MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 6    NO 86  NOVIEMBRE DEL AÑO 2005    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

“Tú, Jorge Franco,
poeta, señor, galeno y maicero”

Hernando Guzmán Paniagua elpulso@elhospital.org.co
“Vivo agradecido de la vida tal como he sido. No he querido ser ningún otro. Sólo Jorge Franco Vélez. Si me preguntan por mi biografía como lo hizo una niña, les digo que me levanto a las 4:00 de la mañana, me voy para el hospital, desayuno, almuerzo y como, por la tarde estoy en mi consultorio y por la noche me voy a casa a descansar. Esa es mi biografía, la más sencilla del mundo”. Esta autodefinición retrata a uno de los médicos, escritores, poetas y cultores del idioma castellano más aquilatados de Antioquia. Esa sencillez propia de los espíritus grandes envuelve la figura de un fino intelectual, paradigma del humanista integral, del greco-latinista que rindió culto por igual a Hipócrates y a Dionisos, que vivió con intensidad su vida y fue a la vez discípulo de Cristo y de Baudelaire.
Con la autenticidad que habla en la entrevista concedida a los médicos Tiberio Álvarez y Oscar Velásquez en 1996, año de su muerte, expresa en su autorretrato: “Entretengo mi vida en cosas vanas, / con pereza trabajo en medicina, / mi santuario es la tienda de la esquina / y deléitame el coro de la ranas”. Aquí es difícil adivinar a un novelista que convirtió el vulgarismo en una escritura neo-naturalista no bien valorada, a un singular cronista de viajes, tertuliante docto en música, gramática, arte, letras y filosofía y sobre todo, a un hombre que cumplió el juramento hipocrático, con su vida al servicio de los demás. El humorismo de Jorge Franco Vélez es una gema de mil visos, desde lo erótico -picaresco hasta lo amargo e irreverente pasando por momentos trágicos y letales alusiones. .
Es tarea dispendiosa el mero registro de un personaje que dejó honda huella con sus 8 libros, con su apostolado en bien de los alcohólicos, con la brillante cátedra universitaria. En estilo ameno y chispeante, Franco Vélez realiza aportaciones a la historia de la medicina antioqueña, a la recreación de la memoria urbana de Medellín, Envigado y Antioquia, a la cultura idiomática, a la renovación del lenguaje literario y a la reflexión sobre la condición humana. Franco honra su condición de bohemio con profusión de frutos intelectuales y artísticos. Al tiempo, inicia su transformación, esa alquimia que permite a Jorge Franco Vélez comprender que la bohemia no es consustancial con el alcohol y emprende el largo camino de la recuperación, para decir al final: “Soy un hombre común y corriente, pero he llegado a la conclusión de que sin alguna forma de fe no se puede vivir en este mundo”.
Testigo de la historia urbana
Sus obras en prosa, “Hildebrando” (1984), “Marceliano” (1986) y “Relatos y Recuerdos” (1990), testifican su sapiencia narrativa en prosas transparentes, y pletóricas de historia.
Hiildebrando es la vez novela, historia, crónica periodística y reflexión filosófica. Por ahí pasan, Medellín en su tránsito de aldea a ciudad, Envigado y sus alrededores y la odisea de su colega alcohólico, su propia odisea. Es también la historia de Lovaina y su loca bohemia, de La Pintuco, la Pielroja, la Pipí, la Cocuya, la loca Ester, de la Mona Plato que era atea y ninfómana, y otras cortesanas famosas; de sus insignes profesores y de sus compañeros del alma; de Don Pepe Bravo Márquez y el Orfeón Antioqueño; de los primeros años vividos en Medellín; de su padre minero, cañicultor, ganadero y cultivador de papas y azucenas; del liceo antioqueño, la vida universitaria; de monseñor Sierra, de Anita la negra de Porce, responsable de su crianza; de Ciudad Bolívar y sus jugadores de dados, de gallos y de aguardienteros de vida licenciosa.
“Hildebrando lo llevo en el alma y quiero que siga viviendo después de mí”
Es la apoteosis de los vulgarismos dichos en su pureza, llenos de gracia y despojados de maldad. No degradación del idioma sino renovación del lenguaje rígido y afrancesado que hacía carrera. De aquella picaresca que invade de ternura los relatos de infancia, es muestra su aventura de acólito escanciador de vinajeras, aquella vez cuando el padre Ochoa lo sacó del pelo hasta el atrio: “Otro trago más y me le dejo ir a la Magdalena para saciar el deseo de saber lo que guardaba esa divina mujer debajo de su falda”.
Por eso y mucho más, el autor dijo: ”Hildebrando lo llevo en el alma y quiero que siga viviendo después de mí”.
”Marceliano” es sinigual obra que rescata las crónicas de viajes, víctimas de la televisión y la internet. El periplo lleva a Jorge Franco y a su colega Marceliano Ramírez por Panamá, Holanda, Alemania, Dinamarca, Suecia, Rusia, Polonia, baja Silesia, Checoslovaquia, Suiza, Austria, Francia y España. Detalla cosas tan divertidas y tiernas como el epistolario amoroso de Marceliano con su noviecita de Manrique, la “enmozada” con Silvia y las peleas de Marceliano con los turistas argentinos. A uno de ellos, responde cuando tilda de “fantoche” a García Márquez por su show en la recepción del premio Nobel: “Y vos, quedáte esperando a que traigan aquí a ese boludo de Borges!”. Narra encuentros sagrados con el mundo de Rembrandt, Van Gogh y Ana Franck en Holanda, con la escultura de La Sirenita de Andersen en Dinamarca, con las cenizas del corazón de Chopin, los lares de Nicolás Copérnico y la estatua del rey Segismundo III en Polonia, la casa de Kafka y el puente sobre el Moldava con estatuas de 32 antiguos reyes en Praga. Cuenta que en Checoslovaquia buscan en vano libros de Kafka, proscrito por el Kremlin.
Su libro “Relatos y Recuerdos” (1990) tiene dos partes, la primera con 11 cuentos de la vida real; la segunda es una historia anecdótica de la medicina en Antioquia. Ambas en su lenguaje sencillo, claro y testimonial. Ángel Sancho conceptúa que en Relatos y Recuerdos, llega el autor “a la máxima ponderación de su estilo” y dice que a pesar de tener “estruendosos vocablos que lindan con lo grotesco y lo vulgar, estos quedan diluidos en medio de tanta donosura literaria, de tanta gracia y tanta fluidez descriptivas”.
 
