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Carrasquilla. Foto familiar: cortesía
Adolfo Arango Montoya.
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El escritor
es el único espanto que no sabe a quién le sale,
decía Don Tomás Carrasquilla en La Marquesa de
Yolombó. Talvez, a fuerza de espantarnos, resucite tras
150 años de olvido el padre de la novela moderna en Colombia,
el hombre que creó con su palabra un mundo llamado Antioquia,
que nunca buscó el prestigio y que al final de su vida
se describió simplemente como un anciano ciego
y tullido.
Otto Morales Benítez defiende su vigencia al decir: Le
negaron valor universal en Bogotá por utilizar regionalismos:
¿Por qué no alegaron lo mismo de Shakespeare o
de D.H. Lawrence?. Ese contrapunto de paz en un mundo
de conflictos como califican algunos hermeneutas la obra de
Carrasquilla, es otra gema de mil visos; su compleja personalidad
literaria obliga a analizar aspectos muy puntuales, a saber:
los elementos góticos de su escritura, el paralelismo
de los personajes de Don Tomás y El Quijote de Cervantes,
básicamente alrededor de La Marquesa de Yolombó,
y el sentido de identidad cultural y política en el autor
sesquicentenario.
Lo gótico paisa
José Andrés Quintero, profesor de la Facultad
de Teología, Filosofía y Humanidades de la Universidad
Pontificia Bolivariana, encuentra ciertos rasgos góticos
en Carrasquilla: la exploración de lo siniestro, lo oscuro,
la aparición de la muerte, los pequeños personajes
heroicos, lo que trasciende el lenguaje de lo racional, muy
ligado con el mundo de lo místico, y por otra parte la
estrecha relación de los personajes con el entorno, con
la naturaleza, con el macrocosmos, con el toquecito especial
del autor que es el humor, que por ejemplo hace de la muerte
una caricatura. Como lector de los sucesos estéticos
de Antioquia y del mundo, conoció ese romanticismo gótico
y pintó un personaje, parodia de Lord Byron. Hay ciertos
rasgos medievales que viajan estéticamente en los cuentos
de Carrasquilla. Si uno coge autores propios del género
gótico, por ejemplo Nathaniel Hawthorne, Flaubert, Bram
Stocker, sus personajes ven mucho el entorno, sus sentidos juegan
un papel esencial, todo lo describen desde la sensación,
hay un juego de colores y matices que conlleva una gran riqueza
del lenguaje. Don Tomás se caracteriza por esto mismo:
es un escritor muy pulido, sus personajes se caracterizan ellos
mismos. |
Afiche de la exposición conmemorativa
Tomás El Mago, en la 21a Feria Internacional
del Libro en Bogotá, abril de 2008.
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Y agrega: Aunque no prescinde del
aspecto simbólico, en el prólogo de las Obras
Completas de Bedout, Don Tomás critica a los modernistas
y a ciertos escritores latinoamericanos que trataban de hablar
como europeos, los acusa de escribir 'como señoritas'.
En él todo es muy bello, juega a los símbolos
y metáforas, con la diferencia de que no lo hace como
figura retórica, sino mostrando la relación
del hombre con un mundo que habla por medio de señales
que entrañan un misterio. Algo que también estudia
Alejo Carpentier en los nuevos cronistas de Indias, cuando
habla de lo mágico maravilloso que en América
Latina se convierte en algo tan cotidiano como la resurrección
de Melquíades en Cien Años de Soledad.
Desarrollando los conceptos del profesor Quintero, vemos ese
universo gótico de Carrasquilla en el retrato del mundo
colonial de La Marquesa de Yolombó, que se nutre de
la polícroma descripción de lo mágico-religioso,
del sincretismo cristiano-africano-demoníaco y la profusión
mítica. El autor señala en esta obra que en
los pueblitos antioqueños de Zaragoza y Remedios, eran
esas ceremonias seudo-religiosas otras tantas meriendas de
negros: unos carnavales, más del Congo y de Angola
que del lugarón más atrasado de la Madre Patria.
