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Tú, Jorge
Franco,
poeta, señor, galeno y maicero
Hernando
Guzmán Paniagua elpulso@elhospital.org.co
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Vivo agradecido
de la vida tal como he sido. No he querido ser ningún
otro. Sólo Jorge Franco Vélez. Si me preguntan
por mi biografía como lo hizo una niña, les
digo que me levanto a las 4:00 de la mañana, me voy
para el hospital, desayuno, almuerzo y como, por la tarde
estoy en mi consultorio y por la noche me voy a casa a descansar.
Esa es mi biografía, la más sencilla del mundo.
Esta autodefinición retrata a uno de los médicos,
escritores, poetas y cultores del idioma castellano más
aquilatados de Antioquia. Esa sencillez propia de los espíritus
grandes envuelve la figura de un fino intelectual, paradigma
del humanista integral, del greco-latinista que rindió
culto por igual a Hipócrates y a Dionisos, que vivió
con intensidad su vida y fue a la vez discípulo de
Cristo y de Baudelaire.

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Con la autenticidad
que habla en la entrevista concedida a los médicos
Tiberio Álvarez y Oscar Velásquez en 1996, año
de su muerte, expresa en su autorretrato: Entretengo
mi vida en cosas vanas, / con pereza trabajo en medicina,
/ mi santuario es la tienda de la esquina / y deléitame
el coro de la ranas. Aquí es difícil adivinar
a un novelista que convirtió el vulgarismo en una escritura
neo-naturalista no bien valorada, a un singular cronista de
viajes, tertuliante docto en música, gramática,
arte, letras y filosofía y sobre todo, a un hombre
que cumplió el juramento hipocrático, con su
vida al servicio de los demás. El humorismo de Jorge
Franco Vélez es una gema de mil visos, desde lo erótico
-picaresco hasta lo amargo e irreverente pasando por momentos
trágicos y letales alusiones. .
Es tarea dispendiosa el mero registro de un personaje que
dejó honda huella con sus 8 libros, con su apostolado
en bien de los alcohólicos, con la brillante cátedra
universitaria. En estilo ameno y chispeante, Franco Vélez
realiza aportaciones a la historia de la medicina antioqueña,
a la recreación de la memoria urbana de Medellín,
Envigado y Antioquia, a la cultura idiomática, a la
renovación del lenguaje literario y a la reflexión
sobre la condición humana. Franco honra su condición
de bohemio con profusión de frutos intelectuales y
artísticos. Al tiempo, inicia su transformación,
esa alquimia que permite a Jorge Franco Vélez comprender
que la bohemia no es consustancial con el alcohol y emprende
el largo camino de la recuperación, para decir al final:
Soy un hombre común y corriente, pero he llegado
a la conclusión de que sin alguna forma de fe no se
puede vivir en este mundo.
Testigo de la historia urbana
Sus obras en prosa, Hildebrando
(1984), Marceliano (1986) y Relatos y Recuerdos
(1990), testifican su sapiencia narrativa en prosas transparentes,
y pletóricas de historia.
Hiildebrando es la vez novela, historia, crónica periodística
y reflexión filosófica. Por ahí pasan,
Medellín en su tránsito de aldea a ciudad, Envigado
y sus alrededores y la odisea de su colega alcohólico,
su propia odisea. Es también la historia de Lovaina
y su loca bohemia, de La Pintuco, la Pielroja, la Pipí,
la Cocuya, la loca Ester, de la Mona Plato que era atea y
ninfómana, y otras cortesanas famosas; de sus insignes
profesores y de sus compañeros del alma; de Don Pepe
Bravo Márquez y el Orfeón Antioqueño;
de los primeros años vividos en Medellín; de
su padre minero, cañicultor, ganadero y cultivador
de papas y azucenas; del liceo antioqueño, la vida
universitaria; de monseñor Sierra, de Anita la negra
de Porce, responsable de su crianza; de Ciudad Bolívar
y sus jugadores de dados, de gallos y de aguardienteros de
vida licenciosa.
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Hildebrando
lo llevo en el alma y quiero que siga viviendo después
de mí
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Es la apoteosis
de los vulgarismos dichos en su pureza, llenos de gracia y
despojados de maldad. No degradación del idioma sino
renovación del lenguaje rígido y afrancesado
que hacía carrera. De aquella picaresca que invade
de ternura los relatos de infancia, es muestra su aventura
de acólito escanciador de vinajeras, aquella vez cuando
el padre Ochoa lo sacó del pelo hasta el atrio: Otro
trago más y me le dejo ir a la Magdalena para saciar
el deseo de saber lo que guardaba esa divina mujer debajo
de su falda.
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Por eso y mucho
más, el autor dijo: Hildebrando lo llevo en el
alma y quiero que siga viviendo después de mí.
Marceliano es sinigual obra que rescata las crónicas
de viajes, víctimas de la televisión y la internet.
El periplo lleva a Jorge Franco y a su colega Marceliano Ramírez
por Panamá, Holanda, Alemania, Dinamarca, Suecia, Rusia,
Polonia, baja Silesia, Checoslovaquia, Suiza, Austria, Francia
y España. Detalla cosas tan divertidas y tiernas como
el epistolario amoroso de Marceliano con su noviecita de Manrique,
la enmozada con Silvia y las peleas de Marceliano
con los turistas argentinos. A uno de ellos, responde cuando
tilda de fantoche a García Márquez
por su show en la recepción del premio Nobel: Y
vos, quedáte esperando a que traigan aquí a
ese boludo de Borges!. Narra encuentros sagrados con
el mundo de Rembrandt, Van Gogh y Ana Franck en Holanda, con
la escultura de La Sirenita de Andersen en Dinamarca, con
las cenizas del corazón de Chopin, los lares de Nicolás
Copérnico y la estatua del rey Segismundo III en Polonia,
la casa de Kafka y el puente sobre el Moldava con estatuas
de 32 antiguos reyes en Praga. Cuenta que en Checoslovaquia
buscan en vano libros de Kafka, proscrito por el Kremlin.
Su libro Relatos y Recuerdos (1990) tiene dos
partes, la primera con 11 cuentos de la vida real; la segunda
es una historia anecdótica de la medicina en Antioquia.
Ambas en su lenguaje sencillo, claro y testimonial. Ángel
Sancho conceptúa que en Relatos y Recuerdos, llega
el autor a la máxima ponderación de su
estilo y dice que a pesar de tener estruendosos
vocablos que lindan con lo grotesco y lo vulgar, estos quedan
diluidos en medio de tanta donosura literaria, de tanta gracia
y tanta fluidez descriptivas.
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| Baudelaire criollo |
| La poética de Jorge Franco
Vélez tiene tres vetas esenciales: humorística,
erótica y lírica. El título Terapia
Ocupacional (1989) insinúa engañosamente
un libro técnico, pero es un sabroso compendio de 77
poemas llenos de gracia y picardía. Por ellos discurren
el amor, la sexualidad, las aventuras clandestinas, lo ridículo
y las andanzas bohemias, en franca expresión. |
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Están dedicados al Tuerto López, a Argos, a Luis
Carlos González, a San Francisco-California, a Roma,
a la muerte, a Virgelina, a la fecundidad de la quebrada La
Ayurá, a una guerrillera, y a múltiples personajes
de la literatura y las artes. El Día del Padre
le canta a la madre de un hijo natural suyo, mientras que en
Freud en el Hospital Mental, se burla olímpicamente
de la psiquiatría. En entrevista con Reinaldo Spitaletta,
Franco Vélez justifica así su obra: Lo erótico
puede convertirse en vulgar si se lo manosea, si se va a lo
crudo. Lo erótico insinúa. |
Y más adelante: La
gente goza. Busca la parte risueña. Eso es lo que busco
con el libro. Estamos en un mundo de crímenes y ofuscación.
Es bueno una labor de sedación, que haya derecho a la
alegría. La Fábula del Abejorro y
la Rosa, verbigracia, cuenta que un abejorro apasionado
por una rosa, en su intento de poseerla queda clavado en una
espina. Así la remata Franco: Esta historia sutil
y candorosa / nos hace deducir por moraleja / que no es prudente
abejorrear a Rosa. Por Palabras del Transeúnte
(1978) y Una Elegía y Otros Cantos (1987),
desfilan páginas que evocan a Fray Luis de León,
Verlaine, Unamuno, Machado, Miguel Hernández, Neruda,
Barba Jacob, De Greiff, por supuesto Baudelaire, y muchos otros
grandes personajes. Aparece un lírida bien apadrinado
por las musas.
Sobran indicios que ponen estas obras como versión criolla
de Las Flores del Mal de Charles Baudelaire, sobre
todo los versos de hondo lirismo y lacerante humanidad en Palabras
del Transeúnte y Una Elegía y Otros
Cantos. Entendió el humor como realidad total de
la vida: El humor es salida pero a veces llegada a lo
macabro, a lo más duro consigo mismo, dice en su
entrevista con Tiberio Alvarez y Oscar Velásquez. Como
cultor sincero del ocio productivo, cree además con Baudelaire
que la pereza no es pecado sino refinamiento. Estos versos de
El alma del vino de Baudelaire: Un día
en las botellas cantó el alma del vino: / desde mi oscura
cárcel de sellos de cristal, / lanzo hacia ti, mortal
que abandonó el destino, / un canto de alegría,
radiante y fraternal, son paralelos de muchos otros de
Jorge Franco dedicados al licor, por ejemplo: mi santuario
es la tienda de la esquina o con el anís
emprendo largos viajes (Autorretrato), como lo son: Noble
y esbelta con su pierna de escultura... / Yo bebía, crispado,
en su mirada clara / como un cielo lívido que el temporal
prepara / la dulzura que enerva y el placer que tortura
(A una mujer que pasa-Baudelaire) y: Te vi
pasar... / tus senos, cervatillos / inquietos y huidizos.../
alígeras gaviotas / que van cruzando el mar (Te
Vi pasar - Franco). Igual los múltiples poemas
a la muerte escritos por ambos vates. El mejor homenaje de Jorge
a Charles está en Presencia de Baudelaire;
ahora en Carta a Francia, encarga a Jorge Holguín:
un aire debussyano / -Les nuages et la mer- / y si acaso
te acuerdas, anota sin afán, / la dirección exacta
de Charles Baudelaire. Con el poeta maldito comparte ethos
vitales como las visiones de la muerte, la irreverencia, la
bohemia contumaz, el culto al vino en una etapa de su vida,
la sensualidad, la exaltación de la vida, su canto permanente
al asombro. Sus obsesiones de muerte y esa confrontación
dialéctica con la vida que prefigura a los nadaístas,
son otro punto de toque con Las Flores del Mal. Como Baudelaire,
experimenta contradicciones entre un ser íntimamente
religioso y a la vez irreverente, casi herético, así
como entre religiosidad, sensibilidad y razón. Su Autorrretrato
sugiere esa postura atrevida ante Dios: Yo no entiendo
de cosas sobrehumanas; / no me conmueve el ruiseñor que
trina; / no me asombra la rosa purpurina / ni hacen eco en mi
alma las campanas. Franco como su apellido, es confianzudo
con Dios a quien llama Don Verraco y hasta le dice:
Hoy no me jodás. Reconoce que tuvo ideas
suicidas en el tiempo de bebedor y señala: No es
que uno ame la muerte sino que la vida va estrujando y no se
puede con ella. Franco Vélez es un goliardo antioqueño,
monje rebelde pero amante de Dios. Sus parodias ilímites
llegan al borde de la excomunión.
Sus sonetos y otras métricas, son de pura raigambre castellana.
Sobresalen romances de fina casticidad, endechas de un romanticismo
sin estridencias verbales inútiles. Su versatilidad en
el uso del lenguaje refuta a quienes niegan la estirpe literaria
de Franco Vélez. Como demostración están
sus Ritmos Degreiffianos, poemas dignos del famoso
panida, por su invención de vocablos. |
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Franco,
caballero como don Quijote |
Es Jorge Franco cervantista insigne, coautor
de Un Quijote a lo Paisa yGazaperas Gramaticales
con Argos. Rescatan ellos el primer monumento del idioma castellano,
ahora a la mano de miles de lectores, y realzan la gracia y
nobleza del modo de hablar antioqueño. A la muerte de
Argos, Jorge lo continúa desde el capítulo 13
(Los Molinos de Viento) hasta el final, y arranca así:
¡Yo sí que soy de malas! Resolvió
Argos dejar mocha esta historia en el momento en que iban don
Quijote y Sancho trochando lo más de sabroso por un caminito.
Como parece que mi maestro de la tertulia Memúa se va
a demorar porque le resultó un destino de gazapero por
allá lejos, será seguila de cuenta mía
mientras él regresa. Y en el capítulo 71
dice: Quiteria querida: ve que estoy a punto de morir.
Casáte conmigo pa´ ime tranquilo pa´l otro
lao.
Gazaperas Gramaticales, recopilación, presentación
y notas de editor de Franco, contiene los americanismos, arcaísmos,
anglicismos, colombianismos, neologismos y vicios idiomáticos
publicados por Argos durante 13 años. De Argos dice Franco
Vélez: Poseía la envidiable virtud de enseñar
divirtiendo. |
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Memúa
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| Jorge
Franco Vélez fue contertulio toda su vida. En casas,
tiendas, salones, lo fue de Obdulio y Julián, de Eladio
Espinosa, de Hugo Trespalacios, de Eusebio Ochoa (padre de Héctor),
de trovadores, de Rito Ardila con quien formó dueto.
Su alma musical se expresó cantando en el Orfeón
Antioqueño, en su amor por la música universal
y en especial por Haydn. Admirable es su soneto Francisco
de Asís y Francisco Haydn. De la inolvidable La
caldera del diablo, tertulia que tenía su profesor
Jesús Peláez Botero en el Club Unión, dice
Franco Vélez: en aquella sucursal del infierno
no quedaba hombre con buena reputación ni mujer con honra
sana, preludio de la original tertulia Memúa
(medicina, música y averiguática), sostenida luengos
años con Argos y el exministro Joaquín Vallejo
Arbeláez. Memúa sesionaba a las 4 y 30 o cinco
de la mañana, de lunes a sábado en la casa de
Argos. A punta de tinto o jugo de guayaba, se disertaba sobre
los músicos clásicos y populares, filosofía,
gramática, y ciencias naturales y exactas, de todo menos
de fútbol o toros. Argos decía: La ventaja
de esta tertulia es que no hay señoras, a lo cual
agregaba Jorge Franco: y la desventaja es que no hay muchachas. |
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Franco, médico y
humanista
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El legado de Jorge Franco Vélez
como médico y humanista es material e inmaterial. Si
su huella literaria es imperecedera y justifica su paso por
el mundo, su labor en la medicina y su proceso personal son
titánicos.
Médico graduado en la Universidad de Antioquia con tesis
laureada sobre Aspectos del tifo y fijación del
complemento para Fiebre Q, profesor de medicina interna
durante 40 años en el Alma Mater, médico jefe
del ISS, presidente del Colegio Médico de Antioquia,
investigador, e historiador de la medicina paisa, su aportación
a la salud del pueblo es invaluable. Llevan su nombre el auditorio
del Pensionado del Hospital Universitario San Vicente de Paúl
y la biblioteca de la Institución Universitaria de Envigado. |
El mayor motivo de pesar que he
tenido en mi larga práctica profesoral ha sido
ver desfilar hacia la muerte a los discípulos que
he amado, dice en un artículo de prensa.
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| Como trabajador infatigable en
el departamento de toxicologia del Hospital San Vicente de Paúl,
y en los grupos terapéuticos de alcohólicos anónimos,
su obra en pro de la recuperación de los drogadictos
merece el reconocimiento nacional. Su entrega amorosa a la redención
de los alcohólicos y su doloroso y valiente proceso para
dejar el vicio son ejemplo de vida, difícil de hallar
en el tortuoso mundo de la bohemia literaria. Al respecto confiesa
el autor de Hildebrando: Tenía una máscara
festiva de parlanchín, recitador, contador de anécdotas,
pero también tenía la máscara del dolor.
Comprendió a tiempo, con sus colegas regenerados, que
la bebida es apenas el pasante de una vida desordenada,
como dice un estremecedor testimonio en los Anales de la Academia
de Medicina de Medellín. Y agrega: Si yo no conocí
cárceles físicas de ladrillo y rejas, sí
conocí la cárcel de mi soledad. Sus conferencias
ayudaron a la rehabilitación de muchas personas en Colombia
y en las convenciones mundiales de Alcohólicos Anónimos
en Miami, Denver y Nueva Orleans adonde asistió. |
Si yo no
conocí cárceles físicas de ladrillo
y rejas, sí conocí la cárcel de
mi soledad
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Pocas personas como Jorge Franco
Vélez han amado tanto su oficio médico, a sus
profesores y alumnos. Cada uno de ellos conserva el perfil preciso
en sus relatos. El mayor motivo de pesar que he tenido
en mi larga práctica profesoral, ha sido ver desfilar
hacia la muerte a los discípulos que he amado.,
dice en un artículo de prensa.
Este es Jorge Franco Vélez, aristócrata del espíritu,
escritor delicioso, el alumno aventajado que le quedaba tiempo
para ser cliente de Lovaina cuando un trago de aguardiente
valía 10 centavos, una hora de carro un peso, un dueto
de músicos dos pesos la hora y un polvito en Lovaina
dos papeles, como refieren sus crónicas. El mismo
que se llevó con sus compañeros de estudio una
aplanadora desde la Facultad de Medicina hasta el centro de
Medellín por pura maldad., el que desdeñó
becas para estudiar en Estados Unidos porque me dijeron
que allá no había tiendas, el hijo de Envigado
y de doña Carmen Vélez y don Alberto Franco, el
papá de 5 mujeres y 2 hombres, Tú, Jorge
Franco, poeta, señor, galeno y maicero, como le
dijera Luis Carlos González. Cuando supimos de la muerte
del maestro, compartimos con Juan José García
Posada aquella evocación de la agonía de Don Quijote
y las palabras de su fiel Sancho: No se muera vuesa merced
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