MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 10    No. 107 AGOSTO DEL AÑO 2007    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 


El susurro del poder tras
las palabras de las ciencias
Hernando Guzmán Paniagua Periodista - elpulso@elhospital.org.co
Recientemente, Benedicto XVI autorizó la celebración de la misa nuevamente en latín y de espaldas al público, echando por tierra el emblemático logro de apertura permitido por el Concilio Vaticano II. La medida, hasta ahora revestida de una coraza de indiferencia, no es un embeleco: es un manejo de la máxima capacidad comunicativa de los humanos, el lenguaje, como herramienta para ejercer el control del poder. Los mensajes eclécticos, en lenguajes que no son del dominio de las mayorías, facilitan el control del conocimiento, sea cual fuere su índole.
Del mismo modo, la ciencia actual se habla y escribe en inglés, y al igual que la iglesia católica tiene pretensiones ecuménicas, las instituciones que quieren extender su acción en el orbe, enfrentan problemas lingüísticos.
Controlar el conocimiento ha sido una herramienta fundamental para mantener el poder, y en los albores del siglo de la información, su posesión cobra sin igual importancia. La ciencia no es neutra: tiene una dimensión cultural de la que no puede prescindir ninguna lengua, y desechar su utilización presupone empobrecimiento conceptual y un distanciamiento entre el investigador con la población, su país y el entorno en que vive.
Es innegable que la ciencia está condicionada por factores políticos, sociales y económicos, pero sobre todo, la ciencia es una inmensa conversación que saca su pretensión de conocimiento universal no de su infalibilidad, pues las verdades científicas se formulan, corrigen y reformulan sucesivas veces.
La ciencia es una conversación regida por un estricto protocolo: personas que han estudiado al lado de otros más expertos, han asimilado lo esencial de sus disciplinas, aprenden la manera de hacer las cosas y asimilan el paradigma dominante; ya equipados, enfrentan un problema no resuelto, trabajan sobre él y cuando obtiene un resultado interesante, lo narra a sus pares, gente que trabaja el mismo tema. Tal narración es escrita y tiene un protocolo cuidadoso, el texto se somete a evaluación, se reescribe y tras nuevos ensayos se vuelve a someter a consideración hasta cuando los pares encuentran que la idea merece ser difundida: se vuelve así pública ante un grupo de especialistas restringido pero extensamente distribuido en el tiempo y espacio.
Ese protocolo es la base de la fuerza de la ciencia, que no es un conjunto de verdades demostradas para siempre, sino la construcción permanente de una conversación rigurosa y controlada, es una comunicación con estrictas reglas de argumentación, un diálogo con alcance universal y por eso se plantea una íntima relación entre ciencia y lenguaje.
La lengua del Imperio
La ciencia siempre ha estado relacionada con el Imperio de turno, y por tanto pensar en cambiar la lengua en la cual se produce, implica el derrumbamiento de paradigmas o transformaciones sociales de gran trascendencia. El conocimiento se ha expresado en lenguas francas (expresión de los árabes para todo lo que viniera de la ribera norte del Mediterráneo), que han sido las lenguas maternas de los sucesivos imperios, y muy útiles para la comunicación entre gobernantes y súbditos, para el comercio imperial y el control de los pueblos sometidos.
Inicialmente la ciencia se habló en griego, con Heráclito, Arquímedes, Euclides (entendiéndola bajo el concepto de ciencia universal, ya que todas las culturas desarrollaron diferentes grados de ciencia); luego se habló en latín con Vesalio y Copérnico. Con el Renacimiento y la Reforma en 1630 y como forma de ser contestatarios contra el catolicismo, los calvinistas, luteranos y anglicanos apoyaron las ciencias, para romper el oscurantismo que hasta ese momento se mantenía al involucrar en los contenidos dogmas “dictados por Dios” para prolongar el dominio de la iglesia romana: entraron así en juego el alemán, el inglés y el francés.
Durante el imperio de Carlos V, cuando en sus dominios no se ocultaba el sol, fue el español la lengua de la diplomacia, hasta cuando el francés de Luís XIV lo reemplaza en las cortes europeas; sólo al terminar la Segunda Guerra Mundial el inglés se apodera del sitial de lengua universal, y hoy la ciencia se habla en inglés.
Aunque no lo parezca, los imperios son efímeros, y de hecho, parte importante del acceso a la modernidad ha estado relacionado con la capacidad de escribir ciencia en lenguas vernáculas: Galileo escribió primero en latín, pero alcanzó la posteridad escribiendo en italiano. Pero, ¿debe pensarse y comunicarse la ciencia en lengua franca o imperial, o en lengua materna? La ciencia se hace y escribe en más de una lengua franca: la más extendida es la escritura matemática; otro tanto sucede con la química y sus símbolos de los elementos tomados de su inicial en latín, y sus fórmulas formando hexágonos, tetraedros y dobles espirales que permiten la creación del saber químico a lo largo y ancho del planeta y de la historia.
