MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 5    NO 62   NOVIEMBRE DEL AÑO 2003    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

La Ley 100 de 1993 de cumpleaños
Celebración para el sector financiero y conmemoración para el sector social
Omaira Arbeláez Echeverri Periodista elpulso@elhospital.org.co
Una década de ganancias para el sector financiero; diez años para torear todos los embates en su salud y su proyección de vida para pacientes y trabajadores de la salud; un acto de heroísmo año tras año para los hospitales públicos que lograron sobrevivir y un epitafio trágico para los que cayeron en el intento; todo ello hace parte del balance de una transformación social que generó la Ley 100 y que sólo parece encantar, aunque no totalmente complacer, a quienes mueven el capital financiero nacional e internacional.
Un controvertido regalo de Navidad recibió el 23 de diciembre de 1993 el pueblo colombiano. Lo aceptaron asombrados, casi perplejos, los usuarios de los servicios de salud. Lo vieron como una presencia mefistofélica los hospitales públicos, los médicos y los trabajadores de la salud, pero superó cada uno de esos espantos aquel que paralizó con palidez de muerte al Seguro Social. El preciado regalo venía envuelto en el Diario Oficial 41.148 y contenía la Ley 100, que despertó infinitas sonrisas en los inversionistas privados y se constituyó en un maravilloso regalo para el sector financiero, nacional e internacional, que encontró grandes posibilidades entre línea y línea de tinta y vislumbró con lupa ganancias entre los recursos públicos y alta rentabilidad del ahorro privado de trabajadores y empleadores durante su ardua vida laboral.
Con las políticas neoliberales estrenándose por el mundo en los ochenta y la apertura económica impulsada bajo estos modelos económicos en el país al iniciarse la década del 90, la Ley 100 encajó perfectamente en los delineamientos de los "neoeconomistas", quienes comenzaron como buenos "yupis" a manejar las políticas financieras del Estado colombiano que paso a paso dejaba sus funciones de garantizar bienestar a todos los integrantes de la Nación -como lo promulgaban las otrora vigentes tesis keynesianas de la economía-, para contribuir al mayor lucro del sector privado y a la mayor concentración de la riqueza, con el beneficio de quitarse de paso responsabilidades sociales, económicas e interventoras que tornaban engorrosas las acciones.
El Banco Mundial (BM) con mucha previsión ya había establecido unos delineamientos internacionales para justificar estas acciones, que en Colombia como en otros países se cumplían a cabalidad, y por eso no tuvo reparos en 1989 en hacer pública su posición: "La prestación de servicios de atención en salud no es una obligación del sector público, por el contrario es una cuestión privada. El Estado debería ocuparse sólo de la prevención, de garantizar mejor los derechos y de responder a las demandas de todos", como bien lo recuerda la socióloga Tahis Maingón en su análisis "Proceso de privatización en los servicios de salud en América Latina y el Caribe: estudio de casos".
Aunque a Colombia llegaron tarde las tesis con respecto de otros países latinoamericanos que las iniciaron en los ochenta -como Chile, México y Argentina-, estas cubrieron sin freno desde el Caribe hasta el Cono Sur. El nuevo modelo económico se impuso como política de Estado y casi bajo los mismos preceptos que en las demás naciones, con la diferencia de que la resistencia social impidió la muerte definitiva del Seguro Social.
Maingón asegura que "las proposiciones de privatización que se debaten en la década de los ochenta están inscritas e inspiradas básicamente, en el modelo neoliberal y en la teoría económica neoclásica que se fundamentan en la creencia de que las fuerzas del mercado distribuyen los recursos, salarios, bienes y servicios más efectivamente y eficientemente que las fuerzas interventoras del Estado". Las puertas se abrieron en Colombia por completo al neoliberalismo, no sin algunos cuestionamientos, en 1990 y terminaron dejando un "regalito" para la salud en 1993 que algunos avizoraron como una caja de Pandora que al abrirse expandiría una sombra oscura en el panorama social nacional y una luz doradita para el sector financiero que la asimiló como todo un tesorito difícil de cuidar.
