MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 12    No. 157  OCTUBRE DEL AÑO 2011    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes

La medicina “como arte humano ha de ser entendida no sólo como medio para sanar sino como un compromiso moral con el cuidado capaz de restaurar la armonía, evitar el sufrimiento evitable y mitigar el padecimiento humano”.

La prudencia ayuda a entender que: “A medida que el conocimiento avanza y las posibilidades tecnológicas aumentan, resulta más difícil tomar decisiones, prever las consecuencias de las decisiones que se toman y hacer las decisiones compatibles con los derechos fundamentales”.
“Siempre la ética estará en crisis, porque si no está en crisis es que somos demasiado autocomplacientes y pensamos que ya se han realizado todos los ideales, lo cual sería lo más negativo que nos podría ocurrir”.
Victoria Camps (1941). Filósofa y catedrática universitaria española, exponente de la reflexión ética contemporánea. Defiende la democracia fundada en la participación de los ciudadanos, que es "incompatible con la privatización de la democracia por el poder, con la reducción de la democracia a un mercado, con el despotismo de los partidos" (La democracia nos salva). En Virtudes públicas (1990, Premio Espasa de Ensayo), señala el peligro de que la modernidad se encierre en la vida privada y en la indiferencia social.
Defendió el papel de la mujer en la vida política y el Estado de Bienestar como valor a defender ante la concepción liberal que busca reducirlo al mínimo. Abogó por una mayor transparencia en la titularidad y poderes económicos que sustentan los medios de comunicación privados. En 2008, XXII Premio Internacional Menéndez Pelayo "por su magisterio filosófico e influencia moral de su pensamiento en España y América". Obras: Paradojas del individualismo, El malestar de la vida pública, El siglo de las mujeres, entre otros.
 
Paralelo entre ejercicio médico tradicional y el de Ley 100
Edgardo Espinosa Ochoa, MD. Oftalmólogo Valledupar, Cesar
En este paralelo haré referencia a lo que considero, son las características más relevantes en el ejercicio de nuestra profesión. Me atrevo a escribir estas líneas, con la autoridad e independencia que me ha dispensado mi experiencia: mi bisabuelo, doctor Jesús María Espinosa, hacia 1875, fue el primer médico egresado de la Universidad de Antioquia, y es un buen ejemplo de la primera forma de ejercer la medicina, y yo mismo al ser la forma en la cual me siento cómodo como médico en ejercicio.

