MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 3    NO 39    DICIEMBRE DEL AÑO 2001    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

“Don Juan Ramón Jiménez: Una virjen con "j", ya no es”

Erratas, esa plaga

Historias de erratas y, claro, de temibles cazadores de erratas, como la devota esposa de un escritor, que, contagiada de ardores gramaticales, no atendía la misa por pescarle errores a las oraciones.

Adaptación de un curioso comentario que en 1940 hiciera Alfonso Reyes (1889-1959), para muchos el más valioso intelectual y escritor mexicano, destacado filólogo, creador literario, crítico y periodista:
Hace algunos años, y cuando todavía no se me formaba el callo del oficio de escritor, me puso en cama, presa de una verdadera fiebre nerviosa, la aparición de cierto libro mío que estaba plagado de erratas. Ventura García Calderón escribió entonces un epigrama impagable: "Nuestro amigo Reyes -afirmaba- acaba de publicar un libro de erratas acompañadas de algunos versos."

"Nuestro amigo acaba de publicar un libro de erratas acompañadas de algunos versos."

Cuando más tarde, trabajaba yo en los diarios de Madrid, la fobia de la errata me mantenía desvelado (acabo de averiguar que el tipógrafo de cierto diario me ha hecho decir, en vez de "los fabulistas del siglo XVIII", "Los futbolistas del siglo XVIII"). Alguna ventaja saqué de estos desvelos, porque me acostumbré a frecuentar con mayor asiduidad las salas de tipógrafos que los mentideros de las redacciones; me encariñé con la gente de ese gremio; aprendí a conocer, así, ciertas calidades materiales de la impresión, el peso y la contextura del papel, los puntizones y corondeles, las filigranas o marcas de agua. El lenguaje de las regletas y cíceros, los ojos de la letra y los tipos fundamentales, las romanas, egipcias, cursivas, redondas, chupadas, no tenían misterio para mí. Y como yo era el redactor que hacía tertulia entre los obreros, ellos me cuidaban mi página de humanidades con una afición especial y hasta se confabularon conmigo para desterrar de ahí todos los anuncios incongruentes con mis temas de geografía e historia. Por primera vez hago esta confesión: Los tipógrafos de El Sol de Madrid, mandaban a la sección de ciencias biológicas, al cuidado del doctor Gonzalo R. Lafora, cuantos anuncios de purgantes pretendían deslizarse en mi página. Por eso cuando, en 1921, comencé la publicación de mis Simpatías y diferencias, dediqué la primera serie a los tipógrafos y correctores de El Sol, "quienes tantas veces tuvieron que tolerar mi impaciencia o mi tardanza, mis fidelidades a la regla, o mis personales manías ortográficas". Verdad es que en estos caprichos personales nunca he llegado al extremo del alto poeta Juan Ramón Jiménez, que sustituye sistemáticamente la "g" por una "j", por mucho que sus amigos le hayan dicho burlescamente que una "virjen", así, con "j", ha dejado de serlo. Pero es muy posible que en algunos casos me aparte de la regla académica.
En un artículo publicado en la primera página de Usa Today , el 4 de agosto de 1986, Bernstein afirmó: "Me diagnosticaron enfisema cuando andaba por la veintena, y hace décadas que fumo. Me dijeron que si no abandonaba el cigarrillo, moriría a los veinticinco años. Después afirmaron que moriría a los cuarenta y cinco. Y a los cincuenta y cinco. Bien, he vencido. Fumo, bebo, permanezco de pie la noche entera y copulo. Me excedo en todos los ámbitos." Destacaba sus propios excesos para demostrar que se había impuesto a las leyes de la naturaleza. Todo ésto viene a hacer más novelesco el éxito con el cual ha desafiado y ha trascendido.
"Generalmente la corrección da lugar a nuevas erratas. A la errata se la busca con lupa, se la caza a punta de pluma, se la aísla y se la sitia con cordón sanitario...y a última hora, entre las formas ya compuestas, cuando ruedan los cilindros sobre los moldes entintados, aparece, venida no se sabe de dónde"
No se escapa ni un misal
Es también un secreto profesional -base de nuestra alianza- que el maestro o regente tiene que cuidar con frecuencia la ortografía, y singularmente la puntuación de los escritores. Claro que algunas veces se pasa de listo en su rigor de educación académica. Como cuando Unamuno escribía: "oscuro", y en la imprenta le corregían las pruebas con la indicación: "ojo: obscuro", y él las devolvía con esta otra: "oreja: oscuro". Hay ocasiones en que, por excepción, la errata resulta en bien de la obra. En mi modesta experiencia, yo me he visto en el caso de adoptar por buenas varias erratas. Una vez la casualidad me corrigió el verso: "Más adentro de la frente", por éste, mucho más sugestivo: "Mar adentro de
la frente"... No conozco caso más agudo de la errata fecunda que el que cuenta Valery Larbaud. Cierta vez, encontrándose en Nantes, leyó en un diario parisiense la noticia de la próxima aparición de un libro suyo compuesto de tres novelitas. Según el diario, una de las novelas llevaría por título: Rldasedlrad les dlcmhypbgf. Larbaud tuvo el coraje y el ingenio de aceptar la burla del linotipo empastelado, y aunque no escribió la novela que se le atribuía, sí un breve ensayo para descubrir algún sentido posible al disparate y analizarlo como un criptograma. Este tanteo en el misterio lo llevó a imaginar que acaso se trataba del viaje en ferrocarril de una dulce mujer eslava llamada Rilda o Rulda, experta en tañer el "dulcimer", instrumento que aparece en cierto poema inacabado de Coleridge. Por desgracia el viaje paraba en una catástrofe: A menos que "b-g!f-" fueran injurias esquemáticas en que se expresaba la cólera de la máquina, obligada por el hombre a imprimir palabras e ideas que no eran las suyas.
Hay un caso paradójico de la errata que consiste en la corrección inoportuna. Quise una vez contar en una revista el martirio de la esposa de un escritor, habituada a perseguir las erratas, que no podía escuchar la misa con devoción porque la mano del diablo se había insinuado en su libro de oraciones. En tal libro -Horas piadosas. T. Tenconi, Milán- hay horrores como éste, página 21: "Dejadme unir señor, en nnos mismos sentiwientos o intención con viestro ministrr para ofréceros la preciosa víctima de mi salbación. Si me ubiera sido otorjado, etc." Ahora bien: al transcribir el trozo anterior, la imprenta me corrigió todos los errores, con lo cual mi relato perdió todo sentido, y le tomé tal odio que ya no he querido después recogerlo en libro.
Esto me recuerda lo que aconteció a José Moreno Villa en cierto semanario mexicano. Para ilustrar un artículo en que observaba el aspecto de barcos en resaca que ofrecen las iglesias y las viejas mansiones de nuestra ciudad, a efectos de los hundimientos causados por los terremotos y el subsuelo blando -que los geólogos llamarían inmaturo-, acompañaba una serie de fotografías que hacían competencia a la torre de Pisa: campanarios fuera de plomada, veletas torcidas, palacios con el zaguán gesticulante o media ventana enterrada. Y el encargado de componer la página, creyendo hacerlo muy bien recortó las fotos y las arregló convenientemente, de modo que todo lo puso en equilibrio académico y desbarató el efecto terrible de la realidad.
Y basta de anédotas en esta conversación con ustedes. Esto nos lleva a formular este "sloka": "Acércate a los que te llaman, pero retírate a tiempo y da las gracias, porque es preferible cerrar la boca antes de que tus oyentes comiencen a abrirla, a bostezar y a contar las páginas de tu discurso."
Señores impresores, Continuad por donde vais. Cuidad de que nada empañe ese espejo del alma nacional que son nuestras artes gráficas. No permitáis que aparezcan todos los días libros y periódicos donde se escriben con "z" la palabra "través" y la palabra "atravesar", y a "echar" se le echa sobre las espaldas la horrible córcova de una "h".
"Ya es conocido el caso de aquel libro en cuya última página se quiso asentar una declaración orgullosa: "Este libro no tiene erratas", y la fatalidad hizo que se pusiera "eratas" en vez de "erratas".
Los erratones de Neruda
Mi amiguísimo Manuel Altoaguirre, poeta gentil de España, que imprimió mi revista poética en Madrid, fue un impresor glorioso...sin embargo, procreaba erratas y erratones, y hasta llegó a colocarlas en la portada. A él, a mi queridísimo Manuel Altoaguirre, pertenece aquella proeza en el campo de los errores que contaré. Porque se trataba de un rimbombante y melifluo rimador cubano, jacarandoso como él solo, para quien y en muy pocos ejemplares imprimió mi amigo una pequeña obra maestra tipográfica:

¿Errores?, preguntó el poeta.
Ninguno, contestó Altoaguirre
Pero al abrir el elegantísimo impreso, se descubrió que allí donde el versista había escrito: "Yo siento un fuego atroz que me devora", el impresor había colocado su erratón: "Yo siento un fuego atrás que me devora".
Jacarandoso autor y culpable impresor tomaron juntos una lancha y sepultaron los ejemplares en medio de las aguas de la bahía de La Habana. No pude hacer lo mismo cuando una imprenta, en mi Crepusculario, en vez de besos, lecho y pan, colocó, besos, leche y pan. Muchas veces vi traducida a otros idiomas la erratísima y ese milk me costaba lágrimas. Pero la edición en español, donde apareció originalmente, era piratesca y no pude dar con el editor para embarcarnos en una lancha y arrojar a la bahía el erratón.

Conferencia de Alfonso Reyes en México, 1.940, luego publicada en "La Prensa", Buenos Aires, 1941. La experiencia literaria, Fondo de Cultura Económica, México. Obras completas de Pablo Neruda, Bruguera.

 

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