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Una batalla contra el olvido
Mauricio
López Rueda, Periodista - elpulso@sanvicentefundacion.com
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Francisco Lopera Restrepo
no tiene biblioteca. Y peor aún, no tiene discoteca.
Cuando alguien lee sobre él por primera vez, y luego
cuando escucha las descripciones que de él hacen sus
amigos cercanos, puede pensar que se trataba del hombre cuyo
perfil, irremediablemente, encaja con el tipo de personas que
coleccionan libros y buena música. Y sí, al doctor
Lopera le gusta leer y escuchar boleros, música clásica,
tangos y hasta salsa, pero más que biblioteca tiene un
sinnúmero de libros arrumados por doquier en su finca
de Itagüí, bautizada Monte Delphos después
de un viaje a Grecia, y más que una discoteca, lo que
guarda son unos cuantos CDs, algunos long play, y ya,
nada más. |
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Claro que después
de conocer un poco sobre su vida, y sobre todo sobre su exitosa
carrera como médico cirujano, neurólogo, especialista
en Neurología Clínica, Neuropsicología
y Neuropediatría; docente e investigador de enfermedades
como Alzheimer, Huntington, Parkinson, trastornos de atención,
de conducta y alteraciones en el desarrollo del lenguaje, uno
logra entender que quizás no le queda tiempo para coleccionar
y degustar retazos de arte, y menos cuando es el encargado de
coordinar el grupo de investigación de Neurociencias
de la Universidad de Antioquia, que con el Instituto Nacional
de Salud de Estados Unidos, el Instituto Banner de Alzheimer
y el laboratorio Genentech, se concentran en la prevención
de esta enfermedad desde 2013, con un presupuesto de 100 millones
de dólares.
Ese estudio debe entregar resultados definitivos en 2021, aunque
cada mes deben entregar informes de avances que mantienen al
doctor Lopera concentrado en su iMac 16 y hasta 18 horas al
día. |
Por eso le gusta estar sólo,
incluso alejado de su hija Blanca, escritora en ciernes y
quien habita una casa en Envigado.
En todo caso, en su hogar hay varios volúmenes de literatura
rusa, de poesía latinoamericana y francesa, y de novelas
españolas. Como ejercicio de memoria, todos los días
recita algún verso que le haya gustado y se lo graba
en su cerebro como si se tratara de una fórmula médica.
Lo hace porque le teme a la enfermedad que tanto investiga,
el Alzheimer, ese silencioso fantasma que deteriora el cerebro
de las personas, haciéndolas sucumbir en un abismo
demencial y opaco.
Y cómo no temerle a un enemigo que derrumbó
a su abuela Clotilde, cuando él apenas era un joven
que soñaba con descifrar los misterios del universo,
y que por ello se sentaba todas las tardes en el patio de
casa en Yarumal, a esperar la aparición de un OVNI.
Ese trágico episodio lo marcó para siempre,
a tal punto que prefiere no ahondar en el tema. Sin embargo
no fue esa su motivación para decidirse a estudiar
medicina. No, fue el misterioso cerebro del ser humano el
que lo impulso a presentarse en la Universidad de Antioquia
en la década de los setenta del siglo pasado.
Me tocó irme a vivir a Medellín, donde
una tía, y como mi papá me había advertido
que a la Universidad de Antioquia sólo pasaban los
más inteligentes, me enclaustré y estudié
juicioso como seis meses. Pasé el examen y luego tuve
que pedir un préstamo en Icetex para costear la carrera.
Así empezó todo, cuenta Lopera, de 66
años, pelo largo y canoso, carácter flemático
y ojos bonachones.
De él dice una de sus mejores amigas y escuderas en
la investigación sobre Alzheimer, Lucía Madrigal,
también oriunda de Yarumal: Al doctor Lopera
no lo veo obsesionado, quizá lo veo maravillado por
la mente humana y si él se ha dedicado más de
25 horas del día a la investigación de Alzheimer
es porque le gustaría saber de buena tinta por qué
tantas personas llegan a tener el alma en un hilo y son arrinconadas
por marañas que no les permiten pensar, recordar, vivir.
Pero de marañas está construido el mundo y de
marañas es preso el ser humano, como bien lo narra
la literatura.
Y llegó el invierno, y el pobre sintió frío
en el cuerpo y en el alma. Y su cerebro estaba como petrificado,
y los grandes himnos estaban en el olvido, y el poeta de la
montaña coronada de águilas, no era sino un
pobre diablo que daba vueltas al manubrio, tiririrín,
escribió Rubén Darío, en su relato el
Rey Burgués de su obra Azul.
