DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 11    No. 141 JUNIO DEL AÑO 2010    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

 
“Los Hijos del Cielo”
y la vacuna contra la viruela
Hernando Guzmán Paniagua - Periodista - elpulso@elhospital.org.co
“Me llamo Tomás Nepomuceno. Soy huérfano. Nunca conocí padre o madre, pero eso no importa en absoluto, y lo comprenderán cuando lean mi historia (...) Balmis me salvó la vida dos veces. Aún oigo su voz. Dejará su sello en la historia gracias a sus actos. Frente a las vacías palabras de los políticos y los oportunistas, Balmis fue un héroe singular, único. A sus 50 años se atrevió a viajar por medio mundo con el objetivo de llevar la vacuna contra las viruelas allí donde la peste sólo creaba muerte y destrucción. Y tuvo el arrojo y la valentía de usar cuerpos de los niños huérfanos como el mío para conservar el fluido vacunal a lo largo de un viaje que duró dos años, plagado de dificultades, en el que alcanzamos las colonias del Nuevo Mundo, Cuba, Méjico, Puerto Rico y otras tantas. Y en el que, finalmente, nos embarcamos hasta llegar a los confines más remotos de la tierra, rumbo a las Filipinas españolas, hasta dar con nuestros huesos en la misteriosa e impenetrable China. Yo fui el último de los hijos de Balmis. Llevé en mi sangre la última dosis de la preciosa vacuna y me adentré en un universo en el que se hablaba un lenguaje extraño, dominado por los bandidos del mar y comandado por una mujer cruel y legendaria, la Mujer Dragón.
Ella me mostró lo que significa el deseo carnal, la necesidad de amar, pero también lo que se siente al matar, o al perder a un amigo. He visto monstruos y embrujos que van más allá de lo imaginable, y he contemplado cómo los hombres son capaces de cometer atrocidades que ningún ser humano admitiría estando cuerdo”.
Así comienza “Los Hijos del Cielo”, novela del español Luis Miguel Ariza que recrea la epopeya inmortal que contribuyó a la extinción de una peste mortal. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna fue el comienzo del fin de la viruela, que mató a millones de personas en todo el mundo. A partir de la formidable odisea científica en el siglo XIX, la ciencia médica tendrá una deuda con tres figuras: el médico inglés Edward Jenner, inventor o descubridor de la vacuna; el cirujano español Francisco Xavier Balmis, director de la Expedición; y el rey Carlos IV, su impulsor.
La peste asesina
Nacida en una estancia agrícola del nordeste de China o en la Cuenca del Indo,10.000 años A.C., según estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la viruela mató a reyes y vasallos, la momia de Ramsés V muerto en 1160 A.C. tenía sus cicatrices, a Europa entró en el siglo VI D.C. a lomo de las Cruzadas y de la invasión islámica, truncó la línea de sucesión de los Habsburgo en Austria, extinguió la casa real Estuardo en Inglaterra, llegó a América a bordo de las carabelas de los reyes católicos, asesinó de 20 a 30 millones de indios y prosiguió su correría de muerte hacia Estados Unidos en los barcos negreros.
Las pústulas de la variola mayor (índice de mortalidad 25-40%), signaron a las personas, unos enceguecieron, a otros les desfiguró el rostro, o murieron por ataques al corazón, los pulmones, los riñones o el aparato digestivo, cobró víctimas en la familia real española y miles de mujeres de la Europa medieval escondieron en los conventos el estigma infamante. En Tenochtitlán, sitiado por Cortés, área epidemiológica confinada, generó el mayor número de víctimas y decidió la conquista de Méjico; la población mejicana bajó de 25 millones de seres en 1519 a 1'200.000 en 1587. En el Nuevo Reino de Granada, mató a 90% de los indígenas de la Sabana de Bogotá.
La Real Hacienda financió la Misión como
asunto público, y acogió las decisiones de la
Junta de Cirujanos: vacunación gratuita,
protocolos para el personal sanitario y no
sanitario, Balmis director con un cuerpo de
ayudantes -entre el cual se destaca José Salvany-,
practicantes y enfermeros.
Lo que en principio abrió el paso triunfal de la espada del conquistador, se volvió contra el interés colonial. La viruela, el tifus exantemático, la disentería epidémica, la influenza, la peste, el sarampión y la fiebre amarilla, minaban la fuerza de trabajo y con ella, la producción, el comercio y los tributos, por lo que la “alarma epidemiológica” de1802 en Santa Fe, Méjico, Quito, Lima y otras capitales del imperio de ultramar, no daba espera. La larga tradición de misiones científicas españolas desde el siglo XVI, los intereses económicos, políticos y estratégicos, los ecos de la Revolución Francesa, el auge de la Ilustración filantrópica, la alarma externa y los muertos en la familia real, legitimaron la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
Ante los efectos perniciosos de la variolización, con la variola minor, el cirujano rural inglés Edward Jenner inoculó en 1766 el brazo de un niño con pus de vesículas de las manos de un ordeñador infectado con la “cow pox” -enfermedad benigna bovina-, luego el pus de viruela y no enfermó: había desarrollado inmunidad. La Royal Society (de Londres) lo rechazó, la Real Academia Médica de España lo acogió en 1803; el mismo año, la Junta de Cirujanos de Cámara del Rey aprobó el proyecto del médico alicantino y militar Francisco Xavier Balmis de Berenguer (1753-1819), bachiller en Artes, naturalista y Cirujano Honorario de Cámara de Carlos IV, quien ordenó la misión.
Balmis tradujo el Tratado histórico y práctico de la vacuna, del francés Moreau, primera “Guía de Práctica Clínica” anti-viruela. La Real Hacienda financió la Misión como asunto público, después de descartar los diezmos eclesiásticos y los Tributos de Indios (antecesores del IVA a la cerveza y las Prestaciones Excepcionales en Salud…), y acogió las decisiones de la Junta de Cirujanos: vacunación gratuita, protocolos para el personal sanitario y no sanitario, Balmis sería el director con un cuerpo de ayudantes -entre el cual se destaca José Salvany-, practicantes (primer convenio docente-asistencial) y enfermeros.
A falta de cadenas de frío, de los métodos
modernos de empaque y transporte, y de vacas
enfermas de “cow pox” en el Nuevo Mundo para
