MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 15    No. 187  ABRIL DEL AÑO 2014    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

 

Reflexión del mes
“Señor, las tristezas no se hicieron
para las bestias, sino para los hombres;
pero si los hombres las sienten demasiado,
se vuelven bestias”.
Miguel de Cervantes Saavedra
Corrupción atenta
contra institucionalidad,
imagen de marca y dignidad

William Álvarez Gaviria, Otorrinolaringólogo - elpulso@elhospital.org.co
Aprovechar por sus propios forjadores una posicionada institución con todo e imagen de marca, es relativamente inercial. No se requieren cálculos complejos, ya que los frutos surgen por sí mismos cuando se actúa eficiente, copartícipe e íntegramente para construir y desarrollar una institución (1), cuyas dependencias e imagen de marca, vía dicha sinérgica labor y Buen Gobierno Corporativo, se posicionaron en una normatividad legal y con muy buenos niveles de reputabilidad y competitividad.
En contraste, aprovecharla en beneficio particular y no del bien común (colegiado, corporativo, nacional, etc.), requiere de deseos por el bien ajeno, o sea de envidia o codicia, tanto como de confusas argucias para lograrlo. Respecto de lo primero sabemos que en general los humanos, gravitando en el temor al mañana, deseamos lo ajeno, por lo que para inhibir tal desacierto requerimos de concertaciones que deben ser llevadas a cabo por todos los comprometidos. Concertaciones que pasarán por alto aquellos cuyos oscuros propósitos están orientados a aprovecharse de quienes den la oportunidad.
Para llevar a cabo sus planes parten precisamente de lo que el término “envidia” etimológicamente evoca: invidere = no ver. Y es que no ven incorrecto su codicia, ya que fuera de atenuar con esto la ansiedad que ella conlleva, la conciben y pregonan como el “todo vale en la ley del más fuerte” del otrora capitalismo salvaje. No ven que el sistema económico como la gestión estatal y corporativa en todo el orbe evolucionó mediante firmes regulaciones al respecto, por lo que tampoco experimentan desazón alguna por el detrimento que a los demás y al entorno ocasionan.
Afortunadamente tal corrupción no es la regla. No obstante, puede presentarse en cualquier institución y, más aún, en aquellas conformadas por unas mayorías indiferentes y/o con la visión centrada en su quehacer, por necesidad, convicción o inopia, lo que les convierte en presas fáciles a esquilmar.
Por esto, y pese a que aprovechar por sus forjadores una posicionada profesión o institución con todo e imagen de marca (marca país, corporativa, colegial, etc.) mediante la estrategia del valor compartido (2) es relativamente inercial, sí que amerita de gran esfuerzo para salvaguardarla. Máxime que la principal amenaza institucional hoy no es tanto la competencia, ya que el buen nombre a esas alturas marca un atributo diferenciante a sus copartícipes. Y tampoco es la mengua de usuarios o clientes, ya que cuando se alcanzó tan buen posicionamiento estos son cautivos y perciben la imagen de marca como un estilo de vida, grata experiencia y/o sentido de pertenencia.
Principal amenaza para las empresas: la corrupción
La principal amenaza, sobre todo en empresas de servicios o en las dirigidas por líderes incapaces de movilizar a sus copartícipes a gestionar retos de impacto, es, además de la indolencia y falta de compromiso dentro de la institución, la corrupción (externa o interna) de unos pocos.
Corrupción generalmente llevada a cabo por quienes, a más de codiciosos y perspicaces, saben que sus empleos (3) y desempeño no dependen tanto de sus propios atributos, como de su astucia para valerse y lucrarse de los demás. Tal corrupción se consolida proporcionalmente a la des-institucionalización fundacional normativa, desde donde manipulan a su antojo el conocimiento, trabajo y erario comunitario así como las dependencias y marca corporativa, impidiendo el desarrollo organizacional y haciendo que el interés monopolista y particular prime sobre el general.
Extrapolando lo anterior, se deduce que lo primero que debe hacerse para gestionar una posicionada corporación y su imagen de marca para el bien de sus forjadores es: no dejárselas expoliar. Por eso lo más importante es desenmascarar a los usurpadores y conocer cómo confabulan para actuar en consonancia y mancomunadamente, y mantener siempre en alto la consigna de que la dignidad humana responde fundamentalmente a no dejarse alienar ni aprovechar unilateralmente de otros (4).
Recordar que estos defraudadores (individual o grupalmente) ávidos del bien ajeno, parten por lo general acumulando un mayor capital monetario, accionario o intelectual, para ir contando con el poder que dicho capital otorga y así sustraer la mayor tajada de los botines burocráticos y económicos. Al mismo tiempo se involucran o asocian con otros (directivos o no) con iguales intereses, para apiñar fuerzas de votación y poder arrasar en comicios, plenarias o asambleas; pese, incluso, a que muchos de esos otros saquen mejores tajadas (entre compinches no se pisan… se prorratean lo usurpado).
Seguidamente, ya jueces y parte, afianzados en cómplice reciprocidad en el poder y gozando por ello de cierta inmunidad a las contravenciones que su aleve gestión conlleva, montan una campaña de persuasión para dar a entender que por el hecho de asistir con un mayor costo, actitud o devoción y, dado de pronto el caso, corrido riesgos al principio y avalado sus servicios, merecen a más de subvenciones y remuneraciones excesivas, cargos para repartir y los derechos a subcontratar y a la marca corporativa.
Para tal, entre otros y mediante diferentes medios, recurren a publicidad engañosa o a certificaciones (ilegítimas o no), que utilizan además para que no se sepa que el alto posicionamiento institucional alcanzado ha sido principalmente debido al cualificado y comprometido esfuerzo de sus forjadores y al buen equipamiento y erario corporativo (erario público en el caso gubernamental). Y a sabiendas de que, mucho más que la certificación, lo que imprime hoy el atributo diferenciante y la sostenibilidad institucional a largo plazo, es saber gestionar copartícipemente retos impactantes (5).