Hay ciertos minutos de olvido en que el padecimiento
cesa de oprimir al miserable; en que la paz, cual si fuera
la noche, cubre al soñador, expresó Victor
Hugo en su emblemática obra Los Miserables.
Pero no es éste el olvido ni ésta la demencia
que trata de combatir Lopera con todas sus fuerzas, ni tampoco
el olvido voluntario o la demencia fingida que muchos nazis
arguyeron durante los juicios de Núremberg, o al que
tantos criminales apelan cuando se ven requeridos por la ley.
No, la lucha del doctor Lopera, ese hombre con pinta de rockero
clásico y alma de campesino, es contra la proteína
amiloidea, la causante de la muerte de las neuronas que le
permiten a una persona ser persona: comprender su entorno,
discernir entre lo que es real y lo que no, y en últimas,
vivir en bienestar.
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Alrededor de 36 millones
de personas
en el mundo sufren de Alzheimer, enfermedad
que, de acuerdo a la expectativa de vida creciente, que
dentro de una década podría llegar a los 120
años,
afectaría a cerca de 150 millones
de seres humanos.
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Nuestra hipótesis
plantea la idea de que la enfermedad de Alzhéimer se
inicia con los depósitos de beta-amiloide en el cerebro
que generan una cascada de eventos neuropatológicos que
llevan a la neurodegeneración, a la muerte neuronal y
a la demencia. Esta teoría, sin embargo, se encuentra
en la cuerda floja porque la mayoría de los fármacos
antiamiloideos han fracasado. La idea nuestra con API (Iniciativa
de Prevención del Alzheimer) es que han fracasado porque
se han utilizado demasiado tarde y si se usan a tiempo, antes
de que aparezca la demencia, es posible que no fracasen,
explica el doctor, quien basa su investigación en probar
el medicamento crenezumab en al menos 300 personas hasta 2020,
hasta lograr el objetivo esencial: controlar la enfermedad.
La investigación de Lopera comenzó en 1984, cuando
llevaba a cabo su residencia en neurología clínica.
Le llegó un paciente de 47 años de edad, de Belmira,
quien presentaba demencia precoz a causa de la pérdida
de la memoria.
Resulta que la familia ya había padecido casos similares,
y desde ahí se originó todo. Encontraron otras
familias con la misma problemática en toda Antioquia,
y publicaron los informes en revistas científicas. Los
artículos llamaron la atención de investigadores
y neurólogos de todo el mundo, especialmente de Estados
Unidos, y de repente, ¡boom! Lopera se volvió famoso,
al igual que el caso antioqueño del Alzheimer.
Alrededor de 36 millones de personas en el mundo sufren de Alzheimer,
enfermedad que, de acuerdo a la expectativa de vida creciente,
que dentro de una década podría llegar a los 120
años, afectaría a cerca de 150 millones de seres
humanos.
Francisco Lopera Restrepo dedica más de 14 horas diarias
a la creación de una vacuna efectiva contra esta angustiante
enfermedad. Al lado de su esposa, Klara Mónica Uribe,
fonoaudióloga con la que además de compartir el
hogar, comparte el trabajo.
Ella me ayuda con la investigación desde finales
de los años ochenta. Me casé con ella después
de volver de Bélgica, donde llevé a cabo estudios
de especialización. Ella es mi polo a tierra, pero también
sabe cuándo dejarme en soledad, para pensar, para descansar,
afirma el médico.
El cerebro tiene la capacidad de olvido, pero cuando el olvido
afecta la vida laboral, social y familiar, se convierte en amnesia.
Luego esa amnesia se transforma en demencia y la persona ya
no es capaz de percibir la realidad ni de reconocer a nadie.
Cuando la enfermedad está muy avanzada, la persona incluso
llega a perder la risa, se trasforma en un ente.
Lopera tiene fe en que el Alzheimer se puede curar, pero sus
pruebas todavía no son suficientes. Le falta llegar a
la cifra de 300 pacientes antes de 2020, plazo que le han dado
los patrocinadores internacionales. Sin embargo, él es
el médico que mayores avances ha tenido en este campo
en el mundo.
Por ahora trata de no estresarse, de no pensar en fechas y en
informes. Simplemente avanza paso a paso, sacando tiempo para
darse un chapuzón en su piscina de Monte Delphos, y arañando
segundos para al menos, durante un breve momento de la noche,
tomarse un vino, escuchar un bolero y leer una buena historia
de Dostoyevski. |
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