Recientemente la
cultura del juego y las apuestas se justifica dentro de nuestras
ciudades como una puerta de entrada de ingresos y con una gran
excusa, la de crear empleo; esto, sin mirar lo que puede desencadenar
este tipo de negocios en nuestro entorno. Es importante entonces
iniciar una búsqueda de las consecuencias sociales de
este tipo de diversión, y más específicamente,
del riesgo que se tiene de crear una cultura dependiente del
juego u otras sustancias, como ya hemos vivido. Si hoy la violencia
es parte de nuestra historia, no olvidemos quienes fueron sus
promotores y como lo lograron.
Caso de la metanfetamina
De quien estamos copiando o aprendiendo siempre debe
ser uno de los puntos a analizar; hoy en Estados Unidos se presenta
un nuevo reto, especialmente en estados del oeste, sur y centro.
Allí encontramos laboratorios caseros o cocinas
productores de una de las sustancias de moda en este país,
denominada metanfetamina (Meth), la cual es derivada de la anfetamina
y se extrae comúnmente de la efedrina o pseudoefedrina
que se encuentra en muchas medicinas. Para su producción
se utilizan otras sustancias químicas tales como acetona,
yodo, ácido hidroclórico, amoníaco, litio,
fósforo rojo, ácido sulfúrico y tolueno.
El uso de estas sustancias toxicas y volátiles pueden
cambiar el entorno alrededor, desde un olor similar a la orina
de gato o la emisión de gases tóxicos que pueden
causar una explosión, según lo afirma el Montana
Meth Project.
En la calle se conoce por muchos nombres como "anfetas",
"meta" y "tiza" en español ("speed",
"meth" y "chalk" en inglés). El clorhidrato
de metanfetamina consiste de pedazos de cristales transparentes
parecidos al hielo, que se pueden inhalar fumándolos.
En esta forma se conoce como "hielo", "cristal"
y "vidrio" en español ("ice", "cristal",
"glass" y "tina" en inglés). Me atrevería
a compararlo en nuestro medio con el bazuco.
Este estimulante sintético es altamente adictivo y compromete
como muchas otras drogas psicoactivas, los centros del placer.
La metanfetamina libera altas cantidades de dopamina a nivel
cerebral, teniendo influencia sobre el estado de ánimo,
el movimiento y el placer; cuando se usa en dosis repetidas
produce una reducción de dopamina y serotonina: como
consecuencia, el placer inicial se pierde, llevando a un mayor
uso de la misma droga.
La metanfetamina se consume por vía oral, intranasal
(inhalando el polvo), intravenosa (inyectándosela), pulmonar
(fumándola) o introduciéndola analmente. Su período
de acción puede durar entre 6 y 24 horas. Inmediatamente
después de fumarla o inyectársela el individuo
experimenta una sensación intensa llamada "rush"
o "flash" en inglés, que dura apenas unos pocos
minutos y que al parecer es sumamente placentera. El uso oral
o intranasal produce euforia, es decir, un estímulo que
no llega a la intensidad del "rush". Los usuarios
se pueden convertir en adictos en poco tiempo, usándola
cada vez con más frecuencia y en dosis mayores.
El compartir jeringuillas cuando se usa la vía intravenosa
aumenta el riesgo de contraer hepatitis y HIV, además
que el aumento de sexo sin protección es frecuente en
las personas adictas a la metanfetamina. Inicialmente se da
el deseo sexual y el aumento en la capacidad sexual, pero finalmente
estos efectos disminuyen con su abuso; después de un
tiempo, la incapacidad de lograr un orgasmo es común
en personas adictas a la metanfetamina.
Las acciones del sistema nervioso central que resultan del consumo
incluso de pequeñas cantidades de metanfetamina incluyen
prolongación del estado de vigilia, mayor actividad física,
disminución del apetito, aumento de la frecuencia respiratoria,
hipertermia y euforia. Otros efectos sobre el mismo sistema
nervioso incluyen irritabilidad, insomnio, confusión,
temblores, convulsiones, ansiedad, paranoia y agresividad. La
hipertermia y las convulsiones pueden producir la muerte.
La metanfetamina aumenta la frecuencia cardíaca y la
presión arterial, y puede causar daño irreversible
a los vasos sanguíneos en el cerebro, resultando en accidentes
cerebro-vasculares. Recientemente, en un estudio publicado en
el mes de abril en Archives of General Psychiatry, se reportó
que el abuso de anfetaminas está asociado con un aumento
del riesgo de accidente cerebro-vascular hemorrágico
5 veces mayor entre quienes la abusan, comparado con los que
no la abusan. Con el uso de la cocaína el riesgo de desarrollar
un accidente cerebro-vascular de tipo hemorrágico e isquémico
es el doble entre los que abusan de ella, comparado con los
que no abusan de esta sustancia. El estudio se llevó
a cabo en 8.300 pacientes con accidente cerebro-vascular y edades
entre 18 y 44 años. Otros efectos del consumo de metanfetamina
incluyen problemas respiratorios, arritmias cardíacas
y anorexia extrema, pudiendo producir colapso cardiovascular
y muerte.
Con esta sustancia como ejemplo, corroboramos que la atención
a este tipo de problemas no se puede relegar, y que hoy más
que nunca se necesita que la población sea consciente
de los múltiples riesgos que acarrean ciertas diversiones
o pasatiempos, y de las alternativas de tratamiento que existen
para atender una recuperación; que en muchos casos requiere
de un personal de salud interesado por este tema, asociado con
instituciones interesadas en cooperar con la educación
y tratamiento de los problemas causados por cualquier tipo de
adicción. Esto, sin olvidar que la salud mental es la
base para que una sociedad tenga la esperanza de continuar su
maduración, tolerancia y entendimiento . |