MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 18    No. 233 FEBRERO DEL AÑO 2018    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

REAL-BILITACIÓN

Doctor Alejandro Londoño. Médico fisiatra - elpulso@sanvicentefundacion.com

Mi nombre es Abrenuncio, y por oficio, tengo el alivio. Hermano de Proscuto por parte de la carne, vinimos al mundo por consecuencia de un romance telúrico. Nacimos a través de una grieta y unidos por el vientre bajo, fuimos dotados de potencias complementarias.

Mi frente es enorme y a mi cabeza la corona un chichón que sobresale en su topografía. Escaso de dientes, con orejas enormes y los dedos como nudosas raíces, logro caminar con brega a causa de mis combadas piernas.

Cuando era niño solo podía experimentar espanto con el reflejo de mi figura y de los demás solo podía esperar encontrarme con sus espaldas y los respaldos de sus testas. La normalidad y la igualdad de las figuras se hicieron mis tiranas y a colmillazos la estadística buscaba herirme la carne.

Los dolores comenzaron apenas intenté enderezar mis cascorvos miembros buscando caminar erecto y en la justa medida. En los ojos de los otros solo encontraba reprobación ante una anatomía contra natura. Su fastidio se contagiaba y motivados por un temor antiguo, buscaban seducirme con propuestas reparadoras. Me sometí a su arbitrio y fui mil veces disecado y vuelto a armar según unas instrucciones tan crueles como ajenas.

Ya no reconocía mis manos, mis pies se habían vuelto intrusos y hasta mi intimidad olía a otro. Mi funcionamiento cotidiano se hizo torpe, y a la torpeza se sumó la agonía de unos dolores infernales. En las noches las pesadillas me amenazaban con figuras vestidas de blanco y con enormes cuchillos que solo buscaban desmembrarme para luego volverme a armar.

Sus ojos era lo único que podía ver tras unos enormes lentes que se empañaban con su respiración. Su voz voluptuosa solo buscaba seducirme para llevarme al lecho donde su perversa creatividad intentaría acomodarme a su expectativa. Exangüe y con mis miembros descoyuntados pude huir de sus blancos corredores y asépticos lechos. Mi recuperación fue lenta y no libre de dolores. En las noches me levantaba gritando y solo algunos conjuros lograban disminuir mi sufrimiento. Mi imagen en el espejo me llenaba de angustia y de ira y debía voltear la mirada ante la sola sospecha de mi reflejo. Ahora mi cuerpo denunciaba los horrores de un régimen totalitario que mimetizado en estilismo y promesas amenazaba incluso con acabar mi vida. Debía esperar a cicatrizar, a que mis músculos pudieran tensarse de nuevo sin que los padecimientos me sometieran.

El ponerme en pie y dar los primeros pasos fue uno de los primeros proyectos. Fueron cientos de caídas y moretones lo que debí soportar para lograr de nuevo avanzar unos pocos metros. Día a día mi anatomía se hacía más fuerte. Conocí que el poder de un cuerpo nacía en sus ideas y que los músculos debían sus potencias a la calidad de sus pensamientos. Larga fue mi convalecencia antes de participar de nuevo en la dinámica del mundo.

Estudie la ciencia médica con centauros, el canto con las sirenas y la magia de las palabras me fue entregada en un ritual antiguo. Hoy día, luego de muchos años y viviendo entre galenos, no descanso ante mi propósito de salvar a unos pocos. Disfrazado de bata blanca y usando sus artilugios, busco desde el mismo centro de su sistema, hacer una revolución silenciosa que solo ocurre en la intimidad de estrechas cuatro paredes, la brega es mucha ante sentidos que obligados a la ambliopía, solo, aprendiendo a percibir aquello en regla. Aquí les van mis historias a todos aquellos que oídos tienen para oír y ojos para ver.

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