MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 6    NO 75  DICIEMBRE DEL AÑO 2004    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

En esta edición...

El cuerpo también ríe

Tres textos de Bertrand Russell

El cuerpo también ríe
Hay médicos, que además de curar hombres y mujeres de sus dolencias físicas, legaron a la humanidad algo igual de preciado: páginas de literatura memorable que hacen parte de la riqueza espiritual que debemos rescatar del tribunal del olvido. Entre ellos, un gigante, como: sus personajes: Rabelais.
Salomón Castañeda Ceballos Traductor y profesor de idiomas elpulso@lhospital.org.co
En una ocasión le preguntaron a Louis-Ferdinand Céline sobre lo que un médico representaba para él en su infancia. Él, que siempre veía con más claridad que cualquiera respondió: “Simplemente un tipo que venía al pasaje Choiseul para ver a mi madre o a mi padre que estaban enfermos.
Y veía a un tipo milagroso, que curaba, que le hacía cosas sorprendentes a un cuerpo que no tenía ganas de funcionar. Eso me resultaba maravilloso. El tipo me parecía muy sabio. A mi me resultaba absolutamente mágico.”
Ha tenido la literatura, entre sus genios más sorprendentes, algunos que además de la escritura compartían la medicina como profesión. François Rabelais, Louis-Ferdinand Céline, João Guimaraes Rosa, Anton Chejov, William Carlos Williams, Cesar Uribe Piedrahíta, Manuel Zapata Olivella, son apenas algunos de ellos.
De los anteriores, Rabelais y Céline son creadores de una literatura que renueva el decir narrativo, utilizando un lenguaje que surge de las expresiones más populares. Los dos comporten la misma nacionalidad. Si bien están separados por tres siglos plenos de narradores excepcionales, aquellos encuentran en la escritura y en la creación de unos caracteres que siendo cotidianos (independiente de lo irreal que puedan parecer los gigantes de Rabelais), parece que no existieran en esta experiencia compartida que llamamos mundo; aunque cualquiera de ellos podría ser, paradójicamente, una de las tantas personas que a veces encontramos o imaginamos en las calles que recorremos. Los une también su profundo conocimiento del alma y el cuerpo humanos, su profunda solidaridad con ese entorno que vivencian con una mirada diferente. Por ser más contemporáneo, Céline es más difícil de comprender; sus actuaciones durante la segunda guerra mundial, sus odios, sus contradicciones, lo llevaron a perder algo que como escritor tenía asegurado; sin embargo, ahí están sus textos para verificar que tan cierto puede ser esto.
El ingenio de Rabelais
Pero el precursor es, definitivamente, François Rabelais, rey creador de dipsómanos y tragaldabas. Nacido en 1494 en la región de Chinon en Francia, no parecía predestinado a la vida religiosa: entre sus antecesores familiares no había quien hubiese llevado los hábitos. Él se hace monje a los 27 años y es a partir de este momento que empieza a atesorar esa fuente inagotable de conocimientos en muchos campos, que le servirán después en sus actividades como escritor y médico. Ingresa a la orden de los franciscanos en Puy-Saint-Martin en Fontenay-le-Comte. Conoce por esta época a Guillaume Budé, helenista de gran fama, con quien tendrá un importante intercambio epistolar y quien será su amigo, consejero y maestro durante muchos años. Hay un hecho que marca a nuestro personaje, y al que más tarde hará objeto de toda sus iras y burla, aunque de manera velada.
Erudito de las lenguas griega y latina, Rabelais se pone a la tarea de traducir el segundo libro de Heródoto. La Sorbona, que por esa época estaba empeñada en una lucha frontal contra la lectura y el estudio de la Biblia en sus textos originales, hace que sean confiscados los libros en griego que aquel posee; debido a esta situación cambia de orden, ayudado por su amigo el obispo Geoffroy D'Estissac, pasando a los benedictinos en Maizellais. Como antes entre los franciscanos, ahora tampoco es capaz de llevar una vida acorde con la de un monje: detesta los deberes monacales. Decide pasar a ser un clérigo. Es en esta época que empieza a tener contacto con las clases más populares, a aprender de sus costumbres, se hace amigo de los campesinos y conoce su dialecto. Decide que su vida es una vida para el saber y el conocimiento, por lo tanto viaja y estudia incansablemente. En este punto perdemos contacto con él, o al menos es muy difícil establecer sus diferentes desplazamientos y cuales fueron los lugares que visitó. Sabemos que estuvo en Bordeaux, Toulouse, Orleáns y en París. Esto ocurre entre 1528 y 1530.