Toda esa artimaña, además de amparada por lacayos y por cambios de nombre (6), o estatutos y concertaciones leoninas suscritas y ratificadas por ellos y para sí mismos, la efectúan mediante una estrategia a cuentagotas que comprende: conocer a sus víctimas más que éstas a sí mismas; propiciar el beneplácito ilusorio de éstas apelando a emociones, sofismas, dádivas y festejos distractores; recurrir al descrédito de los denunciantes; y hacer sobredimensionar y empeñar indebidamente la infraestructura corporativa, así como distorsionar resultados y consecuencias.
Luego, para amortiguar los déficits y el barullo así generados, y finiquitar con broche de oro, estos desleales y corruptos individuos asisten la entrega o transferencia de las instituciones a otras gobernanzas (monopolios, fondos de capital de riesgo, multinacionales, países, etc.). Gobernanzas que también utilizarán para paliar sus propias contravenciones(7), y, dado el caso de no amortiguación de déficits, las secuelas por venir (al mismo tiempo que las facultan para que puedan entrar en libre connivencia con ellos).
Consolidada la anterior estratagema, lo que deviene para estos embarulladores es, a esas alturas, similar al aprovechamiento solidario de una posicionada marca por sus forjadores; es decir, expedita. Así, usurpar la imagen de marca o ADN corporativo (el mayor activo de una institución), ya les es tan asequible como el haberse aprovechado, entre otras, de la mano de obra y del conocimiento de los forjadores y copartícipes de los costos de mercadeo, equipamiento, administración e impuestos que han costeado tanto para acceder a usuarios y captar e intercambiar recursos, como para desarrollar institucionalidad.
Dichos oportunistas viven pues, como cepas virales a expensas del ADN de los hospederos. Y más aún cuando han originado un ambiente tóxico generador de hormonas de estrés en todos los implicados, incluido ellos mismos, y por tanto han llevado a una mayor vulnerabilidad (diferente de las instituciones saludables, cuya carga compartida de deberes y valores y de hormonas de felicidad crean un clima favorable y productivo hasta para el entorno).
Por ello, para que cualquier institución con una consolidada marca o ADN corporativo siga adelante y beneficie a todas sus partes, y acorde al esfuerzo de cada una y sin detrimento del buen capital político direccional, es fundamental deber y derecho: participar en toda decisión en que la institucionalidad esté comprometida, así como desenmascarar y tratar a los corruptos y abusadores de poder como tales. Y más aún cuando la voracidad de éstos va dirigida en última instancia al entorno, que constituye el ambiente donde actuamos y sobrevivimos, y donde aspiramos que lo sigan haciendo las generaciones por venir.
Asimismo y como tratamiento complementario que no debe pasarse por alto en bien de la institucionalidad, la marca y de todos sus co-asociados, es en la dignidad humana (aquella que no puede perderse en ninguna persona e instancia) donde también está facultada la oportunidad y el derecho de rehabilitación hasta para los mismos corruptos (8), con todo y lacayos. Y recordar que para evitar las patologías del poder se debe además practicar, entre otras, las siguientes reglas de Buen Gobierno: limitar el período de las directivas, contratar auditores capacitados y sin conflictos de intereses, reforzar los comités administrativos con personas competentes e independientes, y propender por su diversidad y Educación Administrativa Continua.
Notas:
1. Institución (lo instituido o fundado: nación, corporación, colegio profesional, gremio, empresa, equipo, etc.): Concepto identificado con la búsqueda de intereses particulares pero cuya consecuencia es un bien común. La institucionalidad es mayor en cuanto menos distorsiones haya en sus regulaciones. En el ámbito científico (colegios profesionales), su principal finalidad es velar y defender el prestigio de los colegiados y de la profesión. En el ámbito socioeconómico es regida por normas que equilibran intereses de organizaciones, gobernantes, ciudadanos, administradores, acreedores, accionistas, empleados y el entorno.
2. Valor y Esfuerzo compartido que combina el lucro con el bienestar social y ambiental. Y no sólo porque sea lo más rentable y ético, sino porque de ello depende la sostenibilidad empresarial (Porter).
3. Jefes gubernamentales, ministeriales y empresariales, directivos, asesores y grupos de negocios intra e interinstitucionales (particulares, dependencias, contratistas, gestores, laboratoristas, anestesiólogos, etc.)
4. Tan inalienable es la dignidad humana que nadie puede ser esclavizado, ni siquiera por voluntad propia o por contrato. Ninguna persona o grupo debe beneficiarse aprovechándose unilateralmente de otros (Kaizen o MCCT empresarial).
5. Lo que caracteriza a un verdadero líder, cuya voluntad obedece a planteamientos más integradores y éticos. En el caso de gobernaciones corresponde a un estadista que es quien, además de crear estatidad o capacidad de internalizar identidad colectiva (entre otras, apoyándose en imágenes de marca generadoras de pertenencia), hace del Estado un instrumento al servicio de la Nación.
6. Así tenemos en Colombia el cambio de nombre de Empresa Promotora de Salud por Gestora de Servicios de Salud.
7. Abuso, fraude, despojo, cohecho, tráfico de influencias, contratación encubierta, nepotismo, administración desleal, felonía, soborno, insider-trading, culpa in vigilando, etc.
8. El desafío de cualquier directiva se resume en saber aumentar y manejar su poder simultáneamente con el de la institución, y a la vez conseguir que ese poder no corrompa y sea proactivo corporativamente sin que su bienestar riña con el de los demás.
 
Inseguridad asfixiante
Ramón Córdoba Palacio, MD
Es abrumadora la inseguridad que se apoderó de nuestro país: asesinato de un joven médico en Medellín por robarle su vehículo, asesinatos para robar celulares, uso de perros para facilitar el delito, cifras oficiales de pocos delincuentes detenidos y sancionados, etc. En otras palabras: estamos a merced de los criminales, y poco, muy poco protegidos por quienes deben brindarnos seguridad, por quienes deben cuidar de nuestra vida y de nuestros bienes.
Para el común de los ciudadanos se plantean dos interrogantes igualmente graves: incapacidad de quienes tienen el deber de protegernos o corrupción de estos estamentos.
Un Estado que permite el asesinato de inocentes, de seres en condición de indefensión -el aborto y la eutanasia-, ha perdido la autoridad moral para combatir el crimen en cualquiera de sus manifestaciones, y como consecuencia natural, éste se apodera ufano de toda manifestación social.
El respeto por la vida y la dignidad del ser humano no puede ser parcial, necesariamente para ser efectivo tiene que ser total, sin ningún resquicio que permita evasiones, subterfugios, distinciones, etc., porque estos son elementos que propician la corrupción incontrolable.
Nos acostumbramos a vivir en medio de la falta de honradez, del crimen que corroe fatalmente la vida nacional, de la putrefacción que brota como algo natural en algunas altas esferas del Estado porque personal de instituciones creadas para evitarla no cumplió su deber sino que, peor aún, la fomenta para beneficiarse económicamente de ella. Infortunadamente algunos medios de comunicación que habitualmente proclaman a los cuatro vientos noticias sin duda importantes, pero no de la gravedad y magnitud de ésta, guardan hoy un ominoso silencio o una discreta parquedad al respecto.
Nuestros niños y nuestros jóvenes carecen de la brújula que los oriente a la realización del bien, entendido como sumo respeto por la vida y la dignidad intrínseca del ser humano desde la concepción hasta su muerte natural, y del mal para evitarlo a toda costa.
¿Tendremos en algún momento un cuerpo legislativo capaz de poner término a esta corrupción con medidas justas, pero que no sean “reyes de burla”?.
 
  Bioética
Ser médico, ¿una profesión digna?
Ramón Córdoba Palacio, MD
Nunca en la historia de la medicina se había presentado una crisis como la que hoy vivimos, gracias a la corrupta, por decir lo menos, Ley 100. Inclusive cuando quienes ejercían la profesión médica eran civilmente verdaderos esclavos, con patrones reconocidos, fueron siempre acogidos, respetados, acatados. Actualmente no sólo es la profesión más desprestigiada, como todas las del área de la salud, sino que muchos de aquellos que obtuvieron honestamente su título de “Médico”, se ven obligados a ser simples amanuenses

de gerentes, médicos o no, que sólo les permiten escribir lo que ellos consideran conveniente para su personal beneficio o el de su empresa: es decir, les suprimen el derecho de pensar, de razonar, inherente a su condición humana.
Más aún, al desprestigio se suma la agresión física, a veces con lesiones de alguna gravedad. No se considera al médico como persona honesta, digna de ser respetada, sino como un posible criminal que debe pagar los errores y horrores que la Ley 100 trajo consigo al convertir la atención al paciente en negocio, al enfermo mismo en mercadería.
El periódico “ADN” del jueves 13 de febrero de 2014 en Medellín, en la página 3 denuncia «Agresiones a personal médico una constante. […] Los episodios de agresiones físicas y verbales al personal médico que atiende en los hospitales y unidades intermedias de la ciudad, son constantes. Así lo denuncian médicos y enfermeras de las diferentes salas de urgencias, quienes cada vez más son víctimas de insultos, amenazas y hasta golpes, por la intolerancia y la impaciencia de los usuarios».
Y continúa: « […] A finales de enero, dos ambulancias fueron atacadas con piedras, dejando a un conductor herido en su cuello y los vehículos fuera de servicio». El odio de estos vándalos les impidió pensar que esas ambulancias podían ser un elemento importantísimo para salvar la vida de ellos mismos o de un ser querido: mamá, hijo, cónyuge, etc.
¿Qué responsabilidad cabe a los médicos? Algunos encontraron que es más cómodo aceptar el destino del burócrata que la lucha por la dignidad de su profesión; otros, ante la perspectiva del fracaso, prefirieron la inercia, el “dejar hacer”; unos cuantos encontraron un escudo que cubriera su ineptitud científica o humana para cumplir adecuadamente su misión. Los celos profesionales y la incapacidad de renunciar a beneficios egoístas evitó la formación de un frente común capaz de demostrar los perjuicios que la Ley 100 tiene para los pacientes en primer lugar, para el ejercicio honesto de la medicina en segundo lugar, y para oponerse con éxito a su implantación.
Infortunadamente son tantos y tan valiosos los intereses económicos que la citada Ley permitió acumular a las instituciones que creó y a sus dueños, que la abolición de la misma se constituyó en problema mercantil de tal envergadura que, por decir lo menos, impide a muchos de nuestros legisladores apreciar el atropello a la intrínseca dignidad humana de los pacientes y de los médicos, pero primordialmente de los enfermos, y les hace olvidar que en cualquier momento ellos o alguno de sus seres queridos puede requerir del médico.
En Colombia, donde la corrupción ha permeado las clases dirigentes y las dirigidas hasta el punto que comprar y vender conciencias, seres humanos, etc., se convirtió en pan nuestro de cada día y se le ha dado visos de honestidad, de decencia, de inteligente aprovechamiento, a estos criminales desmanes. Las Academias de Medicina, las Facultades de Medicina, las asociaciones de profesionales que aún estamos plenamente convencidos de la inherente e intrínseca dignidad del ser humano por su calidad de tal, por su condición de “ser humano”, tenemos el ineludible deber de proclamarlo a los cuatro vientos, en forma oportuna e inoportuna.
Félix Martí Ibáñez, nos enseña: «Pues “ser médico” es mucho más que ser un mero dispensador de píldoras o un carpintero médico que remienda y compone carnes y almas rotas. El médico es una piedra angular en la sociedad humana y un intermediario entre el hombre y Dios» (“Ser Médico. MD en español”. Abril de 1975).

NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
 

Maestro, ¿qué es eterno?

La corrupción electoral: os votos no aparecen, votan los muertos y no aparecen los votos de los vivos, anulan votos mal anulados, los jurados no saben contar sino los votos de su partido, los candidatos no se respetan, compran y venden como en plaza de mercado, le venden el alma al diablo y están untados de todo… hasta de mermelada… Los comicios no son peleas de buenos y malos, sino de malos y peores. ¡Pobre democracia, pequeño saltamontes!

 
 











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