Baudelaire criollo
La poética de Jorge Franco Vélez tiene tres vetas esenciales: humorística, erótica y lírica. El título “Terapia Ocupacional” (1989) insinúa engañosamente un libro técnico, pero es un sabroso compendio de 77 poemas llenos de gracia y picardía. Por ellos discurren el amor, la sexualidad, las aventuras clandestinas, lo ridículo y las andanzas bohemias, en franca expresión.
Están dedicados al Tuerto López, a Argos, a Luis Carlos González, a San Francisco-California, a Roma, a la muerte, a Virgelina, a la fecundidad de la quebrada La Ayurá, a una guerrillera, y a múltiples personajes de la literatura y las artes. “El Día del Padre” le canta a la madre de un hijo natural suyo, mientras que en “Freud en el Hospital Mental”, se burla olímpicamente de la psiquiatría. En entrevista con Reinaldo Spitaletta, Franco Vélez justifica así su obra: “Lo erótico puede convertirse en vulgar si se lo manosea, si se va a lo crudo. Lo erótico insinúa”.
Y más adelante: “La gente goza. Busca la parte risueña. Eso es lo que busco con el libro. Estamos en un mundo de crímenes y ofuscación. Es bueno una labor de sedación, que haya derecho a la alegría”. La “Fábula del Abejorro y la Rosa”, verbigracia, cuenta que un abejorro apasionado por una rosa, en su intento de poseerla queda clavado en una espina. Así la remata Franco: “Esta historia sutil y candorosa / nos hace deducir por moraleja / que no es prudente abejorrear a Rosa”. Por “Palabras del Transeúnte” (1978) y “Una Elegía y Otros Cantos” (1987), desfilan páginas que evocan a Fray Luis de León, Verlaine, Unamuno, Machado, Miguel Hernández, Neruda, Barba Jacob, De Greiff, por supuesto Baudelaire, y muchos otros grandes personajes. Aparece un lírida bien apadrinado por las musas.
Sobran indicios que ponen estas obras como versión criolla de “Las Flores del Mal” de Charles Baudelaire, sobre todo los versos de hondo lirismo y lacerante humanidad en “Palabras del Transeúnte” y “Una Elegía y Otros Cantos”. Entendió el humor como realidad total de la vida: “El humor es salida pero a veces llegada a lo macabro, a lo más duro consigo mismo”, dice en su entrevista con Tiberio Alvarez y Oscar Velásquez. Como cultor sincero del ocio productivo, cree además con Baudelaire que la pereza no es pecado sino refinamiento. Estos versos de “El alma del vino” de Baudelaire: “Un día en las botellas cantó el alma del vino: / desde mi oscura cárcel de sellos de cristal, / lanzo hacia ti, mortal que abandonó el destino, / un canto de alegría, radiante y fraternal”, son paralelos de muchos otros de Jorge Franco dedicados al licor, por ejemplo: “mi santuario es la tienda de la esquina” o “con el anís emprendo largos viajes” (Autorretrato), como lo son: “Noble y esbelta con su pierna de escultura... / Yo bebía, crispado, en su mirada clara / como un cielo lívido que el temporal prepara / la dulzura que enerva y el placer que tortura” (“A una mujer que pasa”-Baudelaire) y: “Te vi pasar... / tus senos, cervatillos / inquietos y huidizos.../ alígeras gaviotas / que van cruzando el mar” (“Te Vi pasar” - Franco). Igual los múltiples poemas a la muerte escritos por ambos vates. El mejor homenaje de Jorge a Charles está en “Presencia de Baudelaire”; ahora en “Carta a Francia”, encarga a Jorge Holguín: “un aire debussyano / -Les nuages et la mer- / y si acaso te acuerdas, anota sin afán, / la dirección exacta de Charles Baudelaire”. Con el poeta maldito comparte “ethos“ vitales como las visiones de la muerte, la irreverencia, la bohemia contumaz, el culto al vino en una etapa de su vida, la sensualidad, la exaltación de la vida, su canto permanente al asombro. Sus obsesiones de muerte y esa confrontación dialéctica con la vida que prefigura a los nadaístas, son otro punto de toque con Las Flores del Mal. Como Baudelaire, experimenta contradicciones entre un ser íntimamente religioso y a la vez irreverente, casi herético, así como entre religiosidad, sensibilidad y razón. Su Autorrretrato sugiere esa postura atrevida ante Dios: “Yo no entiendo de cosas sobrehumanas; / no me conmueve el ruiseñor que trina; / no me asombra la rosa purpurina / ni hacen eco en mi alma las campanas”. Franco como su apellido, es confianzudo con Dios a quien llama “Don Verraco” y hasta le dice: “Hoy no me jodás”. Reconoce que tuvo ideas suicidas en el tiempo de bebedor y señala: ”No es que uno ame la muerte sino que la vida va estrujando y no se puede con ella”. Franco Vélez es un goliardo antioqueño, monje rebelde pero amante de Dios. Sus parodias ilímites llegan al borde de la excomunión.
Sus sonetos y otras métricas, son de pura raigambre castellana. Sobresalen romances de fina casticidad, endechas de un romanticismo sin estridencias verbales inútiles. Su versatilidad en el uso del lenguaje refuta a quienes niegan la estirpe literaria de Franco Vélez. Como demostración están sus “Ritmos Degreiffianos”, poemas dignos del famoso panida, por su invención de vocablos.
 
