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La normatividad reitera hasta el cansancio, que la atención
inicial de urgencias debe ser prestada en forma obligatoria
por todos los prestadores, a todas las personas, independientemente
de la capacidad de pago, sin contrato ni orden previa. Hay
justicia, ética y belleza en este mandato que busca
salvaguardar la salud y no dejar escapar la vida. Y como
todas las verdades esenciales, es elemental: Es la misión
del médico. Es la misión de la clínica
u hospital que recibe un paciente urgente. Es el fundamento
de un sistema de salud que se precie de tal: garantizar
la prestación de un servicio de urgencia cuando éste
se necesite. Más aún: la Constitución
consagra la defensa de la vida de todos los habitantes del
territorio nacional, sin lugar a ninguna discriminación
ni requisito.
Desde la normatividad, no faltan las reiteraciones del cumplimiento
de esa obligación. Pero como la realidad colombiana
parece caminar siempre a contrapelo, no basta que existan
las normas que dictan que a las personas no se les puede
dejar morir o agravarse sin prestarle la debida atención
y que el asegurador es responsable de esa atención.
Y no basta con la buena voluntad de profesionales e instituciones
que prestan servicios de salud para salvar la vida e integridad
de sus pacientes. Día tras día y noche tras
noche, se congestionan más y más los servicios
de urgencias en el país, y se dejan de atender pacientes
urgentes. Esa es una realidad incontestable. Basta visitar
cualquier servicio de urgencia de mediana y alta complejidad
en las grandes ciudades, para encontrarlas a tope; y no
es un cuadro apenas propio de instituciones públicas:
la avalancha de pacientes en servicios de urgencias ya inunda
también clínicas y hospitales privados.
Por ilustrar apenas, en la costa atlántica con el
cierre de hospitales universitarios, el cierre de clínicas
que atendían usuarios del Seguro Social y la crisis
de algunas instituciones privadas, la atención de
las urgencias se descargó en una red público-privada
que hace tiempo se quedó corta para dar abasto a
la demanda de urgencias. Y no sólo de la población
más pobre y vulnerable, sino incluso de quienes cuentan
con un seguro de salud en el régimen subsidiado o
en el contributivo.
Baste recordar no más las sanciones que impuso a
fines de 2005 la Supersalud por $839 millones a 6 clínicas
y hospitales de Santa Marta por el paseo de la muerte
que causó la muerte a un menor, lo mismo que a la
Alcaldía por $127 millones por igual causa. Igual
sancionó en 2002 a dos hospitales de Cartagena con
$156 millones por no garantizar la atención de urgencias
a una paciente de sida que murió a la puerta de un
hospital, y sancionó a la Secretarías de Salud
de Bolívar y de Cartagena por incumplir la organización
y funcionamiento del traslado de pacientes entre hospitales
en la ciudad.
De igual forma, la Súper inició investigaciones
contra entes territoriales por presuntas fallas en el proceso
de referencia de pacientes urgentes, contra IPS por no recibir
pacientes, ordenó cierre de Unidades de Cuidados
Intensivos y ha trasladado expedientes al Tribunal de Ética
Médica para análisis de la responsabilidad
de los médicos.
Estos cuadros son apenas reflejo del colapso que amenaza
a la red de urgencias en las ciudades, dando además
un ominoso mensaje de que al parecer sólo existe
garantía de una atención de urgencias oportuna
y con calidad, para quienes tengan la capacidad económica
de pagar de inmediato, y consignar en admisiones la suma
que exija la institución. Para ese tipo de pacientes,
sí hay cama. Y si no hay, se le consigue.
¿Cuántos muertos es necesario registrar para
que el gobierno nacional establezca los correctivos y controles
necesarios, para que la población no se muera a la
espera de una atención de urgencias o por falta de
una cama de Cuidados Intensivos? Porque con excepción
de pocos pacientes o familiares que valerosamente denuncian,
el tema salta a los medios esporádicamente, mientras
el problema va creciendo exponencialmente. Y quienes mueren
no deben ser pocos, porque si con la garantía del
servicio se mueren pacientes, ¿cuántos de
ellos no están muriendo por falta de atención
oportuna en urgencias? ¿Quién y cómo
recogerá el dato? Y, ¿qué se hará
con esa información? ¿Será quizá
el acicate que necesita el gobierno para fijar soluciones
definitivas?
Todos quienes habiten en Colombia, tienen derecho a una
atención de urgencias. Sin papeleo, sin pagos o autorizaciones
previas, sin discriminación, en suma, sin laberintos
y sin dilaciones. Y si la palabra URGENCIA parece haber
perdido su sentido y su peso en el sistema, habría
que volverla a cargar del significado profundo y claro que
entraña.
Voluntad política, vigilancia y control al dedillo,
organización de redes eficaces, instrucción
a los usuarios para que usen apropiadamente el servicio
de urgencias, pago oportuno del servicio a las IPS por los
aseguradores, compromiso médico individual e institucional,
eliminación de tramitología
La solución
a esta urgencia vital pasa por muchos frentes. Para que
las urgencias vuelvan a ser urgentes. Para que nadie muera
por falta de atención o de dinero con qué
pagar. Para que en urgencias, se salve la vida. Cómo
debe ser.
¿Cuál el hilo de Ariadna que permitirá
escapar de la muerte, ese Minotauro al acecho en urgencias?
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