su parte si
se desbordó.
El incremento de la participación del gasto en salud,
el cual rondaba el 4% a finales de los años ochenta,
está hoy cercano al 9%, lo cual es en apariencia
un avance significativo del esfuerzo de la sociedad en la
solución de sus problemas de salud. Digo aparente,
porque no es cierto que el gasto en salud se haya incrementado
en más del doble en sólo una década.
En esta cifra hay algunos factores que distraen un análisis
más riguroso de la real situación: De una
parte, la contabilidad oficial del gasto en salud que se
aplicaba hasta 1990 en los documentos publicados por el
Ministerio de Salud hacían referencia al denominado
"Gasto Institucional en Salud", es decir, que
dejaban por fuera el reporte financiero de los esfuerzos
de una parte de la red de servicios considerada no institucional
(consultorios y centros médicos y odontológicos,
laboratorios clínicos, gasto privado no hospitalario,
gasto en automedicación y medicina no tradicional,
entre otros).
Por su parte, los datos de hoy en día reflejan un
rango más amplio de gasto en salud, y además
incorporan costos que no hacían parte del llamado
gasto en salud, pero que sin embargo son unos rubros con
una fuerte presencia en la contabilidad del sector. Me refiero
al costo de la intermediación, al cual además
de la consecuente utilidad que las EPS y ARS esperan de
su gestión, se destinan importantes partidas en actividades
que poco o nada tienen que ver con la función de
proteger la salud, prevenir y curar la enfermedad: comercializar
afiliación a seguros, administrar pólizas,
negociar contrataciones, hacer gestión y auditoria
de la facturación del proceso, donde todas son actividades
que encarecen el sector. Gran parte del incremento en el
denominado gasto en salud se invierte en estas actividades
y por tanto, siendo ortodoxos, aunque son recursos que canaliza
el sector, no podemos hablar de una mayor inversión
en salud.
De otro lado, se incorporó un cambio de lógica
de operación del sector, en donde antes primaban
postulados un poco primitivos de caridad y beneficencia
pública, y la búsqueda de lucro no hacía
parte de las agendas de los administradores. Como consecuencia,
afloran conflictos propios de una vieja práctica
política: la corrupción, ese bicho que olfatea
negocios y se introduce por cuanta fisura aparezca, y erosiona
de esta forma la integridad del sistema.
Para reconocer la corrupción basta con comparar el
esfuerzo fiscal del Estado en materia de salud, con los
resultados obtenidos. El sentido común indicaría
que la cobertura de población se incrementaría
en similar proporción a la generación de recursos.
Y no es así. El dinero se esfuma tras la cortina
de humo que propicia una regulación densa, y podemos
decir que la trasparencia no es uno de los principios de
la reforma.
Basta con mirar la comunicación que en mayo de 2001
el Doctor David Bersh Escobar, entonces Ministro de Salud
(E), remitió a los entes territoriales, emplazándolos
a cumplir con las normas del régimen subsidiado,
con el propósito de que los departamentos y municipios
se comprometan "a realizar todos los esfuerzos necesarios
para que la plata que el Estado invierte en la salud de
la población más pobre y vulnerable, sea real
garantía del derecho a la salud que tienen estos
colombianos". Y agrega Bersh Escobar: "Sin embargo,
la información que tiene el Ministerio según
estimativos realizados con autoridades territoriales y hospitales,
es que de cada 100 pesos que han recibido las ARS, solamente
han llegado 25 a la red hospitalaria, agudizando aún
más la crisis de dichas instituciones".
Sin embargo, de poco sirve aumentar la hoguera de críticas,
si éstas no vienen acompañadas de señales
que ayuden a definir caminos de solución, con miras
al beneficio de quien más se afecta de cualquier
decisión en materia de sistemas de salud: la población.
A continuación se señalan algunos de los puntos
que pueden orientar nuevos rumbos de nuestro sistema de
salud:
En primer lugar, continuar con la búsqueda de la
equidad, vista como un componente básico de acceso
al bienestar, y otorgarle a este principio constitucional
una real dimensión que trascienda la insuficiente
mirada desde la redistribución forzosa, ineficiente
y aún corrupta de los recursos sociales.
En segundo lugar, se requiere definir un sistema de salud
basado en principios más sólidos y en menos
reglamentaciones. La incertidumbre jurídica y la
evasión tácita a los principios fundamentales,
hacen que se definan complejas estructuras más centradas
en sí mismas que en la misión del sistema.
Y por último, reconquistar el papel del Estado como
instancia gestora del derecho a la salud, con medidas eficaces
de protección a los riesgos de enfermar y morir,
y a la garantía de acceso a las condiciones de bienestar,
que promuevan en todos los ciudadanos ambientes saludables.
Esto requiere que la salud haga parte de la agenda política
de los gobernantes, que deje de ser mirado como sector y
que se convierta en meta de desarrollo.