Pero por universales que sean estos lenguajes simbólicos, no son suficientes: requieren de un lenguaje complementario, en palabras, para que las ideas se colmen de significado; y si bien la ciencia es un acto de comunicación con estrictas reglas de argumentación, la diferencia es que es esencialmente un acto de comunicación de ideas propias en la mente del investigador, de ideas que se gestan en todo momento, en que el comunicador es a la vez el pensador atento de ellas. Es un proceso de reflexión profunda, de asombro ante el fenómeno que se observa y se analiza, de concentración total; este acto de creación requiere introspección, pone en juego vericuetos profundos en las mentes, los paradigmas están anclados en regiones profundas de la psiquis, y el proceso de la ciencia en el contexto del descubrimiento es un proceso psicológico profundo; en ese momento creador, el pensamiento requiere una lengua profundamente incorporada, aquella lengua que se bebió con la leche materna, la lengua en la cual nuestros pensamientos y sentimientos se confunden. De lo contrario, es difícil alcanzar la profundidad creativa: esa es la razón por la cual la ciencia debe hacerse en lengua materna, es la razón por la cual los hombres que crearon la ciencia moderna escribieron en sus idiomas nativos aunque después publicaran en latín; una ciencia escolástica, en la que lo fundamental es repetir los pensamientos de otros, puede hacerse en la lengua materna de los otros, pero el proceso creador requiere el uso de la lengua propia.
Palabras que dominan pueblos
Una fase diferente es la divulgación del conocimiento científico. Una opción válida es hacer ciencia en español y traducirla a la lengua franca de comunicación universal, pero comunicarla en español también tiene sentido por cuanto la comunidad hispano parlante con sus 400 millones de personas es demasiado grande para no ser tenida en cuenta. El problema radica en la calidad: de las 100.000 revistas científicas que se publican anualmente en el mundo, 8.000 son de Iberoamérica y sólo 800 cumplen los criterios para ser indexadas; la conclusión es clara: debemos hacer ciencia en español, siempre y cuando sea ciencia validada.
Mientras más publicaciones científicas se hagan en idioma español, más se fortalecerá la inteligencia colectiva de la sociedad hispano parlante, entendida como el conjunto de sus conocimientos, habilidades y destrezas. La inteligencia colectiva se enriquece con los aportes de las generaciones previas, y el mayor desarrollo de las sociedades alfabetizadas descansa en y da lugar a, gradaciones crecientemente intensas y sofisticadas de información que se genera, recopila y procesa, así como a múltiples opciones de vida.
Es difícil apreciar el salto en la inteligencia colectiva que significó la aparición de la imprenta, y el esfuerzo y disciplina que se requirieron para llegar a considerar a la capacidad de leer y escribir como derechos generales de todo ser humano. El ascenso de una sociedad por la escalera de la civilización, implica un aumento en el número de sus personas con capacidad para cuestionar e influir en las decisiones colectivas, así como para tomar las propias. Sin embargo, en Hispanoamérica existen millones de personas que no acceden siquiera a la civilización impresa, y en comparación con otras lenguas, el idioma español no está participando en la sociedad digital con la intensidad que su número justificaría: solo el 4% de las páginas en Internet son en español, lo que implica una desigualdad lacerante y vergonzosa, y un peligro para la vitalidad y fuerza de esta lengua, su cultura y su sociedad hablante.
El asunto no es un deseo protagónico de que sea el español la lengua de la ciencia, sino que toca las estructuras más profundas del poder. El predominio actual del inglés como lengua franca le ha dado a los pueblos que lo hablan su actual supremacía en el campo de la ciencia, lo cual resultó muy eficaz para garantizar la difusión de su información y de sus avances científicos en la medida y proporción que convenga a sus intereses.
La lengua es la constructora de la estructura de la ciencias, que no puede desarrollarse ni expandirse sin su concurso, pero además el lenguaje científico se identifica por su texto unívoco, hermético y de difícil comprensión; por lo tanto, la divulgación científica ya sea por parte de investigadores o periodistas, debe lograr la comprensión del público sin idealizar los textos, y por ello un buen español en ciencias, compartido y comprendido por todos los hispanohablantes, redundará en mayor creatividad científica al percibir a la ciencia como un objeto propio del idioma español, y no prestado por otras culturas. Hacer y divulgar masivamente ciencia en español, es liberarla del criterio de autoridad impuesto por el uso de una lengua franca, en nuestro caso el inglés.