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Un
mundo donde los terribles genios del África no
dejan en paz a los negros, donde sus nombres se traducen
al castellano y se mezclan con las deidades indígenas,
y donde habita lo más ínclito de su corte
infernal y selvática ; un monte pleno de arcanos
donde conviven los dioses negros, los duendes y brujas criollos,
la Patasola y la Madremonte, un ámbito mágico-religioso
del más puro barroquismo, que el autor llama cuartel
de soldados del demonio.
Por esa simbiosis del bien y el mal, un negro de La Marquesa
dice que Dios para castigar al Diablo, lo pone, en algunas
ocasiones, a hacele el bien a la gente, qu´es como ponelo
en penitencia. Y el autor cuenta que a Doña Bárbara,
ni San Antonio ni la Santa de su nombre, le pudieron conseguir
un novio adecuado, porque cuando Dios no quería,
los santos y el Diablo nada podían. La negra Sacramento
la convence para que consiga un amuleto o ayuda
diabólica y no obstante, exclama: ¡Válgame
el Santo Cristo de Zaragoza, mi Amita! y agrega: Los
Ayudaos ni tan siquiera conocemos al Diablo, ni an de vista,
ni a ningún espíritu malino. Coexisten el
virtuoso Padre Lugo y el cura Garrido que bebe, juega, fornica,
blasfema y al final huye con los vasos sagrados, porque, la
absolución lo mesmo vale de cura santo que de cura pícaro.
Junto a las misas piadosas está la misa sacrílega
típicamente goliárdica de Martín y sus
compinches: En el Orate Frates y el Dominum Vobiscum creen
oír palabrotas; en el Kyrie y en el Gloria un latín
que entienden, no de modo muy santo, y en la prédica
se revelan los amores ilícitos del pueblo. La Semana
Santa de Martín en la mina con crucificado real, alegoría
del negro como víctima propiciatoria del poder colonial,
ilustra esa poética del sufrimiento, propia de la escritura
gótica. A Don Sabas Arellano lo arrastra El Uñetas
al medio día, después de perder el habla
y la conocencia, y la Semana Santa de Yolombó era
una orgía para unos, una diversión para
otros. |
| Para el crítico
Jaime Mejía Duque, esa religiosidad ritualista
y estrecha, los niños y mujeres posesos,
los vértigos piadosos de Dimitas Arias o
Bárbara Caballero al final, bien merecen el apelativo
de barrocos. José Andrés Quintero acota como elemento
gótico de Carrasquilla, el lenguaje de la transgresión,
que para Foucault es una característica de la literatura
moderna, y explica: Peralta (En la diestra de Dios
Padre), encarna la transgresión del orden dantesco de
mundo supralunar e infralunar, cielo-tierra-infierno; los dones
que recibe como gracia de Jesucristo vuelven un caos el orden
establecido, donde no hay poderes opuestos sino de mutua dependencia.
O sea: ¿cómo sabemos la existencia del día?
Gracias a la noche. ¿Y del bien? Gracias al mal.
Un personaje de La Marquesa dice: Los dados tienen 6 caras
y hay que verlos por todas 6. |

Fernando González llamaba a Carrasquilla, el
Tolstoi de los colombianos. Aquí ambos en una
foto en 1935. Colección Casa Museo Otraparte.
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Y déjese
de pecados, que sin ellos no habría religión.
Por pecados vino Nuestro Señor Jesucristo a redimirnos,
y agrega: Cuando la religión tiene tanto jabón
y tanto lavadero, es porque hay mucha ropa sucia. ¿No
es una herejía la sentencia de Peralta a la muerte: Date
descanso, viejita, hasta que a yo me dé la gana, que
ni Cristo con toda su pionada te baja de esa horqueta?
¿No cuestiona las nociones cristianas de pecado, virtud,
premio y castigo esto: la muerte se había muerto,
y ninguno volvió a misa ni a encomendarse a Dios?
O esto de La Marquesa: Ahora sí pues -exclama Liborita-,
no volvamos a rezar ni a confesarnos: desde que el diablo se
volvió cura, fue porque el infierno se acabó?
