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Hicieron el recorrido inverso
del que años atrás habían emprendido conquistadores
y colonizadores europeos, esta vez los mares se abrían,
pero del oeste al este, para arrojar en las playas de Marsella
o de otros puertos del viejo mundo, a exploradores de la ciencia,
de los idiomas y de la cultura, desarmados. Fernando Estrada
Estrada fue uno de esos exploradores. Fue el primer optómetra
titulado de Colombia.
Estrada nació el 28 de julio de 1886 en Aguadas, cuando
esta tierra todavía era antioqueña. Más
allá de la posible riqueza de su padre, Nicolás
Estrada, Fernando heredó dos signos evidentes: el interés
por el conocimiento y una actitud de ayuda permanente a sus
semejantes independiente de su clase social.
Resulta difícil entender ahora, desde los albores del
siglo XXI, cómo en las frías montañas antioqueñas
destinadas en ese tiempo a la deforestación impulsada
por la incipiente cultura cafetera, o a la crianza de ganado,
los intereses juveniles de Fernando Estrada divagaran en temas
tan alejados de su entorno como la astronomía. Tal vez
lo impulsó el momento histórico, o haber nacido
bajo la tutela de un padre intelectual. |
Abriendo
mundo
El periplo aventurero de Fernando Estrada tenía
una guía: ser descubridor de mundos, de ahí
que su primer trayecto iniciara hasta Medellín y de
allí a Puerto Berrio para navegar por el rio de La
Magdalena hasta Barranquilla. Iba respaldado por la herencia
anticipada solicitada a su padre para conocer el mundo. El
destino era cruzar el Atlántico hasta Nueva York, pero
como los caminos son culebreros, atravesaron Panamá,
todavía departamento de Colombia, y luego Puerto Rico
donde con su hermano Alberto emprendieron una primera tarea
comercial: abrir un almacén a veces de artículos
eléctricos y otras de sombreros aguadeños.
Fue en la isla del encanto donde se dio un punto de quiebre
en su vida, estableció amistad con un grupo de españoles
practicantes de la masonería y allí sus creencias
se enfrentaron a una apertura mental que terminaría
siendo el norte de todos sus desarrollos futuros. El viaje
por el mundo tomó otro rumbo y llegó a Paris
en 1908 y se matriculó en la Sorbona para estudiar
astronomía, donde tuvo como maestro al gran Nicolás
Camille Flammarion, astrónomo que revolucionó
la divulgación de las ciencias. Fernando obtuvo su
primer título universitario en 1911 pero nadie imaginaría
que allí apenas empezaría su conquista.
Un giro curioso del destino lo convertirían en arqueólogo.
En una conversación describió la forma en que,
en su tierra, Aguadas, sometían a la palma a un proceso
para ampliar la conservación de los sombreros aguadeños,
la explicación encantó a un grupo de alemanes
quienes de inmediato lo invitaron a participar en una excursión
a Egipto y lo encargaron de trabajar en la conservación
de los papiros que se encontraran. La exploración se
extendió dos años y le permitió conocer
de cerca las maravillas de un imperio que estaba siendo redescubierto.
Vivir de cerca nuevos conceptos sobre la muerte, la vida,
la espiritualidad al borde del Nilo, la belleza de la escritura
jeroglífica y la escultura faraónica, lo marcarían
para siempre.
A su regreso a Europa una idea rondaba su cabeza: estudiar
óptica como un complemento a su profesión de
astrónomo. Luego de recorrer Filadelfia en los Estados
Unidos, en 1915 viajó a Kansas donde se graduó
como optómetra. Este primer ciclo de explorador concluye
con su retorno a Aguadas para casarse con su prima Soledad
Estrada Gómez. Años después regresaría
a Egipto, pero ya estaba definido que sus raíces crecerían
en Medellín.
Pionero de la optometría Colombiana
A principios del siglo XX las necesidades visuales
de las personas eran tratadas por médicos que no eran
especialistas, pero recetaban utilizando una pequeña
caja de prueba y un oftalmoscopio de luz directa. Esta técnica
era aplicada solo por galenos vanguardistas; en la mayoría
de los casos el asunto quedaba en manos de un dependiente
de almacenes de artículos varios o joyerías,
y en otros el boticario guardaba una caja con lentes positivos
y negativos denominados espejuelos y montados en armazones
niquelados. Un par de lentes era un adminiculo que reposaba
entre sombreros y otras curiosidades importadas, no existían
fórmulas personalizadas y quienes tenían el
poder adquisitivo, se acomodaban al inventario disponible.
