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| Reflexión del mes |
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Las condiciones en que se desliza
la vida actual hacen a la mayoría de la gente opaca
y sin interés. Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno
de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el
océano de la vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras
aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante interés
para ser comunicados a los demás, a no ser que se exageren
y se transformen. La sociedad va uniformando la vida, las
ideas, las aspiraciones de todos
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El mar. Las inquietudes de Shanti Andía
Pío Baroja
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| Una visión desde Guatemala |
| Ley
100 en Colombia: Gran paso a mejores índices de salud
y reducción de inequidades |
| Mario Morán - servicios
de Salud de Guatemala elpulso@elhospital.org.co |
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El gran cambio realizado en Colombia con la expedición
de la Ley 100, fue fundamental en la transformación
de la visión en la atención de los servicios
de salud y ha traído un componente innovador que es
fomentar la equidad. Este cambio necesitó
de hombres visionarios que tomaron decisiones sumamente críticas,
que sabían que tendrían muchas dificultades
y muchos detractores, y sobre todo, que no serían la
panacea, pero que estaban conscientes de la urgencia de hacer
algo para transformar un sistema de salud que ya estaba obsoleto
y que minaba los recursos que se destinaban para salud, sin
la obtención de cambios en los índices de salud
y manteniendo la brecha de inequidad entre los diferentes
sectores poblacionales colombianos.
La descentralización de los servicios de salud en Colombia
ha sido un gran paso, que permite que los gobiernos departamentales
y municipales se responsabilicen de las acciones de salud
de su jurisdicción, y que teóricamente le den
participación y responsabilidad a la propia comunidad
organizada. Esto último se oye bonito pero generalmente
no se hace efectivo, por muchos intereses de los que gobiernan.
Por otro lado no olvidemos, que el proceso de descentralización
no es tampoco toda la solución por sí sola,
pues se presta para el desvío de recursos de un programa
a otro, de acuerdo con los deseos de los gobernadores y alcaldes
municipales, y otro gran enemigo que se llama corrupción.
Las Empresas Sociales del Estado (ESE) y las redes de servicio
que se han conformado, han sido otro aspecto innovador en
este proceso de cambio que ya lleva diez años. Entendemos
que ha tenido muchos problemas para su funcionamiento, en
el tipo de pacientes que atienden, en la responsabilidad con
que los atienden o los desvían a otras prestadoras,
en la calidad de atención que se brinda (cuando muchas
personas no saben que es calidad de atención, y que
con el solo hecho de que los atienda personal de salud ya
creen que eso es calidad). Otro aspecto a no olvidar por su
importancia, es el régimen de subsidiados, que crece
cada día y cuyos beneficiarios demandan asistencia.
En suma, aunque los problemas son muchos, se aprecia que se
avanza en su resolución y en el fortalecimiento del
sistema, sin olvidar que un fin importante, tanto ó
más que modificar los índices de salud, es la
reducción de la inequidad en los grados de atención
en salud a la población colombiana.
En Guatemala soñamos con la transformación del
sistema de salud, a uno que como el de ustedes disminuya la
inequidad y permita algún día tener salud de
calidad para todos los guatemaltecos, pero tendremos que esperar
muchos cambios trascendentales como los que han atravesado
ustedes, empezando por una verdadera descentralización,
por lograr que los escasos recursos sean bien utilizados,
por hacer eficiente al Seguro Social y por lograr una estrategia
como la de Colombia. O lograr la transformación de
la atención de la salud al estilo de Costa Rica, que
dejó al Ministerio de Salud como ente rector y conductor
de políticas de salud, y todo el modelo de atención
a la Caja del Seguro.
Colombianos: Crean en su sistema, que aún con todos
los problemas que puedan afrontar, aparece como el mejor para
lograr las transformaciones que se proponen.
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Bioética
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El paciente, el diagnóstico
y el médico
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Ramón
Córdoba Palacio. M D.
Tanto para el médico como para el paciente y los parientes
de éste es un deber, una exigencia natural, que aquél
comunique al enfermo el diagnóstico y el pronóstico
cuando su condición no implica situaciones graves y
no le discuten este deber, más bien se lo reclaman.
Otra cosa sucede cuando el diagnóstico es el de una
enfermedad grave, de mal pronóstico, que amenaza la
vida; entonces, a veces, se quiere escamotear al paciente
el derecho de conocer su situación existencial y al
médico el deber, uno de los fundamentales de su misión,
de comunicar al paciente el resultado de sus investigaciones
y de ayudarlo a aceptar y a vivir dignamente dicha situación.
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Para dilucidar lo correcto en esta discusión debemos
preguntarnos: ¿a quién pertenece el diagnóstico?
¿A quién debe informar el médico, en
primer lugar, el resultado de sus investigaciones sobre el
estado clínico patológico de una persona, incluyendo
el diagnóstico y el pronóstico? El diagnóstico,
el pronóstico y el tratamiento hacen parte fundamental
del acto médico, de aquella comunicación confidencial
entre el paciente y el médico y, lógica consecuencia,
es aquél quien debe recibir en primer lugar las conclusiones
a que llegó éste, según su honesta actividad.
Más aún, el diagnóstico, el pronóstico
y el tratamiento están protegidos por el secreto o
sigilo médico, pues hacen parte esencial de la intimidad
del paciente, de la confidencialidad entre éste y el
médico y, por lo tanto, es el paciente, como dueño
absoluto de dicho secreto, quien debe indicar con quien desea
compartirlo. Esta decisión del paciente es un acto
de consentimiento idóneo, de ejercicio de su autonomía,
y el médico no puede éticamente darlos a conocer
a nadie sin su expresa autorización. Solamente si hay
evidencia de que el paciente realmente está incapacitado
para decidir -edad, trastornos mentales, etc.-, puede el médico
revelarlos al representante legal de aquél.
No es de buen recibo que los parientes traten de privar al
paciente del derecho fundamental de conocer adecuadamente
su condición clínico-patológica y de
optar autónomamente por el futuro de su existencia.
El paciente que sufre una enfermedad grave -catastrófica-
de pronóstico oscuro, tiene el derecho y el deber de
conocer el futuro de su existencia, hasta donde sea humanamente
predecible, para todo lo que considere pertinente determinar
espiritual, familiar, social, económicamente, etc.,
y es el médico, por su preparación académica,
el sentido humano de su vocación, y por haber recibido
implícita o explícitamente el requerimiento
de cooperar plenamente, in solidum, en la dilucidación
de su estado clínico patológico, quien debe
comunicarle las conclusiones de su estudio y, obligación
primaria, ayudarle a aceptarlas con todas sus implicaciones
y a vivir dignamente esta etapa de su vida. Ninguna persona
debe éticamente interferir en estos derechos y deberes,
solamente el mismo paciente en uso idóneo de su autonomía
puede exigirle al médico no revelarle su diagnóstico,
pronóstico y tratamiento. Tampoco debe el médico
aceptar que se limite su deber de informar a quien es el dueño
absoluto de dichas conclusiones y sin más se le despoje
del deber de ayudar al paciente a aceptar y a vivir dignamente
su condición existencial, como lo dijimos antes. Esta
es una de sus obligaciones esenciales, difícil de cumplir
pero de las más nobles y enaltecedoras de su misión:
«Porque el médico debe saber curar al enfermo,
pero también debe saber acompañarle humanamente,
cuando las posibilidades de la actividad terapéutica
han llegado a su límite», enseña Laín
Entralgo.
Ahora bien, no basta decir que el médico tiene el deber
de comunicar al paciente el diagnóstico y el pronóstico,
sino que en este acto -momentáneo o prolongado-, como
en todas sus otras actuaciones, tiene la obligación
ética de «favorecer, no hacer daño».
La pregunta no es quién debe comunicar al paciente
el diagnóstico y pronóstico de su padecimiento,
pues racionalmente nadie duda que sea el médico, sino
cómo y cuándo debe éste cumplir esta
siempre angustiosa tarea. Su preparación académica,
el conocimiento que debe tener del paciente en su totalidad
-no sólo de su fisiopatología-, su formación
humana y su prudencia, deben orientarlo. De nuevo volvamos
a las enseñanzas de Laín Entralgo: «[...]
el médico debe decir al paciente toda la verdad que
convenga a su bien natural (el logro de su salud) y a su bien
personal (el destino último de su existencia, tal como
sus creencias lo entiendan); por tanto, toda la verdad que
sea capaz de soportar. Pues bien: según la experiencia,
el moribundo es el enfermo más capaz de soportar toda
la verdad; incluso la pide en ocasiones, si se sabe leer en
su mirada y en sus silencios». Noble y dificilísima
obligación que recae ineludiblemente sobre el médico
que aceptó por libre elección del paciente,
o por imposición del sistema, ser el cooperador in
solidum de la óptima realización de su existencia,
incluyendo la etapa de terminación biológica.
Cumplirla adecuadamente requiere una sólida formación
humana, ética, un verdadero amor por el paciente -la
amistad médica- y por la misión que se nos encomienda
como médicos 6
Nota: Esta sección es un aporte
del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-
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