Cuando se entró a la moda del mercado neoliberal la salud sufrió un cambio mágico inocultable: los pacientes se convirtieron en clientes, los médicos en operarios, las instituciones asistenciales en empresas y los recursos públicos encontraron nuevos bancos intermediarios: EPS y ARS. Para algunos fue todo un sacrilegio convertir una inversión social y un quehacer humanitario y científico de humanística inspiración alemana (Bismarck 1815-1898) en un cambalache "con aire francés" de oferta y demanda, donde importaba más ganancias y rentabilidad, que ética y ciencia para médicos, y respeto a la vida, a la salud y a la intimidad de los pacientes. Sin embargo, nada era ilegal y para ratificarlo en esta década del trueque "posmodernista" se expidieron más de 2.500 leyes (www.datasalud.com) para ordenar el proceder de cada uno de los inquietos participantes en el mercado. Mas fue tal la profusión de normas y la contradicción entre unas y otras, que los abogados se tuvieron que especializar en el área, el Ministerio de Salud (hoy de la Protección Social) sacó su propio portalito en la Internet para desglosarlas año por año, y las revistas, los bufetes y los periódicos se dedicaron a su vez a ofrecer su propio servicio virtual en el ramo. Ante tal prolijidad jurídica, este nuevo Gobierno no se quedó atrás y también trajo al hombro sus 22 normas para presentar al Congreso y leyes de más para cumplir con los implacables requerimientos de sus acreedores, el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional, con sus demandas de reforma laboral, pensional y tributaria. Lo que no consiguió en el Legislativo, lo buscó en las calles y los medios de comunicación con el Referendo y a los otros, los trabajadores de Telecom, los cogió de susto en junio de 2003 y les aplicó aquello de quien pega primero, pega dos veces; pero como guerra avisada no mata soldado, el ISS aún se mantiene en pie como un patrimonio que los colombianos se resisten a perder, aunque algunos le vaticinen la parca y otros lo defiendan a morir.
Lo cierto es que antes de la aplicación de la Ley 100 la salud no estaba de maravilla y se aplicaba como si este servicio no fuera un derecho ciudadano sino una obra de caridad o un favor que implicaba una relación de sumisión o de cliente-usuario frente al Estado. Como lo analiza el médico e investigador en derechos humanos, Víctor de Currea-Lugo, en el libro "La salud: de la caridad al negocio sin pasar por el derecho", antes de la ley 100 "la salud también era un negocio, lo que pasa es que ahora es sólo un negocio". Por eso no duda en admitir que "La Ley 100 es un pacto neoliberal que, aún así, el Estado incumplió: no sólo por recortar sus aportes a la subcuenta de solidaridad, no sólo por no supervisar el desarrollo de las EPS, no sólo por escribir un POS violatorio de los principios más elementales, sino por la indolencia con que ha manejado la crisis hospitalaria, por la complacencia con el capital financiero y por el afán de frenar los avances que en materia de salud ha conseguido a través de las sentencias de la Corte Constitucional".
Lo visible y lo invisible
Analizar lo que ha pasado en el país, en la última década, tras la vigencia de la Ley 100, demandaría miles de páginas escritas y serios volúmenes a favor y en contra, pero lo cierto es que aunque el gobierno presente como parte de sus logros un régimen contributivo con 5'452.380 cotizantes y 7'713.083 beneficiarios (total: 13'165.463 personas), y un régimen subsidiado con 11'444.003 personas provenientes de los estratos 1 y 2, (datos del año 2002 con base en el último Informe del Consejo Nacional del Sistema General de Seguridad Social en Salud), teniendo como base un población de 44 millones de habitantes, ya incumplió una de sus promesas fundamentales y uno de los puntos esenciales desde su nacimiento: la cobertura total en el 2001 y que según los expertos ni en el 2010 logrará alcanzar.
Las críticas se mantienen vivas y los inconformes, con su puesta en vigencia, no cesan en cuestionarla, algunos pidiendo que se derogue por completo y otros que se le hagan modificaciones urgentes, pero tras los análisis hechos en 1999 en varios foros nacionales, la conclusión fue contundente: lo más contraproducente es acabarla, lo mejor es mejorar su reglamentación y aplicación.
Más los únicos insatisfechos con las promesas e intríngulis de la Ley 100 no han sido los pacientes. Ellos de todas formas encontraron algunos un Sisbén que bajó de estrato junto con ellos (no cobija ahora el 3 y el 60% de la población colombiana ya está en la pobreza) y en la tutela su único bastón jurídico para hacer valer sus más fundamentales derechos a la vida y la salud. Sin embargo, esto implicó que de cada 10 tutelas instauradas, dos fueran motivadas por necesidad de cirugías, tratamientos clínicos de alto costo y medicamentos no incluidos en el POS. Este último, es sin lugar a dudas un gran problema nacional, porque 20 millones de colombianos no tienen acceso a ellos, bien porque no están en el sistema de seguridad social o porque no tienen cómo pagarlos por su cuenta (Revista Semana, 5 de junio 2003). Los tribunales lo saben muy bien, puesto que sus reportes revelan la admisión de 200 tutelas diarias en el país, el Ministerio de Protección Social tampoco lo puede negar porque ha tenido que desembolsar, en sólo seis meses, $23.800 millones para atenderlas en el último año y el Seguro Social no deja de refunfuñar puesto que tiene el mayor número de quejosos y debe atenderlos con $7.000 millones de más.
