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Botero en Medellín,
abril de 2012. Foto: Rodrigo Peláez
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Fernando
Botero y el
Viacrucis de
la humanidad
Hernando
Guzmán Paniagua - Periodista - elpulso@elhospital.org.co
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Colombia,
el mundo y sus alrededores, aparecen en los cuadros y esculturas
de Fernando Botero. Sus pinceles y cinceles cuentan esa historia
de venturas y desventuras. Si Dios creó el mundo en seis
días, Botero lo ha recreado en 80 años.
Pocos artistas han narrado como él la historia del arte,
citando en sus cuadros y esculturas a los más nobles
exponentes. Si algo caracteriza al maestro antioqueño,
el artista vivo más cotizado del mundo, es su valentía
para romper paradigmas estéticos sempiternos, y abrir
caminos al arte y para gritar con la fuerza de su pincel y con
el peso de sus estatuas, la historia de Colombia y del mundo,
mitad dicha y mitad horror. |
Fernando Botero nació
en Medellín en 1932, condenado a plasmar la odisea violenta
de un país convaleciente de la Guerra de Los Mil Días
y en vísperas de la Guerra con Perú, mientras
Juan David, su hermano mayor, había nacido en 1928, año
de la masacre de las bananeras. Su casa de estilo Art Decó,
con una gran biblioteca dedicada a la Revolución Francesa,
quedaba en el céntrico barrio Boston de Medellín,
en Mon y Velarde con Caracas, un sector permeable a la cultura
y a la política, donde fue vecino del poeta Ciro Mendía,
del músico Carlos Vieco Ortiz y del pintor Rafael Sáenz.
A éste lo recuerda, de regreso a Medellín, a sus
80 años: Él era hermano de un tío
político mío, una vez me criticó duramente
unas acuarelas que le mostré. Cuando aterrizaban
los primeros aviones de la Scadta en el viejo campo de aviación
de Las Playas, su padre David Botero era agente viajero con
una recua de mulas que recorría los caminos de Antioquia.
De su patria chica, muchos años después, dirá
el artista: Pinto el Medellín de los años
treinta, una ciudad muy pequeña y provinciana, con una
arquitectura homogénea. Un lugar que tenía una
presencia aplastante del clero (
). Todo era como si le
pusieran a uno un show inevitable delante de los ojos. Era una
especie de micro-cosmos latinoamericano. Una pequeña
república donde el alcalde era el presidente y el obispo
el Papa. Había de todo
Además estaban las
montañas al fondo, un colorido extraordinario, una vegetación
maravillosa.
Su rebeldía bien pudo comenzar con su expulsión
del colegio de los jesuitas, por publicar un artículo
sobre Picasso, a quien la Compañía de Jesús
acusaba de deformar la figura humana. El maestro recuerda cuando
monseñor Félix Henao Botero lo echó sin
justificación de la Universidad Pontificia Bolivariana:
Ahora yo le quité el colegio: el antes llamado
Félix Henao, hoy se llama Fernando Botero.
En una entrevista en Medellín, yo le pregunté
por una obra suya para títeres titulada La seducción
del ángel de la guarda, donde Doloritas,
la protagonista, queda encinta de su ángel custodio,
y tiene un niño que llega a ser Papa, con el nombre de
John Jairo Primero. Botero despachó así la cuestión:
Esos fueron simples pecados de juventud. Pero la
vena literaria no le ha sido esquiva. Se sabe que uno de sus
catálogos incluye cinco cuentos escritos e ilustrados
por él, fruto del aburrimiento en un mes que pasó
en cama con gripe.
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Su madre Flora Angulo
fue una hábil modista. En Las Costureras la evoca. Su
abuelo Jesús Angulo fue uno de los fundadores del Club
Unión, su tía Enriqueta escribió tres novelas
y el médico Luciano Restrepo Isaza, esposo de su tía
María, trajo a Medellín el símbolo de la
Cruz Roja. Entre paseos al Bosque de la Independencia, a Envigado
en tranvía y a Enciso a pie; entre el Circo España,
el Hipódromo San Fernando, el Teatro Junín y los
conos de la pastelería Santa Clara, Fernandito soñaba
con ser pintor. "Yo era el mejor de la clase para dibujar
-refirió en reciente conversatorio con el director de
El Tiempo, Roberto Pombo- y mis cuadernos de zoología
eran fantásticos".
