DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 16    No. 223 ABRIL   AÑO 2017    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 


Una batalla contra el olvido
Mauricio López Rueda, Periodista - elpulso@sanvicentefundacion.com

Francisco Lopera Restrepo no tiene biblioteca. Y peor aún, no tiene discoteca. Cuando alguien lee sobre él por primera vez, y luego cuando escucha las descripciones que de él hacen sus amigos cercanos, puede pensar que se trataba del hombre cuyo perfil, irremediablemente, encaja con el tipo de personas que coleccionan libros y buena música. Y sí, al doctor Lopera le gusta leer y escuchar boleros, música clásica, tangos y hasta salsa, pero más que biblioteca tiene un sinnúmero de libros arrumados por doquier en su finca de Itagüí, bautizada Monte Delphos después de un viaje a Grecia, y más que una discoteca, lo que guarda son unos cuantos CD’s, algunos long play, y ya, nada más.
Claro que después de conocer un poco sobre su vida, y sobre todo sobre su exitosa carrera como médico cirujano, neurólogo, especialista en Neurología Clínica, Neuropsicología y Neuropediatría; docente e investigador de enfermedades como Alzheimer, Huntington, Parkinson, trastornos de atención, de conducta y alteraciones en el desarrollo del lenguaje, uno logra entender que quizás no le queda tiempo para coleccionar y degustar retazos de arte, y menos cuando es el encargado de coordinar el grupo de investigación de Neurociencias de la Universidad de Antioquia, que con el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, el Instituto Banner de Alzheimer y el laboratorio Genentech, se concentran en la prevención de esta enfermedad desde 2013, con un presupuesto de 100 millones de dólares.
Ese estudio debe entregar resultados definitivos en 2021, aunque cada mes deben entregar informes de avances que mantienen al doctor Lopera concentrado en su iMac 16 y hasta 18 horas al día.
Por eso le gusta estar sólo, incluso alejado de su hija Blanca, escritora en ciernes y quien habita una casa en Envigado.
En todo caso, en su hogar hay varios volúmenes de literatura rusa, de poesía latinoamericana y francesa, y de novelas españolas. Como ejercicio de memoria, todos los días recita algún verso que le haya gustado y se lo graba en su cerebro como si se tratara de una fórmula médica. Lo hace porque le teme a la enfermedad que tanto investiga, el Alzheimer, ese silencioso fantasma que deteriora el cerebro de las personas, haciéndolas sucumbir en un abismo demencial y opaco.
Y cómo no temerle a un enemigo que derrumbó a su abuela Clotilde, cuando él apenas era un joven que soñaba con descifrar los misterios del universo, y que por ello se sentaba todas las tardes en el patio de casa en Yarumal, a esperar la aparición de un OVNI.
Ese trágico episodio lo marcó para siempre, a tal punto que prefiere no ahondar en el tema. Sin embargo no fue esa su motivación para decidirse a estudiar medicina. No, fue el misterioso cerebro del ser humano el que lo impulso a presentarse en la Universidad de Antioquia en la década de los setenta del siglo pasado.
“Me tocó irme a vivir a Medellín, donde una tía, y como mi papá me había advertido que a la Universidad de Antioquia sólo pasaban los más inteligentes, me enclaustré y estudié juicioso como seis meses. Pasé el examen y luego tuve que pedir un préstamo en Icetex para costear la carrera. Así empezó todo”, cuenta Lopera, de 66 años, pelo largo y canoso, carácter flemático y ojos bonachones.
De él dice una de sus mejores amigas y escuderas en la investigación sobre Alzheimer, Lucía Madrigal, también oriunda de Yarumal: “Al doctor Lopera no lo veo obsesionado, quizá lo veo maravillado por la mente humana y si él se ha dedicado más de 25 horas del día a la investigación de Alzheimer es porque le gustaría saber de buena tinta por qué tantas personas llegan a tener el alma en un hilo y son arrinconadas por marañas que no les permiten pensar, recordar, vivir”.
Pero de marañas está construido el mundo y de marañas es preso el ser humano, como bien lo narra la literatura.
Y llegó el invierno, y el pobre sintió frío en el cuerpo y en el alma. Y su cerebro estaba como petrificado, y los grandes himnos estaban en el olvido, y el poeta de la montaña coronada de águilas, no era sino un pobre diablo que daba vueltas al manubrio, tiririrín, escribió Rubén Darío, en su relato el Rey Burgués de su obra Azul.
