MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 5    NO 56   MAYO DEL AÑO 2003    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Por un sector salud
viable: ¿Para quién?

Jairo Humberto Restrepo Zea Profesor e investigador Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Antioquia

Durante el 3 y 4 de abril de este año se realizó, en el Salón Rojo del Hotel Tequendama en Bogotá, el 1er. Congreso Sectorial de la Salud. El evento fue organizado por la Asociación Nacional de Industriales ANDI y contó con la presencia de al menos 400 personas que hacen parte del sector salud, como representantes gremiales o políticos, empresarios, directivos, funcionarios y empleados.
El tema para este primer Congreso, recogiendo una preocupación nacional, fue el de la viabilidad del sector salud. Aunque hubo un esfuerzo muy importante de los organizadores, para reunir a personajes representativos del sector y poner sobre la mesa las cartas que determinarán el futuro del mismo, lo cierto es que no quedó claro hacia dónde apunta la preocupación sobre la viabilidad y nuevamente se evidencia la confluencia de unos intereses que no resulta fácil armonizar desde el punto de vista del bien común o el interés social.
Para el Presidente de la ANDI, Luis Carlos Villegas Echeverri, a juzgar por su intervención en la inauguración del Congreso, la principal preocupación descansa sobre los aportes que realiza el sector privado para la financiación de la seguridad social. En general, se refirió a un viejo reclamo sobre los costos laborales y la necesidad de mejorar la competitividad de las empresas, para lo cual se puede echar mano de los aportes parafiscales. Además, mostró preocupación sobre la situación del Instituto de los Seguros Sociales (ISS) y anunció una propuesta de conformación de un fondo nacional en el cual se puedan integrar todos los ramos de la protección social. Creo que esta propuesta vale la pena mirarla con detenimiento y darle alientos para que se avance mejor en la cobertura y la sostenibilidad financiera.
El gobierno nacional, por su parte, estuvo representado por el Ministro de la Protección Social, doctor Diego Palacio Betancourt; el Viceministro de Bienestar y Salud, doctor Juan Gonzalo López Casas, y el Viceministro de Hacienda, doctor Juan Ricardo Ortega. Solamente se ofrecen dos cosas con claridad: por un lado, que no hay plata; y, por el otro, que se fortalecerán las acciones de salud pública, lo cual ciertamente es necesario y urgente. En lo demás, persiste mucha retórica, se presentan algunas cifras poco analizadas y en algunos casos se mantienen incoherencias sobre la marcha de la política de salud. También se conoció la situación del ISS, de boca de su presidente, con un diagnóstico que causó varios amagos de desmayo entre los presentes, pero sin una exposición igualmente clara al momento de presentar las propuestas de ajuste.
Un aspecto particular que merece la mayor atención, se refiere a la presentación sobre el equilibrio financiero del sistema. De la presentación del doctor Ramón Abel Castaño, queda claro que este equilibrio puede garantizarse a costa de una mayor exclusión, de modo que es fundamental mantener controles sobre el crecimiento del grupo familiar y no hacer mucha fuerza para que se afilien personas con ingresos inferiores a los dos salarios mínimos. En otras palabras, el sistema puede ser viable pero no para la mayoría.
Por último, el gran ausente del evento, como suele suceder en estos casos, fue el usuario. La invitada a presentar la situación en torno de las acciones de tutela no cumplió su compromiso. Los puntos de discusión en los pasillos, así como las intervenciones del auditorio, estaban muy encaminadas a cuestiones sobre flujo de recursos, la relación entre IPS y EPS, la rentabilidad de la UPC, entre otros. Seguramente esto tenga relación con el acceso, pero ... ¿en quién se piensa realmente cuando se busca la viabilidad del sector salud?.

CIE 10
Más que cambiar manuales, se requiere cambio de mentalidad
Juan Fernando Londoño Usuga Ingeniero, Jefe Registros Médicos y Estadística Hospital Universitario San Vicente de Paúl, Medellín
A partir del 01 de enero de 2003, es obligatorio para Colombia el uso de la Décima Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades (CIE-10), para el registro y codificación de las entidades morbosas que se atienden en todas las instituciones prestadoras de servicios de salud.
La puesta en práctica de la nueva codificación requirió de un gran esfuerzo en divulgación y capacitación para el personal médico y profesionales de la salud que tienen la responsabilidad, además de atender el paciente, de registrar co-rrectamente las enfermedades que son diagnosticadas. Uno de los grandes obstáculos a vencer en la mayoría de los cambios o reformas es el “borrón y cuenta nueva”, el esfuerzo mental que significa el desaprender algo ya mecanizado y volver a aprender de nuevo.
No es suficiente suprimir manuales con unos códigos y reemplazarlos por otros; se requiere además, implementar una cultura del registro. ¿Quién mejor que el médico tratante, que es quién determina y maneja los diagnósticos que trata a su paciente, y que con conocimiento de causa puede traducir las enfermedades detectadas a unos códigos alfanuméricos? Pero no siempre es así; muchos de los códigos (CIE- 10) indicados por los médicos no tienen equivalencia con las enfermedades que tratan o se quedan cortos o no aportan la información necesaria que indique a través de una serie de caracteres, cuál fue la realidad etiológica en la relación médico-paciente.
Es común encontrar casos en los cuales se destaca el “Doctor Neumonía”, que asigna con frecuencia el mismo código a enfermedades parecidas, porque fue el primero que se aprendió o el más mnemotécnico. Es frecuente encontrar el registro diagnóstico de una sola enfermedad, cuando fueron varias las que requirieron atención médica. Es común encontrarse con códigos que corresponden a síntomas y signos generales (que son fácilmente aprendidos), en lugar de códigos que describan con detalle las enfermedades tratadas, aún estando claramente determinadas en los manuales de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades.
Es menester entonces concientizar al personal asistencial, de que se está frente a la era de la automatización y que es necesario y benéfico traducir a códigos sistematizados las enfermedades que son tratadas. Un adecuado registro nos permite hacer análisis, interpretaciones y comparaciones, no solo a nivel institucional sino también regional, nacional e internacional. Un adecuado registro evita glosas en la facturación, pues los diagnósticos claramente identificados definen y aclaran la pertinencia de los tratamientos. Un adecuado registro permite realizar estudios e investigaciones que son adelantados por el mismo personal médico que hoy se enfrenta con dificultades al momento de indagar sobre estadística de enfermedades. Y qué más importante que definir los verdaderos perfiles de morbilidad y mortalidad que permiten realizar gestión desde los hospitales hasta las grandes políticas en salud pública.
Se requiere entonces, más que un cambio de manuales, un cambio en la mentalidad del profesional responsable de los registros diagnosticados
 
