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Por un sector salud
viable: ¿Para quién?
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Jairo
Humberto Restrepo Zea Profesor e investigador Facultad de
Ciencias Económicas de la Universidad de Antioquia
Durante el 3 y 4 de abril de este año se realizó,
en el Salón Rojo del Hotel Tequendama en Bogotá,
el 1er. Congreso Sectorial de la Salud. El evento fue organizado
por la Asociación Nacional de Industriales ANDI y contó
con la presencia de al menos 400 personas que hacen parte
del sector salud, como representantes gremiales o políticos,
empresarios, directivos, funcionarios y empleados.
El tema para este primer Congreso, recogiendo una preocupación
nacional, fue el de la viabilidad del sector salud. Aunque
hubo un esfuerzo muy importante de los organizadores, para
reunir a personajes representativos del sector y poner sobre
la mesa las cartas que determinarán el futuro del mismo,
lo cierto es que no quedó claro hacia dónde
apunta la preocupación sobre la viabilidad y nuevamente
se evidencia la confluencia de unos intereses que no resulta
fácil armonizar desde el punto de vista del bien común
o el interés social.
Para el Presidente de la ANDI, Luis Carlos Villegas Echeverri,
a juzgar por su intervención en la inauguración
del Congreso, la principal preocupación descansa sobre
los aportes que realiza el sector privado para la financiación
de la seguridad social. En general, se refirió a un
viejo reclamo sobre los costos laborales y la necesidad de
mejorar la competitividad de las empresas, para lo cual se
puede echar mano de los aportes parafiscales. Además,
mostró preocupación sobre la situación
del Instituto de los Seguros Sociales (ISS) y anunció
una propuesta de conformación de un fondo nacional
en el cual se puedan integrar todos los ramos de la protección
social. Creo que esta propuesta vale la pena mirarla con detenimiento
y darle alientos para que se avance mejor en la cobertura
y la sostenibilidad financiera.
El gobierno nacional, por su parte, estuvo representado por
el Ministro de la Protección Social, doctor Diego Palacio
Betancourt; el Viceministro de Bienestar y Salud, doctor Juan
Gonzalo López Casas, y el Viceministro de Hacienda,
doctor Juan Ricardo Ortega. Solamente se ofrecen dos cosas
con claridad: por un lado, que no hay plata; y, por el otro,
que se fortalecerán las acciones de salud pública,
lo cual ciertamente es necesario y urgente. En lo demás,
persiste mucha retórica, se presentan algunas cifras
poco analizadas y en algunos casos se mantienen incoherencias
sobre la marcha de la política de salud. También
se conoció la situación del ISS, de boca de
su presidente, con un diagnóstico que causó
varios amagos de desmayo entre los presentes, pero sin una
exposición igualmente clara al momento de presentar
las propuestas de ajuste.
Un aspecto particular que merece la mayor atención,
se refiere a la presentación sobre el equilibrio financiero
del sistema. De la presentación del doctor Ramón
Abel Castaño, queda claro que este equilibrio puede
garantizarse a costa de una mayor exclusión, de modo
que es fundamental mantener controles sobre el crecimiento
del grupo familiar y no hacer mucha fuerza para que se afilien
personas con ingresos inferiores a los dos salarios mínimos.
En otras palabras, el sistema puede ser viable pero no para
la mayoría.
Por último, el gran ausente del evento, como suele
suceder en estos casos, fue el usuario. La invitada a presentar
la situación en torno de las acciones de tutela no
cumplió su compromiso. Los puntos de discusión
en los pasillos, así como las intervenciones del auditorio,
estaban muy encaminadas a cuestiones sobre flujo de recursos,
la relación entre IPS y EPS, la rentabilidad de la
UPC, entre otros. Seguramente esto tenga relación con
el acceso, pero ... ¿en quién se piensa realmente
cuando se busca la viabilidad del sector salud?.
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| CIE 10 |
| Más que cambiar manuales,
se requiere cambio de mentalidad |
| Juan
Fernando Londoño Usuga Ingeniero, Jefe Registros Médicos
y Estadística Hospital Universitario San Vicente de Paúl,
Medellín |
A partir del 01 de enero de 2003, es obligatorio
para Colombia el uso de la Décima Clasificación
Estadística Internacional de Enfermedades (CIE-10), para
el registro y codificación de las entidades morbosas
que se atienden en todas las instituciones prestadoras de servicios
de salud.
La puesta en práctica de la nueva codificación
requirió de un gran esfuerzo en divulgación y
capacitación para el personal médico y profesionales
de la salud que tienen la responsabilidad, además de
atender el paciente, de registrar co-rrectamente las enfermedades
que son diagnosticadas. Uno de los grandes obstáculos
a vencer en la mayoría de los cambios o reformas es el
borrón y cuenta nueva, el esfuerzo mental
que significa el desaprender algo ya mecanizado y volver a aprender
de nuevo.
No es suficiente suprimir manuales con unos códigos y
reemplazarlos por otros; se requiere además, implementar
una cultura del registro. ¿Quién mejor que el
médico tratante, que es quién determina y maneja
los diagnósticos que trata a su paciente, y que con conocimiento
de causa puede traducir las enfermedades detectadas a unos códigos
alfanuméricos? Pero no siempre es así; muchos
de los códigos (CIE- 10) indicados por los médicos
no tienen equivalencia con las enfermedades que tratan o se
quedan cortos o no aportan la información necesaria que
indique a través de una serie de caracteres, cuál
fue la realidad etiológica en la relación médico-paciente.
Es común encontrar casos en los cuales se destaca el
Doctor Neumonía, que asigna con frecuencia
el mismo código a enfermedades parecidas, porque fue
el primero que se aprendió o el más mnemotécnico.
Es frecuente encontrar el registro diagnóstico de una
sola enfermedad, cuando fueron varias las que requirieron atención
médica. Es común encontrarse con códigos
que corresponden a síntomas y signos generales (que son
fácilmente aprendidos), en lugar de códigos que
describan con detalle las enfermedades tratadas, aún
estando claramente determinadas en los manuales de la Clasificación
Estadística Internacional de Enfermedades.
Es menester entonces concientizar al personal asistencial, de
que se está frente a la era de la automatización
y que es necesario y benéfico traducir a códigos
sistematizados las enfermedades que son tratadas. Un adecuado
registro nos permite hacer análisis, interpretaciones
y comparaciones, no solo a nivel institucional sino también
regional, nacional e internacional. Un adecuado registro evita
glosas en la facturación, pues los diagnósticos
claramente identificados definen y aclaran la pertinencia de
los tratamientos. Un adecuado registro permite realizar estudios
e investigaciones que son adelantados por el mismo personal
médico que hoy se enfrenta con dificultades al momento
de indagar sobre estadística de enfermedades. Y qué
más importante que definir los verdaderos perfiles de
morbilidad y mortalidad que permiten realizar gestión
desde los hospitales hasta las grandes políticas en salud
pública.
Se requiere entonces, más que un cambio de manuales,
un cambio en la mentalidad del profesional responsable de los
registros diagnosticados |
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Reflexión del mes
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... Callaré todo cuanto
vea u oiga, dentro o fuera de mi actuación profesional,
que se refiera a la intimidad humana y no deba divulgarse,
convencido de que tales cosas deben mantenerse en secreto.
Juramento de Hipócrates
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Bioética
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Decíamos en el anterior artículo que ser hombre
es haber aceptado un papel en el teatro de la vida social,
que es un relato, una madeja de palabras bien o mal intencionadas,
un cúmulo de imaginerías y un circuito de significaciones
y sin-sentidos. Por esa razón nos cabe una alternativa
ética: rechazar los «guiones» violentos
y decidirnos por los que mejor se ajusten a nuestra dignidad
humana.
Esta afirmación nos lleva al problema del lenguaje
en sí mismo. Gran parte de los lingüístas
contemporáneos dicen que el lenguaje es sintaxis, que
la capacidad de hablar es capacidad de construir frases gramaticalmente
correctas. Desde este punto de vista el lenguaje está
cerrado sobre sí mismo y los problemas éticos
nada tienen que ver con él. Pero el lenguaje posee
también una dimensión semántica. Por
ello, si el lenguaje significa, la ética juega en él
un papel importante. No obstante, lo que más nos interesa
desde el punto de vista ético es la dimensión
pragmática del lenguaje. La lengua no sólo constituye
un sistema que adicionalmente se refiere a algo, posee además
la «función» de comunicar, abriendo la
posibilidad de la veracidad o la mendacidad.
Toda palabra, en consecuencia, funciona como un «estímulo»
que reclama una «respuesta». Moralizar el lenguaje,
entonces, será atender a la dimensión emotiva
que le es intrínseca, ya que las palabras no se dirigen
solamente al razonamiento sino también al sentimiento,
generando en el receptor algún movimiento interior.
De ahí que quepa ordenar moralmente ese lenguaje y
usarlo con sobriedad y moderación, para que al decir
no violentemos sino que promovamos y provoquemos comunicación,
no indisposición.
La ética del lenguaje exige atención a la realidad,
ejercicio de la prudencia, sentido de la oportunidad y, sobre
todo, nos obliga a detenernos «entre» las palabras,
para elegir las más adecuadas de acuerdo con la circunstancia.
Se trata de pensar lo que vamos a decir y aún de revisar
lo que hemos dicho, para tomar conciencia de la manera como
nos situamos frente a los demás y tratar de sopesar
las impresiones que hemos causado. La raíz de la acción
humana es (o debería ser) el pensamiento, y como pensamos
con palabras, reformar el lenguaje que usamos puede ser el
comienzo de una mejora substancial de nuestra mentalidad y
nuestro comportamiento. Quizás liberando el lenguaje
del lastre de la violencia, pongamos las bases para que nuestra
conducta sea más razonable y el camino hacia el entendimiento
interhumano sea allanado.
«Catar» las palabras para dar con las más
adecuadas y con el tono indicado puede producir una respuesta
completamente contraria a la que produciría un torrente
de estulticias, una palabra altisonante o dicha a destiempo,
o una entrega imprudente al «demonio de la polémica».
En definitiva, del mismo modo que «no puede pronunciarse
el nombre de Dios en vano» tampoco ninguna palabra puede
pronunciarse impunemente, puesto que toda palabra es acontecimiento
que transforma la realidad.
Con base en esto podemos pensar que la modificación
del vocabulario puede resultar muy significativa dado que
un nuevo léxico, libre de lo que hemos llamado violencia
verbal y aún gestual, podría suscitar una nueva
manera de ser y de vivir, puesto que, al fin y al cabo, somos
las palabras que formulamos.
Las condiciones de vida pueden depender de las palabras que
usemos: una palabra violenta puede destrozar aquello de lo
que habla o destruir a quien se le habla o de quien se habla,
así como una palabra cálida edifica, une, estimula
y respalda. Aún en el caso de la reprensión
o de la crítica, si se habla con tacto y sensatez,
si se llama la atención o se critica teniendo en cuenta
la dignidad de la persona, si se le habla respetuosamente,
sin ambigüedades, sin indirectas ofensivas, sin términos
de doble fondo, y con el propósito de alcanzar un mejoramiento
ostensible en su conducta, los resultados suelen ser positivos,
puesto que el reprendido o el criticado, al no sentirse ultrajado
sino interpelado, alcanza algún nivel de claridad significativo
y sabe a qué atenerse. Muy distinto de lo que sucede
si el tono es agresivo, si el modo es el de la indirecta cáustica
o si la intención es molestar.
Nos resta considerar, respetado lector, el modo de decir las
palabras. En la próxima entrega abordaremos este tema
y con ello terminaremos esta serie.
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -CECOLBE-.
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