Ingresó a la facultad de medicina de la Universidad de Montpellier en septiembre de 1530 y recibió el título en noviembre del mismo año. Sobre esto parece no haber muchos datos, algunos dicen que se graduó en menos de dos meses. Para esa época los estudios de medicina comprendían básicamente el conocimiento de la anatomía, la fisiología, la historia natural y la física, se hizo bachiller; también hizo un doctorado en esta misma universidad. Se dedicó a dar conferencias sobre Galeno e Hipócrates.
“La historia de la comprensión, de la influencia y de las interpretaciones que se han hecho de la obra de Rabelais, abarca cuatro siglos. Esta historia es muy instructiva, ya que se imbrica con la historia de la risa, de sus funciones y de su comprensión en la misma época”.
Mijail Bajtin. “La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento”
Para poder practicar la medicina debe renunciar a su hábito de monje, cosa que no había hecho a pesar del disgusto constante. Según las regulaciones monásticas está prohibida la curación, cuando hay que tener contacto con el cuerpo del paciente.
Ya vimos como va especializando sus conocimientos; la manera como va lentamente adentrándose en un mundo al que luego nos guiará.
Pero, hay en Rabelais, un saber que trasciende los demás: su comprensión del alma popular, de la risa. Aquí fue un sabio erudito absoluto. Dice Mijail Bajtin:
“La comicidad medieval no es una concepción subjetiva, individual y biológica de la continuidad de la vida: es una concepción social y universal. El hombre concibe la continuidad de la vida en las plazas públicas, mezclado con la muchedumbre en el carnaval, donde su cuerpo entra en contacto con los cuerpos de otras personas de toda edad y condición...”.
Todo es motivo de burla para Rabelais: sus estudios, su conocimiento de la anatomía. Diseca numerosos cadáveres. Era además profundo conocedor de hierbas, bálsamos y emplastos de toda índole.
En el libro segundo, capítulo XXX, de “Gargantúa y Pantagruel”, nos narra como curaron a Epistemón, a quien le habían cortado la cabeza de un tajo. Panurgo le prometió a Pantagruel que lo traería de nuevo a la vida:
“Lavó muy bien con buen vino blanco el cuello, y después la cabeza, y espolvoreó ambas cosas con polvos de diamerdis que llevaba siempre en uno de sus bolsillos. Después los untó con no sé qué ungüento, y unió vena con vena, nervio con nervio, vértebra con vértebra, a fin de que no quedara cuellitorcido, ya que él odiaba mortalmente a esa gente. Hecho esto, diole quince o dieciséis puntos de sutura para que no se le cayera la cabeza al levantarse. Después, puso alrededor un poco de ungüento al que llamaba resucitativo.
Después Epistemón empezó a respirar, después abrió los ojos, después bostezó, después estornudó, después lanzó un gran pedo.
Entonces Panurgo exclamó:
-¡No hay duda de que ya está curado!”
François Rabelais legó al espíritu universal tres personajes que hacen parte de un referente que es continuo en materia de humor: Gargantúa, Pantagruel y Panurgo. Éste último al momento de presentársele al segundo, lo hace hablándole en lenguas diversas, todas ellas que estaban convirtiéndose en el vehículo comunicativo de sus respectivos países.
Muchos gigantes bonachones pueblan las historias que nos dejó el genio de Rabelais, que gozaron e hicieron reír a los franceses durante sus carnavales medievales.
Él logra para la lengua francesa, convertirla en una de las más importantes de Europa. Dados sus conocimientos de otras lenguas, utiliza en sus textos toda la fuerza de los dichos, de la sabiduría popular, de la burla como medio para acceder al conocimiento de un conglomerado que se perdía en los rostros de la cotidianidad de la Francia del siglo XVI.
Adentrándonos en sus textos encontramos la risa como centro del universo que construye. Nunca da tregua al humor ni a la sátira cuando se trata de desmitificar, de lacerar, en parte, los ídolos que se van encumbrado sin darnos cuenta. Cualquier situación puede ser cómica: la muerte, que deja de ser un misterio, el nacimiento, el dolor, la alegría, la religión y sus representantes, el niño que está en la esquina temblando de miedo y de otras cosas.
Hace quinientos diez años aproximadamente nació este que habría de convertirse, con sus historias y sátiras, en un estandarte del respeto y el aprecio por la vida, en un admirador de la sabiduría popular y en un sabio de todo aquello que emana de la naturaleza, bastante compleja, del ser humano.
 