Franco,
caballero como don Quijote
Es Jorge Franco cervantista insigne, coautor de “Un Quijote a lo Paisa” y“Gazaperas Gramaticales con Argos. Rescatan ellos el primer monumento del idioma castellano, ahora a la mano de miles de lectores, y realzan la gracia y nobleza del modo de hablar antioqueño. A la muerte de Argos, Jorge lo continúa desde el capítulo 13 (Los Molinos de Viento) hasta el final, y arranca así: “¡Yo sí que soy de malas! Resolvió Argos dejar mocha esta historia en el momento en que iban don Quijote y Sancho trochando lo más de sabroso por un caminito. Como parece que mi maestro de la tertulia Memúa se va a demorar porque le resultó un destino de gazapero por allá lejos, será seguila de cuenta mía mientras él regresa”. Y en el capítulo 71 dice: ”Quiteria querida: ve que estoy a punto de morir. Casáte conmigo pa´ ime tranquilo pa´l otro lao”.
“Gazaperas Gramaticales”, recopilación, presentación y notas de editor de Franco, contiene los americanismos, arcaísmos, anglicismos, colombianismos, neologismos y vicios idiomáticos publicados por Argos durante 13 años. De Argos dice Franco Vélez: ”Poseía la envidiable virtud de enseñar divirtiendo”.
 
