|
La liquidación de los hospitales públicos
de Colombia no empezó con los decretos oficiales,
sino que es un proceso de hace mucho tiempo. Empezó
con la instauración del actual sistema de salud que
privilegia la racionalidad financiera sobre el servicio
a la comunidad, esencia de cualquier modelo de seguridad
social en el mundo. La misma ley 100 traía ya el
virus que ha ido minando todo lo público en la salud
colombiana. Los procesos liquidatorios de muchas Empresas
Sociales del Estado -ESE- son sólo el remate o la
formalidad jurídica de un complot institucional,
de una conjura neoliberal desatada por el sistema mismo,
con la anuencia de altos funcionarios del Estado.
Por ello, resulta hilarante la declaración de un
ex mandatario, quien alardea de no haber cerrado hospital
alguno en su gestión. Los hospitales no los cierra
sólo quien les expide el certificado de defunción.
También quien promueve normas que a la postre apuntalan
un sistema en el cual prevalece la apropiación privada
de una actividad de interés público, y quien
ejecuta acciones gubernamentales en consonancia con esas
normas.
La red hospitalaria pública merece las más
entusiastas felicitaciones, además de su calidad
profesional y espíritu de servicio, por la fortaleza
con la cual encara los ataques de empresarios privados y
de políticos irresponsables. Muestra del tesón
de las ESE es esta cifra: de 540 hospitales públicos
en alto riesgo financiero, hay unos 20 en liquidación,
pero en la mayoría los entes territoriales hacen
notables esfuerzos para su salvación. Preocupa sí
el mal ejemplo de un departamento tan importante como Antioquia,
donde está la cuarta parte de las ESE en liquidación:
5 hospitales que podrían salvarse y en cambio los
quieren liquidar e incluso privatizar a la fuerza. Datos
de la Secretaría de Salud de Antioquia, indican que
hay disponibilidad global de recursos para procesos de liquidación
mucho mayor que la sumatoria de pérdidas o pasivos
de esos 5 hospitales en liquidación. Dicho de otro
modo: a la postre será más costoso liquidarlos
y cambiar su naturaleza jurídica, que refinanciarlos
para que cumplan su función como públicos.
En departamentos importantes que tienen ESE en liquidación
como Valle y Santander, las gobernaciones y otras instancias
les dan la mano para que salgan de su crisis. Pero en Antioquia
persiste la conjura contra lo público: pareciera
existir un compromiso soterrado de entregarlos a particulares
o de ponerles, al menos, operadores privados que es casi
lo mismo. Llama la atención el caso del Hospital
de Abriaquí, sometido a liquidación por segunda
vez en 10 años, señal inequívoca de
que la primera no sirvió, no surtió el efecto
deseado.
No faltan en esta coyuntura los tecnócratas apóstoles
de la privatización que la justifican alegando la
supuesta ejemplaridad del sector privado como dechado de
anti-corrupción y de eficiencia, cuando los hechos
muestran con creces lo equivocado de esta teoría.
Para la muestra un botón: la catastrófica
injerencia de intereses privados en el sistema de salud,
desde luego, con la connivencia de funcionarios igualmente
corruptos. Ni Antioquia puede darse el lujo de protagonizar
un liderazgo nacional negativo en la salud pública,
ni Colombia puede entregar algunas de sus históricas
casas de salud a la voracidad empresarial que sólo
busca rentabilidad económica sin importarle la rentabilidad
social.
|