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Reflexión del mes
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Hay
algo más importante que la lógica: es
la imaginación
Imagínese a un hombre sentado en el sofá
favorito de su casa. Debajo tiene una bomba a punto
de estallar. Él lo ignora, pero el público
lo sabe. Esto es el suspense
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Sir
Alfred Hitchcock (1899-1980). Director de cine británico,
fue mucho más que el mago del suspense:
fue uno de los directores más clásicos
del Séptimo Arte, entre cuyas obras se destacan:
El hombre que sabía demasiado, Vértigo,
Psicosis, Los pájaros. Destacable además
la serie de televisión Alfred Hitchcock Presenta,
donde dirigió más de 100 historias cortas.
Fue nombrado Caballero en Inglaterra y recibió
un Premio Oscar Especial. Familiarmente lo llamaban
Hitch.
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Releer los editoriales
sobre temas de salud produce una curiosa sensación de
déjà vu y un lamentable sentimiento de que tan
sensatos editoriales se han convertido en una voz que clama
en el desierto: nadie parece inmutarse con las alertas que se
encienden desde tan privilegiados foros. A nadie parece preocuparle
que el sistema de salud haga agua. Nadie parece sentirse llamado
a tomar cartas en el asunto y empezar a resolver el mare mágnum
de problemas sin solución que parece tener el barco de
la salud al garete y al borde del naufragio. Ni siquiera parece
que existiera un Plan B para el día en que sean necesarias
medidas contingentes. En fin, releamos juntos:
'El Estado (...) necesita dejar la retórica y actuar
con claridad, seriedad y respeto' (Con la salud no se
puede improvisar: El Tiempo, 10 de junio de 2007).
'No se sabe de qué se enferman y se mueren hoy los colombianos
(...) Las crecientes denuncias por mala calidad de los servicios
sugerirían que (las aseguradoras) controlan costos para
mantener márgenes favorables, mediante la limitación
en la entrega de servicios del POS (...) Los responsables del
sector deben aplicar correctivos estructurales y de fondo' (Un
simple remiendo: El Tiempo, 11 de abril de 2007).
'Una vez más somos testigos de la mala atención
de que son objeto los afiliados a las empresas aseguradoras
de salud. Los tratos indignos, la desinformación, la
tramitología, la negativa a suministrar medicamentos
y autorizar procedimientos y la discriminación por sus
condiciones sociales, encabezan la lista de quejas que remiten
los pacientes a la Procuraduría General de la Nación
(...) Situación lamentablemente conocida. La Superintendencia
Nacional de Salud recibe cada año unos 18.000 reclamos
similares (...) Los responsables tienen la palabra. De ellos
depende que estas fallas no se sigan pagando con vidas' (Un
sistema indolente: El Tiempo, 22 de marzo de 2007).
'Las cifras alarman. Desde 1994 se ha duplicado el consumo de
productos para el dolor, que causan el 11% de las muertes por
problemas renales y el 40% de los casos de hemorragias digestivas.
También aumentó el uso de antigripales, antiácidos
y vitaminas, que en esencia no son inocuos (...) Las autoridades
sanitarias deben liderar un proceso transectorial audaz orientado
a generar una cultura de salud alrededor de los medicamentos,
que promueva su uso responsable sobre las bases que para el
efecto tiene la OMS' (Peor el remedio...: El Tiempo,
12 de marzo de 2007).
'No cabe duda de que se invierte cada vez más en salud,
a tal punto que en la última década el gasto personal
aumentó en un 50%, y el público se multiplicó
por seis. Más de $600.000 millones, sin contar lo que
deben dedicar las aseguradoras (EPS y ARS), son destinados al
desarrollo de acciones de promoción y prevención.
¿Qué se hace ese dinero? ¿Existe una evaluación
real de programas a través de resultados? (...) Es claro
que no basta con formular políticas y proveer los recursos.
Es necesario llevarlas a la práctica (...) Las autoridades
sanitarias deben asumir el liderazgo que les corresponde e intervenir,
drásticamente, cuando las metas no se cumplen. Velar
por la vida de los colombianos, salvaguardar los recursos que
son de todos y procurar un cambio de cultura de lo curativo
a lo preventivo exige pasar ya del dicho al hecho. (Salud:
del dicho al hecho: El Tiempo, 13 de febrero de 2007).
'Lo que ha ocurrido en el ISS es el resultado de un pacto de
mediocridad entre la clase política y los sindicatos
(...) El ISS fue víctima de una alianza notable entre
el populismo y la corrupción, que siempre disfrazó
el bienestar de unos pocos (los políticos y los sindicatos)
con la salud de los colombianos. (...) Lo mejor sería
que nos dijeran, de una vez por todas, cuándo va a terminar
esta historia triste de recursos dilapidados y gasto social
sin resultados' (La lenta agonía del ISS:
El Espectador, 13 al 19 de agosto de 2006).
'En los medios políticos es aceptado que este ministerio
(de la Protección Social) ocupa un lugar secundario en
el gabinete ministerial, así como se acepta que los ministros,
con escasas excepciones, son seleccionados con criterios políticos
y no técnicos (...) En diciembre de 1993, fue promulgada
la Ley 100 (...) si algo se afectó con la Ley 100 fue
la salud pública (reaparecieron epidemias, se redujeron
tasas de vacunación) (...) La cobertura de enfermedades
crónicas como hipertensión arterial o diabetes,
que requieren continuidad de tratamiento, se han visto perjudicadas
(...) Otro de los principales males del sistema es la carencia
de buenos mecanismos de información (...) Sin duda los
más afectados por la reforma al sistema de salud han
sido los hospitales públicos, muchos de los cuales han
cerrado o están a punto de hacerlo (Para
mejorar el sistema de salud en Colombia; Portafolio, 4,
5 y 6 de julio de 2006).
Vemos claramente cómo los medios (con El Tiempo a la
cabeza) han hecho su parte, y a cada denuncia que hacen (bien
definidas, detalladas, documentadas y hasta cuantificadas) han
sumado un llamado urgente a quienes corresponde (las autoridades
en salud), para que intervengan y procedan a tomar las medidas
pertinentes... pero de eso nada. Hasta cuándo, entonces.
¿Sólo a partir de 2010? . |
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Bioética
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Violencia,
¿sin límites?
Ramón
Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
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| Los
medios de comunicación han dado a conocer, en estos días,
noticias de atroces comportamientos, inclusive de menores de
edad que agreden a sus condiscípulos en forma grave -lesión
en un ojo, lesión en el corazón, etc.-, y, por
último, la masacre de once indefensos secuestrados, masacre
que es una más de las muchas que han ocurrido en los
años de lucha fraticida, aunque muchas de ellas no han
merecido el despliegue publicitario de ésta; a todo esto
debemos agregar los pocos o los muchos seres humanos indefensos
que son asesinados en el vientre materno con la anuencia del
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Estado y de los cuales poco se dice. -¿Qué diferencia
ética, qué diferencia como conducta humana podemos
establecer entre matar a seres indefensos en el monte y matarlos
en el útero de la madre?-. Es preocupante el espantoso
grado de fiereza que se apoderó de nuestro país
y que parece no tener ningún límite: cada vez
somos más crueles, con mayores tendencias homicidas
y desde más temprana edad.
La crisis fundamental radica en un profundo deterioro del
sentido humano del hogar, de la familia como centro de amor,
de profundo respeto por la dignidad, por la libertad y por
la existencia del ser humano, de la persona humana, del semejante.
Infortunadamente en la unión de las parejas se han
mezclado con inusitada frecuencia y vigor valores francamente
inhumanos o, peor aún, anti-humanos. No se ama y ni
siquiera se respeta a la pareja -hombre o mujer- por lo que
es en sí, sino por lo que tiene: dinero, belleza, condición
social, futuro laboral, capacidad de disfrute genital; y cuando
una de estas cualidades secundarias, elevada a primordial,
mengua o desaparece, o se encuentra otra persona con un caudal
mayor de ella, los anteriores compromisos carecen de significación
porque, como es frecuente oír, yo tengo derecho
a mi propia felicidad, así implique pisotear
y aniquilar otras felicidades, otras vidas, como holocausto
al sumo egoísmo, a la suma egolatría. El cálculo
reemplazó al amor: de allí las llamadas parejas
o matrimonios desechables, tan corrientes hoy en día.
Es excepcional que la mentalidad y la voluntad violentas se
formen súbitamente, por generación espontánea,
en el monte -allí puede que terminen y se manifiesten
frente a seres indefensos-. Casi siempre, por no decir siempre,
se inician en el hogar, sutilmente estructuradas por las figuras
de identidad del niño, por las conductas violentas,
es decir, anti-humanas de dichas figuras y que éste,
el niño, más adelante pretenderá superar,
creándose así una espiral de violencia sin límites.
No pensemos que el ingrediente de la violencia y el maltrato
sobre el niño, siendo muy importante, es único
e indispensable en la formación de la mentalidad y
de la voluntad a que venimos refiriéndonos. Por el
contrario, con mucha frecuencia ese niño ha crecido
en condiciones de sobreprotección para él, rodeado
de un ambiente de defensa de sus derechos, defensa que sirve
de explicación a sus mayores para atropellar a otros
seres, derechos proclamados sin sus correspondientes deberes,
pretendiendo ignorar que cada uno de los primeros requiere
y crea, ineludiblemente, un deber que es tan importante y
respetable como aquél, pero no lo enseñamos.
En el ejercicio de derechos, en el abuso que se hace de ellos,
promovemos y perpetuamos una violencia cada vez más
inhumana, cada vez más cruel. Y la promovemos con acciones
aparentemente inocuas pero de una terrible eficacia: la rumba
nocturna estridente que perturba el descanso del vecindario,
la forzosa exigencia a un conductor de abrirnos campo para
adelantarnos unos cuantos puestos, etc. Este modo de enseñar
la violencia es un mensaje no sólo para el niño
que comparte nuestro derecho sino también
para quien mira esas acciones o simplemente las conoce, para
el llamado niño de la calle que reflexiona:
si ellos pueden, ¿por qué no yo?, y los imita.
A esta campaña de violencia sin límites se han
sumado las instituciones educativas que ante el desmesurado
despliegue de los derechos -el libre desarrollo de la personalidad,
entre otros-, sólo recuerdan a sus educandos el deber
de contribuir cumplidamente con el dinero necesario para el
funcionamiento de esa institución, pero poco o nada
enseñan sobre el respeto incondicional al semejante,
a su dignidad, a su libertad.
Por último: ¿Qué respeto por la vida,
por el ser humano, por la convivencia pacífica, puede
asumir como valores personales el niño o el joven que
está escuchando y comprobando que su propia madre,
que su hermana, que su vecina, etc., condenó a muerte
al hijo de sus entrañas que, obedeciendo a una ley
biológica llegó cuando la mamá no lo
deseaba, cuando no era oportuno según ella, o porque
tenía malformaciones que lo hacían un enfermo?
Y todo esto con la anuencia del Estado que pretende combatir
la violencia pero que la promueve con sus determinaciones.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -Cecolbe-
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