No hacer ciencia en español, tanto crear como divulgar, es obligarnos a ver el mundo a través de la óptica del otro, ya que la lengua lleva inmerso un trasfondo cultural, y es el reflejo de las personas que la hablan; además, la ciencia no está solo vinculada al progreso, el desarrollo o el conocimiento, sino que se interrelaciona con la realidad social, nacional y el cambio histórico, y así forma parte del ser ciudadano. Expresar la ciencia en lengua propia es una riqueza del país y es acortar las distancias entre los pueblos, es una reducción de las distancias hasta ahora eternas entre Norte y Sur, y el inglés como lengua imperial no será eterno.
Fuentes
IV Congreso Internacional de la Lengua Española, Cartagena de Indias, 26 al 29 de marzo de 2007:
Segunda sesión plenaria El español, lengua de comunicación universal.
Panel El español como lengua de la ciencia (ciencias puras), con participación de Blas Bruni Celli (Venezuela), Salvador Malo (Méjico), Ángela Restrepo (Colombia), José Luis Villaveces (Colombia).
Tercera sesión plenaria Ciencia, técnica y diplomacia en español
Panel El español en el ciberespacio, con participación de Raúl Ávila (El Colegio de Méjico), Javier Garciadiego (Mejico), Alvaro Marchesi (secretario Organización de Estados Iberoaméricanos), Dr. Amado Alonso (Argentina).
Panel El español como lengua de la ciencia (ciencias aplicadas), con la participación de Manuel Elkin Patarroyo (Colombia), Jaime Bernal (Colombia), Helena Groot de Restrepo (Colombia), Juan Pérez Mercader (España), Horacio Reggini (Argentina).
 
Ocioso lector
La vida siempre verde
de la lengua española
Palabras de Belisario Betancur en la presentación del IV Congreso Internacional de la Lengua Española (fragmentos)
“Mi cariño los saluda: Con esta frase reciben al visitante los amistosos indígenas de la aldea de Guane, en la ciudad colonial de Barichara, Santander del Sur. No hay allí otra autoridad que su propio resguardo; ni alcalde, ni policía, ni ejército; mandan la Virgen María, Santa Lucia y el sabio y prudente Padre Solano. Quizá también su cacatúa y su mirla que responden con coquetería a mis silbos. Abajo resuena el torrentoso río Suárez, más adelante Chicamocha. Es tierna y espontánea la gentileza de los guanes, no servilismo sino amistad y cariño. Son los descendientes del cacique Guanentá, quien se quitara la vida arrojándose de un peñasco al Chicamocha. Lo hizo sumido en la tristeza y el desencanto, cuando vio extinguir a su pueblo de labradores y tejedores que cantaban delicadas cadencias, respondidas a fuego por los conquistadores. El trino melodioso frente al metal cortante y fulgurante, que blandían con la dialéctica persuasiva de la cruz y la espada.
...El descubrimiento de América rompió la visión unívoca del cosmos. Surgieron dos concepciones antagónicas, la del buen salvaje del teólogo Luis Vives y la del buen mestizo descrito por Pedro Mártir de Anglería…
...Cuentan las crónicas de la mitad del siglo XV que cuando Johannes Gutenberg puso en marcha en su taller de Maguncia una forma nueva de hacer libros, un comentario cundió entre la gente, en el sentido de que aquello fracasaría por el hecho de que muy pocos sabían leer. ...Desde el grito '¡Tierra! ¡Tierra!' del gaviero Rodrigo de Triana en la alborada del 12 de octubre de 1492 al arribar las naos a la isla de Guanahaní, desde esa mágica alborada, la tierra era redonda. Y desde ese instante la lengua castellana tenía también la redondez de la tierra y la vida siempre verde de la Amazonía, la Orinoquía y el ancho estuario del Río de la Plata.
...Recuerda el escritor español Juan Cruz que antes del auge de los escritores latinoamericanos, conocido como el boom, los editores españoles se negaban a editar a los autores de nuestra orilla, porque carecían de traductores. Era la lengua común que nos desune, según expresión del novelista chileno Jorge Edwards. Lo cual explica aquella anécdota tantas veces evocada, cuando los poetas españoles Leopoldo Panero, Luis Rosales, Agustín de Foxá, Luis Felipe Vivanco y el colombiano Eduardo Carranza, por los años cincuenta del siglo XX, iban de Bogotá a Tunja por el lomo del altiplano andino, y se detuvieron en una fonda campesina a atemperar el frío con recios aguardientes.
El campesino que atendía en la fonda los interrumpió así: ¿Los señores son españoles? 'Sí', contestó Rosales. '¿Y Usted cómo lo supo?'. El campesino replicó sin vacilar: 'Pues por el dialecto que hablan'.
...Todo idioma tiene una historia y una geografía. El español es un viaje: viaje de penetración en otras hablas, como la inglesa en Estados Unidos. La tierra fue redonda primero en español. Como dicen nuestros compatriotas, los guanes: mi cariño se despide”
 
 



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