Ocioso lector
Tres textos de Bertrand Russell

Bertrand Rusell, tercer conde de Russell (1872-1970), filósofo, matemático y escritor británico, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1950. Su énfasis en el análisis lógico repercutió de forma notable en el curso de la filosofía del siglo XX.
Sus primeras lecciones de matemáticas las recibió cuando apenas contaba con once años; desde estos años ya eran notorias su precocidad e inteligencia. Su primer mentor fue su hermano Frank.

Misticismo y lógica y otros ensayos
El siglo XIX, que se jacta de la invención de la máquina de vapor y de la evolución, podría derivar su fama con más justo título del descubrimiento de las matemáticas puras. Esta ciencia, como otras muchas, fue bautizada mucho antes de que hubiese nacido; y por esto nos encontramos con escritores que antes del siglo XIX aludían a lo que llamaban matemáticas puras. Pero si se les hubieran preguntado que significaban estas, tan solo hubiesen podido decir que consistían la aritmética, álgebra y geometría, etc. En cuanto a lo que estos estudios tenían de común, y en cuanto a lo que los distinguía de las matemáticas aplicadas, nuestros antepasados estaban en la más completa oscuridad.

Las matemáticas puras fueron descubiertas por Boole, en una obra que él llamó Las leyes del pensamiento (1854). Esta obra abunda en aseveraciones que no son matemáticas, debido al hecho de que Boole era demasiado modesto para suponer que su libro era el primero jamás escrito sobre las matemáticas. Estaba también equivocado al suponer que estaba tratando de las leyes del pensamiento; la cuestión de cómo la gente piensa era completamente insignificante para él, y si su libro hubiese contenido
realmente las leyes del pensamiento, era curioso que nadie hubiese pensado jamás en semejante camino antes. Su libro concernía de hecho la lógica formal, y esta es lo mismo que las matemáticas.
El estudio de las matemáticas
Respecto a toda forma de actividad humana, es preciso formularse de cuando en cuando esta pregunta: "¿Cuál es su propósito y su ideal? ¿En que manera contribuye a la belleza de la existencia humana?" Respecto de aquellas ocupaciones que contribuyen solo remotamente, proveyendo el mecanismo de la vida, es conveniente recordar que no solo ha de desearse el mero hecho de vivir, sino el arte de vivir en la contemplación de las grandes cosas. Aún más respecto de aquellas profesiones que no tienen ningún fin por fuera de sí mismas, las cuales han de justificarse, en algún modo, como una aportación a la suma de las posesiones permanentes del mundo, es necesario mantener vivo un conocimiento de sus objetivos, una clara visión prefigurada del templo en que la imaginación creadora ha de encarnarse.
¿Qué podemos hacer en bien del mundo mientras vivimos?
Muchos hombres y mujeres desearían servir a la Humanidad, pero están perplejos y su poder parece infinitesimal. La desesperación se apodera de ellos; los que tienen las pasiones más fuertes sufren más por el sentido de su impotencia y están más propensos a la ruina espiritual por falta de esperanza. En tanto que creamos solamente en el inmediato futuro, no es mucho lo que podemos hacer. Es probablemente imposible para nosotros terminar con la guerra. No podemos destruir el excesivo poder del Estado o de la propiedad privada. No podemos, en estos momentos y entre nosotros, llevar una nueva vida a la educación. En estas materias, aunque podemos ver el mal, no podemos curarle por entero por medio de ninguno de los métodos políticos ordinarios. Debemos reconocer que el mundo está gobernado con un espíritu erróneo y que un cambio de espíritu no puede venir de un día a otro. Debemos poner nuestras esperanzas en el mañana, tiempo en que lo que se piensa hoy por unos pocos sea el pensamiento común de muchos. Si tenemos valor y paciencia podemos pensar los pensamientos y sentir las esperanzas porque, más pronto o más tarde, serán inspirados los hombres, y la debilidad y el desaliento se convertirán en energía y ardor. Por esta razón, lo primero que debemos hacer es ser claros en nuestras propias mentes, en cuanto a la clase de vida que creemos buena y a la clase del cambio que deseamos en el mundo.
 



Arriba

[ Editorial | Debate | Opinión | Monitoreo | Generales | Columna Jurídica | Cultural | Breves ]

COPYRIGHT © 2001 Periódico El PULSO
Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su titular
. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved