MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 5    NO 65    FEBRERO DEL AÑO 2004    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Fiebre amarilla:
se les dijo, se les advirtió,
se les notificó... y pasó
Omaira Arbeláez Echeverri - Periodista elpulso@elhospital.org.co
En ocho hogares de Colombia se lloran los muertos por la nueva epidemia de fiebre amarilla; en 20 más se reza para que continúen con vida parientes a quienes hasta este 26 de enero del 2004 le confirmaron padecerla; en 85 se respira "alivio" por la certeza de no tenerla y en 213 más -hasta la fecha de cierre de esta edición- aún se esperaban los resultados del Instituto Nacional de Salud (INS), que procesaba 326 muestras de diferentes regiones; todo ello en un tenso ambiente nacional donde los epidemiólogos temen que la fiebre se urbanice con el regreso a sus ciudades de origen de los 25.000 turistas que estuvieron en la zona de riesgo, la Sierra Nevada de Santa Marta, con la ponzoña oscura de un pequeño zancudo: el Aedes aegypti, y la pesada sombra que se agazapa atrás de todo el problema: el fracaso de la salud pública en el sistema actual.
El Ministerio de la Protección Social empezó el año 2004 con el pie izquierdo: epidemia de fiebre amarilla, carencia de suero antiofídico, exigencias jurídicas para no dilatar cirugías en las instituciones, escasez de medicamentos vitales ("huérfanos"), alerta de un alcalde por 30 casos de paludismo en Montecristo; críticas de los usuarios a las ARS y de los epidemiólogos a las políticas de salud pública implementadas con la Ley 100, sumadas a las de Nancy Gutiérrez, representante a la Cámara por Cundinamarca, quien cuestiona la reestructuración del Instituto Nacional de Salud (INS) y el Invima; agregando, objeciones sociales por campañas de vacunación que debieron realizarse antes de la pasada temporada alta de vacaciones; y el anuncio de un debate en marzo en el Congreso de la República, promovido por el representante a la Cámara por el Cesar, Miguel Durán, a esta cartera por sus responsabilidades en esta epidemia y lo más grave de todo: por las muertes de colombianos que para algunos pudieron evitarse.
Cuando el ministro de la Protección Social, Diego Palacio, afirmó el pasado 26 de enero que se tenía control sobre la fiebre amarilla, luego de un fin de semana sin más muertos o casos confirmados y un menor número de muestras remitidas al INS para su estudio, ya todos los cuestionamientos habían quedado sobre la mesa y de ellos habían dado cuenta los medios de comunicación masiva.
Entre el vulgo los más cotidianos fueron: ¿Por qué muertos cuando hay vacunas? ¿Por qué recurrir a donaciones de medicamentos, sueros o vacunas, cuando Colombia podría producirlas? Entre los expertos y la Academia se dejó en crítica evidencia el riesgo de urbanizar la epidemia con los 25.000 turistas que regresaron a las ciudades tras su visita a la zona de riesgo en el Parque Tayrona de Santa Marta, sin dejar en el tintero preguntas claves: ¿Qué pasa con la salud pública en Colombia? Ni ¿Qué se hicieron los $400.000 millones entregados a los entes territoriales para vigilancia, control y promoción? Mientras en la Cámara de Representantes los políticos no se quedaron atrás dejando otra muy inquietante: ¿Hay desidia gubernamental?
La prensa sacó a la luz toda esta problemática en noticias y opinión, destacándose el periódico nacional que en pleno editorial aseveró que los errores eran imperdonables y que "en otros países, por asuntos de menor importancia, ruedan cabezas" (El Tiempo, enero 24 de 2004), aunque el viceministro de salud, Juan Gonzalo López, respondió que no era el momento de buscar culpables (El Espectador, "Crónica de una epidemia anunciada" enero 25 de 2004).
Para un ojo avizor, la epidemia de fiebre amarilla se tornó en la última gota que llenó el vaso: la opinión pública pareció surgir de su letargo para manifestar sus inconformidades, sus críticas y sus rabias, agobiada por toda la problemática del sector que les enferma el cuerpo, les retrasa procesos, los obliga a tutelas para alcanzar servicios básicos y fundamentales, les recorta el Plan Obligatorio de Salud (POS) que de por sí les parece pírrico, amenaza sus vidas con tiempos de espera y deteriora su calidad de existencia, ya de por sí golpeada por otras realidades no menos ajenas: pobreza, hambre, guerra, desplazamiento, inequidad en la redistribución de los ingresos, desempleo, y pestes nacionales y mundiales que parecieron volver del allá como una sombra apocalíptica.
Guerra avisada….
La epidemia de fiebre amarilla en realidad no era un hecho novedoso. En el año 2003 se comprobaron 93 casos, detectados en su mayoría en Norte de Santander (78) y Cesar, con el fatal desenlace de 32 pacientes muertos. La prensa reportó los hechos, pero la opinión pública no pareció inquietarse algo más allá de las regiones afectadas. En el año 2002 ya se habían presentado 22 casos en el país y 9 infectados fallecieron, según datos de los epidemiólogos del Ministerio de la Protección Social y del documento "Situación de la Salud en Colombia-Indicadores Básicos 2003" (www.saludcolombia.com) elaborado con el apoyo de la OPS y el Sistema de Vigilancia en Salud Pública (Sivigila), cuando en el 2001 se presentaron siete casos y en el 2000 la padecieron cinco personas.

"Es cierto que la epidemia de fiebre amarilla en el nororiente colombiano constituye un problema fronterizo, selvático y difícil de atender, pero disentimos enfáticamente de su apreciación de que nos amenace sin preparativos suficientes, o nos haya sorprendido por exceso de confianza o incapacidad de asombro”.
Viceministro de Salud y Bienestar Juan Gonzalo López Casas Noviembre 5 de 2003

“Se puede hablar de epidemia. En esta zona con un solo caso de estas características se habla de epidemia"
Viceministro de Salud y Bienestar Juan Gonzalo López Casas Enero 21 de 2004 www.presidencia.gov.co/fiebre/fiebre5.htm

Con la llegada del siglo XXI, el Ministerio vio incrementarse la curva de los casos en el país, y al hacer el balance los acontecimientos en el 2001 prendió las alertas internas en los sistemas de salud. Mediante el boletín No.9 de febrero 24 del 2002 de Sivigila, bajo el título "Fiebre amarilla, evento de notificación inmediata internacional", procedió a recordarle a todo el personal de salud que "la relevancia de la notificación de fiebre amarilla, enfermedad de clase 1 sujeta al Reglamento Sanitario Internacional (1969- tercera edición anotada, 1983 actualizada y reimpresa en 1992, OMS, Ginebra); es decir, una enfermedad internacionalmente objeto de cuarentena, como también lo son la peste y el cólera, siendo, por tanto, su notificación de carácter OBLIGATORIA e INMEDIATA a las autoridades de salud por el medio más rápido de comunicación".
El repaso tuvo un motivo notorio: la muerte de un paciente en Villavicencio en el mes de noviembre de 2001, remitido del Guaviare, de quien sólo se logró confirmar que padecía la fiebre amarilla el 20 de febrero de 2002 por los tardíos envíos de muestras al INS. Entonces se explicó a los funcionarios que "en Colombia esta enfermedad se debe notificar obligatoriamente de forma inmediata aún sin ser confirmada por el laboratorio", para poner en alerta a las autoridades de salud locales y ejecutar las acciones de control, búsqueda de otros casos y vacunación, evitando así "el gran riesgo al que está sujeto nuestro país de la urbanización de la fiebre amarilla". En ese entonces, la mortalidad oscilaba entre el 20% y 50% en los pacientes ictéricos en fase tóxica.
Personas sin vacunar como colonos, agricultores, raspachines, indígenas y la población flotante que explota recursos naturales en las diferentes selvas del territorio nacional, se convirtieron en un factor de riesgo que circulaba por el país entre maniguas y pueblos, y que podía llevar la enfermedad en cualquier momento a las ciudades. Este fenómeno social de entonces se sumaba a otros flujos humanos provenientes de los corredores de guerrilleros, paramilitares, de contrabandistas y narcotraficantes que podían crear focos de infección móviles, en regiones muy distantes entre sí, con obvias dificultades para inmunizarlos. Así que a principios del 2002, entre otras medidas, se dio la directiva oficial de intensificar la vacunación en "niños mayores de 1 año y en adultos de 15 a 45 en áreas predefinidas"; la medida tenía lógica, puesto que de los departamentos de la zona andina salían grupos de jóvenes motivados por el desempleo y el desplazamiento urbano, a trabajar como campesinos y raspachines en la Amazonía, la Orinoquía y el noroccidenete del país, y la gran mayoría partía sin protección biológica.
En mayo del año 2002, Sivigila reiteró con mayor énfasis en su boletín 19, que los casos de fiebre amarilla a pesar de seguirse presentando en las zonas selváticas del país, ponían en riesgo las urbes: "la movilización de personas debido a la situación de orden publico, el incremento de la densidad vectorial de A.aegypti, la presencia de A.albopictus y las bajas coberturas de vacunación, hacen de la urbanización de la fiebre amarilla una amenaza real que amerita la introducción inmediata de la vacunación universal de niños >1 año en todo el territorio nacional, así como la vacunación inmediata de personas entre 15 y 45 años en las áreas enzoóticas, donde se originan migraciones, y las áreas contiguas infestadas por A.aegypti."
Ese año no fue alentador: a pesar de las medidas sanitarias se presentaron 22 casos de fiebre amarilla y al fenómeno se le sumó la reaparición del sarampión con 207 casos y el nefasto despliegue del dengue en el país con 82.398 casos, patología que en el año 2000 dejó 97 muertos y que es transmitida por el mismo zancudo que en las ciudades podría transmitir la fiebre amarilla, según datos del INS, el PAI y Sivigila.
Abriendo los ojos…
En el año 2003 la situación empeoró: fuera de lugares como Meta, Guaviare y Casanare, la epidemia se desarrolló con mayor énfasis en julio de 2003 en la región del Catatumbo, Norte de Santander y César, pasando de 22 a 93 casos, algo realmente alarmante, más cuando la letalidad pasó al 69.6%.
En un artículo de octubre del mismo año, publicado por el periódico El Pulso y escrito por el médico Conrado Gómez Vélez, especialista en evaluación de proyectos de salud pública y Magíster en estudios políticos, afirma que ante la epidemia de fiebre amarilla se presentó una reacción institucional activa y decidida, pero advierte que siendo ésta una amenaza peor y con ventaja sobre la Encefalitis Equina Venezolana, "al parecer le hemos tomado una confianza palpable en la incapacidad de asombro y de movilización nacional", y reitera: "Es prudente insistir que la fiebre amarilla es una enfermedad inmunoprevenible, que no debería extenderse como lo ha hecho. Su existencia en focos selváticos no excusa su propagación, habilitada por poblaciones sin vacunar en zonas de riesgo, ni siquiera considerando los problemas de orden público. El tránsito de personal por los reservorios de la fiebre amarilla es un hecho conocido, ante el cual deberían existir mejores preparativos. Pero lo que más alarma es la despreocupación en la opinión pública del resto del país distinto del nororiente, que ve en esa región un punto aparte, donde ocurre algo impensable para el interior. Agréguese la tranquilidad de los comunicadores sociales y de los expertos, que no ayuda a construir una comprensión amplia de la ciudadanía". Y en efecto así ocurrió.
