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El susurro del poder tras
las palabras de las ciencias
Hernando
Guzmán Paniagua Periodista - elpulso@elhospital.org.co
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Recientemente, Benedicto
XVI autorizó la celebración de la misa nuevamente
en latín y de espaldas al público, echando por
tierra el emblemático logro de apertura permitido por
el Concilio Vaticano II. La medida, hasta ahora revestida de
una coraza de indiferencia, no es un embeleco: es un manejo
de la máxima capacidad comunicativa de los humanos, el
lenguaje, como herramienta para ejercer el control del poder.
Los mensajes eclécticos, en lenguajes que no son del
dominio de las mayorías, facilitan el control del conocimiento,
sea cual fuere su índole.
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Del mismo modo, la ciencia actual
se habla y escribe en inglés, y al igual que la iglesia
católica tiene pretensiones ecuménicas, las instituciones
que quieren extender su acción en el orbe, enfrentan
problemas lingüísticos.
Controlar el conocimiento ha sido una herramienta fundamental
para mantener el poder, y en los albores del siglo de la información,
su posesión cobra sin igual importancia. La ciencia no
es neutra: tiene una dimensión cultural de la que no
puede prescindir ninguna lengua, y desechar su utilización
presupone empobrecimiento conceptual y un distanciamiento entre
el investigador con la población, su país y el
entorno en que vive.
Es innegable que la ciencia está condicionada por factores
políticos, sociales y económicos, pero sobre todo,
la ciencia es una inmensa conversación que saca su pretensión
de conocimiento universal no de su infalibilidad, pues las verdades
científicas se formulan, corrigen y reformulan sucesivas
veces. |
La
ciencia es una conversación regida por un estricto protocolo:
personas que han estudiado al lado de otros más expertos,
han asimilado lo esencial de sus disciplinas, aprenden la manera
de hacer las cosas y asimilan el paradigma dominante; ya equipados,
enfrentan un problema no resuelto, trabajan sobre él
y cuando obtiene un resultado interesante, lo narra a sus pares,
gente que trabaja el mismo tema. Tal narración es escrita
y tiene un protocolo cuidadoso, el texto se somete a evaluación,
se reescribe y tras nuevos ensayos se vuelve a someter a consideración
hasta cuando los pares encuentran que la idea merece ser difundida:
se vuelve así pública ante un grupo de especialistas
restringido pero extensamente distribuido en el tiempo y espacio.
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Ese
protocolo es la base de la fuerza de la ciencia, que no es un
conjunto de verdades demostradas para siempre, sino la construcción
permanente de una conversación rigurosa y controlada,
es una comunicación con estrictas reglas de argumentación,
un diálogo con alcance universal y por eso se plantea
una íntima relación entre ciencia y lenguaje.
La lengua del Imperio
La ciencia siempre ha estado relacionada con el Imperio
de turno, y por tanto pensar en cambiar la lengua en la cual
se produce, implica el derrumbamiento de paradigmas o transformaciones
sociales de gran trascendencia. El conocimiento se ha expresado
en lenguas francas (expresión de los árabes para
todo lo que viniera de la ribera norte del Mediterráneo),
que han sido las lenguas maternas de los sucesivos imperios,
y muy útiles para la comunicación entre gobernantes
y súbditos, para el comercio imperial y el control de
los pueblos sometidos.
Inicialmente la ciencia se habló en griego, con Heráclito,
Arquímedes, Euclides (entendiéndola bajo el concepto
de ciencia universal, ya que todas las culturas desarrollaron
diferentes grados de ciencia); luego se habló en latín
con Vesalio y Copérnico. Con el Renacimiento y la Reforma
en 1630 y como forma de ser contestatarios contra el catolicismo,
los calvinistas, luteranos y anglicanos apoyaron las ciencias,
para romper el oscurantismo que hasta ese momento se mantenía
al involucrar en los contenidos dogmas dictados por Dios
para prolongar el dominio de la iglesia romana: entraron así
en juego el alemán, el inglés y el francés.
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Durante el imperio
de Carlos V, cuando en sus dominios no se ocultaba el sol, fue
el español la lengua de la diplomacia, hasta cuando el
francés de Luís XIV lo reemplaza en las cortes
europeas; sólo al terminar la Segunda Guerra Mundial
el inglés se apodera del sitial de lengua universal,
y hoy la ciencia se habla en inglés.
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Aunque
no lo parezca, los imperios son efímeros, y de hecho,
parte importante del acceso a la modernidad ha estado relacionado
con la capacidad de escribir ciencia en lenguas vernáculas:
Galileo escribió primero en latín, pero alcanzó
la posteridad escribiendo en italiano. Pero, ¿debe pensarse
y comunicarse la ciencia en lengua franca o imperial, o en lengua
materna? La ciencia se hace y escribe en más de una lengua
franca: la más extendida es la escritura matemática;
otro tanto sucede con la química y sus símbolos
de los elementos tomados de su inicial en latín, y sus
fórmulas formando hexágonos, tetraedros y dobles
espirales que permiten la creación del saber químico
a lo largo y ancho del planeta y de la historia.
