MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 10    No. 108 SEPTIEMBRE DEL AÑO 2007    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes

“El cine como un sueño, el cine como música. Ningún arte trasciende nuestra conciencia de la forma en que lo hace el cine, dirigiéndose directamente hasta nuestros sentimientos, adentrándose en las oscuras habitaciones de nuestras almas”

Ingmar Bergman (1918-2007).
Director de cine sueco, considerado como uno de los realizadores clave de la segunda mitad del siglo XX, en 60 años de trabajo dirigió más 40
películas y más de 100 obras de teatro. Se destacan las cintas: Persona, El séptimo sello, Gritos y susurros, Escenas de la vida conyugal, Sonata de otoño, Fanny y Alexandre.
 
En 1.999 estuve postulado al Premio Nacional de Paz que otorga la Fundación FESCOL, por haber ideado la lazada de cinta verde que identifica el anhelo de paz de los colombianos. Aquella idea, que tuvo un modesto origen, cuando yo hacía parte de una mesa de trabajo por la paz, terminó circulando por todo el país y sirviendo de señal de identificación para todos aquellos que teníamos el más sincero deseo de que algún día nuestro sufrido pueblo alcance la esquiva paz que nos desvela.
Aquella sencilla pero significativa idea surgió algún tiempo atrás, luego de ver en televisión un reportaje que por la época hicieron en España a un ciudadano que

portaba una lazada de cinta púrpura en su solapa, y que identificaba, según informaron, una campaña de los españoles en contra del secuestro.
Como la literatura y la publicidad del Mandato Ciudadano por la Paz (que para esa época promovíamos con entusiasmo) era verde, que es el color de la esperanza, según nos informaban, yo decidí lanzar una iniciativa con una lazada de cinta de color verde... y los resultados ya todo el mundo los conoce.

Ahora, después de varios años y de muchas novedades, ha llegado la hora de proponer que adoptemos el símbolo aquel que en su momento los españoles usaron para identificar su campaña contra el secuestro. Propongo entonces que nos pongamos todos una lazada de cinta púrpura en nuestro pecho, ojalá al ladito de nuestro corazón, para decirle al mundo que repudiamos el abominable delito del secuestro y que nos solidarizamos con respeto con las víctimas y sus familias.
Para que algún día puedan volver los secuestrados a sus hogares. Para que puedan ver crecer a sus hijos. Para que puedan envejecer e incluso morir rodeados de sus familias y sus demás seres queridos, y no perdidos entre la manigua y en manos de personas que deciden sobre el destino y sobre la vida de sus cautivos como si fueran dueños de ellas.
Para que no haya más secuestrados. Ojalá nunca más. Para que los restos mortales de aquellos compatriotas que perdieron su vida en manos de sus captores sean devueltos a sus adoloridas familias, y éstas puedan al menos iniciar su proceso de duelo.
Para que entre nosotros, los no secuestrados, siga vigente el recuerdo de nuestros conciudadanos que han tenido la mala fortuna de ser convertidos en moneda de cambio y en instrumento de chantaje político.
Para que nuestros gobernantes tengan presente, día a día, que la ciudadanía espera de ellos la salvaguarda de la vida y la libertad, así como confía en que harán lo humanamente posible para devolver a los secuestrados al seno de sus hogares.
Pongámonos, queridos conciudadanos, la cinta púrpura ahí, al ladito del corazón. Seguro que vale la pena. Es por el bien de todos.
Nota: Con esta edición, una cinta púrpura y un adhesivo.
 
  Bioética
El sigilo profesional médico
y los personajes públicos

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
¿Qué entendemos por personaje público? El Diccionario de la Lengua Española nos indica como primera acepción del vocablo personaje: «1. m. Sujeto de distinción, calidad o representación en la vida pública». Esto bastaría para comprender a qué nos referimos en el presente artículo, pero para mayor abundancia consultemos el término público; el mismo diccionario nos enseña: «1. adj. Notorio, patente, manifiesto, visto o sabido por todos».

Si reflexionamos un poco sobre esta última definición, tenemos que concluir que por el hecho de desempeñar cargos públicos o de ser por cualquier otra causa personaje público, no se pierde el derecho que a la intimidad tiene un tal sujeto ni al respeto sumo por ella, ya que no todo lo que éste realiza en su vida este personaje tiene el carácter de “notorio”, “manifiesto”, de “sabido por todos”. Como lógica consecuencia tenemos que aceptar que, como para todo ser humano, existe una clara delimitación entre lo que es intimidad -patrimonio espiritual o íntimo- y actuaciones públicas -patrimonio público-.
Recordemos someramente, ya que en otras oportunidades nos hemos referido en extenso al tema, el sentido antropológico de la intimidad. La intimidad es un elemento estructural, esencial, del ser humano; es el fundamento de su libertad y de su dignidad, elemento que le permite realizarse como persona y, además, convivir en la comunidad en la cual se desenvuelve su existencia. No es algo que la cultura haya concedido o agregado a la condición del ser humano; la necesidad de tener intimidad y de que ésta no sea violada por la curiosidad de otro o por la divulgación de quien por razón de su profesión o de su oficio la conozca parcial o totalmente, es una exigencia perentoria, un derecho primordial que surge como imperativo categórico, como un deber ineludible respecto de toda persona, cualquiera sea su condición social, su credo religioso o político, las condiciones de su salud, etc.
La intimidad es propiedad espiritual legítima de cada persona e igual que se exige respetar su patrimonio material es, repito, deber ineludible hacer lo mismo con su patrimonio espiritual. Quien atropella y divulga lo que conoció como secreto o sigilo profesional está apoderándose de algo ajeno muy valioso, quizás a la par con la existencia misma lo más valioso del ser humano, es decir, arrebata lo ajeno, lo hurta, lo roba.
Es conveniente recordar que tanto la ética como las determinaciones legales aceptan que, cuando el valor del sigilo entra en conflicto con otros valores, se establezcan excepciones a la guarda del secreto profesional y en consecuencia éste debe ser revelado a la autoridad competente, siempre procurando hacer el menor mal posible al dueño del secreto, que, en el campo de la medicina, es el paciente. Pero entre estas excepciones no figura ni podrá figurar la simple noticia o el chismorreo social, el afán de mostrarse enterado de lo que padece en su salud un personaje público.
Recordemos también que en las excepciones a la guarda del secreto profesional médico, aparece la siguiente aclaración: «No es que pierda relevancia la fuerza obligatoria del secreto, sino que queda debilitada frente a la aparición de otras razones más importantes, que reclaman la revelación de la noticia confiada» (Taliercio). No debemos olvidar las graves consecuencias que la revelación injustificada de la intimidad trae para el paciente, para el médico, para la medicina, para la convivencia ciudadana.
Me atrevería a afirmar que si la guarda del sigilo profesional obliga perentoriamente para todo paciente, sin tener en cuenta su condición social, su sexo, su raza, sus creencias religiosas ni políticas, etc., la prudencia nos obliga a ser más cautelosos si se trata de un personaje público, ya que el mal que se derive de la revelación puede traer mayores y más graves consecuencia para él y para la comunidad.
Las anteriores reflexiones son válidas para salvaguardar la verdadera intimidad de los personajes públicos, pero no pueden servir de excusa para que ellos oculten acciones u omisiones que en su diario quehacer deben llevar a cabo de manera manifiesta, patente, visible, para que puedan ser conocidas y juzgadas por la comunidad, pues hacen parte de su vida pública.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

 











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