Un compañero suyo guardó uno de esos cuadernos
y años después le pidió que se lo firmara.
Empezar a pintar era como ser el bobo del pueblo,
dice hoy el maestro. Sus tías le aconsejaban: Pinte
los domingos, pero entre semana dedíquese a trabajar.
Y nunca olvidará el día que le dijo a su mamá
que iba a ser artista, y ella le respondió: "¡Fantástico!
Pero se va a morir de hambre". Así parecía
cuando en 1951, pintando en Tolú, la falta de dinero
para comprar telas lo obligó a pintar en las sábanas
de la cama.
Autor y protagonista
Con el pincel y el cincel, Fernando Botero es autor
y protagonista de sus relatos visuales, en momentos claves del
arte en todas las épocas. Por ello, el octogenario artista
reivindicó en Medellín la pintura en sus componentes
esenciales, única forma de lograr la perennidad del oficio,
y volvió a fustigar efímeras tendencias del arte
contemporáneo: Tengo unas convicciones tan profundas
sobre el arte, que es difícil que cambie de idea, y a
los 80 años más difícil.
Al inaugurar su obra Viacrucis: la pasión de Cristo
en abril pasado en el Museo de Antioquia, dijo: No se
puede reemplazar la pintura con manifestaciones que tienen que
ver más con el cine, la televisión, el teatro,
los videos y las instalaciones. La pintura existe y tiene que
existir. Hay muchos artistas porque hoy en día ser artista
puede ser muy fácil: poner 500 vasos juntos, ya es una
instalación; una extravagancia, multiplicar, es una de
las formas más fáciles del arte contemporáneo.
No se puede pretender, como algunos artistas, que la pintura
murió y la reemplazaron los videos. Así se estableció
después de Marcel Duchamps, pero eso no reemplaza la
pintura como expresión de formas y colores en una superficie
plana; es arte, pero no es pintura.
Frente al facilismo actual, afirmó: La atención
prestada a la técnica a través de los siglos,
nos permite ver frescos de hace 500 ó 600 años
en perfecto estado; Tiziano se demoró diez años
para terminar un cuadro
.
En 27 óleos y 34 dibujos, Botero retomó la Pasión
cristiana, tema obligado en los siglos XIII y XIV, y hoy casi
abandonado, y reivindicó su postura: Nadar contra
la corriente. Dijo el pintor: Lo hice con un espíritu
de gran respeto, sin elementos satíricos; me referí
al hombre más que a Dios, no hay aureola tras de su cabeza,
lo pinté como a un dios que ha sido torturado.
Así, anotó, registra una historia que pasa por
los frescos de Giotto en la Basílica de San Francisco
de Asís y en Padua, la obra del beato Angélico
y las imágenes de la verdadera cruz de Piero della Francesca.
La única referencia a la divinidad de Cristo: el ángel
que vuela encima del sepulcro, fue la necesidad plástica
de poner un rojo; un pintor abstracto lo pondría en cualquier
parte, uno figurativo requiere un pretexto lógico.
Confesó que no acostumbra visitar los Viacrucis: Para
estas obras, me tuve que leer otra vez el Catecismo del padre
Astete. El año pasado, cuando las pintaba, declaró
en Méjico: Siempre persiste en el cerebro la idea
de Cristo como idea de Dios. Como artista, no la puedo aceptar,
y agregaba: La Iglesia ha inventado muchos mitos alrededor
de Cristo y la Virgen, y admitió: Dudo de
muchas cosas. Ello no lo inhibe para pintarse junto a
Cristo, y otros personajes: No es una extravagancia mía:
obedece a una tradición de aparecer los artistas en escenas
de la vida de Jesús. Así actuó Masaccio
en un fresco de la capella Brancacci de Florencia y otros pintores
que se autorretrataron al lado de Cristo: de lambones será
,
comentó Botero.
