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Reflexión del mes
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El
cine como un sueño, el cine como música.
Ningún arte trasciende nuestra conciencia de
la forma en que lo hace el cine, dirigiéndose
directamente hasta nuestros sentimientos, adentrándose
en las oscuras habitaciones de nuestras almas

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Ingmar
Bergman (1918-2007).
Director de cine sueco, considerado como uno de los
realizadores clave de la segunda mitad del siglo XX,
en 60 años de trabajo dirigió más
40
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películas
y más de 100 obras de teatro. Se destacan las cintas:
Persona, El séptimo sello, Gritos y susurros, Escenas
de la vida conyugal, Sonata de otoño, Fanny y Alexandre. |
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En 1.999
estuve postulado al Premio Nacional de Paz que otorga la Fundación
FESCOL, por haber ideado la lazada de cinta verde que identifica
el anhelo de paz de los colombianos. Aquella idea, que tuvo
un modesto origen, cuando yo hacía parte de una mesa
de trabajo por la paz, terminó circulando por todo el
país y sirviendo de señal de identificación
para todos aquellos que teníamos el más sincero
deseo de que algún día nuestro sufrido pueblo
alcance la esquiva paz que nos desvela.
Aquella sencilla pero significativa idea surgió algún
tiempo atrás, luego de ver en televisión un reportaje
que por la época hicieron en España a un ciudadano
que  |
portaba una lazada de cinta púrpura en su solapa,
y que identificaba, según informaron, una campaña
de los españoles en contra del secuestro.
Como la literatura y la publicidad del Mandato Ciudadano por
la Paz (que para esa época promovíamos con entusiasmo)
era verde, que es el color de la esperanza, según nos
informaban, yo decidí lanzar una iniciativa con una
lazada de cinta de color verde... y los resultados ya todo
el mundo los conoce.
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Ahora, después de varios años y
de muchas novedades, ha llegado la hora de proponer que adoptemos
el símbolo aquel que en su momento los españoles
usaron para identificar su campaña contra el secuestro.
Propongo entonces que nos pongamos todos una lazada de cinta
púrpura en nuestro pecho, ojalá al ladito de nuestro
corazón, para decirle al mundo que repudiamos el abominable
delito del secuestro y que nos solidarizamos con respeto con
las víctimas y sus familias.
Para que algún día puedan volver los secuestrados
a sus hogares. Para que puedan ver crecer a sus hijos. Para
que puedan envejecer e incluso morir rodeados de sus familias
y sus demás seres queridos, y no perdidos entre la manigua
y en manos de personas que deciden sobre el destino y sobre
la vida de sus cautivos como si fueran dueños de ellas.
Para que no haya más secuestrados. Ojalá nunca
más. Para que los restos mortales de aquellos compatriotas
que perdieron su vida en manos de sus captores sean devueltos
a sus adoloridas familias, y éstas puedan al menos iniciar
su proceso de duelo.
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Para que entre nosotros, los no secuestrados,
siga vigente el recuerdo de nuestros conciudadanos que han tenido
la mala fortuna de ser convertidos en moneda de cambio y en
instrumento de chantaje político.
Para que nuestros gobernantes tengan presente, día a
día, que la ciudadanía espera de ellos la salvaguarda
de la vida y la libertad, así como confía en que
harán lo humanamente posible para devolver a los secuestrados
al seno de sus hogares.
Pongámonos, queridos conciudadanos, la cinta púrpura
ahí, al ladito del corazón. Seguro que vale la
pena. Es por el bien de todos.
Nota: Con esta edición, una cinta púrpura y un
adhesivo. |
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Bioética
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El
sigilo profesional médico
y los personajes públicos
Ramón
Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
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¿Qué
entendemos por personaje público? El Diccionario de la
Lengua Española nos indica como primera acepción
del vocablo personaje: «1. m. Sujeto de distinción,
calidad o representación en la vida pública».
Esto bastaría para comprender a qué nos referimos
en el presente artículo, pero para mayor abundancia consultemos
el término público; el mismo diccionario nos enseña:
«1. adj. Notorio, patente, manifiesto, visto o sabido
por todos». |
Si reflexionamos un poco sobre esta última definición,
tenemos que concluir que por el hecho de desempeñar
cargos públicos o de ser por cualquier otra causa personaje
público, no se pierde el derecho que a la intimidad
tiene un tal sujeto ni al respeto sumo por ella, ya que no
todo lo que éste realiza en su vida este personaje
tiene el carácter de notorio, manifiesto,
de sabido por todos. Como lógica consecuencia
tenemos que aceptar que, como para todo ser humano, existe
una clara delimitación entre lo que es intimidad -patrimonio
espiritual o íntimo- y actuaciones públicas
-patrimonio público-.
Recordemos someramente, ya que en otras oportunidades nos
hemos referido en extenso al tema, el sentido antropológico
de la intimidad. La intimidad es un elemento estructural,
esencial, del ser humano; es el fundamento de su libertad
y de su dignidad, elemento que le permite realizarse como
persona y, además, convivir en la comunidad en la cual
se desenvuelve su existencia. No es algo que la cultura haya
concedido o agregado a la condición del ser humano;
la necesidad de tener intimidad y de que ésta no sea
violada por la curiosidad de otro o por la divulgación
de quien por razón de su profesión o de su oficio
la conozca parcial o totalmente, es una exigencia perentoria,
un derecho primordial que surge como imperativo categórico,
como un deber ineludible respecto de toda persona, cualquiera
sea su condición social, su credo religioso o político,
las condiciones de su salud, etc.
La intimidad es propiedad espiritual legítima de cada
persona e igual que se exige respetar su patrimonio material
es, repito, deber ineludible hacer lo mismo con su patrimonio
espiritual. Quien atropella y divulga lo que conoció
como secreto o sigilo profesional está apoderándose
de algo ajeno muy valioso, quizás a la par con la existencia
misma lo más valioso del ser humano, es decir, arrebata
lo ajeno, lo hurta, lo roba.
Es conveniente recordar que tanto la ética como las
determinaciones legales aceptan que, cuando el valor del sigilo
entra en conflicto con otros valores, se establezcan excepciones
a la guarda del secreto profesional y en consecuencia éste
debe ser revelado a la autoridad competente, siempre procurando
hacer el menor mal posible al dueño del secreto, que,
en el campo de la medicina, es el paciente. Pero entre estas
excepciones no figura ni podrá figurar la simple noticia
o el chismorreo social, el afán de mostrarse enterado
de lo que padece en su salud un personaje público.
Recordemos también que en las excepciones a la guarda
del secreto profesional médico, aparece la siguiente
aclaración: «No es que pierda relevancia la fuerza
obligatoria del secreto, sino que queda debilitada frente
a la aparición de otras razones más importantes,
que reclaman la revelación de la noticia confiada»
(Taliercio). No debemos olvidar las graves consecuencias que
la revelación injustificada de la intimidad trae para
el paciente, para el médico, para la medicina, para
la convivencia ciudadana.
Me atrevería a afirmar que si la guarda del sigilo
profesional obliga perentoriamente para todo paciente, sin
tener en cuenta su condición social, su sexo, su raza,
sus creencias religiosas ni políticas, etc., la prudencia
nos obliga a ser más cautelosos si se trata de un personaje
público, ya que el mal que se derive de la revelación
puede traer mayores y más graves consecuencia para
él y para la comunidad.
Las anteriores reflexiones son válidas para salvaguardar
la verdadera intimidad de los personajes públicos,
pero no pueden servir de excusa para que ellos oculten acciones
u omisiones que en su diario quehacer deben llevar a cabo
de manera manifiesta, patente, visible, para que puedan ser
conocidas y juzgadas por la comunidad, pues hacen parte de
su vida pública.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -Cecolbe-
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