MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 239 AGOSTO DEL AÑO 2018 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com
C omo todos los años desde su creación en 1948, se celebró en la tercera semana de mayo la Asamblea Mundial de Salud en Ginebra, la capital global de la diplomacia. Ifarma y Misión Salud estuvimos en ella como parte de la delegación de ONGs que año tras año, hacemos presencia para ser testigos de las deliberaciones, de los avances, y de los retrocesos, que no faltan.
No fue ésta una asamblea como las otras. No. Muchas fueron las diferencias. Era la primera Asamblea presidida por su nuevo Director General elegido el año anterior. Nuevo Director General que por primera vez en la historia de la OMS es africano. Que por primera vez inició la asamblea con música tribal africana, valga la anotación, de excelente calidad artística.
El nuevo director llega al poder como consecuencia de importantes cambios en el modelo de gobierno de la OMS. En el pasado el director era elegido por el Consejo Ejecutivo, un reducido grupo de países dentro de los cuales los Estados Unidos y la Unión Europea siempre pudieron imponer sus candidatos, y con sus candidatos a cargo de la organización, se las arreglaron para manipular decisiones importantes en beneficio suyo y de sus industrias estratégicas. Esto ha sido particularmente conflictivo en el caso de la industria farmacéutica y de la industria alimentaria.
En el marco de las reformas que recorren todas las instituciones de las Naciones Unidas, se consiguió modificar el mecanismo de elección: el Docto Tedros Adhanom Ghebreyesus fue elegido por todos los países miembros, dentro de los cuales, los países en desarrollo representamos una abrumadora mayoría. No es sólo el Director General de los Africanos. Es el Director General de los países en desarrollo.
Eso se sintió, en primer término, con el anuncio de sus colaboradores cercanos para los temas críticos. En el pasado, gracias a la fuerte influencia de los países desarrollados, los cargos claves recaían en personas afines a sus intereses. A los intereses de los países desarrollados. Así por ejemplo, un tema tan controversial como el modelo de innovación farmacéutica y la estrategia mundial sobre innovación, propiedad intelectual y salud pública, pudo “congelarse” por cerca de 10 años gracias a la intervención de estos personajes.
El equipo del nuevo director incluye un grupo caracterizado por tratarse de personas de un alto nivel técnico y extensa experiencia, pero también por provenir de y por identificarse con, las necesidades de los países en desarrollo.
El nuevo clima también fue percibido en todas las sesiones de la Asamblea en la que se dieron pasos importantes en temas de gran relevancia para la salud pública global. Desde el manejo de emergencias y desastres hasta las implicaciones de las patentes farmacéuticas para el acceso a los medicamentos y de la cobertura Universal a las enfermedades crónicas no transmisibles.
Hay disensos. Faltaría más. Esta nueva administración se ha identificado con un modelo de manejo de los desastres de corte vertical e intervencionista. Allí donde exista un problema sanitario, el equipo de tecnócratas de la OMS llegará a resolver el problema. Herencia del manejo de la crisis del ébola, que ya volvió a aparecer y que volverá a aparecer mientras no cambie la inexistencia de servicios de salud en los países en los que es endémico.
Esta administración también se ha “casado” con la “cobertura Universal” cuyo contenido apunta a garantizar servicios de salud mediante seguros basados en contribuciones o en subsidios. En países en los que hay pobreza, la salud pública requiere de intervenciones agresivas que mitiguen los riesgos que la pobreza implica. De poco sirve que los niños desnutridos tengan seguros de salud. En la Guajira o en África. Esperemos que el debate siga abierto.
Los que nos ocupamos de los temas relativos al acceso, la calidad y el uso de los medicamentos, registramos con satisfacción que se hayan aprobado resoluciones con contenidos largamente esperados en temas como el desabastecimiento de medicamentos críticos, la estrategia global de innovación, propiedad intelectual y salud pública e incluso en el debate, profundamente Colombiano, de la regulación de medicamentos biotecnológicos. Hemos además de resaltar las intervenciones de los representantes de Colombia en la Asamblea, pues desde hace varios años, juegan un papel relevante y visible con gran solvencia técnica.
Temas que, en años anteriores, eran objeto de complejas y –hay que decirlo- aburridas negociaciones, en las que los países ricos se las arreglaban para no permitir avances en favor de los países pobres. Conseguían hacerlo sin mucho esfuerzo, gracias a su masiva presencia en la asamblea –la delegación de los Estados Unidos por ejemplo, se compone de un grupo de más de 30 especialistas en los diferentes temas, mientras Brasil usualmente no llega a la mitad- y la capacidad de influencia en países –digámoslo sin elegancia- bajo su control. Que en un Consejo ejecutivo de 18 miembros era muy fácil. Este año vimos a una delegación poco convencional, mucho menos arrogante que en otros tiempos y mucho más agresiva, en la medida en que parece haber perdido control.
Esas, digamos, son las buenas noticias. Hay luz al final del túnel y la nueva administración nos ha llenado de esperanzas. Pero la OMS tiene el lastre de toda su historia y sigue siendo una organización de escaso poder y de muy lentos y burocratizados mecanismos de decisión. La negociación del texto de una resolución – cuyo cumplimiento al final es voluntario- termina en juegos de palabras y paréntesis y corchetes. Este es un cambio que va a tomar mucho tiempo más y muchos directores generales más.
El otro problema grave de la OMS se refiere a su financiamiento. Hasta hace algo más de 20 años, la OMS dependía de los aportes de los países miembros. Pero con la aparición de programas y problemas específicos, aparecieron los fondos extrapresupuestarios, algunos con destino específico, otros -cada vez menos- no. Algunos con condicionamientos implícitos o explícitos. Diez años atrás la OMS distribuía por mitades este origen de los fondos. La mitad extrapresupuestarios, la mitad fondos regulares. Hoy más del 80% del presupuesto proviene de donaciones usualmente dirigidas, de un puñado de países –Adivinaron: Estados Unidos, Alemania y Suiza son los mayores contribuyentes- y de un grupo de mecenas como la Fundación de Bill y Melinda Gates. No en vano Bill Gates fue en 3 ocasiones el principal orador de la Asamblea Mundial. La filantropía siempre tiene sus ventajas.
Digamos en favor del Doctor Tedros, que por lo pronto, ha identificado el problema y lo ha reconocido como una de las graves limitaciones de la Organización. Pero resolverlo en una burocracia de funcionarios internacionales acostumbrados a los privilegios, no parece ser una tarea fácil. El balance final es sin duda positivo y el gobierno apenas empieza. Habrá que darle un compás de espera.
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