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En ocho hogares de Colombia
se lloran los muertos por la nueva epidemia de fiebre amarilla;
en 20 más se reza para que continúen con vida
parientes a quienes hasta este 26 de enero del 2004 le confirmaron
padecerla; en 85 se respira "alivio" por la certeza
de no tenerla y en 213 más -hasta la fecha de cierre
de esta edición- aún se esperaban los resultados
del Instituto Nacional de Salud (INS), que procesaba 326 muestras
de diferentes regiones; todo ello en un tenso ambiente nacional
donde los epidemiólogos temen que la fiebre se urbanice
con el regreso a sus ciudades de origen de los 25.000 turistas
que estuvieron en la zona de riesgo, la Sierra Nevada de Santa
Marta, con la ponzoña oscura de un pequeño zancudo:
el Aedes aegypti, y la pesada sombra que se agazapa atrás
de todo el problema: el fracaso de la salud pública
en el sistema actual.
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El Ministerio
de la Protección Social empezó el año 2004
con el pie izquierdo: epidemia de fiebre amarilla, carencia
de suero antiofídico, exigencias jurídicas para
no dilatar cirugías en las instituciones, escasez de
medicamentos vitales ("huérfanos"), alerta
de un alcalde por 30 casos de paludismo en Montecristo; críticas
de los usuarios a las ARS y de los epidemiólogos a las
políticas de salud pública implementadas con la
Ley 100, sumadas a las de Nancy Gutiérrez, representante
a la Cámara por Cundinamarca, quien cuestiona la reestructuración
del Instituto Nacional de Salud (INS) y el Invima; agregando,
objeciones sociales por campañas de vacunación
que debieron realizarse antes de la pasada temporada alta de
vacaciones; y el anuncio de un debate en marzo en el Congreso
de la República, promovido por el representante a la
Cámara por el Cesar, Miguel Durán, a esta cartera
por sus responsabilidades en esta epidemia y lo más grave
de todo: por las muertes de colombianos que para algunos pudieron
evitarse.
Cuando el ministro de la Protección Social, Diego Palacio,
afirmó el pasado 26 de enero que se tenía control
sobre la fiebre amarilla, luego de un fin de semana sin más
muertos o casos confirmados y un menor número de muestras
remitidas al INS para su estudio, ya todos los cuestionamientos
habían quedado sobre la mesa y de ellos habían
dado cuenta los medios de comunicación masiva.
Entre el vulgo los más cotidianos fueron: ¿Por
qué muertos cuando hay vacunas? ¿Por qué
recurrir a donaciones de medicamentos, sueros o vacunas, cuando
Colombia podría producirlas? Entre los expertos y la
Academia se dejó en crítica evidencia el riesgo
de urbanizar la epidemia con los 25.000 turistas que regresaron
a las ciudades tras su visita a la zona de riesgo en el Parque
Tayrona de Santa Marta, sin dejar en el tintero preguntas claves:
¿Qué pasa con la salud pública en Colombia?
Ni ¿Qué se hicieron los $400.000 millones entregados
a los entes territoriales para vigilancia, control y promoción?
Mientras en la Cámara de Representantes los políticos
no se quedaron atrás dejando otra muy inquietante: ¿Hay
desidia gubernamental?
La prensa sacó a la luz toda esta problemática
en noticias y opinión, destacándose el periódico
nacional que en pleno editorial aseveró que los errores
eran imperdonables y que "en otros países, por asuntos
de menor importancia, ruedan cabezas" (El Tiempo, enero
24 de 2004), aunque el viceministro de salud, Juan Gonzalo López,
respondió que no era el momento de buscar culpables (El
Espectador, "Crónica de una epidemia anunciada"
enero 25 de 2004).
Para un ojo avizor, la epidemia de fiebre amarilla se tornó
en la última gota que llenó el vaso: la opinión
pública pareció surgir de su letargo para manifestar
sus inconformidades, sus críticas y sus rabias, agobiada
por toda la problemática del sector que les enferma el
cuerpo, les retrasa procesos, los obliga a tutelas para alcanzar
servicios básicos y fundamentales, les recorta el Plan
Obligatorio de Salud (POS) que de por sí les parece pírrico,
amenaza sus vidas con tiempos de espera y deteriora su calidad
de existencia, ya de por sí golpeada por otras realidades
no menos ajenas: pobreza, hambre, guerra, desplazamiento, inequidad
en la redistribución de los ingresos, desempleo, y pestes
nacionales y mundiales que parecieron volver del allá
como una sombra apocalíptica.
Guerra avisada
.
La epidemia de fiebre amarilla en realidad no era un hecho novedoso.
En el año 2003 se comprobaron 93 casos, detectados en
su mayoría en Norte de Santander (78) y Cesar, con el
fatal desenlace de 32 pacientes muertos. La prensa reportó
los hechos, pero la opinión pública no pareció
inquietarse algo más allá de las regiones afectadas.
En el año 2002 ya se habían presentado 22 casos
en el país y 9 infectados fallecieron, según datos
de los epidemiólogos del Ministerio de la Protección
Social y del documento "Situación de la Salud en
Colombia-Indicadores Básicos 2003" (www.saludcolombia.com)
elaborado con el apoyo de la OPS y el Sistema de Vigilancia
en Salud Pública (Sivigila), cuando en el 2001 se presentaron
siete casos y en el 2000 la padecieron cinco personas.
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"Es cierto que la epidemia
de fiebre amarilla en el nororiente colombiano constituye
un problema fronterizo, selvático y difícil
de atender, pero disentimos enfáticamente de su apreciación
de que nos amenace sin preparativos suficientes, o nos haya
sorprendido por exceso de confianza o incapacidad de asombro.
Viceministro de Salud y Bienestar Juan Gonzalo López
Casas Noviembre 5 de 2003
Se puede hablar de epidemia.
En esta zona con un solo caso de estas características
se habla de epidemia"
Viceministro de Salud y Bienestar Juan Gonzalo López
Casas Enero 21 de 2004 www.presidencia.gov.co/fiebre/fiebre5.htm
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Con
la llegada del siglo XXI, el Ministerio vio incrementarse la
curva de los casos en el país, y al hacer el balance
los acontecimientos en el 2001 prendió las alertas internas
en los sistemas de salud. Mediante el boletín No.9 de
febrero 24 del 2002 de Sivigila, bajo el título "Fiebre
amarilla, evento de notificación inmediata internacional",
procedió a recordarle a todo el personal de salud que
"la relevancia de la notificación de fiebre amarilla,
enfermedad de clase 1 sujeta al Reglamento Sanitario Internacional
(1969- tercera edición anotada, 1983 actualizada y reimpresa
en 1992, OMS, Ginebra); es decir, una enfermedad internacionalmente
objeto de cuarentena, como también lo son la peste y
el cólera, siendo, por tanto, su notificación
de carácter OBLIGATORIA e INMEDIATA a las autoridades
de salud por el medio más rápido de comunicación".
El repaso tuvo un motivo notorio: la muerte de un paciente en
Villavicencio en el mes de noviembre de 2001, remitido del Guaviare,
de quien sólo se logró confirmar que padecía
la fiebre amarilla el 20 de febrero de 2002 por los tardíos
envíos de muestras al INS. Entonces se explicó
a los funcionarios que "en Colombia esta enfermedad se
debe notificar obligatoriamente de forma inmediata aún
sin ser confirmada por el laboratorio", para poner en alerta
a las autoridades de salud locales y ejecutar las acciones de
control, búsqueda de otros casos y vacunación,
evitando así "el gran riesgo al que está
sujeto nuestro país de la urbanización de la fiebre
amarilla". En ese entonces, la mortalidad oscilaba entre
el 20% y 50% en los pacientes ictéricos en fase tóxica.
Personas sin vacunar como colonos, agricultores, raspachines,
indígenas y la población flotante que explota
recursos naturales en las diferentes selvas del territorio nacional,
se convirtieron en un factor de riesgo que circulaba por el
país entre maniguas y pueblos, y que podía llevar
la enfermedad en cualquier momento a las ciudades. Este fenómeno
social de entonces se sumaba a otros flujos humanos provenientes
de los corredores de guerrilleros, paramilitares, de contrabandistas
y narcotraficantes que podían crear focos de infección
móviles, en regiones muy distantes entre sí, con
obvias dificultades para inmunizarlos. Así que a principios
del 2002, entre otras medidas, se dio la directiva oficial de
intensificar la vacunación en "niños mayores
de 1 año y en adultos de 15 a 45 en áreas predefinidas";
la medida tenía lógica, puesto que de los departamentos
de la zona andina salían grupos de jóvenes motivados
por el desempleo y el desplazamiento urbano, a trabajar como
campesinos y raspachines en la Amazonía, la Orinoquía
y el noroccidenete del país, y la gran mayoría
partía sin protección biológica.
En mayo del año 2002, Sivigila reiteró con mayor
énfasis en su boletín 19, que los casos de fiebre
amarilla a pesar de seguirse presentando en las zonas selváticas
del país, ponían en riesgo las urbes: "la
movilización de personas debido a la situación
de orden publico, el incremento de la densidad vectorial de
A.aegypti, la presencia de A.albopictus y las bajas coberturas
de vacunación, hacen de la urbanización de la
fiebre amarilla una amenaza real que amerita la introducción
inmediata de la vacunación universal de niños
>1 año en todo el territorio nacional, así
como la vacunación inmediata de personas entre 15 y 45
años en las áreas enzoóticas, donde se
originan migraciones, y las áreas contiguas infestadas
por A.aegypti."
Ese año no fue alentador: a pesar de las medidas sanitarias
se presentaron 22 casos de fiebre amarilla y al fenómeno
se le sumó la reaparición del sarampión
con 207 casos y el nefasto despliegue del dengue en el país
con 82.398 casos, patología que en el año 2000
dejó 97 muertos y que es transmitida por el mismo zancudo
que en las ciudades podría transmitir la fiebre amarilla,
según datos del INS, el PAI y Sivigila.
Abriendo los ojos
En el año 2003 la situación empeoró: fuera
de lugares como Meta, Guaviare y Casanare, la epidemia se desarrolló
con mayor énfasis en julio de 2003 en la región
del Catatumbo, Norte de Santander y César, pasando de
22 a 93 casos, algo realmente alarmante, más cuando la
letalidad pasó al 69.6%.
En un artículo de octubre del mismo año, publicado
por el periódico El Pulso y escrito por el médico
Conrado Gómez Vélez, especialista en evaluación
de proyectos de salud pública y Magíster en estudios
políticos, afirma que ante la epidemia de fiebre amarilla
se presentó una reacción institucional activa
y decidida, pero advierte que siendo ésta una amenaza
peor y con ventaja sobre la Encefalitis Equina Venezolana, "al
parecer le hemos tomado una confianza palpable en la incapacidad
de asombro y de movilización nacional", y reitera:
"Es prudente insistir que la fiebre amarilla es una enfermedad
inmunoprevenible, que no debería extenderse como lo ha
hecho. Su existencia en focos selváticos no excusa su
propagación, habilitada por poblaciones sin vacunar en
zonas de riesgo, ni siquiera considerando los problemas de orden
público. El tránsito de personal por los reservorios
de la fiebre amarilla es un hecho conocido, ante el cual deberían
existir mejores preparativos. Pero lo que más alarma
es la despreocupación en la opinión pública
del resto del país distinto del nororiente, que ve en
esa región un punto aparte, donde ocurre algo impensable
para el interior. Agréguese la tranquilidad de los comunicadores
sociales y de los expertos, que no ayuda a construir una comprensión
amplia de la ciudadanía". Y en efecto así
ocurrió.
Si la alerta por la fiebre amarilla estaba presente en el personal
de salud y en el desarrollo de las campañas de prevención
y vacunación en zonas endémicas y epidémicas,
no lo era así en la comunidad que poblaba otras regiones,
para quienes la noticia de la epidemia en Norte de Santander
pasó de largo. Aunque los oportunos informes de Sivigila
al personal de salud daban a conocer la problemática
de las poblaciones flotantes que podrían llevar la enfermedad
de un extremo al otro del país y que se incrementa, como
es obvio, con las temporadas de vacaciones, la población
en general no tenía conciencia del problema, ni de la
importancia de la vacunación, ni de las zonas de riesgo
o de cómo prevenir el contagio y de cómo, para
algunos, su lugar de destino para el descanso podría
ser el último.
El día de los inocentes
En temporada de vacaciones, es usual que la gente se distancie
de sus actividades rutinarias, vea poco o ningún noticiero
de televisión, escuche menos radio, lea poca prensa y
esté menos informada que de costumbre. Además,
tampoco es una tradición cultural que la gente, especialmente
jóvenes y adultos, se vacunen para visitar, trabajar
o vacacionar en lugares exóticos, selváticos o
epidémicos. Así que el Día de los Santos
Inocentes, el 28 de diciembre de 2003, marcó un momento
crucial para muchos ciudadanos colombianos, quienes distantes
tradicionalmente de las zonas epidémicas de fiebre amarilla,
se metieron en ella sin saberlo y sin vacuna. Ese día,
plena temporada alta, el Ministerio de la Protección
Social tuvo noticia de los monos muertos por el virus en la
Sierra Nevada de Santa Marta, lugar donde se localiza el Parque
Tayrona, sitio turístico que para entonces fue visitado
por 25.000 turistas, según reportes de la Academia Nacional
de Medicina.
El 2 de enero de 2004, la evidencia en laboratorio de dos monos
muertos por fiebre amarilla en el Parque Ecológico Los
Besotes, cerca de Valledupar, obligó al Ministerio a
declarar la emergencia sanitaria. El 13 de enero, a punto de
terminarse la temporada alta, el ministro de la Protección
Social, Diego Palacio Betancourt, pidió "a los habitantes
de los departamentos de Cesar, La Guajira y Magdalena, y a quienes
piensen viajar a estos destinos, que se vacunen contra la fiebre
amarilla" (Servicio de Noticias del Estado -SNE-). Para
el 18 de enero se habían confirmado 11 casos y la muerte
de tres pacientes. El 20 de enero, pasada la temporada alta,
se ordena el cierre total al público de los parques Tayrona,
Sierra Nevada, los Flamencos, Ciénaga Grande e Isla de
Salamanca.
La población, incluyendo los que apenas regresan de vacaciones,
se dan cuenta de la magnitud del problema y en varias ciudades
los medios de comunicación dan a conocer como frente
a centros de salud y los hospitales se presentan largas filas,
angustias, desórdenes, niños desmayados de cansancio
y sol, e insultos al personal de salud por la demanda de vacunas
que siendo gratis, impartidas por el Estado, tenían una
orientación específica para su aplicación;
y por buscarla de forma particular se cobraba entre $20.000
y $40.000, un absurdo, cuando el costo promedio para el gobierno
es de un dólar. El gobierno pidió vacunas en el
extranjero, Venezuela ya le había donado 500.000 y Colombia
había comprado en el 2003 millón y medio de ampollas
a Brasil, las cuales se vio obligada a adelantar su remisión
por la epidemia y fueron recibidas con ayuda de la Fuerza Aérea
Colombiana -FAC- y Ecopetrol, el 24 de enero de 2004.
El 22 de enero, el Ministro Palacio Betancourt reconoció,
por fin, oficialmente la epidemia tras 7 muertos y 27 casos
diagnosticados. Al otro día, el viernes 23 de enero,
la declara controlada con 8 víctimas y 28 casos positivos,
lo cual ratifica el lunes 26 de enero de 2004.
Entre pestes y prevenciones
Todo este periplo confirmó lo anunciado con suficiente
anticipación por el médico especialista Conrado
Gómez Vélez, en su artículo en El Pulso
en octubre de 2003. Así lo reconocieron epidemiólogos
en la Academia Nacional de Medicina, salubristas y periodistas
nacionales: "Las primeras alarmas sobre la posibilidad
de un nuevo brote de esa enfermedad en el país se prendieron
en octubre en un artículo del periódico El Pulso"
("Piden al Gobierno reasumir control de las campañas
de promoción y prevención de la salud pública",
El Tiempo, enero 22 de 2003).
Mientras unos reflexionaban, el viceministro de Salud y Bienestar,
Juan Gonzalo López Casas, se consideró afectado
con el artículo y le envío una carta el 5 de noviembre
de 2003 al autor, precisándole datos que para un médico
de salud pública son obvios, detallando las acciones
emprendidas en la pasada epidemia y aduciendo que las observaciones
de Gómez tenían imprecisiones y omisiones. Además,
le señaló: "Es cierto que la epidemia de
fiebre amarilla en el nororiente colombiano constituye un problema
fronterizo, selvático y difícil de atender, pero
disentimos enfáticamente de su apreciación de
que nos amenace sin preparativos suficientes, o nos haya sorprendido
por exceso de confianza o incapacidad de asombro", reiterando
que en los municipios críticos la vacunación superó
en 160% la población proyectada por el DANE, teniendo
en cuenta a las flotantes.
No se alcanza a interpretar qué "fiebre" padecía
el viceministro cuando leyó el artículo, porque
su autor fue claro al manifestar que frente a la epidemia en
el 2003 la reacción institucional fue activa y decidida.
Lo cierto es que la historia demostró, este enero de
2004, que las previsiones del médico Conrado Gómez
Vélez, especialista en evaluación de proyectos
de salud pública, se cumplieron, con sólo un breve
repaso a los noticieros y a las publicaciones de prensa de los
últimos días. Además, entre los salubristas
no es extraño escuchar que tras analizar las epidemias
en Colombia y preguntarse dónde están los $400.000
millones destinados a prevenirlas, se concluya que "el
sistema de salud pública está fracasando en este
país y que ahora corresponde volver a centralizarlo".
Mas para el viceministro: "resulta temerario atribuir al
Sistema General de Seguridad Social la problemática de
la epidemia de fiebre amarilla descrita, cuando su dinámica
responde a factores ecoepidemiológicos y sociales de
otro orden", como lo afirma en su carta al médico
Gómez Vélez, pero si estas versiones se contrastan
con críticas severas de otros sectores, es seguro que
los debates serán para largo y muy de fondo. Para la
muestra, El Espectador recoge en su artículo "Crónica
de una epidemia anunciada" (25 de enero de 2004), la voz
del representante del Cesar, Miguel Durán, quien dice
advirtió en Congreso al viceministro López Casas
del problema de salud pública con la fiebre amarilla
y le pidió que tomara medidas y éste "Ni
siquiera me puso atención". Siguiendo el análisis
de la epidemia, el representante no duda en afirmar que "hubo
desidia en el Gobierno y falló el sistema de salud pública
del país. No es posible que estemos en emergencia sanitaria
por una enfermedad que es del siglo pasado y que es perfectamente
prevenible".
El debate será en marzo en el Congreso, y si la gente
no olvida, tan rápido como solía hacerlo en otros
tiempos, acaso bajo el eco de la secuela triste de la peste
del olvido que invadió a los personajes de Cien
Años de Soledad, será todo un país el que
esté en primera fila 6
Fuentes: Periódicos: El Tiempo, El Espectador, El País,
La Opinión, El Heraldo, Portafolio, La República,
El Pulso. Revistas: Cambio y Semana. Documentos: Pacto por la
Salud Pública. Informe Especial Indicadores de Salud
2003-. Páginas web: www.saludcolombia.com; www.presidencia.gov.co;
www.col.ops-oms.org; www.minproteccionsocial.gov.co ; Tomado
de http://www.col.ops-oms.org/sivigila. Teleconferencia. Fiebre
Amarilla, Canal A, enero 21 de 2004. |

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