MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 7    NO 91  ABRIL DEL AÑO 2006    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Música andina colombiana
La resistencia contra el olvido
Hernando Guzmán Paniagua - Periodista - elpulso@elhospital.org.co
Aquellos tiempos cuando los maestros nos enseñaban bambucos y pasillos en el aula de clase, aquellas horas en que “Señora María Rosa”, “Campesina Santandereana”, “Pueblito Viejo” y “Soy Colombiano” formaban parte del catecismo escolar, eran también las épocas de la cartilla “La Alegría de Leer”, de los conciertos en vivo con los mejores artistas colombianos y extranjeros en los radioteatros, cuando aprendíamos una cátedra diaria de colombianidad y al país se le reconocía por una música poseedora de la mayor diversidad de aires en América, y ante todo, por su sinigual belleza. Así, en la pastoril Colombia de los 60´s, se nos vino encima la avalancha del rock and roll, que junto con otros factores cambió la historia de la música nacional. ¿Podremos recobrar los hilos perdidos de nuestra identidad cultural en lo musical? ¿Tiene futuro la música andina colombiana?
Cualquier análisis sobre esta realidad debe prescindir de posturas dogmáticas, de chovinismos y de sentimentalismos nostálgicos. Así como Colombia no volverá a ser aquel país aldeano que cantaron los poetas y cantores de fines del siglo 19 y principios del 20, tampoco nuestros bambucos, pasillos, guabinas, danzas y demás aires del interior podrán mantener vigencia cantando sólo al cafetal, al maizal, al bohío y al viento en la enramada, imágenes desplazadas en el ámbito musical andino por la multiforme y conflictiva realidad urbana. El reto que se plantea es la confrontación dialéctica entre pasado y futuro, para asegurar a nuestra música vernácula un puesto honroso en el devenir cultural. Con Stravinsky podemos decir, que “la tradición verdadera no es el testimonio de un pasado muerto; es una fuerza viva que anima e informa el presente”, aserto que bien puede complementar el insigne musicólogo, investigador y folclorólogo colombiano Octavio Marulanda Morales: “La tradición puesta al fuego del acontecer cultural, sean cuales fueren los vaivenes y presiones a que se vea sometida, conserva sus patrones con la unidad propia de su contenido”.

Nunca tendremos otro Luis Antonio Calvo ni otro Carlos Vieco Ortiz, ni otro José Alejandro Morales, ni otro Emilio Murillo, ni otro Pedro Morales Pino: son irrepetibles. Pero sí es preciso preservar y difundir su legado, imitar su pasión colombianista, seguir sus pasos así sea por otros caminos.