“Hay ciertos minutos de olvido en que el padecimiento cesa de oprimir al miserable; en que la paz, cual si fuera la noche, cubre al soñador”, expresó Victor Hugo en su emblemática obra Los Miserables.
Pero no es éste el olvido ni ésta la demencia que trata de combatir Lopera con todas sus fuerzas, ni tampoco el olvido voluntario o la demencia fingida que muchos nazis arguyeron durante los juicios de Núremberg, o al que tantos criminales apelan cuando se ven requeridos por la ley. No, la lucha del doctor Lopera, ese hombre con pinta de rockero clásico y alma de campesino, es contra la proteína amiloidea, la causante de la muerte de las neuronas que le permiten a una persona ser persona: comprender su entorno, discernir entre lo que es real y lo que no, y en últimas, vivir en bienestar.
Alrededor de 36 millones de personas
en el mundo sufren de Alzheimer, enfermedad
que, de acuerdo a la expectativa de vida creciente, que
dentro de una década podría llegar a los 120 años,
afectaría a cerca de 150 millones
de seres humanos.
“Nuestra hipótesis plantea la idea de que la enfermedad de Alzhéimer se inicia con los depósitos de beta-amiloide en el cerebro que generan una cascada de eventos neuropatológicos que llevan a la neurodegeneración, a la muerte neuronal y a la demencia. Esta teoría, sin embargo, se encuentra en la cuerda floja porque la mayoría de los fármacos antiamiloideos han fracasado. La idea nuestra con API (Iniciativa de Prevención del Alzheimer) es que han fracasado porque se han utilizado demasiado tarde y si se usan a tiempo, antes de que aparezca la demencia, es posible que no fracasen”, explica el doctor, quien basa su investigación en probar el medicamento crenezumab en al menos 300 personas hasta 2020, hasta lograr el objetivo esencial: controlar la enfermedad.
La investigación de Lopera comenzó en 1984, cuando llevaba a cabo su residencia en neurología clínica. Le llegó un paciente de 47 años de edad, de Belmira, quien presentaba demencia precoz a causa de la pérdida de la memoria.
Resulta que la familia ya había padecido casos similares, y desde ahí se originó todo. Encontraron otras familias con la misma problemática en toda Antioquia, y publicaron los informes en revistas científicas. Los artículos llamaron la atención de investigadores y neurólogos de todo el mundo, especialmente de Estados Unidos, y de repente, ¡boom! Lopera se volvió famoso, al igual que el caso antioqueño del Alzheimer.
Alrededor de 36 millones de personas en el mundo sufren de Alzheimer, enfermedad que, de acuerdo a la expectativa de vida creciente, que dentro de una década podría llegar a los 120 años, afectaría a cerca de 150 millones de seres humanos.
Francisco Lopera Restrepo dedica más de 14 horas diarias a la creación de una vacuna efectiva contra esta angustiante enfermedad. Al lado de su esposa, Klara Mónica Uribe, fonoaudióloga con la que además de compartir el hogar, comparte el trabajo.
“Ella me ayuda con la investigación desde finales de los años ochenta. Me casé con ella después de volver de Bélgica, donde llevé a cabo estudios de especialización. Ella es mi polo a tierra, pero también sabe cuándo dejarme en soledad, para pensar, para descansar”, afirma el médico.
El cerebro tiene la capacidad de olvido, pero cuando el olvido afecta la vida laboral, social y familiar, se convierte en amnesia. Luego esa amnesia se transforma en demencia y la persona ya no es capaz de percibir la realidad ni de reconocer a nadie. Cuando la enfermedad está muy avanzada, la persona incluso llega a perder la risa, se trasforma en un ente.
Lopera tiene fe en que el Alzheimer se puede curar, pero sus pruebas todavía no son suficientes. Le falta llegar a la cifra de 300 pacientes antes de 2020, plazo que le han dado los patrocinadores internacionales. Sin embargo, él es el médico que mayores avances ha tenido en este campo en el mundo.
Por ahora trata de no estresarse, de no pensar en fechas y en informes. Simplemente avanza paso a paso, sacando tiempo para darse un chapuzón en su piscina de Monte Delphos, y arañando segundos para al menos, durante un breve momento de la noche, tomarse un vino, escuchar un bolero y leer una buena historia de Dostoyevski.



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