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El Viacrucis del hombre
Hernando
Guzmán Paniagua - Periodista - elpulso@elhospital.org.co
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| Ese pincel radical del maestro
Fernando Botero encuadró su Cristo crucificado en pleno
Central Park de Nueva York, ante la mirada indolente de los
transeúntes y de la urbe deshumanizada, donde inauguró
el Viacrucis: Posiblemente -advirtió Botero- el
sitio menos propicio, porque es una sociedad completamente secular,
donde la gente no piensa más que en los negocios.
Y concluía: Que de pronto le traigan a Cristo es
lo opuesto a todo lo que significa y hace Nueva York, ciudad
que hoy es una apología del vicio. |
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Las cruces boterianas las carga
el hombre de hoy, por ejemplo en los 50 cuadros y 10 dibujos
de la prisión de Abu Ghraib, donde los esbirros del imperio
torturaron a los prisioneros iraquíes. Botero, quien
dice ser adicto a la información, expresó en su
momento: "Como a todo el mundo, me escandalizó aquella
barbarie, sobre todo porque se supone que Estados Unidos es
un modelo de compasión". Como sal en la herida,
parte de la muestra se expuso en el Museo de la Memoria y los
Derechos Humanos de Chile, escuela de la represión. Mártires
del hoy, como ayer Jesús, cuyos verdugos en el Viacrucis
no son soldados romanos sino gendarmes de kepis y bolillo. Temática
que prosigue en 67 obras expuestas en Sevilla (España)
en 2008, sobre torturas, secuestros y violencia en Colombia;
en Un consuelo, a un torturado lo conforta la figura
alegórica de la muerte. Es algo tan desgarrador como
La masacre de los inocentes, y otras de la violencia
guerrillera y paramilitar, el sicariato, Pablo Escobar, los
carros-bomba, buitres posados sobre un arrume de cadáveres
,
la historia colombiana como un eterno viacrucis, que nos recuerda
la frase de Borges: La felicidad no necesita ser transmutada
en belleza, pero la desventura sí.
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| Igual maestría
denotan ese martirologio y la vida cotidiana. Una ironía
y humor sutiles se deslizan en obras como Familias, La siesta,
Los bailarines, El circo, Naturaleza muerta colombiana, la tauromaquia,
viaje nostálgico a su infancia para la investigadora
española Nubia Yaneth González y a su frustrada
afición que no pasó de la escuela taurina de Aranguito
en La Macarena. Los exuberantes desnudos y otras figuras humanas
rinden homenaje a sus mentores y reviven las visitas al Museo
del Prado, situado justo frente a la pensión donde se
alojaba Botero, para estudiar a Goya, Tintoretto y Tiziano. |
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Este recorrido vital sigue en
los Adanes y Evas, El baño, Los jugadores de cartas,
en Leda y el cisne, sensual recreación del
mito griego; su Mona Lisa con el paisaje andino al fondo; en
homenajes a artistas y autorretratos como el de Botero disfrazado
de Velásquez, y en su Cena con Ingres y Piero della Francesca,
otra acertada inserción de personajes y objetos en contextos
espacio-temporales ajenos, una paráfrasis paroxística
para el curador Conrado Uribe Pereira. De esta tendencia es
su díptico Luis XVI y María Antonieta en visita
a Medellín, Colombia, así como sus motivos eclesiásticos,
en los cuales ve Nubia Yaneth González una religión
tan omnipresente como los personajes y objetos cotidianos, la
música, bodegones, manos y animales.