Memúa
Jorge Franco Vélez fue contertulio toda su vida. En casas, tiendas, salones, lo fue de Obdulio y Julián, de Eladio Espinosa, de Hugo Trespalacios, de Eusebio Ochoa (padre de Héctor), de trovadores, de Rito Ardila con quien formó dueto. Su alma musical se expresó cantando en el Orfeón Antioqueño, en su amor por la música universal y en especial por Haydn. Admirable es su soneto “Francisco de Asís y Francisco Haydn”. De la inolvidable “La caldera del diablo”, tertulia que tenía su profesor Jesús Peláez Botero en el Club Unión, dice Franco Vélez: “en aquella sucursal del infierno no quedaba hombre con buena reputación ni mujer con honra sana”, preludio de la original tertulia “Memúa” (medicina, música y averiguática), sostenida luengos años con Argos y el exministro Joaquín Vallejo Arbeláez. Memúa sesionaba a las 4 y 30 o cinco de la mañana, de lunes a sábado en la casa de Argos. A punta de tinto o jugo de guayaba, se disertaba sobre los músicos clásicos y populares, filosofía, gramática, y ciencias naturales y exactas, de todo menos de fútbol o toros. Argos decía: “La ventaja de esta tertulia es que no hay señoras”, a lo cual agregaba Jorge Franco: “y la desventaja es que no hay muchachas”.
 
Franco, médico y humanista
El legado de Jorge Franco Vélez como médico y humanista es material e inmaterial. Si su huella literaria es imperecedera y justifica su paso por el mundo, su labor en la medicina y su proceso personal son titánicos.
Médico graduado en la Universidad de Antioquia con tesis laureada sobre “Aspectos del tifo y fijación del complemento para Fiebre Q”, profesor de medicina interna durante 40 años en el Alma Mater, médico jefe del ISS, presidente del Colegio Médico de Antioquia, investigador, e historiador de la medicina paisa, su aportación a la salud del pueblo es invaluable. Llevan su nombre el auditorio del Pensionado del Hospital Universitario San Vicente de Paúl y la biblioteca de la Institución Universitaria de Envigado.
“El mayor motivo de pesar que he tenido en mi larga práctica profesoral ha sido ver desfilar hacia la muerte a los discípulos que he amado”, dice en un artículo de prensa.
Como trabajador infatigable en el departamento de toxicologia del Hospital San Vicente de Paúl, y en los grupos terapéuticos de alcohólicos anónimos, su obra en pro de la recuperación de los drogadictos merece el reconocimiento nacional. Su entrega amorosa a la redención de los alcohólicos y su doloroso y valiente proceso para dejar el vicio son ejemplo de vida, difícil de hallar en el tortuoso mundo de la bohemia literaria. Al respecto confiesa el autor de Hildebrando: “Tenía una máscara festiva de parlanchín, recitador, contador de anécdotas, pero también tenía la máscara del dolor”. Comprendió a tiempo, con sus colegas regenerados, que “la bebida es apenas el pasante de una vida desordenada”, como dice un estremecedor testimonio en los Anales de la Academia de Medicina de Medellín. Y agrega: “Si yo no conocí cárceles físicas de ladrillo y rejas, sí conocí la cárcel de mi soledad”. Sus conferencias ayudaron a la rehabilitación de muchas personas en Colombia y en las convenciones mundiales de Alcohólicos Anónimos en Miami, Denver y Nueva Orleans adonde asistió.
“Si yo no conocí cárceles físicas de ladrillo y rejas, sí conocí la cárcel de mi soledad”
Pocas personas como Jorge Franco Vélez han amado tanto su oficio médico, a sus profesores y alumnos. Cada uno de ellos conserva el perfil preciso en sus relatos. “El mayor motivo de pesar que he tenido en mi larga práctica profesoral, ha sido ver desfilar hacia la muerte a los discípulos que he amado.”, dice en un artículo de prensa.
Este es Jorge Franco Vélez, aristócrata del espíritu, escritor delicioso, el alumno aventajado que le quedaba tiempo para ser cliente de Lovaina cuando “un trago de aguardiente valía 10 centavos, una hora de carro un peso, un dueto de músicos dos pesos la hora y un polvito en Lovaina dos papeles”, como refieren sus crónicas. El mismo que se llevó con sus compañeros de estudio una aplanadora desde la Facultad de Medicina hasta el centro de Medellín por pura maldad., el que desdeñó becas para estudiar en Estados Unidos “porque me dijeron que allá no había tiendas”, el hijo de Envigado y de doña Carmen Vélez y don Alberto Franco, el papá de 5 mujeres y 2 hombres, “Tú, Jorge Franco, poeta, señor, galeno y maicero”, como le dijera Luis Carlos González. Cuando supimos de la muerte del maestro, compartimos con Juan José García Posada aquella evocación de la agonía de Don Quijote y las palabras de su fiel Sancho: “No se muera vuesa merced”



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