Tampoco se ha quedado atrás en penas el sector de los trabajadores de la salud que se ha visto sometido a todos los bemoles del mercado: inestabilidad laboral, subempleo, despidos, afrenta a su tiempo de trabajo, congelación o disminución en sus ingresos, pérdida de derechos adquiridos, restricciones al ejercicio liberal de su profesión y a su autonomía profesional, más la sujeción a la presión indebida de algunas EPS que dificultan la atención integral, interdisciplinaria y oportuna de los pacientes a su cargo y de los hospitales a los cuales pertenecen; mientras gremios y universidades intentan defender el ejercicio ético y digno de la medicina y la autonomía y la libertad de cátedra en las instituciones de salud que hoy se sienten amenazadas por nuevos proyectos de Ley como el 017.
Las IPS también han sufrido los embates de las leyes que obligan a buscar rentabilidad y a sostenerse contra viento y marea. Los titulares de prensa han dejado constancia para la historia como han sufrido esta crisis hospitalaria más de 90 hospitales en el país, como desaparecen en Bogotá, Cali, Cartagena y otras ciudades instituciones de amplia trayectoria científica, educativa y asistencial, como el Lorencita Villegas de Santos, y como las deudas no pagadas o no canceladas a tiempo por ARS y EPS los someten a las sombras siniestras del cierre y a la quiebra, y de esa terrible proyección no se escapan ni las entidades públicas ni las privadas. El Ministerio de Salud tiene en Colombia reportados 3.063 hospitales y clínicas, 23.312 consultorios y 1.455 centros de diagnóstico, de los cuales el 70% por ciento son establecimientos privados y entre ellos, según un reporte del diario El Tiempo del 10 de octubre de 2001, los que hacen parte de la red hospitalaria nacional están en quiebra, con un déficit en los públicos de $1 billón, mientras en los privados se superan los $500.000 millones, y la Defensoría del Pueblo recuerda que otro medio billón de pesos "se esfumó" entre los intermediarios de la salud y las cuentas bancarias de los municipios. A todo ello hay que sumarle otras dificultades: recortes fiscales, competencia desleal por tarifas entre entidades públicas y privadas, aumento de los gastos, los costos extras por urgencias, enfermedades catastróficas y trauma mayor.
De todas formas negocio que no es rentable se acaba y perece, y eso no parece el caso de la salud en Colombia, según el mismo artículo de El Tiempo: "Entre dirigentes del sector corre la voz de que la plata de la salud terminó siendo solo un buen negocio para las ARS y EPS. De hecho, una evaluación realizada por la Universidad Nacional sobre el negocio del aseguramiento, concluye que la colocación de recursos de salud en el sistema financiero les ha permitido a las EPS privadas incrementar significativamente sus utilidades. La rentabilidad en 17 EPS privadas pasó de 0,87% a 1,30% y en 8 EPS y ARS públicas subió de 4,56% a más otro 0,07%".
Así no hay porqué extrañarse que ahora el Ministerio reconozca que las EPS privadas controlan el 72.6% de los usuarios y hasta tengan sus propias clínicas Saludcoop-, mientras los hospitales públicos se enredan en glosas esperando meses y meses a que las EPS y ARS les paguen lo que tan bien trabajaron.
Lo paradójico es que el eterno inconforme con el regalo navideño de la Ley 100 de 1993 es la banca multilateral. A pesar de los rentables resultados, están tras bambalinas y a la espera, insatisfechos a pesar de exigir reformas laboral, pensional y tributaria, porque a la Ley 100 le faltan otras reformas para llegar a privatización total. Según la investigadora Decsi Arévalo Hernández, docente de las universidades Los Andes y Externado de Colombia, para "el Banco Mundial, en su informe Envejecimiento sin Crisis, la Ley 100/93 debía ser considerada como de transición y se espera pasarla al imperio del monopolio privado", es decir, desaparecer al Seguro Social. Así, aunque hoy su ex presidente Joseph Stigliz se de golpes de pecho mirando atrás, sus colegas del Banco Mundial saben que eso demandará en Colombia una o dos reformas más.
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