- Libre escogencia del médico: En el sistema tradicional, el paciente escoge libremente a su médico, fundado en referencias personales y profesionales; el buen trato, la honestidad, el respeto, la ética y los éxitos profesionales del seleccionado, son atributos fundamentales. En cambio, en el sistema de la Ley 100, desaparece la posibilidad de la libre escogencia del médico, pues el paciente tiene que acomodarse a los médicos que la EPS tiene contratados, bajo las siguientes condiciones: el médico acepta el sueldo ofrecido y debe ajustarse fielmente a las políticas definidas por la EPS, respecto de los tiempos de atención, formulación de fármacos genéricos, restricción de remisión a especialistas y órdenes de exámenes de alto costo etc., etc.
- El compromiso: En la medicina tradicional, el compromiso del médico es exclusivo con su paciente y las conductas que asume van dirigidas sólo en beneficio suyo. En cambio, en la Ley 100, el compromiso del médico es con la EPS que lo tiene contratado y sus acciones han de responder a las políticas de la misma, cuyos rendimientos económicos se ponen por encima de las necesidades de los pacientes. Sabemos que las EPS súper-vigilan a sus médicos, registran el número de pacientes que remiten al especialista, controlan los medicamentos que recetan y los exámenes complementarios que disponen, los procedimientos que recomiendan, y si no se ajustan a sus pretensiones, será motivo para que la EPS le cancele su contrato de trabajo.
- Atención al paciente: En la medicina tradicional, el médico suele ser amable y complaciente con sus pacientes, lo que junto con el acertado diagnóstico y capacidad curativa, se convierte en su éxito profesional. En la Ley 100, el médico se la juega para ser amable y complaciente con el gerente de la EPS y su plan de restricciones, pues ellos son la fuente de su trabajo. El éxito de su consultorio dependerá de las dádivas y la capacidad de cortejo dispensadas al empleador. La displicencia y desatención al paciente se tornan palpables, y mientras menos pacientes lo consulten, mejor para él y su EPS.
- Formulación de medicamentos: En la medicina tradicional, la fórmula médica responde exclusivamente a la patología diagnosticada y el interés por curarla. En cambio en la Ley 100, la formulación está regida por la imposición al médico de recetar sólo medicamentos incluidos en el POS (Plan Obligatorio de Salud), un POS desactualizado e insuficiente y con genéricos de pésima calidad. Se le recomienda no formular distinto, se le vigila su formulación, y en caso de formular diferente se le exige llenar una complicada y dispendiosa plana (Formulario para medicamentos No-POS), muy parecida a la que nos obligaban antiguos profesores en el colegio cuando querían castigarnos.
- Remisión al especialista: El apoyo que dan las especialidades médicas es muy comprensible por lo complejo y extenso de la medicina: es imposible para un médico lograr dominar todos los campos. En la medicina tradicional, la prudencia y el respeto por el paciente aconseja remitir determinados casos a un colega especialista. En cambio, en la Ley 100, son evidentes las limitaciones impuestas a médicos generales y demás personal de salud para las remisiones a especialistas, en detrimento de la salud de los pacientes, pero buscando mejorar los rendimientos económicos de la EPS.
- Exámenes complementarios: En la medicina tradicional, la pericia de los médicos suele ser suficiente para elaborar un buen diagnóstico; más el avance de la ciencia y sus relevantes progresos en equipos diagnósticos y terapéuticos no se pueden despreciar y se debe usar la tecnología que esté al alcance del profesional para diagnosticar con más certeza y así poder aliviar prontamente al paciente. En cambio en la Ley 100, son notorias las prohibiciones y vigilancia continua que ejerce la EPS sobre el médico, a fin de limitar las ayudas diagnósticas y terapéuticas que causen sobrecostos en el tratamiento médico.
- Interés primario: En la medicina tradicional, ante todo se busca aliviar y curar al paciente. En la Ley 100, el objeto es la rentabilidad económica de las EPS; en las contrataciones de médicos e instituciones de salud el tema es tarifario, el prestigio del profesional o los logros de calidad y excelencia de instituciones, no juegan ningún papel.
- Educación médica continuada: En la medicina tradicional, el médico se afana permanente por estar actualizado, pues sabe que su clientela depende de lo acertado de sus diagnósticos y la mejoría de sus pacientes. En la Ley 100, los médicos no tienen ningún interés por estar actualizados, porque sus pacientes ya no le pertenecen -son de la EPS- y los aseguran ajustándose a las contenciones al servicio y a sus lineamientos.
- Tipos de contratación: En la medicina tradicional, el vínculo entre el médico y el paciente es un contrato verbal libremente celebrado entre ellos. En cambio, en la Ley 100 existen varias modalidades.
La que denomino menos perversa, es “por eventos”, en la que la EPS paga al médico por cada actividad, con tarifas previamente pactadas, prácticamente impuestas por el actor dominante, en este caso la EPS. Son tarifas ISS 2001 y 2004, desactualizadas y muchas veces menos un porcentaje determinado y pagaderas cuando a la EPS le plazca, al parecer con complacencia y complicidad del Estado a través de su ineficiente Supersalud.
La medianamente perversa, “por turnos de trabajo”, cuando en determinadas horas de trabajo el médico debe atender cierto número de pacientes. Bajo esta modalidad, la medicina deja de ser una ciencia y un arte para convertirse en un simple oficio.
La más perversa de todas, “la capitación”, en la que al médico se le contrata mediante un monto fijo de dinero y él debe atender una determinada población de pacientes, de forma que los ingresos del médico son inversamente proporcionales a los beneficios que deben recibir sus pacientes. Me explico: mientras menos citas asigne y menos procedimientos practique mayor será su rentabilidad, por eso los pacientes nunca encuentran citas a tiempo y sus solicitudes de exámenes, procedimientos o cirugías son permanentemente dilatadas. Peor aún, sus enfermedades de alto costo, pueden intencionalmente no ser diagnosticadas ni tratadas. Prácticas todas que riñen con los principios de la ética profesional.
Conclusión
Infortunadamente hay que decir que a los médicos de esta generación, es decir, los maltratados por la Ley 100, les asiste el INRI de haber convertido el loable ejercicio de la profesión médica en un oficio vulgar, por traicionar la confianza de los pacientes en beneficio de intereses económicos de terceros (EPS), y por aceptar todo tipo de condiciones en la atención de los pacientes, pensando más en asegurar su salario que en cumplir con el compromiso hipocrático de nuestra profesión.