La visión nostálgica de la época dorada
de la prostitución en el barrio Lovaina de Medellín,
se instala en La casa de Amanda Ramírez, La casa de María
Duque, La casa de Ana Molina, Casa de las mellizas Arias o La
muerte de Ana Rosa Calderón, imagen congelada de un sonado
caso de policía. Son mujeres libres de lascivia, más
maternales que fatales, para Vargas Llosa. |
Expresión
de un afecto mayúsculo es el Pedrito Botero,
la obra que más quiere y aprecia Botero, y que recuerda
a su hijo de cuatro años, muerto en accidente automovilístico.
A mis 80, sigo aprendiendo
Uno nunca termina de aprender a pintar. A mis
80, sigo aprendiendo, admite Botero. Para él, colgar
su Viacrucis en Medellín era un poco seguir pintando,
para que las figuras quedasen mirando en la dirección
justa. En reciente conversatorio, el director de El Tiempo,
Roberto Pombo, le preguntó si al mirar alguna obra suya
sentía el impulso de ponerle algo faltante. Botero contestó:
"No, a veces, quisiera tomar un cuchillo y romper algunas".
En Medellín La Gorda de Botero es referente urbano
y punto de encuentro de novios y amigos. Gertrudis,
la gordita de Cartagena, de quien dicen que fue sirvienta del
maestro, es ídolo de novios y esposos, quienes la tienen
descolorida de tanto tocarle las nalgas y los senos para ser
fecundos en el matrimonio. |
En los años 80 yo
le pregunté al maestro Botero -como todos-, por
la gordura de sus figuras. Me habló de la voluptuosidad
de la forma, constante en la historia de la pintura.
Vargas Llosa ve en esa volumetría un matiz de sensorialidad.
Peter Sloterdijk, filósofo alemán, la asocia
con lo esférico: No hay vida sin esferas.
Necesitamos esferas como el aire para respirar: nos han
sido dadas, surgen siempre de nuevo donde hay seres humanos
juntos.
Hoy dice Botero: "Yo me he preguntado por qué
ese interés mío por los volúmenes,
que ha sido de toda la vida. Talvez fue porque no tuve
padre y salieron esas formas así fuertes, como
imágenes de paternidad". |
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Ajeno a dogmatismos estéticos,
sin retórica, el artista reviste a sus personajes religiosos
de condición humana: Obispo perdido en el bosque, Viaje
al Concilio Ecuménico, Obispos bañándose
en un río, Sacerdote reclinado, Paseo por la orilla del
lago, monjas y madres superioras. Juntos lo humano y lo divino,
una monja tiene en una mano el Rosario y en la otra una taza
de café, y hay madonas coronadas con calabazas: La Virgen
con el Niño, Nuestra Señora de Nueva York, Nuestra
Señora de Colombia, Exvoto con la bandera
nacional de fondo, un Niño Jesús vestido de marinero
y con Fernando Botero como un devoto que reza de rodillas a
la madona, aprisionado por la serpiente infernal (deudas que
tenía por la época y que supuestamente pagaría
con el dinero del premio de la Bienal 1970 que le entrega la
Virgen).
En este discurso visual, el poder político, eclesiástico
y militar van unidos: Arzodiablomaquia, Narrativa de la vida
de un santo, Monseñor, Cardenal de pie, Arzobispo, El
Nuncio, La familia presidencial, Paseo presidencial, El presidente,
Ministro de Guerra, El presidente y la primera dama, Dictador
tomando chocolate, El hijo del dictador o Junta militar.
Nubia Yaneth González, apoyada en Marta Traba, señala
un paralelismo entre Gabriel García Márquez y
Fernando Botero, alrededor del realismo mágico, patente
en un surrealismo sui generis, normalizador de la fantasía,
donde las cosas parecen verdad aunque no lo sean; en sus
papeles de cronistas que descubren la realidad y recurren a
personajes hiperbólicos, en una desmesura que redimensiona
lo grotesco. En cada obra de esa historia plástica del
arte y la vida, descubrimos cada día cosas nuevas de
un artista que sigue siendo igual. "Soy frenético,
radical, sectario, lo que sea". Este es Fernando Botero
Angulo, quien a sus 80 quiere seguir joven "¡Exactamente!
-precisa él-. Hasta los 90" |
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