Reflexión del mes
“... Callaré todo cuanto vea u oiga, dentro o fuera de mi actuación profesional, que se refiera a la intimidad humana y no deba divulgarse, convencido de que tales cosas deben mantenerse en secreto”.
Juramento de Hipócrates

 

Bioética

Decíamos en el anterior artículo que ser hombre es haber aceptado un papel en el teatro de la vida social, que es un relato, una madeja de palabras bien o mal intencionadas, un cúmulo de imaginerías y un circuito de significaciones y sin-sentidos. Por esa razón nos cabe una alternativa ética: rechazar los «guiones» violentos y decidirnos por los que mejor se ajusten a nuestra dignidad humana.
Esta afirmación nos lleva al problema del lenguaje en sí mismo. Gran parte de los lingüístas contemporáneos dicen que el lenguaje es sintaxis, que la capacidad de hablar es capacidad de construir frases gramaticalmente correctas. Desde este punto de vista el lenguaje está cerrado sobre sí mismo y los problemas éticos nada tienen que ver con él. Pero el lenguaje posee también una dimensión semántica. Por ello, si el lenguaje significa, la ética juega en él un papel importante. No obstante, lo que más nos interesa desde el punto de vista ético es la dimensión pragmática del lenguaje. La lengua no sólo constituye un sistema que adicionalmente se refiere a algo, posee además la «función» de comunicar, abriendo la posibilidad de la veracidad o la mendacidad.
Toda palabra, en consecuencia, funciona como un «estímulo» que reclama una «respuesta». Moralizar el lenguaje, entonces, será atender a la dimensión emotiva que le es intrínseca, ya que las palabras no se dirigen solamente al razonamiento sino también al sentimiento, generando en el receptor algún movimiento interior. De ahí que quepa ordenar moralmente ese lenguaje y usarlo con sobriedad y moderación, para que al decir no violentemos sino que promovamos y provoquemos comunicación, no indisposición.
La ética del lenguaje exige atención a la realidad, ejercicio de la prudencia, sentido de la oportunidad y, sobre todo, nos obliga a detenernos «entre» las palabras, para elegir las más adecuadas de acuerdo con la circunstancia. Se trata de pensar lo que vamos a decir y aún de revisar lo que hemos dicho, para tomar conciencia de la manera como nos situamos frente a los demás y tratar de sopesar las impresiones que hemos causado. La raíz de la acción humana es (o debería ser) el pensamiento, y como pensamos con palabras, reformar el lenguaje que usamos puede ser el comienzo de una mejora substancial de nuestra mentalidad y nuestro comportamiento. Quizás liberando el lenguaje del lastre de la violencia, pongamos las bases para que nuestra conducta sea más razonable y el camino hacia el entendimiento interhumano sea allanado.
«Catar» las palabras para dar con las más adecuadas y con el tono indicado puede producir una respuesta completamente contraria a la que produciría un torrente de estulticias, una palabra altisonante o dicha a destiempo, o una entrega imprudente al «demonio de la polémica». En definitiva, del mismo modo que «no puede pronunciarse el nombre de Dios en vano» tampoco ninguna palabra puede pronunciarse impunemente, puesto que toda palabra es acontecimiento que transforma la realidad.
Con base en esto podemos pensar que la modificación del vocabulario puede resultar muy significativa dado que un nuevo léxico, libre de lo que hemos llamado violencia verbal y aún gestual, podría suscitar una nueva manera de ser y de vivir, puesto que, al fin y al cabo, somos las palabras que formulamos.
Las condiciones de vida pueden depender de las palabras que usemos: una palabra violenta puede destrozar aquello de lo que habla o destruir a quien se le habla o de quien se habla, así como una palabra cálida edifica, une, estimula y respalda. Aún en el caso de la reprensión o de la crítica, si se habla con tacto y sensatez, si se llama la atención o se critica teniendo en cuenta la dignidad de la persona, si se le habla respetuosamente, sin ambigüedades, sin indirectas ofensivas, sin términos de doble fondo, y con el propósito de alcanzar un mejoramiento ostensible en su conducta, los resultados suelen ser positivos, puesto que el reprendido o el criticado, al no sentirse ultrajado sino interpelado, alcanza algún nivel de claridad significativo y sabe a qué atenerse. Muy distinto de lo que sucede si el tono es agresivo, si el modo es el de la indirecta cáustica o si la intención es molestar.
Nos resta considerar, respetado lector, el modo de decir las palabras. En la próxima entrega abordaremos este tema y con ello terminaremos esta serie.

NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -CECOLBE-.

 











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