Pero por universales que sean estos lenguajes simbólicos,
no son suficientes: requieren de un lenguaje complementario,
en palabras, para que las ideas se colmen de significado; y
si bien la ciencia es un acto de comunicación con estrictas
reglas de argumentación, la diferencia es que es esencialmente
un acto de comunicación de ideas propias en la mente
del investigador, de ideas que se gestan en todo momento, en
que el comunicador es a la vez el pensador atento de ellas.
Es un proceso de reflexión profunda, de asombro ante
el fenómeno que se observa y se analiza, de concentración
total; este acto de creación requiere introspección,
pone en juego vericuetos profundos en las mentes, los paradigmas
están anclados en regiones profundas de la psiquis, y
el proceso de la ciencia en el contexto del descubrimiento es
un proceso psicológico profundo; en ese momento creador,
el pensamiento requiere una lengua profundamente incorporada,
aquella lengua que se bebió con la leche materna, la
lengua en la cual nuestros pensamientos y sentimientos se confunden.
De lo contrario, es difícil alcanzar la profundidad creativa:
esa es la razón por la cual la ciencia debe hacerse en
lengua materna, es la razón por la cual los hombres que
crearon la ciencia moderna escribieron en sus idiomas nativos
aunque después publicaran en latín; una ciencia
escolástica, en la que lo fundamental es repetir los
pensamientos de otros, puede hacerse en la lengua materna de
los otros, pero el proceso creador requiere el uso de la lengua
propia. |
Palabras
que dominan pueblos
Una fase diferente es la divulgación del conocimiento
científico. Una opción válida es hacer
ciencia en español y traducirla a la lengua franca de
comunicación universal, pero comunicarla en español
también tiene sentido por cuanto la comunidad hispano
parlante con sus 400 millones de personas es demasiado grande
para no ser tenida en cuenta. El problema radica en la calidad:
de las 100.000 revistas científicas que se publican anualmente
en el mundo, 8.000 son de Iberoamérica y sólo
800 cumplen los criterios para ser indexadas; la conclusión
es clara: debemos hacer ciencia en español, siempre y
cuando sea ciencia validada.
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| Mientras
más publicaciones científicas se hagan en idioma
español, más se fortalecerá la inteligencia
colectiva de la sociedad hispano parlante, entendida como el
conjunto de sus conocimientos, habilidades y destrezas. La inteligencia
colectiva se enriquece con los aportes de las generaciones previas,
y el mayor desarrollo de las sociedades alfabetizadas descansa
en y da lugar a, gradaciones crecientemente intensas y sofisticadas
de información que se genera, recopila y procesa, así
como a múltiples opciones de vida. |
Es difícil
apreciar el salto en la inteligencia colectiva que significó
la aparición de la imprenta, y el esfuerzo y disciplina
que se requirieron para llegar a considerar a la capacidad de
leer y escribir como derechos generales de todo ser humano.
El ascenso de una sociedad por la escalera de la civilización,
implica un aumento en el número de sus personas con capacidad
para cuestionar e influir en las decisiones colectivas, así
como para tomar las propias. Sin embargo, en Hispanoamérica
existen millones de personas que no acceden siquiera a la civilización
impresa, y en comparación con otras lenguas, el idioma
español no está participando en la sociedad digital
con la intensidad que su número justificaría:
solo el 4% de las páginas en Internet son en español,
lo que implica una desigualdad lacerante y vergonzosa, y un
peligro para la vitalidad y fuerza de esta lengua, su cultura
y su sociedad hablante.
El asunto no es un deseo protagónico de que sea el español
la lengua de la ciencia, sino que toca las estructuras más
profundas del poder. El predominio actual del inglés
como lengua franca le ha dado a los pueblos que lo hablan su
actual supremacía en el campo de la ciencia, lo cual
resultó muy eficaz para garantizar la difusión
de su información y de sus avances científicos
en la medida y proporción que convenga a sus intereses.
La lengua es la constructora de la estructura de la ciencias,
que no puede desarrollarse ni expandirse sin su concurso, pero
además el lenguaje científico se identifica por
su texto unívoco, hermético y de difícil
comprensión; por lo tanto, la divulgación científica
ya sea por parte de investigadores o periodistas, debe lograr
la comprensión del público sin idealizar los textos,
y por ello un buen español en ciencias, compartido y
comprendido por todos los hispanohablantes, redundará
en mayor creatividad científica al percibir a la ciencia
como un objeto propio del idioma español, y no prestado
por otras culturas. Hacer y divulgar masivamente ciencia en
español, es liberarla del criterio de autoridad impuesto
por el uso de una lengua franca, en nuestro caso el inglés.