En 1917 ese manejo informal comenzó a cambiar cuando
Fernando Estrada decidió abrir un gabinete optométrico
que compartía estantes con vajillas, muebles importados
desde Europa, y telescopios, así como instrumentos
de agrimensura e ingeniería, pero que contaba por primera
vez en el país con equipos de medición que permitían
conocer los niveles de visión perdidos y así
poder recetar con cálculos correctos de dioptrías
los lentes que también eran elaborados y pulidos en
un pequeño taller en la parte de atrás del almacén.
El empirismo que había predominado hasta ese momento
para tratar los problemas visuales, facilitaron que el gabinete
adquiriera enorme prestigio en poco tiempo, que se afianzó
gracias a la mística impuesta por quien empezó
a ser reconocido en Medellín como el Doctor Estrada,
y que actualmente es reconocido en Colombia como pionero de
la optometría profesional al ser el pionero de la primera
generación optométrica que pronto comenzó
a ampliarse con el doctor Ernesto Schmidt Trudel, fundador
de la Óptica Alemana en Bogotá.
Gracias a la implementación de registros de cada paciente,
en los años 50 el doctor Estrada podía afirmar
que había atendido directamente a 257 mil personas.
El sector de las ópticas en Medellín, está
marcado aún hoy por el nombre de Fernando Estrada,
ya que muchos de sus empleados se independizaron y terminaron
montando negocios propios que invadieron la calle Sucre, donde
sobrevive la tradición.
Un palacio, una corona a la vida
Aunque pocos lo saben, fue Fernando Estrada el artífice
de una de las joyas arquitectónicas más importantes
de Medellín: el Palacio Egipcio, empotrado a pocas
cuadras de la Basílica Metropolitana, cuyos planos
adquirió en un nuevo viaje a Egipto.
Este edificio es mezcla de templos y palacetes: la torre es
copia del templo de karnak, el patio principal corresponde
a uno del templo de Luxor, el pórtico es representación
de la entrada de un templo en Dendera dedicado a la diosa
Hathor, las habitaciones laterales son réplicas de
un templo a la diosa Sethy.
Si bien todo Medellín conoce el edifico como El Palacio
Egipcio, el nombre colocado por Fernando Estrada fue Ineni,
que significa princesa hereditaria de noble familia.
Tallas y grabados en columnas de más de cuatro metros
de altura soportan la estructura, las escalinatas fueron decoradas
con colores vivos y profundos, y un observatorio a modo de
corona es la rúbrica del eterno enamorado de las estrellas.
Algunas versiones incluso de algunos historiadores locales,
le asignan la construcción del Palacio al ingeniero
Nel Rodríguez, lo que desmienten los hijos de Fernando
Estrada al recordar que, desde el diseño hasta la coordinación
de la construcción, fue guiada por su padre. La confusión
surge de la enorme amistad que unía a ambos hombres,
pero una anécdota recordada por una de sus hijas muestra
que incluso fue el ingenio de Fernando el que superó
otras consideraciones: Un día mientras miraban
los trabajos, mi papá al lado de Nel Rodríguez
y su hermano Martín, ellos le advirtieron que no podía
colocar unas columnas de esa altura y peso directamente sobre
la tierra porque se hundirían, mi papá miró
los planos, miró el terreno y dijo: yo sé que
no se hunden. Nunca se han hundido y la casa no ha tenido
ni una grieta.
La construcción tardó 17 años para estar
completamente concluida y fue la materialización de
un sueño nacido mientras Fernando Estrada buscaba los
tesoros de Tutankamon. El edificio declarado inmueble de interés
cultural por el municipio de Medellín desde 1991, es
el testimonio de una vida dedicada al conocimiento y el amor,
así como la Óptica Santa Lucia es hoy la heredera
de la tradición de ese primer Gabinete Optométrico
que funcionó en el país.
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