DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 16    No. 226 JULIO   AÑO 2017    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 


Acercando estrellas a los ojos
Juan Carlos Arboleda Z. - elpulso@sanvicentefundacion.com

Mientras Robert Musil hablaba del Hombre sin Atributos, aquel que simplemente se dejaba llevar por su momento histórico sobre la tierra, en otras latitudes ese devenir dedicado al exister producía una especie curiosa de exploradores: latinoamericanos que salían al mundo con ansías de capturar conocimientos del viejo mundo y aunarlos con las riquezas americanas que habían logrado salvarse del saqueo.
Hicieron el recorrido inverso del que años atrás habían emprendido conquistadores y colonizadores europeos, esta vez los mares se abrían, pero del oeste al este, para arrojar en las playas de Marsella o de otros puertos del viejo mundo, a exploradores de la ciencia, de los idiomas y de la cultura, desarmados. Fernando Estrada Estrada fue uno de esos exploradores. Fue el primer optómetra titulado de Colombia.
Estrada nació el 28 de julio de 1886 en Aguadas, cuando esta tierra todavía era antioqueña. Más allá de la posible riqueza de su padre, Nicolás Estrada, Fernando heredó dos signos evidentes: el interés por el conocimiento y una actitud de ayuda permanente a sus semejantes independiente de su clase social.
Resulta difícil entender ahora, desde los albores del siglo XXI, cómo en las frías montañas antioqueñas destinadas en ese tiempo a la deforestación impulsada por la incipiente cultura cafetera, o a la crianza de ganado, los intereses juveniles de Fernando Estrada divagaran en temas tan alejados de su entorno como la astronomía. Tal vez lo impulsó el momento histórico, o haber nacido bajo la tutela de un padre intelectual.
Abriendo mundo
El periplo aventurero de Fernando Estrada tenía una guía: ser descubridor de mundos, de ahí que su primer trayecto iniciara hasta Medellín y de allí a Puerto Berrio para navegar por el rio de La Magdalena hasta Barranquilla. Iba respaldado por la herencia anticipada solicitada a su padre para conocer el mundo. El destino era cruzar el Atlántico hasta Nueva York, pero como los caminos son culebreros, atravesaron Panamá, todavía departamento de Colombia, y luego Puerto Rico donde con su hermano Alberto emprendieron una primera tarea comercial: abrir un almacén a veces de artículos eléctricos y otras de sombreros aguadeños.
Fue en la isla del encanto donde se dio un punto de quiebre en su vida, estableció amistad con un grupo de españoles practicantes de la masonería y allí sus creencias se enfrentaron a una apertura mental que terminaría siendo el norte de todos sus desarrollos futuros. El viaje por el mundo tomó otro rumbo y llegó a Paris en 1908 y se matriculó en la Sorbona para estudiar astronomía, donde tuvo como maestro al gran Nicolás Camille Flammarion, astrónomo que revolucionó la divulgación de las ciencias. Fernando obtuvo su primer título universitario en 1911 pero nadie imaginaría que allí apenas empezaría su conquista.
Un giro curioso del destino lo convertirían en arqueólogo. En una conversación describió la forma en que, en su tierra, Aguadas, sometían a la palma a un proceso para ampliar la conservación de los sombreros aguadeños, la explicación encantó a un grupo de alemanes quienes de inmediato lo invitaron a participar en una excursión a Egipto y lo encargaron de trabajar en la conservación de los papiros que se encontraran. La exploración se extendió dos años y le permitió conocer de cerca las maravillas de un imperio que estaba siendo redescubierto. Vivir de cerca nuevos conceptos sobre la muerte, la vida, la espiritualidad al borde del Nilo, la belleza de la escritura jeroglífica y la escultura faraónica, lo marcarían para siempre.
A su regreso a Europa una idea rondaba su cabeza: estudiar óptica como un complemento a su profesión de astrónomo. Luego de recorrer Filadelfia en los Estados Unidos, en 1915 viajó a Kansas donde se graduó como optómetra. Este primer ciclo de explorador concluye con su retorno a Aguadas para casarse con su prima Soledad Estrada Gómez. Años después regresaría a Egipto, pero ya estaba definido que sus raíces crecerían en Medellín.
Pionero de la optometría Colombiana
