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Música
andina colombiana
La resistencia contra el olvido
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Hernando
Guzmán Paniagua - Periodista - elpulso@elhospital.org.co |
Aquellos tiempos
cuando los maestros nos enseñaban bambucos y pasillos
en el aula de clase, aquellas horas en que Señora
María Rosa, Campesina Santandereana,
Pueblito Viejo y Soy Colombiano formaban
parte del catecismo escolar, eran también las épocas
de la cartilla La Alegría de Leer, de los
conciertos en vivo con los mejores artistas colombianos y
extranjeros en los radioteatros, cuando aprendíamos
una cátedra diaria de colombianidad y al país
se le reconocía por una música poseedora de
la mayor diversidad de aires en América, y ante todo,
por su sinigual belleza. Así, en la pastoril Colombia
de los 60´s, se nos vino encima la avalancha del rock
and roll, que junto con otros factores cambió la historia
de la música nacional. ¿Podremos recobrar los
hilos perdidos de nuestra identidad cultural en lo musical?
¿Tiene futuro la música andina colombiana?
Cualquier análisis sobre esta realidad debe prescindir
de posturas dogmáticas, de chovinismos y de sentimentalismos
nostálgicos. Así como Colombia no volverá
a ser aquel país aldeano que cantaron los poetas y
cantores de fines del siglo 19 y principios del 20, tampoco
nuestros bambucos, pasillos, guabinas, danzas y demás
aires del interior podrán mantener vigencia cantando
sólo al cafetal, al maizal, al bohío y al viento
en la enramada, imágenes desplazadas en el ámbito
musical andino por la multiforme y conflictiva realidad urbana.
El reto que se plantea es la confrontación dialéctica
entre pasado y futuro, para asegurar a nuestra música
vernácula un puesto honroso en el devenir cultural.
Con Stravinsky podemos decir, que la tradición
verdadera no es el testimonio de un pasado muerto; es una
fuerza viva que anima e informa el presente, aserto
que bien puede complementar el insigne musicólogo,
investigador y folclorólogo colombiano Octavio Marulanda
Morales: La tradición puesta al fuego del acontecer
cultural, sean cuales fueren los vaivenes y presiones a que
se vea sometida, conserva sus patrones con la unidad propia
de su contenido.
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Nunca tendremos otro Luis Antonio Calvo ni otro Carlos
Vieco Ortiz, ni otro José Alejandro Morales, ni
otro Emilio Murillo, ni otro Pedro Morales Pino: son irrepetibles.
Pero sí es preciso preservar y difundir su legado,
imitar su pasión colombianista, seguir sus pasos
así sea por otros caminos.
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Necesitamos que en
las nuevas expresiones y tendencias se sienta
el sabor colombiano de siempre, que bajo los ropajes más
innovadores y contemporáneos se reconozca el mismo
cuerpo vigoroso de la música nacional. Nunca tendremos
otro Luis Antonio Calvo ni otro Carlos Vieco Ortiz, ni otro
José Alejandro Morales, ni otro Emilio Murillo, ni
otro Pedro Morales Pino: son irrepetibles. Pero sí
es preciso preservar y difundir su legado, imitar su pasión
colombianista, seguir sus pasos así sea por otros caminos.
¿Cómo pedir a los jóvenes intérpretes
de hoy que canten bambucos y pasillos con el estilo de Luis
Macía, Evelio Pérez, Berenice Chávez
o Sarita Herrera? ¿Cómo pretender que intérpretes
modernos como Sombra y Luz, Carmen y Milva, Preludio Azul,
Niyireth Alarcón o Berlinda Gil, canten estos aires
con los matices vocales de
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Briceño
y Añez, Obdulio y Julián, Wills y Escobar o el
Dueto de Antaño? No. Sea cual fuere el estilo y su caldo
de cultivo musical (rock, bolero, pop), estos muchachos tienen
derecho a cantar la música patria desde su forma de sentirla,
siempre y cuando no desaparezca lo esencial del sonido primigenio.
En lo instrumental, es bien distinto
el tratamiento melódico, armónico y rítmico
del Trío Morales Pino o de la Lira Colombiana, del que
exhiben el grupo Ebano de Medellín, el Cuarteto Ensamble
del Quindío o Guafa Trío de Bogotá, para
mentar sólo algunos ejemplos vanguardistas. Pero el fondo,
el propósito y el contexto musical son idénticos.
Ni qué decir de los procedimientos composicionales añejos,
en contraste con los modernos. Algo va de la per-fección
estructural y el aliento romántico en las danzas de Luis
A. Calvo (el Chopin colombiano) al ímpetu
vanguardista de un Héctor Fabio Torres, un Luis Fernando
Franco, un Jaime Chávez o un José Revelo; pero
en todos palpita la esencia musical colombiana.
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El
boom de los 60´s
Los 60´s son la época
del gran trauma, de la gran ruptura para la música andina
colombiana. La avalancha del rock and roll, la nueva ola, la
onda ye-ye y go-go, impactaron el entorno musical como primer
proceso globalizante del siglo 20. Músicos, medios de
difusión, casas discográficas, la academia y el
Estado, fueron sorprendidos con los calzones abajo. La falta
de una política oficial sólida, la carencia de
compromiso de las disqueras, el aislamiento entre la zona andina
y las otras tres zonas etno-musicales del país -por ende
el discreto peso relativo de la música interiorana frente
al auge de la tropical bailable- y ante todo la gran desventaja
de nuestra industria fonográfica todavía naciente
ante las multinacionales del disco, se aunaron con el boom rockanrolero
para quebrantar la primacía del cancionero nacional andino. |
La vitalidad de nuestro
arte musical radica en que sí existe hoy una nueva
música colombiana. Al menos tenemos un buen comienzo
con una enorme producción de obras y un agitado movimiento
de fusión entre distintos géneros.
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Emisoras
ancestrales como Ecos de la Montaña en Medellín,
cedieron el turno al sistema nacional de las Radio 15,
y así fueron expulsados Obdulio y Julián, Garzón
y Collazos, Víctor Hugo Ayala o los Hermanos Martínez,
por Raphael, Sandro, Oscar Golden, Vicky, Enrique Guzmán,
Leo Dan, The Beatles, The Rolling Stones, Elvis Presley, Tom
Jones, Adamo y Petula Clark. En aquellos vibrantes 60´s,
la música cambió de decorado. De aquellos conciertos
en los teatros Junín, Bolívar y Circo España,
o de los radiodifundidos en directo desde los radioteatros de
La Voz de Antioquia y La Voz de Medellín, con los mejores
artistas nacionales y extranjeros: Yasha Jaifetz, Regino Saiz
de la Maza, Daniel Barenboim, Pedro Vargas, Ortiz Tirado,Gardel,
Magaldi, Carlos Julio Ramírez, Juan Legido, Juan Arvizu,
Leo Marini, Hugo Romani, Toña La Negra, Pietro Mascheroni,
José María Tena, Jaime Llano González,
Los Tolimenses, Lucho Ramírez, etc., pasamos de un día
para otro a Milo a gogo en el Coliseo Cubierto,
con Golden, Los Speakers, Los Yetis y toda esa pléyade
juvenil, y que terminó en histeria, streap tease masivo,
disturbios y represión policial. Y luego al Festival
de Ancón 71, |
nuestro
pequeño Woodstock, 25 bandas entre ellas Columna de Fuego
y Gran Sociedad del Estado, paz, amor y marihuana bajo el cielo
de La Estrella, excomuniones a granel y un alcalde de Medellín,
Alvaro Villegas Moreno, que hubo de renunciar.
Los jóvenes no tenían la culpa. Al fin y al cabo,
eran la mayor parte de la población colombiana. Herederos
de la violencia política, miembros de la generación
del Estado de sitio mental, víctimas de un sistema de
valores desueto e incómodo, y ávidos de nuevas
experiencias auditivas, se alistaron en las huestes libertarias,
abandonando los viejos aires terrígenos que injustamente
asociaban con los valores sociales en quiebra. No era tampoco
culpa de las nuevas músicas pero sí de sus manipuladores:
la contracultura beat, el hippismo y los profetas existencialistas
y naturalistas en el arte y las letras, mal que bien, eran contestatarios
ante una sociedad que reclamaba nuevos patrones de comportamiento.
Desgraciadamente, la peor parte en esa confrontación
la llevó nuestra música andina colombiana, que
merecía mantener un sitial superior o al menos igual
a la nueva ola. |
Son los festivales, los
gestores principales del renacimiento andino; también
aportan, las tertulias y conciertos especiales, los bachilleratos
musicales y los programas radiales especializados.
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El
renacimiento andino
Aunque la música andina
colombiana nunca volvió a ser lo que era, sí empezó
a resucitar de la mano de los festivales y concursos y fiestas
tradicionales, y secundariamente por la consolidación
de los conservatorios, la popularización de las academias
musicales, el impulso de las casas de la cultura, la autogestión
cultural y la decadencia de la balada, el pop y el rock, tan
lejanos de los lúcidos 60s.
El año 74 con el comienzo del Festival Mono Núñez
en Ginebra (Valle), marca el resurgimiento de nuestro pentagrama
andino: 32 años después se consolida como el gran
encuentro del género en todas sus expresiones, desde
lo más tradicional hasta lo más vanguardista.
El certamen estimuló la aparición de solistas
vocales e instrumentales, duetos, tríos, conjuntos vocales
a capella, instrumentales y mixtos, alcanzó un nivel
de calidad que concitó el cubrimiento radial y televisivo,
sobre todo por los canales regionales Teleantioquia, Telepacífico,
Telecaribe y Telecafé y varias estaciones extranjeras,
por la Radio Nacional y un conjunto de emisoras culturales de
ámbito universitario; estimuló también
la producción discográfica que aún lucha
por abrirse paso en medio de tanto raeggetón, de tanto
vallenato comercial, de tantas figuras impuestas por el show
bussiness criollo, de tanta basura mediática. |
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Por ser los festivales
gestores principales de este renacimiento, merecen mención
destacada: Mono Núñez, Festival del Pasillo Colombiano
en Aguadas, Hatoviejo- Cotrafa en Bello, del Bambuco en Pereira,
Antioquia le Canta a Colombia en Santa Fe de Antioquia, de Duetos
Hermanos Moncada en Armenia, de Conciertos de música
andina colombiana en Marinilla, Bandola en Sevilla, Pedro Morales
Pino y Familias que Cantan en Cartago, Nacional de Música
en Yumbo, de Estudiantinas en Tuluá, del Tiple en varias
ciudades de Antioquia, del Tiple y la Guabina en Vélez,
Festivalito Ruitoqueño, Colono de Oro en Florencia, Príncipes
de la Canción en Ibagué, de Cuerdas Colombianas
en Medellín, Nacional de Duetos Ciudad de Duitama, de
Duetos en El Retiro, Cuyabrito de Oro en Armenia, Nacional de
Duetos Hermanos Martínez en Floridablanca, y festivales
nacionales de bandas como los de Paipa, Anapoima, San Pedro
(Valle) y muchos otros.
Aportan su óbolo colombianista, las tertulias y conciertos
especiales, como los de Funmúsica, los bachilleratos
musicales y los programas radiales que mantienen viva la llama
andina. Entre ellos, los de John Jairo Torres de La Pava en
la Emisora Cultural Universidad de Antioquia, Juan Carlos Mazo
en la Emisora Cámara de Comercio de Medellín y
Concierto Colombiano en Radio Bolivariana de Medellín;
Guillermo Cárdenas en Manizales; Jairo Parra y otros
realizadores de la Radio Nacional, y de emisoras culturales
de Pereira, Armenia, Calarcá, Bucaramanga, Bogotá,
Cali, Ibagué, Pasto, y otras ciudades.