Si la alerta por la fiebre amarilla estaba presente en el personal de salud y en el desarrollo de las campañas de prevención y vacunación en zonas endémicas y epidémicas, no lo era así en la comunidad que poblaba otras regiones, para quienes la noticia de la epidemia en Norte de Santander pasó de largo. Aunque los oportunos informes de Sivigila al personal de salud daban a conocer la problemática de las poblaciones flotantes que podrían llevar la enfermedad de un extremo al otro del país y que se incrementa, como es obvio, con las temporadas de vacaciones, la población en general no tenía conciencia del problema, ni de la importancia de la vacunación, ni de las zonas de riesgo o de cómo prevenir el contagio y de cómo, para algunos, su lugar de destino para el descanso podría ser el último.
El día de los inocentes…
En temporada de vacaciones, es usual que la gente se distancie de sus actividades rutinarias, vea poco o ningún noticiero de televisión, escuche menos radio, lea poca prensa y esté menos informada que de costumbre. Además, tampoco es una tradición cultural que la gente, especialmente jóvenes y adultos, se vacunen para visitar, trabajar o vacacionar en lugares exóticos, selváticos o epidémicos. Así que el Día de los Santos Inocentes, el 28 de diciembre de 2003, marcó un momento crucial para muchos ciudadanos colombianos, quienes distantes tradicionalmente de las zonas epidémicas de fiebre amarilla, se metieron en ella sin saberlo y sin vacuna. Ese día, plena temporada alta, el Ministerio de la Protección Social tuvo noticia de los monos muertos por el virus en la Sierra Nevada de Santa Marta, lugar donde se localiza el Parque Tayrona, sitio turístico que para entonces fue visitado por 25.000 turistas, según reportes de la Academia Nacional de Medicina.
El 2 de enero de 2004, la evidencia en laboratorio de dos monos muertos por fiebre amarilla en el Parque Ecológico Los Besotes, cerca de Valledupar, obligó al Ministerio a declarar la emergencia sanitaria. El 13 de enero, a punto de terminarse la temporada alta, el ministro de la Protección Social, Diego Palacio Betancourt, pidió "a los habitantes de los departamentos de Cesar, La Guajira y Magdalena, y a quienes piensen viajar a estos destinos, que se vacunen contra la fiebre amarilla" (Servicio de Noticias del Estado -SNE-). Para el 18 de enero se habían confirmado 11 casos y la muerte de tres pacientes. El 20 de enero, pasada la temporada alta, se ordena el cierre total al público de los parques Tayrona, Sierra Nevada, los Flamencos, Ciénaga Grande e Isla de Salamanca.
La población, incluyendo los que apenas regresan de vacaciones, se dan cuenta de la magnitud del problema y en varias ciudades los medios de comunicación dan a conocer como frente a centros de salud y los hospitales se presentan largas filas, angustias, desórdenes, niños desmayados de cansancio y sol, e insultos al personal de salud por la demanda de vacunas que siendo gratis, impartidas por el Estado, tenían una orientación específica para su aplicación; y por buscarla de forma particular se cobraba entre $20.000 y $40.000, un absurdo, cuando el costo promedio para el gobierno es de un dólar. El gobierno pidió vacunas en el extranjero, Venezuela ya le había donado 500.000 y Colombia había comprado en el 2003 millón y medio de ampollas a Brasil, las cuales se vio obligada a adelantar su remisión por la epidemia y fueron recibidas con ayuda de la Fuerza Aérea Colombiana -FAC- y Ecopetrol, el 24 de enero de 2004.
El 22 de enero, el Ministro Palacio Betancourt reconoció, por fin, oficialmente la epidemia tras 7 muertos y 27 casos diagnosticados. Al otro día, el viernes 23 de enero, la declara controlada con 8 víctimas y 28 casos positivos, lo cual ratifica el lunes 26 de enero de 2004.