A principios del siglo XX las necesidades visuales de las personas eran tratadas por médicos que no eran especialistas, pero recetaban utilizando una pequeña caja de prueba y un oftalmoscopio de luz directa. Esta técnica era aplicada solo por galenos vanguardistas; en la mayoría de los casos el asunto quedaba en manos de un dependiente de almacenes de artículos varios o joyerías, y en otros el boticario guardaba una caja con lentes positivos y negativos denominados espejuelos y montados en armazones niquelados. Un par de lentes era un adminiculo que reposaba entre sombreros y otras curiosidades importadas, no existían fórmulas personalizadas y quienes tenían el poder adquisitivo, se acomodaban al inventario disponible.
En 1917 ese manejo informal comenzó a cambiar cuando Fernando Estrada decidió abrir un gabinete optométrico que compartía estantes con vajillas, muebles importados desde Europa, y telescopios, así como instrumentos de agrimensura e ingeniería, pero que contaba por primera vez en el país con equipos de medición que permitían conocer los niveles de visión perdidos y así poder recetar con cálculos correctos de dioptrías los lentes que también eran elaborados y pulidos en un pequeño taller en la parte de atrás del almacén.
El empirismo que había predominado hasta ese momento para tratar los problemas visuales, facilitaron que el gabinete adquiriera enorme prestigio en poco tiempo, que se afianzó gracias a la mística impuesta por quien empezó a ser reconocido en Medellín como el Doctor Estrada, y que actualmente es reconocido en Colombia como pionero de la optometría profesional al ser el pionero de la primera generación optométrica que pronto comenzó a ampliarse con el doctor Ernesto Schmidt Trudel, fundador de la Óptica Alemana en Bogotá.
Gracias a la implementación de registros de cada paciente, en los años 50 el doctor Estrada podía afirmar que había atendido directamente a 257 mil personas. El sector de las ópticas en Medellín, está marcado aún hoy por el nombre de Fernando Estrada, ya que muchos de sus empleados se independizaron y terminaron montando negocios propios que invadieron la calle Sucre, donde sobrevive la tradición.
Un palacio, una corona a la vida
Aunque pocos lo saben, fue Fernando Estrada el artífice de una de las joyas arquitectónicas más importantes de Medellín: el Palacio Egipcio, empotrado a pocas cuadras de la Basílica Metropolitana, cuyos planos adquirió en un nuevo viaje a Egipto.
Este edificio es mezcla de templos y palacetes: la torre es copia del templo de karnak, el patio principal corresponde a uno del templo de Luxor, el pórtico es representación de la entrada de un templo en Dendera dedicado a la diosa Hathor, las habitaciones laterales son réplicas de un templo a la diosa Sethy.
Si bien todo Medellín conoce el edifico como El Palacio Egipcio, el nombre colocado por Fernando Estrada fue Ineni, que significa “princesa hereditaria de noble familia”. Tallas y grabados en columnas de más de cuatro metros de altura soportan la estructura, las escalinatas fueron decoradas con colores vivos y profundos, y un observatorio a modo de corona es la rúbrica del eterno enamorado de las estrellas.
Algunas versiones incluso de algunos historiadores locales, le asignan la construcción del Palacio al ingeniero Nel Rodríguez, lo que desmienten los hijos de Fernando Estrada al recordar que, desde el diseño hasta la coordinación de la construcción, fue guiada por su padre. La confusión surge de la enorme amistad que unía a ambos hombres, pero una anécdota recordada por una de sus hijas muestra que incluso fue el ingenio de Fernando el que superó otras consideraciones: “Un día mientras miraban los trabajos, mi papá al lado de Nel Rodríguez y su hermano Martín, ellos le advirtieron que no podía colocar unas columnas de esa altura y peso directamente sobre la tierra porque se hundirían, mi papá miró los planos, miró el terreno y dijo: yo sé que no se hunden”. Nunca se han hundido y la casa no ha tenido ni una grieta.
La construcción tardó 17 años para estar completamente concluida y fue la materialización de un sueño nacido mientras Fernando Estrada buscaba los tesoros de Tutankamon. El edificio declarado inmueble de interés cultural por el municipio de Medellín desde 1991, es el testimonio de una vida dedicada al conocimiento y el amor, así como la Óptica Santa Lucia es hoy la heredera de la tradición de ese primer Gabinete Optométrico que funcionó en el país.
 



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