El profesor Quintero señala: La caricatura de la
muerte es la concepción de la inmortalidad en el mundo
tangible y la creación del mundo carnavalesco, también
muy propio de la cultura popular del Medioevo.
La reencarnación perpetua de 33.000 millones de almas
(En la Diestra de Dios Padre), más afín al hinduismo,
al budismo, al taoísmo o a credos africanos, que a la
tradición judeo-cristiana ortodoxa, pese a sus conceptos
del limbo y el purgatorio, muestra el sincretismo religioso
del mundo de Carrasquilla. En La Marquesa de Yolombó,
esa idea reaparece en alusiones como: Le parecía
unas veces que los micos se iban a volver cristianos; y otras
veces, que los cristianos iban a volverse micos. ¡Si no
eran ellos una brujería muy enredada, viniera Dios y
se lo dijera!. Expresiones como: En Yolombó
no agonizaba nadie sin que El Malo apagase las velas benditas,
remarcan ese sincretismo, como también la discusión
teológica sobre Las Cruzadas al Santo Sepulcro: Si
no están en él los huesos del Señor, no
me parece tanta pérdida.
El Ánima Sola, con ese purgatorio eterno por un crimen
atroz, es una variante de esta metempsicosis. Cuento atípico,
tiene todos los elementos del gótico clásico:
personajes desmesurados, el confinamiento en las mazmorras del
castillo, los muertos que espantan, la monja que se levanta
del catafalco en un sombría iglesia. Para José
Andrés Quintero, es otra forma de la muerte en
vida, la agonía como castigo, salida vampírica,
muy dentro de lo gótico; es llamativo que Dios tenga
que crear un tercer infierno, y éste sea la tierra.
Carrasquilla somos nosotros
De la primera letra a la última, Tomás
Carrasquilla es paradigma de autenticidad y de identidad cultural.
En carta a Max Grillo, decía: Yo sueño con
un 20 de julio literario. ¿Cómo no? Independencia
absoluta de todo país extraño y... ¡que
vengan los pacificadores!. Así reivindica un estilo,
un pueblo, un territorio. Tal es el sentido de la diatriba contra
la España colonial y su defensa del negro, del indígena,
del mulato y del mestizo. El Maestro de Santo Domingo nos mostró
quiénes somos nosotros. Narcisa, criada de la Marquesa,
es de un negro tan fino y tan lustroso, de formas tan
perfectas, de facciones tan pulidas, que parece tallada en azabache,
por un artista heleno. El blanco de esos ojos y los dientes
rutilan en esa obscuridad. Hay policromía barroca
en la descripción de los bailes negros como el mapalé.
La negra Procesa describe así el dúo de soprano
(Narcisa) y contralto (Bárbara): ¡Esas sí
son tonadas! La negra canta delgadito y la niña grueso,
lo mesmo que un hombre. Y ái verá: eso dos cantidos
empatan de lo más precioso. La comida es otro rasgo
de identidad en el viejo Carrasca; así, el chocolate
lo muelen los ángeles con canela de la gloria,
bajan a hervirlo y a batirlo y ponen en su espuma todos los
tornasoles del iris. Su aroma se difunde: es el incienso al
Dios Paladar.
Clama contra los chapetones, a quienes les parecía
que matar a un cristiano de por aquí, era lo mismo que
echarle bala a un animal del monte, o como matar
una comadreja o un alacrán, al decir de La Marquesa.
La crueldad de Martín es de raza, porque todo español
es cruel: España es grande por guerras y conquistas,
que no son sino crueldades. Y como si fuera poco: La
religión de los blancos es muy cómoda: para ellos,
oprimir; para los negros, dejarse oprimir.
