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Muchos afirman que los excesos de las EPS ya rebosaron
la copa, como demuestran investigaciones y sanciones por
negar servicios de mutuo acuerdo, por capitar por muertos
o dobles afiliados, por abuso de posición dominante
e integración vertical, por desviar dineros de UPC,
por irregularidades en recobros con sobreprecios desmesurados,
causales suficientes para sacar del sistema de salud a agentes
privados que abusaron de la confianza pública y utilizaron
dineros del Estado, o sea, del pueblo, en provecho propio.
Pero el gobierno parece seguir de agache. La actitud del
Ministerio de la Protección Social es ambigua, su
diagnóstico no coincide con la realidad de la crisis
del sector, porque un desfalco sin precedentes en las finanzas
de la salud mal podría valorarse como un simple problema
regulatorio, casos aislados de corrupción
que se resuelven enjuiciando a los culpables. Menos objetivo
es el argumento según el cual la esencia de la crisis
es la insolvencia de un alto número de EPS, síntoma
de la crisis pero no la enfermedad misma. El Estado tiene
que hacer cumplir las normas vigentes sobre patrimonio,
margen de solvencia y demás requisitos económicos
para la habilitación de esas empresas; ahí,
hay poco que inventar, ni siquiera se necesitaban leyes,
decretos o resoluciones nuevos.
Y lo definitivamente inaceptable es que el gobierno eche
mano de estas situaciones financieras para acuñar
una falsa teoría: que se necesita un número
menor de aseguradoras para que el mercado funcione bien.
Todo lo contrario: es principio elemental de la democracia
económica la libre y sana concurrencia de agentes
del mercado, como forma natural de regular los precios,
sin detrimento de las sanciones que se debe de imponer a
empresas que incumplan la ley, sean una, dos, 20 o todas:
pero esto es un asunto de inspección, vigilancia
y control que si se asume con carácter preventivo,
puede evitarle al país escándalos como el
actual. La prueba del sofisma está en que los mayores
excesos de posición dominante, desviación
de recursos y recobros, ocurrieron cuando un solo grupo
de EPS concentró un considerable volumen del mercado
del aseguramiento.
Y los pasos dados hasta el momento por el Ministerio y las
superintendencias apuntan exactamente a eso: a fortalecer
el monopolio. Si el gobierno es consciente, y lo ha dicho,
de la ineficiencia de las EPS en el manejo de recursos y
de su falta de transparencia, ¿por qué insiste
en confiarle a esos entes privados la administración
de los dineros?
No faltan quienes piden cambiar el modelo estatal, el modelo
económico y el sistema de salud. Se reclama un aseguramiento
público universal y transparente, donde no caben
las EPS, y que éstas se dediquen a administrar el
riesgo y la remisión de usuarios a las instancias
de atención, pero sin manejar un peso; que sean operadores
de información, un soporte técnico, si el
Estado no dispone de otra forma de operación del
sistema. O que participen como prestadores, utilizando la
infraestructura consolidada en tantos años.
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