extraer el pus inmunitario, Balmis ideó la inoculación
brazo a brazo, entre niños de 8-10 años de edad
que se renovaban en cada sitio visitado, formando
una cadena de vacunación.
A falta de cadenas de frío, de los métodos modernos de empaque y transporte, y de vacas enfermas de cow pox en el Nuevo Mundo para extraer el pus inmunitario, Balmis ideó la inoculación brazo a brazo, entre niños de 8-10 años de edad, que se renovaban en cada sitio visitado, formando una cadena de vacunación. Los cristales sólo se usaron para el envío a sitios cercanos. Los niños vacuníferos debían ser vírgenes de viruelas, desarraigados, de preferencia expósitos, o de padres conocidos previo consentimiento y compensación monetaria. Balmis empleó entre 12 y 16 niños cada 25-30 días, en principio, de la Casa de Expósitos de La Coruña y del Hospicio de Santiago de Compostela. El traspaso de pus sólo podía hacerse 10-12 días después de cada inoculación.
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna
Con vientos del nordeste, la corbeta María Pita, de 200 toneladas, se hizo a la mar y se dio a la vela en La Coruña, el 30 de noviembre de 1803, con 22 niños, personal sanitario, auxiliar y tripulación a bordo, botiquín, lienzos, máquinas neumáticas para lacrar los cristales con la linfa vacunal, barómetros y termómetros para controlar sus cambios físico-químicos. Apoyaron la cruzada ocho navíos, entre ellos los bergantines de guerra “El Palomo” y “San Luis”, la goleta “Nancy”, la Nao “San Fernando de Magallanes” y dos fragatas portuguesas. La Real Hacienda pagó al doctor Balmis dos mil fuertes/año más 200 doblones para habitación; a enfermeros, 500 fuertes más 250 al regreso y 50 para habitación, remuneración especial a los niños, y dio a todo el personal, “almuerzo, refrescos y cena”.
Cerca de un
millón de seres humanos fueron vacunados.
El proceloso viaje sortea mil adversidades: recelos, escasez de niños de relevo, naufragios, tifones, pestes, falta de alimentos y resistencia donde ya habían recibido ciertas dosis, como Puerto Rico, Santa Fe, Cuba, Nueva España, Yucatán, Guatemala, Río de la Plata, Chile, Lima y Charcas. Balmis defiende su aportación: una logística metódica y duradera para la erradicación del mal.
En Santa Cruz de Tenerife se funda la primera Casa de Vacunación e Instrucción Sanitaria, llegan a Puerto Rico el 9 de febrero de 1804; en Venezuela, se crea una sub-expedición al mando de Salvany. La Habana da una recepción clamorosa el 26 de mayo, Balmis compra tres esclavas negras y un niño, tambor del Regimiento de Cuba, y zarpa rumbo a Yucatán, Guatemala, Nicaragua y Méjico, frío recibimiento el 9 de agosto.
Penosa travesía a Filipinas, el hambre viaja a bordo, los niños duermen hacinados en el suelo, buen recibimiento en Manila el 15 de abril de 1805. Balmis, enfermo de disentería, solicita viajar a Macao y Cantón en China, ve al imperio chino como fuente de contagio hacia Filipinas, un tifón desmantela la fragata Diligencia. Ariza cuenta por boca de Tomás Nepomuceno, el episodio: “Habían transcurrido casi dos días desde el más espantoso tifón que recuerdo, y nuestro barco se había convertido en un esqueleto negro y amputado. Me encontraba acurrucado contra lo que quedaba de los restos de la toldilla, la vela de la popa, tratando de recuperar fuerzas. Todo a mi alrededor resultaba un completo desastre. Los vientos y el agua habían tronchado el palo de mesana, uno de los tres mástiles del buque, y el palo mayor estaba herido de muerte. Ahora nos rodeaba la calma, pero temía que en cualquier momento nuestro barco se fuera a pique. Y en ese momento alguien en la oscuridad comenzó a llamarme”.
Mientras Balmis desafía la adversidad en los mares asiáticos, Salvany inicia la vacunación en Nueva Granada y el sur del continente. De La Guayra va al Nuevo Reino de Granada, tan azotado por escrófulas (coto), mal gálico (sífilis), lepra judaica, caratosa, viruela, sarampión y disentería, que el sabio José Celestino Mutis, asesor ilustrado del Virrey en salud e higiene públicas, le informaba en 1801: “Tantas calamidades, que diariamente se presentan a la vista, forman la espantosa imagen de una población achacosa que mantiene inutilizada para la sociedad y la felicidad pública la mitad de sus individuos, a unos para la marcha del año, y a otros por todo el resto de su vida”.
El 13 de mayo de 1804 la Misión naufraga en la desembocadura del río Magdalena, y llega a Cartagena de Indias el 24 de mayo. Emisarios de Medellín llevan el pus a todo Antioquia. Santa Fe recibe a Salvany a bombo y platillo, el 17 de diciembre. Entre Cartagena y Santa Fe se vacunan 56.000 personas. Salvany sigue a Popayán, Quito, Cuenca, Lima, Valparaíso, Santiago, Islas Chilsé y otros pueblos como La Paz y Cochabamba, donde muere enfermo en 1810. Balmis, por su parte, aprende la medicina y la lengua china y recoge plantas exóticas para el Jardín Botánico de Madrid. Llega a Lisboa el 14 de agosto de 1806 y alquila un carruaje hacia Madrid. El 7 de septiembre, Su Majestad lo recibe y felicita por el éxito de la Real Expedición. Cerca de un millón de seres humanos habían sido vacunados.
Balmis, héroe desconocido
Luis Miguel Ariza, en la reciente presentación de “Los Hijos del Cielo”, pintó así los contornos heroicos de su protagonista: “Balmis es un héroe desconocido y un personaje inolvidable; al conocer su vida pensé más en una película de Spielberg que en un relato histórico". Escogió el episodio final de China, "porque es la época más misteriosa y se sabe que la embarcación y los niños llegaron en muy malas condiciones", no quiso "literaturizar" el viaje, sino perfilar la figura de Balmis con un texto "que encandile al lector".
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna cortó el vuelo del Ángel Exterminador, y con métodos novedosos, sembró semillas de vida en escenarios de muerte. El sabio Jenner dijo: “No me imagino que en los anales de la historia haya un ejemplo de filantropía tan noble y tan extenso como éste”. En la América hispana, sojuzgada aún por la potencia colonial, devolvió la alegría de vivir a miles de seres humanos. Sin darse cuenta, su Alteza Real contribuía, a su manera, a preparar los cuerpos robustos y sanos que necesitaba la Guerra de Independencia.
 