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| No hacer
ciencia en español, tanto crear como divulgar, es obligarnos
a ver el mundo a través de la óptica del otro,
ya que la lengua lleva inmerso un trasfondo cultural, y es el
reflejo de las personas que la hablan; además, la ciencia
no está solo vinculada al progreso, el desarrollo o el
conocimiento, sino que se interrelaciona con la realidad social,
nacional y el cambio histórico, y así forma parte
del ser ciudadano. Expresar la ciencia en lengua propia es una
riqueza del país y es acortar las distancias entre los
pueblos, es una reducción de las distancias hasta ahora
eternas entre Norte y Sur, y el inglés como lengua imperial
no será eterno. |
Fuentes
IV Congreso Internacional de la
Lengua Española, Cartagena de Indias, 26 al 29 de marzo
de 2007:
Segunda sesión plenaria El español, lengua de
comunicación universal.
Panel El español como lengua de la ciencia (ciencias
puras), con participación de Blas Bruni Celli (Venezuela),
Salvador Malo (Méjico), Ángela Restrepo (Colombia),
José Luis Villaveces (Colombia).
Tercera sesión plenaria Ciencia, técnica y diplomacia
en español
Panel El español en el ciberespacio, con participación
de Raúl Ávila (El Colegio de Méjico), Javier
Garciadiego (Mejico), Alvaro Marchesi (secretario Organización
de Estados Iberoaméricanos), Dr. Amado Alonso (Argentina).
Panel El español como lengua de la ciencia (ciencias
aplicadas), con la participación de Manuel Elkin Patarroyo
(Colombia), Jaime Bernal (Colombia), Helena Groot de Restrepo
(Colombia), Juan Pérez Mercader (España), Horacio
Reggini (Argentina). |
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| Ocioso
lector |
La vida siempre verde
de la lengua española |
Palabras
de Belisario Betancur en la presentación del IV Congreso
Internacional de la Lengua Española (fragmentos)
Mi cariño los saluda: Con esta frase reciben
al visitante los amistosos indígenas de la aldea de Guane,
en la ciudad colonial de Barichara, Santander del Sur. No hay
allí otra autoridad que su propio resguardo; ni alcalde,
ni policía, ni ejército; mandan la Virgen María,
Santa Lucia y el sabio y prudente Padre Solano. Quizá
también su cacatúa y su mirla que responden con
coquetería a mis silbos. Abajo resuena el torrentoso
río Suárez, más adelante Chicamocha. Es
tierna y espontánea la gentileza de los guanes, no servilismo
sino amistad y cariño. Son los descendientes del cacique
Guanentá, quien se quitara la vida arrojándose
de un peñasco al Chicamocha. Lo hizo sumido en la tristeza
y el desencanto, cuando vio extinguir a su pueblo de labradores
y tejedores que cantaban delicadas cadencias, respondidas a
fuego por los conquistadores. El trino melodioso frente al metal
cortante y fulgurante, que blandían con la dialéctica
persuasiva de la cruz y la espada.
...El descubrimiento de América rompió la visión
unívoca del cosmos. Surgieron dos concepciones antagónicas,
la del buen salvaje del teólogo Luis Vives y la del buen
mestizo descrito por Pedro Mártir de Anglería
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...Cuentan las crónicas
de la mitad del siglo XV que cuando Johannes Gutenberg puso
en marcha en su taller de Maguncia una forma nueva de hacer
libros, un comentario cundió entre la gente, en el sentido
de que aquello fracasaría por el hecho de que muy pocos
sabían leer. ...Desde el grito '¡Tierra! ¡Tierra!'
del gaviero Rodrigo de Triana en la alborada del 12 de octubre
de 1492 al arribar las naos a la isla de Guanahaní, desde
esa mágica alborada, la tierra era redonda. Y desde ese
instante la lengua castellana tenía también la
redondez de la tierra y la vida siempre verde de la Amazonía,
la Orinoquía y el ancho estuario del Río de la
Plata.
...Recuerda el escritor español Juan Cruz que antes del
auge de los escritores latinoamericanos, conocido como el boom,
los editores españoles se negaban a editar a los autores
de nuestra orilla, porque carecían de traductores. Era
la lengua común que nos desune, según expresión
del novelista chileno Jorge Edwards. Lo cual explica aquella
anécdota tantas veces evocada, cuando los poetas españoles
Leopoldo Panero, Luis Rosales, Agustín de Foxá,
Luis Felipe Vivanco y el colombiano Eduardo Carranza, por los
años cincuenta del siglo XX, iban de Bogotá a
Tunja por el lomo del altiplano andino, y se detuvieron en una
fonda campesina a atemperar el frío con recios aguardientes.
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El campesino que
atendía en la fonda los interrumpió así:
¿Los señores son españoles? 'Sí',
contestó Rosales. '¿Y Usted cómo lo supo?'.
El campesino replicó sin vacilar: 'Pues por el dialecto
que hablan'.
...Todo idioma tiene una historia y una geografía.
El español es un viaje: viaje de penetración
en otras hablas, como la inglesa en Estados Unidos. La tierra
fue redonda primero en español. Como dicen nuestros
compatriotas, los guanes: mi cariño se despide
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