De todo lo bueno que puede hacer uno, después de
muerto, lo mejor será espantar hartísimo, sobre
todo a la gente que no lo quiere a uno, dice el viejo
Carrasca, esa alma en pena, que sólo leyendo sus obras
como novenario, resucitará gloriosa. Si no, será
una sombra como la de la Marquesa, que aparece en noches de
luna, después un poco vaga; al fin, de ningún
modo, porque las sombras de los muertos también mueren
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| Ocioso
lector |
| Don Quijote y La
Marquesa |
WiVeo en Don Quijote
de Cervantes y en Doña Bárbara (La Marquesa de
Yolombó) un interesante paralelo, resultante de la multiformidad
barroca que plasma el autor paisa, y de esas obsesiones
vitales de sus personajes que analiza Kurt Levy. La obsesión
por la lectura y la escritura que contagia Bárbara a
todo el pueblo, la califica Carrasquilla como epidemia:
Se escribe en el suelo, en la pared, en puertas, con chuzo,
con carbón, en tablas, en mesas, en guascas de plátano,
en hojas de chagualón y en pencas de cabuya. Doña
Bárbara delira al aprender a leer y escribir: ¡Dios
mío, qué hermoso era el saber! Su Majestad no
podía desearle la ignorancia ni aún a esos judíos
que habían crucificado a Nuestro Señor.
Doña Bárbara encarna la versión femenina
de Don Quijote; curiosamente, su apellido es Caballero, como
caballero es el Hidalgo, y no es gratuito que la llamen la
caridad andando.
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Su bondad casi ingenua la lleva a socorrer a
los necesitados y hasta a quienes no lo son, lo mismo que el
Ingenioso Hidalgo, a desfacer entuertos, a arreglar
todo en su entorno. Bárbara cree en la nobleza más
como cualidad intrínseca del alma, que como cédula
real. Ella y los demás personajes de Carrasquilla son
quijotescos por sus obsesiones vitales: los guían ideas
fijas y poderosas. Como Don Quijote, Bárbara tiene una
pasión casi insana por los libros, por el conocimiento,
y si no lee tantos como él es por ser mujer, que por
heroica proeza aprende a leer y escribir.
También, ambos idealizan al objeto de su adoración:
Don Quijote a su Dulcinea que no es tan bella como él
cree, Doña Bárbara a don Fernando de Orellana
que no es noble, gallardo ni honrado como se imagina, sino un
truhán. Con igual devoción que Don Quijote, Doña
Bárbara espera eternamente al caballero digno de merecerla,
un Marquesón de chupa bordada y espadín,
como se lo figura Doña Gregoria.
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El Hidalgo y La Marquesa, héroes
frustrados, nunca recibirán el justo reconocimiento
por sus buenas acciones, el triunfo fáctico del mal
sobre el bien remarca la bondad intrínseca del ideal
caballeresco, en un juego dialéctico de contrarios.
La frecuencia de amores infelices en los personajes de Carrasquilla,
es para Jaime Mejía Duque el reflejo literario de las
épocas narradas en la provincia.
En Don Quijote y Doña Bárbara, la locura realza
la insularidad de la virtud. Don Quijote va de la locura a
la cordura; Doña Bárbara, de la plena cordura
a la demencia total: a la Marquesa la ha sepultado Dios
en la locura para resucitarla a la santidad, dice la
novela.
Se identifican en el amor exaltado por la libertad. La Marquesa,
que libera a sus esclavos y condena expresamente las leyes
injustas con los negros y venales con los crímenes
de los blancos, nos recuerda el discurso de Don Quijote al
liberar a los galeotes: La libertad, Sancho, es uno
de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra
la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como
por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el
contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a
los hombres.
La soltería de Don Quijote y Bárbara es condición
de héroes que privilegian el bien colectivo sobre la
dicha personal y reflejo del culto a la libertad. Peralta
también rehúsa casarse, pues le sobra prójimo
con la pobrecía, y no menos reacio al matrimonio fue
el Autor.
El paralelismo se extiende a los escenarios histórico-novelescos
de Cervantes y Carrasquilla; en ambos están las galeras
del Rey de España, la Inquisición, los curas
y malandrines. El bandido Ginés de Pasamonte (Don Quijote)
no difiere mucho de su tocayo Ginés, secuaz del vil
Don Fernando de Orellana, burlador de La Marquesa.
El quijotismo de los personajes de Don Tomás es además,
herencia paterna: ¿No es Quijote un escritor que aporta
un millón de pesos, a fines del siglo XIX, a la campaña
liberal de Aquileo Parra, en contra de la Regeneración
de Rafael Núñez?
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