 
  Bioética
Volvió la horrible noche
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Si reflexionamos sobre las noticias que a diario traen los medios de comunicación, no sólo nacionales sino también internacionales, nos damos cuenta del caos que se ha apoderado de nuestro mundo.
Es evidente que en el momento actual el interés predominante de un buen número de los políticos no es la búsqueda del bien común sino el suyo propio, la tendencia al cacicazgo; el norte de su brújula es el progreso suyo a cualquier precio y no el ejercicio de su misión orientadora de la sociedad que los eligió muy pocas veces, hoy día, en forma realmente democrática, sin trucos, o que ellos usurparon tras el engaño de un necesario cambio para el bien del pueblo, de “mi pueblo” como socarronamente llaman a sus conciudadanos.
El poder no tiene para ellos el sentido originario de contribuir a la paz mediante una ordenación justa en todo sentido para ese pueblo, sino la manera soterrada de lograr su propio beneficio.
Aranguren, en el capítulo primero de su obra «Ética y Política» (Vol. 3. Obras completas), afirma: «La ética considerada en sí misma, es primariamente personal. Es cada hombre quien, desde dentro de la situación en que, en cada momento de su vida, se encuentre, ha de proyectar y decidir lo que ha de hacer». Este concepto tan obvio que no es necesario explicar, permite deducir que la desorientación que vivimos y nos destruye se debe a la pérdida del sentido ético de su función, del compromiso honesto con los deberes de su magisterio y no con los emolumentos de su oficio, generalmente muy bien remunerado, en la llamada “clase política”.
En esta caótica situación tenemos una gran responsabilidad los ciudadanos del común porque elegimos o dejamos de elegir candidatos verdaderamente conscientes de su misión, de su deber esencial de buscar y contribuir con toda su capacidad a forjar un mundo más humano basado en la justicia, en la verdad, en el respeto por la dignidad intrínseca de cada ser humano desde la concepción hasta su muerte, muerte determinada por agotamiento de su capacidad vital, no por manipulación criminal aunque sea legalmente aceptada.
Elegimos o permitimos elegir por acción directa al ejercer el derecho y el deber del voto, o lo hacemos por omisión -acción por omisión- que nos constituye, si lo hacemos a conciencia, éticamente cómplices de las acciones del candidato ganador.
Dada la pluralidad de bandos con variopintas y, a veces, atrayentes denominaciones pero sin verdaderas nuevas y honestas propuestas para el ejercicio político, es obligación moral del ciudadano desenmascarar hasta donde sea posible a los candidatos vocingleros de estas facciones y negarles su voto.
El derecho y el deber de votar no es depositar una papeleta en la urna indicada sino que implica la obligación ética -yo afirmo que también legal por el compromiso con la Nación- de participar en la construcción de la paz por la aplicación de una verdadera justicia, de un máximo respeto por el ser humano, su existencia, su libertad y su dignidad intrínseca.
Enseña Aranguren en la obra ya citada: « […] El quehacer de cada acto y el quehacer de la vida en su totalidad unitaria es a cada hombre, al “interesado”, como suele decirse, a quien incumbe… Vemos, pues, que proyectos y actos, quehacer de cada instante y quehacer de la vida, conciencia y responsabilidad, deber y virtud, y, asimismo, según podría fácilmente mostrarse, perfección y amor conciernen inmediata y primariamente a las únicas personas realmente existentes, las individuales». Es decir, a cada ciudadano elector y a cada candidato.
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
 

 
 











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