MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 12    No. 153  JUNIO AÑO 2011    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

 

¡Y pitó la olla!

Jorge Luis Jiménez Ramírez - Abogado

Ha sido tema de titulares de prensa en las ultimas semanas, la defraudación al Estado por parte de las Empresas Promotoras de Salud (EPS), en razón del cobro de servicios no prestados a la comunidad, tutelas inexistentes, cobros sin derechos, inversiones por fuera del sistema de salud, y todo esto fundamentado en una normatividad compleja, confusa, profusa y difusa, que facilita estos procederes de actores dominantes en el Sistema General de Seguridad Social en Salud.
A partir del momento en que se eliminó la diferenciación entre prestadores y aseguradores del proyecto de ley que terminó siendo la Ley 100/93, se inició todo un calvario para los pacientes, quienes fueron sometidos a muchos intermediarios para poder acceder a la atención en salud. De otro lado, las limitaciones al médico tratante para la formulación de medicamentos o prescripción de exámenes diagnósticos y tiempo para dedicarle a la atención del paciente -en un abierto beneficio para los aseguradores-, hacen que el paciente cada vez se torne en el actor menos importante del modelo de salud colombiano, donde se puso por encima de la vida y el bienestar, los rendimientos económicos de los accionistas de los aseguradores.
Nuestra Carta Constitucional en su artículo primero define a Colombia como un Estado Social de Derecho, fundado en el respeto a la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que lo integran, y en la prevalencia del interés general. Pero este principio filosófico fundamental ha quedado en letra muerta, pues llama la atención como no es sólo el sector salud el que hoy está en el centro del escándalo: éste ha llegado a otras áreas como la construcción, donde se habla de carruseles en la contratación, o la misma justicia donde se conoció que fiscales negociaron procesos en contra de una comunidad y en beneficio de delincuentes peligrosos para la sociedad. No sin razón el ministro Juan Luis Londoño en su momento, hablaba que Colombia era un país mentalmente enfermo.
Hoy la autoridad está deslegitimada, las normas legales se han acomodado para el beneficio del más fuerte. Las leyes se han estatuido en Colombia para reglamentarlas y no para cumplirlas, y en este ir y venir, la comunidad sufre de desamparo; y el acudir a la administración de justicia para que desate un conflicto es casi imposible, por la tardanza en la solución de los mismos, y la forma sigue prevaleciendo sobre el Derecho.
Este escándalo que apenas comienza en el sector salud, debe hacer reflexionar al Legislador sobre hasta cuándo se va a dejar de último al paciente.
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