OCIOSO LECTOR
Los Hijos del Cielo
“Yo no había sido vacunado hasta ahora. Balmis guardó el libro en un arcón, lo cerró con llave, abrió la campana y extrajo uno de los cristales cuadrados, envuelto en una tela de seda negra. Era una pieza doble que aprisionaba un pus seco. Separó a continuación las dos mitades, y depositó en la mancha unas gotas de agua. Tomó una lanceta y empapó la punta de metal en aquella sustancia lechosa.
- Voy a vacunarte, mi querido muchacho, así que acerca ese brazo. No te dolerá. Sé que eres un chico valiente.
Obedecí, por supuesto. Balmis hundió la lanceta en mi piel, sentí un escozor frío, y pensé en el miedo que mis amigos habían sentido cuando recibieron la vacuna. Muchos no lo entendían del todo, quizás por su temprana edad. Y algunos -como los que tuvo que comprar Balmis en Cuba o Filipinas- susurraban que en realidad la vacuna les haría caer enfermos del mal del que pretendía proteger.
- Eres el último, Tomás. El eslabón de una nueva cadena de una nueva generación. La esperanza que traerá la salvación a estas tierras”.
(Fragmento de la novela “Los Hijos del Cielo”, de Luis Miguel Ariza).
 



Arriba

[ Editorial | Debate | Opinión | Monitoreo | Generales | Columna Jurídica | Cultural | Breves ]

COPYRIGHT © 2001 Periódico El PULSO
Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su titular
. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved