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Hans Christian Andersen fue un famoso escritor danés de cuentos infantiles, nació en Odense el 2 de abril de 1805, hijo de padres humildes, sus biógrafos aseguran que mendigó en la calle. Logró ascender hábilmente en las clases sociales de su tiempo, hasta llegar a la corte real y ser favorecido por Federico VI. En 1866 el rey de Dinamarca le concedió el título honorífico de consejero de estado y en 1867 fue declarado ciudadano ilustre de su ciudad natal. Desde 1956 se concede, cada dos años, el premio Hans Christian Andersen de literatura infantil y en 1976 el astrónomo Nikolái Chernyj bautizó en honor a este escritor al asteroide 2476.
En 1827 Hans Christian logró la publicación de su poema «El niño moribundo» en la revista literaria Kjøbenhavns flyvende. Para 1831 había publicado el poemario Fantasías y esbozos. En 1835 publicó su primera novela, El improvisador, y en este mismo año aparecieron también las dos primeras ediciones de Historias de aventuras para niños, seguidas de varias novelas de historias cortas. Antes había publicado un libreto para ópera “La novia de Lammermoor”, y un libro de poemas titulado “Los doce meses del año”.
Continuó la segunda parte de sus cuentos de hadas para niños en 1838 y una tercera en 1843, que apareció publicada con el título Cuentos nuevos. Entre sus más famosos cuentos se encuentran «El patito feo», «El traje nuevo del emperador», «La reina de las nieves», «Las zapatillas rojas», «El soldadito de plomo», «El ruiseñor», «La sirenita», «Pulgarcita», «La pequeña cerillera», «El alforfón», «El cofre volador», «El yesquero», «El ave Fénix», «La sombra», «La princesa y el guisante» entre otros. Han sido traducidos a más de ochenta idiomas y adaptados a obras de teatro, ballets, películas, dibujos animados, video juegos y obras de escultura y pintura.
Una de mis cuentos favoritos es “El traje nuevo del emperador”, se trata de la historia de un rey que se preocupaba mucho por su vestuario. Un día recibió en su palacio a un par de bribones que aseguraban poder fabricar la tela más suave y delicada que se pudiera imaginar. Esta prenda, añadieron, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo. Por supuesto no había prenda alguna, sino que los pícaros simulaban que trabajaban en la ropa, pero estos se quedaban con los ricos materiales que solicitaban al rey.
El emperador sintiéndose nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la tela, envió primero a dos de sus hombres de confianza a examinar su vestuario. Evidentemente ninguno de los dos admitió que eran incapaces de ver la prenda y comenzaron a alabar a la misma. Toda la ciudad había oído hablar del fabuloso traje y estaban deseando comprobar cuán estúpido era su vecino.
Los estafadores hicieron como que le ayudaban al rey a ponerse la inexistente prenda y el emperador salió con ella en un desfile, sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para poder verla.
Toda la gente del pueblo alabó enfáticamente el traje, temerosos de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo. Tan solo un niño se atrevió a gritar: «¡Pero si va desnudo!» La gente empezó a cuchichear la frase hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo. El rey lo oyó y supo que tenían razón, pero levantó la cabeza y terminó el desfile.
Este es el mundo de nosotros los adultos, nuestro ego nos impide ver la realidad, no nos permite ver lo realmente importante. Juzgamos a las personas por las apariencias, y cubrimos nuestra desnudez por miedo a mostrarnos como realmente somos. Estamos heridos en la autoestima, preferimos asegurar que vemos lo que no existe, divisiones políticas, económicas, militares, etc.; construimos perfiles en redes sociales con telares inexistentes que esconden el dolor, cuando la verdad está ante nuestros ojos. Preferimos mentir antes que permitir que los demás piensen que somos ineptos o que no merecemos nuestros cargos, por eso es muy valioso cuando se es rey que alguien nos diga la verdad en la cara, aunque nos duela, que no nos traten como emperadores, la gente en realidad se burla por detrás, nos convertimos en payasos.
“De ellos es el reino de los cielos”, solo los niños ven la verdad, solo ellos son capaces de decir la verdad, solo ellos comunican lo que siente y lo transforman en vida, solo los niños son coherentes. Coherencia es ser consecuente entre lo que pensamos, sentimos, decimos, hacemos y enseñamos, si no existe esta coherencia tan solo somos payasos que caminamos desnudos por el mundo conformados con adulaciones de ineptos.
Hans Christian Andersen fue un niño pobre que no tuvo miedo a soñar, por medio de sus cuentos infantiles se atrevió a gritar a las personas de su tiempo la verdad de la comedia de sus vidas, por eso obtuvo el apoyo y la gratitud del Emperador.
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