Necesitamos que en las “nuevas expresiones” y tendencias se sienta el sabor colombiano de siempre, que bajo los ropajes más innovadores y contemporáneos se reconozca el mismo cuerpo vigoroso de la música nacional. Nunca tendremos otro Luis Antonio Calvo ni otro Carlos Vieco Ortiz, ni otro José Alejandro Morales, ni otro Emilio Murillo, ni otro Pedro Morales Pino: son irrepetibles. Pero sí es preciso preservar y difundir su legado, imitar su pasión colombianista, seguir sus pasos así sea por otros caminos. ¿Cómo pedir a los jóvenes intérpretes de hoy que canten bambucos y pasillos con el estilo de Luis Macía, Evelio Pérez, Berenice Chávez o Sarita Herrera? ¿Cómo pretender que intérpretes modernos como Sombra y Luz, Carmen y Milva, Preludio Azul, Niyireth Alarcón o Berlinda Gil, canten estos aires con los matices vocales de
Briceño y Añez, Obdulio y Julián, Wills y Escobar o el Dueto de Antaño? No. Sea cual fuere el estilo y su caldo de cultivo musical (rock, bolero, pop), estos muchachos tienen derecho a cantar la música patria desde su forma de sentirla, siempre y cuando no desaparezca lo esencial del sonido primigenio.
En lo instrumental, es bien distinto el tratamiento melódico, armónico y rítmico del Trío Morales Pino o de la Lira Colombiana, del que exhiben el grupo Ebano de Medellín, el Cuarteto Ensamble del Quindío o Guafa Trío de Bogotá, para mentar sólo algunos ejemplos vanguardistas. Pero el fondo, el propósito y el contexto musical son idénticos. Ni qué decir de los procedimientos composicionales añejos, en contraste con los modernos. Algo va de la per-fección estructural y el aliento romántico en las danzas de Luis A. Calvo (“el Chopin colombiano”) al ímpetu vanguardista de un Héctor Fabio Torres, un Luis Fernando Franco, un Jaime Chávez o un José Revelo; pero en todos palpita la esencia musical colombiana.
El boom de los 60´s
Los 60´s son la época del gran trauma, de la gran ruptura para la música andina colombiana. La avalancha del rock and roll, la nueva ola, la onda ye-ye y go-go, impactaron el entorno musical como primer proceso globalizante del siglo 20. Músicos, medios de difusión, casas discográficas, la academia y el Estado, fueron sorprendidos con los calzones abajo. La falta de una política oficial sólida, la carencia de compromiso de las disqueras, el aislamiento entre la zona andina y las otras tres zonas etno-musicales del país -por ende el discreto peso relativo de la música interiorana frente al auge de la tropical bailable- y ante todo la gran desventaja de nuestra industria fonográfica todavía naciente ante las multinacionales del disco, se aunaron con el boom rockanrolero para quebrantar la primacía del cancionero nacional andino.
La vitalidad de nuestro arte musical radica en que sí existe hoy una nueva música colombiana. Al menos tenemos un buen comienzo con una enorme producción de obras y un agitado movimiento de fusión entre distintos géneros.
Emisoras ancestrales como Ecos de la Montaña en Medellín, cedieron el turno al sistema nacional de las “Radio 15”, y así fueron expulsados Obdulio y Julián, Garzón y Collazos, Víctor Hugo Ayala o los Hermanos Martínez, por Raphael, Sandro, Oscar Golden, Vicky, Enrique Guzmán, Leo Dan, The Beatles, The Rolling Stones, Elvis Presley, Tom Jones, Adamo y Petula Clark. En aquellos vibrantes 60´s, la música cambió de decorado. De aquellos conciertos en los teatros Junín, Bolívar y Circo España, o de los radiodifundidos en directo desde los radioteatros de La Voz de Antioquia y La Voz de Medellín, con los mejores artistas nacionales y extranjeros: Yasha Jaifetz, Regino Saiz de la Maza, Daniel Barenboim, Pedro Vargas, Ortiz Tirado,Gardel, Magaldi, Carlos Julio Ramírez, Juan Legido, Juan Arvizu, Leo Marini, Hugo Romani, Toña La Negra, Pietro Mascheroni, José María Tena, Jaime Llano González, Los Tolimenses, Lucho Ramírez, etc., pasamos de un día para otro a “Milo a gogo” en el Coliseo Cubierto, con Golden, Los Speakers, Los Yetis y toda esa pléyade juvenil, y que terminó en histeria, streap tease masivo, disturbios y represión policial. Y luego al Festival de Ancón 71,
nuestro pequeño Woodstock, 25 bandas entre ellas Columna de Fuego y Gran Sociedad del Estado, paz, amor y marihuana bajo el cielo de La Estrella, excomuniones a granel y un alcalde de Medellín, Alvaro Villegas Moreno, que hubo de renunciar.
Los jóvenes no tenían la culpa. Al fin y al cabo, eran la mayor parte de la población colombiana. Herederos de la violencia política, miembros de la generación del Estado de sitio mental, víctimas de un sistema de valores desueto e incómodo, y ávidos de nuevas experiencias auditivas, se alistaron en las huestes libertarias, abandonando los viejos aires terrígenos que injustamente asociaban con los valores sociales en quiebra. No era tampoco culpa de las nuevas músicas pero sí de sus manipuladores: la contracultura beat, el hippismo y los profetas existencialistas y naturalistas en el arte y las letras, mal que bien, eran contestatarios ante una sociedad que reclamaba nuevos patrones de comportamiento. Desgraciadamente, la peor parte en esa confrontación la llevó nuestra música andina colombiana, que merecía mantener un sitial superior o al menos igual a la nueva ola.
Son los festivales, los gestores principales del renacimiento andino; también aportan, las tertulias y conciertos especiales, los bachilleratos musicales y los programas radiales especializados.
El renacimiento andino
Aunque la música andina colombiana nunca volvió a ser lo que era, sí empezó a resucitar de la mano de los festivales y concursos y fiestas tradicionales, y secundariamente por la consolidación de los conservatorios, la popularización de las academias musicales, el impulso de las casas de la cultura, la autogestión cultural y la decadencia de la balada, el pop y el rock, tan lejanos de los lúcidos 60’s.
El año 74 con el comienzo del Festival Mono Núñez en Ginebra (Valle), marca el resurgimiento de nuestro pentagrama andino: 32 años después se consolida como el gran encuentro del género en todas sus expresiones, desde lo más tradicional hasta lo más vanguardista. El certamen estimuló la aparición de solistas vocales e instrumentales, duetos, tríos, conjuntos vocales a capella, instrumentales y mixtos, alcanzó un nivel de calidad que concitó el cubrimiento radial y televisivo, sobre todo por los canales regionales Teleantioquia, Telepacífico, Telecaribe y Telecafé y varias estaciones extranjeras, por la Radio Nacional y un conjunto de emisoras culturales de ámbito universitario; estimuló también la producción discográfica que aún lucha por abrirse paso en medio de tanto raeggetón, de tanto vallenato comercial, de tantas figuras impuestas por el “show bussiness” criollo, de tanta basura mediática.
Por ser los festivales gestores principales de este renacimiento, merecen mención destacada: Mono Núñez, Festival del Pasillo Colombiano en Aguadas, Hatoviejo- Cotrafa en Bello, del Bambuco en Pereira, Antioquia le Canta a Colombia en Santa Fe de Antioquia, de Duetos Hermanos Moncada en Armenia, de Conciertos de música andina colombiana en Marinilla, Bandola en Sevilla, Pedro Morales Pino y Familias que Cantan en Cartago, Nacional de Música en Yumbo, de Estudiantinas en Tuluá, del Tiple en varias ciudades de Antioquia, del Tiple y la Guabina en Vélez, Festivalito Ruitoqueño, Colono de Oro en Florencia, Príncipes de la Canción en Ibagué, de Cuerdas Colombianas en Medellín, Nacional de Duetos Ciudad de Duitama, de Duetos en El Retiro, Cuyabrito de Oro en Armenia, Nacional de Duetos Hermanos Martínez en Floridablanca, y festivales nacionales de bandas como los de Paipa, Anapoima, San Pedro (Valle) y muchos otros.
Aportan su óbolo colombianista, las tertulias y conciertos especiales, como los de Funmúsica, los bachilleratos musicales y los programas radiales que mantienen viva la llama andina. Entre ellos, los de John Jairo Torres de La Pava en la Emisora Cultural Universidad de Antioquia, Juan Carlos Mazo en la Emisora Cámara de Comercio de Medellín y Concierto Colombiano en Radio Bolivariana de Medellín; Guillermo Cárdenas en Manizales; Jairo Parra y otros realizadores de la Radio Nacional, y de emisoras culturales de Pereira, Armenia, Calarcá, Bucaramanga, Bogotá, Cali, Ibagué, Pasto, y otras ciudades.
La vitalidad de nuestro arte musical radica en que sí existe hoy una nueva música colombiana. Lo muestra la enorme producción de obras y un agitado movimiento de fusión de géneros, que dibuja una nueva estética donde la dicotomía entre nuevo y viejo, es falsa disyuntiva. Tan atrevida como Luis Uribe Bueno en el 48 con sus experimentos armónicos y ritmicos, es León Cardona García, cuyas creaciones parecen supratemporales.
Son tan válidas las expresiones autóctonas: las chirimías indígenas de Santiago de Guambía, conjuntos carrangueros paisas o cundiboyacenses, como los grupos y solistas tradicionales: Estudiantina Tardes de Colombia, Los Típicos de Bello, Nueva Gente de Medellín, Ensueños del Huila, Aires del Campo de Girardota, como los intérpretes de avanzada: Nueva Colombia de Bogotá (piano, tiple y contrabajo), Kafé Es-tres de Medellín (andina y jazz alternativo), Cuatro Palos de Bogotá, Barrocófilo, Nogal de Bogotá, e incluso “locuras” como Música para el Pie Izquierdo de Santander (Les Luthiers criollos con propuesta de disonancias y modulaciones recurrentes), (Hot Land Cartago Fussion (fusión experimental de rock y música colombiana -una herejía completa por su nombre en inglés-), Agua Fresca de Bucaramanga (vanguardismo moderado), Alexánder Cuesta y Jaime Chávez (el mago de los tonos aumentados y disminuidos), compositores, guitarristas y arreglistas de sonido contemporáneo, que oscilan entre el rock, el jazz y la música andina.
Nuestra música del interior es y será obra de artistas insignes. Además de creadores antológicos de Colombia como Wills, Jerónimo Velasco, Álvaro Romero y Héctor Ochoa, hay que resaltar la orfebrería verbal de tantos poetas autores de las letras. Pocos saben que nuestras canciones llevan incluso poemas de Machado, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Leopoldo Lugones, Salvador Diaz Mirón, Juan de Dios Peza, Jorge Isaacs, Silva, Pombo, José Eustasio Rivera, Villaespesa, Flórez, Soto Borda, Maya, Arciniegas, Fallon, Rodríguez Moya, y muchos otros vates y trovadores.
Tenemos a nuestro haber una música maravillosa, que además de ser un tesoro artístico, es un valioso instrumento para la convivencia social. La música es para el goce. Si no vale la pena pelear por política, mucho menos por determinar si el bambuco se escribe en tres por cuatro o en seis por ocho.
De ellos son continuación los poetas actuales, junto con los compositores jóvenes, entre ellos Gustavo Adolfo Rengifo, John Jairo Torres, Fabio Alberto Ramírez, Jorge Humberto Laverde, Leonardo Laverde, Jorge Humberto Jiménez, Jorge Arbeláez, María Isabel Saavedra, Sonia Martínez, Ana María Naranjo, Doris Zapata, Doris Chávez, José Revelo, Jhon Jairo Claro, Luis Enrique Aragón, Guillermo Calderón y muchísimos más.
La larga labor apenas empieza, para afirmar nuestra identidad y difundirla. “No se ama lo que no se conoce”, dice el maestro John Jairo Torres de La Pava. El presente es esperanzador, sobre todo por la inmensa mayoría de niños y jóvenes entre los nuevos artistas. En sus manos, la música andina no morirá. Tenemos a nuestro haber una música maravillosa, que además de ser un tesoro artístico, es un valioso instrumento para la convivencia social. La música es para el goce. Si no vale la pena pelear por política, mucho menos por determinar si el bambuco se escribe en tres por cuatro o en seis por ocho.
 
 



Arriba

[ Editorial | Debate | Opinión | Monitoreo | Generales | Columna Jurídica | Cultural | Breves ]

COPYRIGHT © 2001 Periódico El PULSO
Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su titular
. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved