Oda al Optimismo
“Se juzga como estúpido y soñador al que espera un mundo mejor. Se premia y se admira al deprimente, que ya no volvió a cantar, que ya no volvió a reír porque convirtió el pesimismo en su comida y en su bebida y olvidó lo que es contemplar el regalo de un nuevo día”.
Julián H. Ramírez Urrea MD internista, Hospital Universitario San Vicente
Fundación. Docente, Universidad de Antioquia - elpulso@sanvicentefundacion.com
¿En qué momento vivir se convirtió
en una óptica exasperante de la
realidad donde vemos con unos
lentes opacos que no nos permiten
percibir el brillo de la luz que nos rodea?
¿Quién nos arrebató el inocente optimismo
de nuestra infancia, cuando éramos
capaces de dar nuestros primeros pasos
sin miedo a las caídas? (por fortuna la
naturaleza reservó este proceso a los
infantes y no a los adultos).... las dulces
estampas de la vida cotidiana se ocultan
por los ruidos insulsos que nos invaden,
que nos distraen... vivimos con miedo y
le permitimos que altere nuestra percepción
convirtiendo los sueños en pesadillas.
Es preciso mantener la calma; darse
cuenta que la imagen de lo triste es, en
ocasiones, solo eso: una impresión. ¡Que
nuestro raciocinio (experto en ver los fallos),
también nos sirva para hacernos
conscientes y proyectar lo que las cosas
pueden llegar a ser! Cuestionemos los
decretos del pesimismo. Resistámonos a
la idea que un día gris y lluvioso es melancólico...
como si esa melancolía supiera
de climas y escalas cromáticas. Hasta
la tristeza tiene sus propios clichés! Dejemos
de pensar en la soledad como la
peor de las compañías, pues en algunos
momentos, su cercanía es sabia consejera;
tampoco el silencio es lacerante
en sí mismo, si nos permite escuchar la
sinfonía que nuestro cuerpo ejecuta con
maestría.
Se juzga como estúpido y soñador al que
espera un mundo mejor. Se premia y se
admira al deprimente, que ya no volvió
a cantar, que ya no volvió a reír porque
convirtió el pesimismo en su comida y
en su bebida y olvidó lo que es contemplar
el regalo de un nuevo día. Se turba
nuestro espíritu por quienes, con voz en
cuello, en las plazas y en las calles, nos
prometen más terror y miedo; se aplaude
a aquel que nos dice “la verdad”, como si
ella consistiera en extraer selectivamente
el sabor amargo de las cosas, mirando
con sospecha todo lo que ocurre.
El optimismo, como el perdón, son decisiones
que se toman. Podemos decidir
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por la queja y el rencor, pero también podemos
elegir ver “óptimamente” la vida,
tratar de sacar la sustancia dulce que a
veces esconde el más amargo de los sabores.
Podemos elegir el creer en la bondad
y la grandeza del hombre, a pesar de
sus errores y caídas.
Es precisa una nueva mirada que nos
lance por un luminoso camino oculto que
solo es recubierto por una fina neblina,
atraída por nuestros más profundos prejuicios
y temores. Es imperativo hacernos
conscientes de la belleza y nobleza
que nos rodea y de los actos heroicos, a
veces invisibles, a veces silenciosos.
Hemos de convertirnos en buscadores
de belleza y de bondad... ser partícipes,
ya no de la fiebre del oro, sino de la fiebre
por lo bello, lo sencillo, lo noble y lo
simple, buscando la grandeza del espíritu.
Siempre se puede resurgir de las
cenizas, siempre se puede comenzar de
nuevo, siempre se puede aprender.
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