MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 16    No. 228  SEPTIEMBRE DEL AÑO 2017    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Medicina y espiritualidad

Oda al Optimismo

“Se juzga como estúpido y soñador al que espera un mundo mejor. Se premia y se admira al deprimente, que ya no volvió a cantar, que ya no volvió a reír porque convirtió el pesimismo en su comida y en su bebida y olvidó lo que es contemplar el regalo de un nuevo día”.

Julián H. Ramírez Urrea MD internista, Hospital Universitario San Vicente Fundación. Docente, Universidad de Antioquia - elpulso@sanvicentefundacion.com

¿En qué momento vivir se convirtió en una óptica exasperante de la realidad donde vemos con unos lentes opacos que no nos permiten percibir el brillo de la luz que nos rodea? ¿Quién nos arrebató el inocente optimismo de nuestra infancia, cuando éramos capaces de dar nuestros primeros pasos sin miedo a las caídas? (por fortuna la naturaleza reservó este proceso a los infantes y no a los adultos).... las dulces estampas de la vida cotidiana se ocultan por los ruidos insulsos que nos invaden, que nos distraen... vivimos con miedo y le permitimos que altere nuestra percepción convirtiendo los sueños en pesadillas.

Es preciso mantener la calma; darse cuenta que la imagen de lo triste es, en ocasiones, solo eso: una impresión. ¡Que nuestro raciocinio (experto en ver los fallos), también nos sirva para hacernos conscientes y proyectar lo que las cosas pueden llegar a ser! Cuestionemos los decretos del pesimismo. Resistámonos a la idea que un día gris y lluvioso es melancólico... como si esa melancolía supiera de climas y escalas cromáticas. Hasta la tristeza tiene sus propios clichés! Dejemos de pensar en la soledad como la peor de las compañías, pues en algunos momentos, su cercanía es sabia consejera; tampoco el silencio es lacerante en sí mismo, si nos permite escuchar la sinfonía que nuestro cuerpo ejecuta con maestría.

Se juzga como estúpido y soñador al que espera un mundo mejor. Se premia y se admira al deprimente, que ya no volvió a cantar, que ya no volvió a reír porque convirtió el pesimismo en su comida y en su bebida y olvidó lo que es contemplar el regalo de un nuevo día. Se turba nuestro espíritu por quienes, con voz en cuello, en las plazas y en las calles, nos prometen más terror y miedo; se aplaude a aquel que nos dice “la verdad”, como si ella consistiera en extraer selectivamente el sabor amargo de las cosas, mirando con sospecha todo lo que ocurre.

El optimismo, como el perdón, son decisiones que se toman. Podemos decidir elpulso@sanvicentefundacion.com por la queja y el rencor, pero también podemos elegir ver “óptimamente” la vida, tratar de sacar la sustancia dulce que a veces esconde el más amargo de los sabores. Podemos elegir el creer en la bondad y la grandeza del hombre, a pesar de sus errores y caídas.

Es precisa una nueva mirada que nos lance por un luminoso camino oculto que solo es recubierto por una fina neblina, atraída por nuestros más profundos prejuicios y temores. Es imperativo hacernos conscientes de la belleza y nobleza que nos rodea y de los actos heroicos, a veces invisibles, a veces silenciosos.

Hemos de convertirnos en buscadores de belleza y de bondad... ser partícipes, ya no de la fiebre del oro, sino de la fiebre por lo bello, lo sencillo, lo noble y lo simple, buscando la grandeza del espíritu. Siempre se puede resurgir de las cenizas, siempre se puede comenzar de nuevo, siempre se puede aprender.

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