La mayoría de las propuestas de los candidatos a
la Presidencia de la República en materia de salud
y seguridad social en 2014, no son más que bonitas
y bien intencionadas. Todas ellas comparten un catálogo
de buenos propósitos y se identifican ciertamente
en los principios filosóficos de un sistema garantista
de derechos. De ninguno de esos programas se puede decir
que no invoque el bienestar común, la salud de la
gente, el acceso a la atención con equidad, calidad,
seguridad y oportunidad. Todos parten incluso de diagnósticos
relativamente acertados y persiguen sus fines utilizando
caminos distintos. Pero su común denominador es el
caer en una enumeración de acciones y políticas
no siempre coherentes ni viables.
El resultado de esos enunciados son programas reformistas
más o menos moderados, los cuales al no plantear
un remezón radical, un revolcón total que
permita construir un ordenamiento de salud nuevo de los
pies a la cabeza, propician el mantenimiento del actual,
proponiendo ajustes tímidos, parciales, superficiales.
Con excepción de una propuesta, la de Clara López,
las demás (de Juan Manuel Santos, Oscar Iván
Zuluaga, Enrique Peñalosa y Marta Lucía Ramírez),
admiten la continuidad del sector privado en el modelo de
aseguramiento en salud, si bien reconocen las aberraciones
cometidas y la necesidad de afinar la rectoría del
Estado para combatir esos males en el futuro.
No obstante, casi ningún candidato presidencial se
atreve a poner en serio como baluarte la defensa del mandato
constitucional, ni a descalificar radical y valientemente
a las aseguradoras particulares, las mal llamadas Empresas
Promotoras de Salud -EPS-. ¿Promueven ellas la salud
del usuario o la rentabilidad de sus negocios? Parece que
a los aspirantes a la jefatura del Estado les diera miedo
enfrentar su enorme poder. Línea de conducta explicable
en un entorno político electoral, en el cual los
grupos económicos que representan esas aseguradoras
también financian las campañas.
Es muy fácil hablar de inspección, vigilancia
y control, de amarrarse el gobierno los pantalones, de brindar
atención con equidad, calidad y oportunidad, de flujo
ágil de recursos y de medidas de salvación
para los hospitales, en la calenturienta época pre-electoral.
En este contexto, las promesas circulan con asombrosa facilidad,
incluso en los sectores gobernantes, ex gobernantes o colaboradores
con la gestión oficial, que tuvieron tiempo más
que suficiente para hacer lo que no hicieron y de nuevo
lo prometen de manera irresponsable.
Otros en cambio, se acostumbraron a la prédica de
un programa, a decir verdad, coherente, progresivo, justo
y orientado al cambio profundo del sistema de salud. Programa
que sus promotores saben que no ejecutarán, anquilosados
como están en su caparazón ideológica
y en su aislamiento social, que les impide construir una
política de alianzas inteligente y agresiva, para
crecer e incidir en la salvación del país.
Así, los unos cosechan los jugosos guarismos electorales
que proporciona el poder económico y político;
los otros se resignan a obtener los mismos 500.000 voticos,
como diría Pacheco. Digamos todos, con el Padre García
Herreros: Dios mío, en tus manos colocamos
este mandato que ya pasó y la salud que no llega.
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