MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 7    NO 93  JUNIO DEL AÑO 2006    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

 

Reflexión del mes

Hoy, creo que la humanidad se encuentra en una encrucijada crítica. Los radicales avances que han tenido lugar en neurociencia, y particularmente en la genética hacia el fin del siglo XX, condujeron a una nueva era la historia del hombre. Nuestro conocimiento del cerebro humano y del cuerpo hasta el nivel celular y genético, con las consecuentes posibilidades tecnológicas ofrecidas por la manipulación genética, alcanzó un estado tal que los desafíos éticos de estos avances científicos son enormes. También es evidente que nuestro pensamiento moral no ha sido capaz de mantenerse a la par con este rápido progreso en nuestra adquisición de conocimiento y poder. Más aún, las ramificaciones de estos nuevos descubrimientos y sus aplicaciones llegan a resultados tales que se relacionan con la concepción misma de la naturaleza humana y su preservación. Por lo tanto, ya no es posible seguir considerando adecuada la adopción de un punto de vista de que nuestra responsabilidad como sociedad es simplemente la de aumentar nuestro conocimiento científico y mejorar el poder tecnológico, y de que la elección de qué hacer con este poder y este conocimiento debería ser dejado en manos de los individuos. Debemos encontrar una forma de entregar consideraciones éticas humanitarias y éticas fundamentales para orientar la dirección del desarrollo científico, especialmente en lo relativo a las ciencias de la vida. Al referirme a la invocación de principios éticos fundamentales, no estoy abogando por una fusión entre la ética religiosa y la investigación científica. En cambio, estoy hablando de lo que llamo la “ética secular” que envuelve los principios éticos clave, tales como la compasión, la tolerancia, un sentido de cuidado y consideración por los demás, y el uso responsable del conocimiento y del poder -principios que trascienden las barreras entre los creyentes y los no creyentes, y entre los seguidores de esta religión o aquella-. Durante tanto tiempo como cada uno de estos dedos esté conectado con la palma de la empatía humana básica y el altruismo, ellas continuarán sirviendo al bienestar de la humanidad. Nos encontramos todos viviendo verdaderamente en un mundo. La economía moderna, los medios electrónicos, el turismo internacional, así como también los problemas ambientales, todo nos recuerda diariamente cuan profundamente interconectado ha llegado a ser hoy el mundo. Las comunidades científicas juegan un rol de vital importancia en este mundo interconectado. Cualquiera que sean las razones históricas, hoy los científicos disfrutan de gran respeto y confianza dentro de la sociedad, mucho más incluso que mi propia disciplina de filosofía y religión. Apelo a los científicos para entregar como parte de su trabajo profesional, las pautas de los principios éticos fundamentales que todos compartimos como seres humanos”.
Fragmento de “La ciencia en una encrucijada”, del Dalai Lama

Dalai Lama (1935). Su Santidad el XlV Dalai Lama -Tenzin Gyatso-, personaje semidivino y mítico, es el jefe religioso y político del Tíbet, y guía espiritual de muchos fieles budistas en el mundo; doctorado en filosofía budista, vive en el exilio desde hace más de 30 años. Desde 1950 defiende la causa tibetana, promoviendo el respeto por sus derechos, su cultura y autodeterminación, reprimidos en más de 40 años de opresión política, religiosa y cultural china. Aunque los chinos cometieron un genocidio cultural (tres mil monasterios destruidos) y humano (más de medio millón de tibetanos asesinados) en nombre de la Democracia y la Libertad, el Dalai Lama persiste en una resistencia no violenta frente al invasor. Su prédica es poner la sabiduría de las religiones al servicio del bien de todos los seres, integrando sus valores a la política o la ciencia. En 1989 recibió el Premio Nóbel de la Paz, por su incesante y pacífica lucha en favor de su pueblo.
 
Bioética
Permiso para matar

Ramón Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co

Para el común de los ciudadanos que, en general, no alcanzamos las cumbres de la lógica del derecho y nos guiamos por lo que las autoridades en la materia nos dan a conocer, se nos plantean confusiones que deberían aclarar las altas Cortes que deciden sobre la vida y la muerte. Así ocurre con la sentencia relativa al delito de aborto de la Corte Constitucional, en la cual leemos: «no se incurre en delito de aborto, cuando con la voluntad de la mujer, la interrupción del embarazo se produzca en los siguientes casos: a) Cuando la continuación del embarazo constituya peligro para la vida o la salud de la mujer, certificado por un médico… »
Para quienes no alcanzamos las cumbres de la lógica de la jurisprudencia, repito, lo anterior deja el derecho a vivir del hijo, en manos de la madre, pues es tan fácil aseverar que el embarazo resultado de una noche de bohemia, de un arrebato de pasión, de un delirio de entrega tan frecuente en determinadas edades y circunstancias, pocos días después se convierta para esa mujer en un peligro para su vida o su salud, y que así lo pueda certificar un médico.
Iguales circunstancias de peligro para su salud causadas por la supervivencia de su hijo, puede alegar ante los jueces una mujer que lo asesina a los 8 ó 15 días, o a los 6 meses, o a los 2 años de nacido, o más tarde, y si se aplica razonable y lógicamente la sentencia de la Corte Constitucional no debe ser condenada, porque no incurre en delito si puede demostrar con un certificado que estaba en peligro su salud o su vida por abandono del compañero que asegura su subsistencia material, su equilibrio emocional. ¿Cuándo cesa y en virtud de qué, ese derecho que le otorga la citada Corte a la mujer para disponer arbitrariamente de la vida del hijo? ¿Con qué fundamento de verdadera justicia, según la lógica de la mencionada sentencia, no merece sanción matar al hijo dentro del útero materno y la merece asesinarlo cuando vive, necesitado todavía del cuidado de su madre, de su amor, fuera del vientre que lo albergó en estado embrionario o fetal?
Más aún, el común de las gentes consideramos que esas altas instituciones que deciden en Derecho tienen entre sus ineludibles obligaciones velar porque la aplicación de la justicia sea verdaderamente justa, es decir, que se dé a cada quien lo que le pertenece, lo que es suyo. Sin embargo, encontramos que los Magistrados de la Corte Constitucional, ante el derecho absoluto e inalienable del hijo, persona en estado de embrión o feto, lo conculcan a favor de la madre: lo cual equivale a aseverar que el ser más débil, que para nada intervino en la condición que vive en ese momento la madre, es condenado a muerte; es la aplicación de la Ley del más fuerte o Ley de la selva. ¿Acaso fue él quien violó a la madre o la puso en estado de indefensión? ¿Acaso eligió él los genes defectuosos o expuso a sus progenitores a las situaciones que causaran daño a su desarrollo? Condenarlo a muerte o permitir que se le condene a muerte es la lógica de la irracionalidad.
Contrasta todo esto con la campaña en contra de la desatada e infame violencia que sufren los niños: se sanciona con años de cárcel a madres que los abandonan, a madres que contribuyen o son cómplices de los abusos y muerte de niños por parte de padrastros, a parejas que se deshacen de los niños porque estorban para realizar sus proyectos, etc. Contrasta, repito, con la posición de los Magistrados de la Corte Constitucional que autorizan a madres y a verdugos con títulos universitarios a matar niños, personas humanas, sin someterlos siquiera a un juicio justo.
En la balanza de la justicia, cuyo símbolo es una diosa con los ojos vendados para dar así a cada quien lo que es suyo, lo que le pertenece, la sentencia de la Corte Constitucional introduce un desequilibrio que impide reconocer y salvaguardar el derecho a la vida de todo vástago humano, de respetar su derecho a continuar viviendo, y no podemos pensar que lo hicieron con los ojos vendados; al contrario, fueron conscientes, así lo pensamos, de la injusticia que introducían en la relación del más fuerte con el más débil, conculcando el respeto que exige la dignidad de éste que es tan ser humano, tan persona, como aquél.
Nos preguntamos: ¿qué derecho nos protege y qué justicia podemos esperar si las altas Cortes autorizan eliminar la vida que comienza, acción denominada aborto en el derecho positivo colombiano por la etapa de crecimiento y desarrollo de la víctima, pero en realidad un homicidio desde el punto de vista del sentido común y de la antropología?
Homicidio es, según el Diccionario de la Real Academia: «1. [m.] Muerte causada a una persona por otra. 2. [m.] Por lo común, la ejecutada ilegítimamente y con violencia».

Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

 











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