La risa rabelaisiana
Damian Rua Valencia. Magister en Literatura Francesa comparada Universidad de Estrasburgo – Francia - elpulso@sanvicentefundacion.com
Hace algún tiempo, un profesor de filosofía descubrió que yo, en lugar de consagrar mis tardes a las lecturas de Kant y de Hegel que él recomendaba, me pasaba el día entretenido leyendo literatura poco seria. En esos días, por casualidad, un amigo me había prestado un libro que, en realidad, no pensaba leer: Pantagruel de François Rabelais. Al verlo, el profesor me dijo para tratar de consolarme y aliviar un poco mi embarazo: “se trata de un poeta de la risa”. Extraña expresión que desde eso se me quedó grabada y que me llevó a leer no sólo ése, sino los otros libros del autor para averiguar si no se trataba sólo de un chascarrillo malintencionado.
En el año 3500 AC en el antiguo Egipto existían dos escuelas, la mágico-religiosa y la quirúrgica. Los cirujanos eran considerados despreciables pues era indigno curar llagas y drenar abscesos. Los cirujanos griegos eran esclavos al servicio de un hombre libre que normalmente era un médico formado en la clásica medicina hipocrática. Por tratarse de esclavos no existían dilemas éticos, ya que para los antiguos dichos dilemas eran propios de hombres libres, formados en el conocimiento y responsables de sus actos, por esta razón los cirujanos (esclavos), mujeres y niños no eran considerados ciudadanos.
La poesía, cree uno a veces, es asunto exclusivo de enamorados, de personas sufrientes y profundas, amargadas y ascéticas y, en estos tiempos de redes sociales, de gente cursi y de sensiblería barata. Olvida uno que la palabra, que viene del griego p???s?? (poíêsis), significa creación, producción y que, en la antigüedad, se aplicaba tanto al género trágico como al cómico. En ese sentido las búsquedas poéticas de Rabelais se encaminarían a excitar en nosotros, no la sensación de liberación catártica propia de la tragedia, sino la relajación corporal y la distención que sobrevienen después de la risa.
Pero ¿de qué se ríe Rabelais? Pues de todo: de los reyes, de los ricos, de los pobres, de los poetas, de los médicos, aunque él mismo lo era, de los abogados, de los adivinos, de la historia, de los métodos de enseñanza del renacimiento, que él defendía, de las mujeres, de los hombres, de los filósofos y, sobre todo, de los curas y de la Iglesia que tenían, a través de la Sorbona, un amplio poder de censura. Por eso siempre corre grave peligro de ser ridiculizado quien trata de decir algo serio sobre él, pues Rabelais, desde su tumba desconocida en las catacumbas de París, parece seguir burlándose del mundo. No se puede decir que era misógino, porque también se burlaba de los hombres. Difícil decir que defendía a los pobres contra los ricos, porque de ambos se burla sin piedad. Si se quiere, hasta de él mismo se reía y de sus lectores, a los que llama a veces “mis amores” y otras vietz d’azes, es decir “pijas de asno”.
Contra los Agelastas
Uno de los blancos predilectos del autor eran los miembros de la Sorbona, profesores y académicos a quien él calificaba con una palabra de su invención que lastimosamente no ha perdurado en el tiempo: Agélaste. Se trata de un término tomado del griego que designa a una persona que no ríe. Ya sea por imposibilidad o por falta de humor, no hay peor pecado para él que el de no reír. El de tomarnos el mundo seriamente y sin gracia, como lo hacían los clérigos y las autoridades de la época que trataban de llevarlo a la hoguera. Como lo hacen aún ciertos políticos que, a falta de poder prenderles fuego a los autores, hacen quemas pedagógicas de sus libros. Porque el no reír conlleva a la rigidez y la intolerancia, a considerar ciertos temas como sagrados e intocables, ya sean religiosos, políticos, sexuales o lingüísticos. Rabelais sabía que contra los sectarios y dogmáticos, no hay nada mejor que una gran carcajada, porque a la risa se la puede perseguir o reprimir, pero no refutar.
Pero la risa también es benévola. La risa no sólo tiene esa función punitiva que le atribuía Bergson, mediante la cual se busca mofarse del otro para modificar sus comportamientos. Ella es, ante todo, símbolo de la amistad y de la camaradería, del buen ánimo y de la salud.
Geloterapia
Si hoy las relaciones entre la mente y el cuerpo vuelven a llamar la atención de los médicos, y de las personas en general, ellas eran evidentes para los científicos del Renacimiento. Y en esa relación, la risa ocupaba un puesto fundamental. Existe toda una tradición médica de la risa que va desde Hipócrates hasta los médicos-buhoneros del Medio Evo. Se trata de la “geloterapia” o cura por medio de la risa. Para Rabelais, que bebió en la tradición médica griega, la risa tiene una función terapéutica que actúa, por un lado, como higiene de la mente y, por el otro, como consuelo de los descalabros de la vida. La risa purifica a los cuitados, relaja a los estudiosos y reconforta a los que padecen tiempos difíciles de enfermedades y fanatismos estúpidos. Por eso, sus libros están dedicados a los menesterosos de todo tipo, gotosos, sifilíticos, campesinos y personas ilustres que quieren olvidar sus cuitas por el espacio de una lectura. Sus libros concuerdan con la naturaleza última del ser humano, como él lo recuerda en los versos introductorios de Gargantúa: “mejor es de risas que de lágrimas escribir / Porque la risa es lo propio del hombre”.
Al español ha pasado solo un adjetivo derivado de las obras de Rabelais: pantagruélico, que describe una cantidad excesiva de comida. Es decir, se lo asocia con el exceso, cuando no con la truculencia. No ha pasado, por desgracia, a parte del sustantivo agelasta que antes mencionábamos, el adjetivo “pantagruelista”, en el sentido de persona alegre que disfruta de la vida y tiene una sed inextinguible de conocimientos, el de una persona jovial y de buena salud que sabe disfrutar tanto de un vaso de vino como de un buen libro. Estas características, que están más íntimamente relacionadas con el significado de sus obras, marcan, generalmente, a los que las han leído. En lo que a mi respecta, quizá no haya aprendido mucha filosofía en mi paso por la universidad, pero sí desarrollé un gusto infinito por el conocimiento, un buen sentido del humor y, sobre todo, una salud de hierro.
|