Entre pestes y prevenciones
Todo este periplo confirmó lo anunciado con suficiente anticipación por el médico especialista Conrado Gómez Vélez, en su artículo en El Pulso en octubre de 2003. Así lo reconocieron epidemiólogos en la Academia Nacional de Medicina, salubristas y periodistas nacionales: "Las primeras alarmas sobre la posibilidad de un nuevo brote de esa enfermedad en el país se prendieron en octubre en un artículo del periódico El Pulso" ("Piden al Gobierno reasumir control de las campañas de promoción y prevención de la salud pública", El Tiempo, enero 22 de 2003).
Mientras unos reflexionaban, el viceministro de Salud y Bienestar, Juan Gonzalo López Casas, se consideró afectado con el artículo y le envío una carta el 5 de noviembre de 2003 al autor, precisándole datos que para un médico de salud pública son obvios, detallando las acciones emprendidas en la pasada epidemia y aduciendo que las observaciones de Gómez tenían imprecisiones y omisiones. Además, le señaló: "Es cierto que la epidemia de fiebre amarilla en el nororiente colombiano constituye un problema fronterizo, selvático y difícil de atender, pero disentimos enfáticamente de su apreciación de que nos amenace sin preparativos suficientes, o nos haya sorprendido por exceso de confianza o incapacidad de asombro", reiterando que en los municipios críticos la vacunación superó en 160% la población proyectada por el DANE, teniendo en cuenta a las flotantes.
No se alcanza a interpretar qué "fiebre" padecía el viceministro cuando leyó el artículo, porque su autor fue claro al manifestar que frente a la epidemia en el 2003 la reacción institucional fue activa y decidida. Lo cierto es que la historia demostró, este enero de 2004, que las previsiones del médico Conrado Gómez Vélez, especialista en evaluación de proyectos de salud pública, se cumplieron, con sólo un breve repaso a los noticieros y a las publicaciones de prensa de los últimos días. Además, entre los salubristas no es extraño escuchar que tras analizar las epidemias en Colombia y preguntarse dónde están los $400.000 millones destinados a prevenirlas, se concluya que "el sistema de salud pública está fracasando en este país y que ahora corresponde volver a centralizarlo".
Mas para el viceministro: "resulta temerario atribuir al Sistema General de Seguridad Social la problemática de la epidemia de fiebre amarilla descrita, cuando su dinámica responde a factores ecoepidemiológicos y sociales de otro orden", como lo afirma en su carta al médico Gómez Vélez, pero si estas versiones se contrastan con críticas severas de otros sectores, es seguro que los debates serán para largo y muy de fondo. Para la muestra, El Espectador recoge en su artículo "Crónica de una epidemia anunciada" (25 de enero de 2004), la voz del representante del Cesar, Miguel Durán, quien dice advirtió en Congreso al viceministro López Casas del problema de salud pública con la fiebre amarilla y le pidió que tomara medidas y éste "Ni siquiera me puso atención". Siguiendo el análisis de la epidemia, el representante no duda en afirmar que "hubo desidia en el Gobierno y falló el sistema de salud pública del país. No es posible que estemos en emergencia sanitaria por una enfermedad que es del siglo pasado y que es perfectamente prevenible".
El debate será en marzo en el Congreso, y si la gente no olvida, tan rápido como solía hacerlo en otros tiempos, acaso bajo el eco de la secuela triste de la “peste del olvido” que invadió a los personajes de Cien Años de Soledad, será todo un país el que esté en primera fila 6
Fuentes: Periódicos: El Tiempo, El Espectador, El País, La Opinión, El Heraldo, Portafolio, La República, El Pulso. Revistas: Cambio y Semana. Documentos: Pacto por la Salud Pública. Informe Especial Indicadores de Salud 2003-. Páginas web: www.saludcolombia.com; www.presidencia.gov.co; www.col.ops-oms.org; www.minproteccionsocial.gov.co ; Tomado de http://www.col.ops-oms.org/sivigila. Teleconferencia. Fiebre Amarilla, Canal A, enero 21 de 2004.
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