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Medicina
y espiritualidad
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| Mirándonos
a los ojos iniciamos la aventura de perdernos en el sentido
del otro. De enriquecernos, de brindar afecto. Es mirar con
los ojos del alma, mirar un poco con los ojos de la fe
en el género humano, reconociendo que es capaz de tener
actos extraordinarios de bondad, y que puede crecer y superarse
constantemente. |
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Mirar, ver, observar. Acciones
que constantemente realizamos en nuestra vida cotidiana. Miramos
la luna en lo alto, vemos los transeúntes caminar por
la calle durante una tarde soleada y observamos con atención
el juego de un niño y la risa de una madre. Cuando miramos,
percibimos; al percibir, forjamos nuestras realidades. La mirada
es el pincel de nuestras percepciones, pues las imágenes
formadas en la retina y transmitidas en el cerebro, evocan emociones,
sentimientos y hasta sentencias.
Será por eso que es tan importante la mirada, no solo
en medicina sino en todo tipo de relación humana. |
Quizá no haya
gesto universal que denote más desprecio, que no mirar
a los ojos a quien se está hablando. En cualquier contexto
se considera una descortesía que una persona que nos
presta un servicio (en una taquilla de banco u otro tipo de
oficinas, por ejemplo), no nos corresponda con un simple contacto
visual.
Hemos dicho en otras oportunidades que cuando tratamos a otros
como objetos y no como personas, los deshumanizamos. Cuando
perdemos la noción de persona de nuestro
interlocutor, también estamos perdiendo sentido y de
cierta forma, al deshumanizarnos perdemos también espiritualidad.
Basta con tener presente la queja constante de muchos pacientes
(aquí podríamos incluirnos todos los trabajadores
de la salud, pues todos somos pacientes en potencia), que no
son mirados por el profesional que los atiende. |
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Brindemos una mirada
que
arrope el frío de la soledad, que conforte
en un momento de dolor. Si miramos al otro,
le devolvemos su estatus de ser humano, lo
humanizamos. Si lo humanizamos, no solo lo
llenamos de sentido, sino que nuestra
vida encontrará el suyo propio.
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Pareciera que tuviéramos
un déficit de miradas. Es como si tuviéramos algún
tipo de ceguera que nos impide reconocer en el otro
a una persona llena de virtudes y sobre todo de dolor, pues
nadie busca ayuda si no la necesita
Por algo el motivo
de consulta más frecuente es el dolor (y
no solo físico
).
Mirándonos a los ojos iniciamos la aventura de perdernos
en el sentido del otro. De enriquecernos, de brindar afecto.
No solo mirar al paciente que atendemos, sino mirarlo con buenos
ojos, pues cuántas veces al mirar juzgamos y cuando juzgamos,
dividimos, segregamos, excluimos. Es mirar con los ojos del
alma, mirar un poco con los ojos de la fe en el
género humano, reconociendo que es capaz de tener actos
extraordinarios de bondad, y que puede crecer y superarse constantemente.
Brindemos una mirada que arrope el frío de la soledad,
que conforte en un momento de dolor. Al sentido del tacto que
mencionamos en nuestro artículo anterior, añadamos
una mirada llena de compasión y de bondad. Si miramos
al otro, le devolvemos su estatus de ser humano, lo humanizamos.
Si lo humanizamos, no solo lo llenamos de sentido, sino que
nuestra vida encontrará el suyo propio. |
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