La vitalidad de nuestro arte musical radica en que sí
existe hoy una nueva música colombiana. Lo muestra la
enorme producción de obras y un agitado movimiento de
fusión de géneros, que dibuja una nueva estética
donde la dicotomía entre nuevo y viejo, es falsa disyuntiva.
Tan atrevida como Luis Uribe Bueno en el 48 con sus experimentos
armónicos y ritmicos, es León Cardona García,
cuyas creaciones parecen supratemporales. |
Son tan
válidas las expresiones autóctonas: las chirimías
indígenas de Santiago de Guambía, conjuntos carrangueros
paisas o cundiboyacenses, como los grupos y solistas tradicionales:
Estudiantina Tardes de Colombia, Los Típicos de Bello,
Nueva Gente de Medellín, Ensueños del Huila, Aires
del Campo de Girardota, como los intérpretes de avanzada:
Nueva Colombia de Bogotá (piano, tiple y contrabajo),
Kafé Es-tres de Medellín (andina y jazz alternativo),
Cuatro Palos de Bogotá, Barrocófilo, Nogal de
Bogotá, e incluso locuras como Música
para el Pie Izquierdo de Santander (Les Luthiers criollos con
propuesta de disonancias y modulaciones recurrentes), (Hot Land
Cartago Fussion (fusión experimental de rock y música
colombiana -una herejía completa por su nombre en inglés-),
Agua Fresca de Bucaramanga (vanguardismo moderado), Alexánder
Cuesta y Jaime Chávez (el mago de los tonos aumentados
y disminuidos), compositores, guitarristas y arreglistas de
sonido contemporáneo, que oscilan entre el rock, el jazz
y la música andina.
Nuestra música del interior es y será obra de
artistas insignes. Además de creadores antológicos
de Colombia como Wills, Jerónimo Velasco, Álvaro
Romero y Héctor Ochoa, hay que resaltar la orfebrería
verbal de tantos poetas autores de las letras. Pocos saben que
nuestras canciones llevan incluso poemas de Machado, Rubén
Darío, Juan Ramón Jiménez, Leopoldo Lugones,
Salvador Diaz Mirón, Juan de Dios Peza, Jorge Isaacs,
Silva, Pombo, José Eustasio Rivera, Villaespesa, Flórez,
Soto Borda, Maya, Arciniegas, Fallon, Rodríguez Moya,
y muchos otros vates y trovadores. |
Tenemos a nuestro haber
una música maravillosa, que además de ser un
tesoro artístico, es un valioso instrumento para la
convivencia social. La música es para el goce. Si no
vale la pena pelear por política, mucho menos por determinar
si el bambuco se escribe en tres por cuatro o en seis por
ocho.
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De ellos son continuación
los poetas actuales, junto con los compositores jóvenes,
entre ellos Gustavo Adolfo Rengifo, John Jairo Torres, Fabio
Alberto Ramírez, Jorge Humberto Laverde, Leonardo Laverde,
Jorge Humberto Jiménez, Jorge Arbeláez, María
Isabel Saavedra, Sonia Martínez, Ana María Naranjo,
Doris Zapata, Doris Chávez, José Revelo, Jhon
Jairo Claro, Luis Enrique Aragón, Guillermo Calderón
y muchísimos más.
La larga labor apenas empieza, para afirmar nuestra identidad
y difundirla. No se ama lo que no se conoce, dice
el maestro John Jairo Torres de La Pava. El presente es esperanzador,
sobre todo por la inmensa mayoría de niños y
jóvenes entre los nuevos artistas. En sus manos, la
música andina no morirá. Tenemos a nuestro haber
una música maravillosa, que además de ser un
tesoro artístico, es un valioso instrumento para la
convivencia social. La música es para el goce. Si no
vale la pena pelear por política, mucho menos por determinar
si el bambuco se escribe en tres por cuatro o en seis por
ocho.
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